Resta mes y poco para que Editorial Renacimiento saque a la venta mi primer poemario, ‘Cartas a Thompson (Island)’, que escribí galopando sobre varias botellas de oporto en diversas madrugadas entre los meses de junio y agosto de 2014. 75 poemas sin métrica exacta que fueron tallados en cascada gracias a la separación total, anteriormente física y en esos días mental, de la persona que fue mi pareja y a la que le dedico todos y cada uno de los versos además de la obra. La obra, curiosamente, fue enviada a más de una decena de editoriales, en otra madrugada pendenciera, con textos hilarantes haciendo de presentación junto al archivo adjunto con los poemas, recibiendo el sí por respuesta de una editorial que al día y medio ya me había enviado un contrato el cual firmé, precipitadamente –como suelo hacer las cosas– aunque finalmente no llegara a devolverlo. Aturdido, contacté con mi editorial, que en sí da cobijo a buena parte de los mejores poetas españoles actuales y no tan actuales. Y entre la congoja, el miedo y la vergüenza ajena recibí un sí por respuesta que pasados los años analizaré con más tranquilidad.
No han sido pocas las veces que me he acordado de que 75 poemas míos se van a publicar de manera legal, con una bonita portada –la misma, impresa, me sirvió para tirarle en Boston a mi ex algunas fotos a modo de futura publicidad–, dentro de una editorial a la que en el mundillo literario se la considera seria que, además, posee una distribución por todo el territorio español, tan necesaria para que el libro pueda llegar a tener repercusión, no sólo entre el pueblo llano y/o erudito sino entre los medios de comunicación, llave de paso obligada para dar a conocer un nuevo trabajo que sin exposición pública acaba almacenándose entre cuatro paredes sin ventana si no es que directamente se vende a granel para reciclar papel. En Renacimiento han publicado, entre otros poetas, a: Luis Alberto de Cuenca, Rafael Alberti, Javier Salvago, Juan Luis Panero, Jaime Gil de Biedma, Andrés Trapiello, Luis García Montero, José Watanabe, Leopoldo María Panero, Paul Verlaine, Friedich Nieztsche, Jesús Aguado, Kavafis, Barry Gifford, a mis admirados y queridos, Juan Bonilla y Roger Wolfe, además de a mi último gran descubrimiento: Karmelo C. Iribarren. Con esto quiero decir que poca broma.
Pues bien, ayer noche mantuve un debate con tres personas de apariencia digna, siendo dos de ellas amigos cercanos además de auténticos y leales. En medio de la conversa salió el asunto de la poesía y su métrica, explicando uno de los presentes que lo que se hace ahora no es poesía sino otra cosa; que la poesía sin métrica, por lo tanto, no es poesía. Yo en un inicio sólo comenté –ya que me veía afectado– que en bastantes ocasiones la búsqueda de una palabra que rime con otra, entre otros asuntos, sacrifica el sentido real de la frase por no utilizarse la palabra adecuada, que además deja al poema métrico sólo interesado en el final de cada verso. En estos días leo, a la vez, a Machado y a Iribarren, y siento comentar que el que rima bastante menos –Karmelo, el poeta vasco– me llega mucho más hondo que don Antonio, patrimonio ineludible de nuestra cultura. Y que conste que no uso la literatura como el ultra al equipo de sus amores; y mucho menos como arma arrojadiza.
Tras soltar mi opinión me retiré la palabra porque allí eran mayoría los que defendían la tesis del señor que dijo que la poesía sin métrica no es poesía. Y este asunto, reconozco, me tiene en ascuas desde ayer noche, siendo incapaz de encontrar respuestas exactas –o sea, soluciones– a lo que ya comienza a arder en mi mente como arde perder a una ex o conocer a una nueva. ¿Es el ‘verso libre’ poesía? En mi caso creo que sí lo es, declarándome contrario a la pintura contemporánea que dibuja un minúsculo punto circular y anaranjado en el centro de un inmenso lienzo blanco satén –o que medio rellena con agua un vaso de cristal y lo exhibe– que primero lo expone en la Tate de Londres y luego lo vende por 89 millones de la divisa que ustedes prefieran. Así, también, digo que en mi amor por la escritura escribo prosa sin freno, por lo que si mi poesía fuera farsa habría que comprender que sigue siendo minoría dentro de mi producción literaria. Y que si al final soy detenido, juzgado y encarcelado por un futuro tribunal cultural prometo utilizar mi estancia penitenciaria para expandir la lectura, producción y exhibición de lo que ya debe ser la anti-poesía: o sea, la que siempre rima y se acoge a normas dictadas desde hace siglos. Que al final Mecano y Mocedades, entre otros muchos, van a ser más poetas que Bonilla o Iribarren. ¿O era acaso poesía el eslogan publicitario de una conocida quesería menorquina, hoy bajo el yugo de una multinacional norteamericana: “De El Caserío, me fío”?
Otro de los miembros de aquella reunión me ha enviado hoy a mi correo electrónico un libro que he impreso en una imprenta cualquiera –luego lo destruiré y compraré el original en España– del filósofo alemán Walter Benjamin titulado ‘La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica’, que intenta explicar el giro absoluto del concepto de arte, hecho éste que se gestó en el pasado siglo. Llevo la mitad de la obra leída, pero a la vez, sigo pensando en la métrica, el verso libre y en si mira a ver si va a ser verdad y lo que saldrá a la venta en cinco o seis semanas no es más que un timo, una libreta con apuntes inconexos de un tipo que sólo superó la EGB y que, además, escribió aquellos versos falsos dopado por el mejor oporto, o algo mucho peor: que por mucho que los critique soy el equivalente directo al pintor contemporáneo que dibuja una gamba patagónica de siete centímetros en la esquina de un cuadro completamente vacío y, además, cobra por ello.
Yo, antes del juicio final, juro que esos 75 poemas nacieron desde el núcleo de la verdad, desde los saltos reales en el mismo asiento en el que ahora escribo, y que su producción, parecidas a las arritmias o a los ataques de ansiedad, me produjeron cambios de: humor, sueño y alimentación. Y no lo olviden: Joaquín rima con cojín; pero con escritor, entre otros, Amador. Y que viva Quevedo, sin acritud.
Joaquín Campos, 15/03/15, Phnom Penh.