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ArpaMi infierno eres tú

Mi infierno eres tú

 

Intentaba seguir la extraña conversación, colmada de contradicciones, que se traían Tony y Ludmila. Ella la había iniciado y lo único que acerté a comprender era que Tony se sentía molesto y trataba de capear el temporal improvisando sobre la marcha. De lejos se veía que, como Teseo, ignoraba el punto exacto en el que se hallaba la salida del tramposo jardín y no sabía cuánto tardaría en darse de manos a boca con el terrible Minotauro. Lo malo es que yo no era Ariadna, ni tenía ovillo de hilo para orientarle en este laberinto que, para colmo, no era cretense sino eslovaco. Intrigada por la historia, opté por guardar silencio y limitarme a observar. Era consciente de que ambos llevaban mucho tiempo juntos, tanto tiempo como nosotros separados y, lógicamente, compartían claves que yo desconocía. Quizás es mejor que no las conozcas, Marina. Poco sabía de los viejos mitos cárpatos, por no decir que no sabía nada, y Ludmila era para mí una mujer impenetrable e inquietante, pero estaba dispuesta a llevarme bien con ella. No en vano era la socia de Tony y también la artífice de esta inesperada cena de bienvenida, ménage à trois, en un restaurante tan agradable. Claro que hubiera preferido cenar a solas con Tony, pero si esta eslava pretendía ponerme en guardia o erosionar mi confianza en él, no lo iba a conseguir. Fingí concentrar mi atención en el buey a la pimienta y analizar  aquella ensalada francesa, tan distinta de la mediterránea en sabor y presentación, manteniendo mi antena en estado de alerta, plenamente consciente de lo mucho que tenía que aprender sobre la relación entre ambos y las peculiaridades de su negocio. No te fíes, seguro que todo esto responde a alguna razón oculta.

 

—Pues la verdad es que todavía no sé cómo llegaré al postre, el buey está delicioso pero la ración es una enormidad. Si sobrevivo, seguramente me inclinaré por una île flotante. —Mi más dulce sonrisa acompañó la respuesta.  

 

 

                                                                       *     *     *

 

Una vez más la expresión de Ludmila se endureció, no se me escapó el brillo acerado en sus ojos, sabía que llegaba la embestida final, la verdadera espiral oculta de esa cena.

 

—¿Y tú, Marina? Tendrás que replantearte tu vida, no te veo en nuestro mundo de quincalleros. ¿Y dónde pretendes reiniciarte? Madrid, Barcelona… ¿Quién va a seguir a quién? ¿Quién va a asumir las renuncias necesarias…

—¡Ya está bien, Ludmila! –Salté sin darle tiempo a reaccionar a Marina–. Has ido demasiado lejos, llevas durante toda la noche provocando. Te he seguido el juego pensando que únicamente eran celos…

—¿Celos? ¡Te equivocas Tony! –La fuerza de su mirada no había cedido ni un ápice de intensidad.

—Entonces: ¿a qué coño viene todo esto? No te tolero que acoses de esta manera…

—¡Tolerar! –Escupió con desprecio–. ¿Qué sabéis vosotros sobre tolerancia? Cuando la vida es como una caja de bombones os regaláis la dulzura de cada instante, pero ella… sobre todo ella –señaló a Marina con el dedo–, con el primer sabor amargo volverá a coger un tren, desaparecerá de tu vida, Tony, para engatusar a alguien que le permita disfrutar del mundo de porcelana al que está acostumbrada.

      “No dudó en abandonarte la primera vez, no supo aceptar que Tony tiene, como todos, otras caras que no son glamour y colorines, que hay rincones oscuros, que contigo no todas son noches de calor, ¿o acaso crees que el tiempo te ha cambiado?

      “¿Y qué ha hecho con su matrimonio? En cuanto apareciste con tus trajes caros, con esa brisa de bohemio enriquecido… no dudó en hacer las maletas; no quiere, no sabe luchar por las personas que se ocupan de que su existencia sea mejor, porque no sabe amar. De repente te convertiste en su nuevo Eros, con el que iba a recuperar aquellas sensaciones de un tiempo que jamás consiguió repetir, pero tú no eres un dios, Tony, y tu calidad humana, la que se equivoca, la que defrauda… esa nunca estará dispuesta a aceptarla, ¡desengáñate!

      “¡No, Marina! No tienes ni puta idea de lo que es el amor, es un sentimiento que hay que alimentarlo, no sólo malgastarlo. Tú vives exclusivamente de momentos, sólo te interesan esos trocitos de chocolate con licor para emborracharte y cuando se termina el efecto, cuando la realidad abre la puerta, aprovechas para largarte y somos los demás quienes tenemos que recuperar los restos del naufragio”.

 

Marina, en silencio, se puso en pie. Recogió su chaquetón y su bolso dispuesta a marcharse.

 

—¡Espera, Marina, por favor!, voy contigo. No tenemos por qué aguantar esto.

 

Me levanté y me enfrenté a Ludmila apuntándole con el índice de mi mano.

 

—Vas a tener que tragarte todo lo que has dicho, nunca te disculparás porque te pierde el orgullo, te conozco, pero te juro que te arrepentirás de cada palabra de esta noche.

—¿Arrepentirme? –Ludmila también se puso en pie y me encaró–. ¡Por supuesto que me arrepiento, Tony! ¡Llevo días arrepintiéndome de lo que hice por vosotros!

      “Ésta –señalando a Marina–, con su carita de ángel desamparado, acompañada de aquél… fantoche. Y tú, el gran Tony Perelló, ¡el gran fracasado, porque todo lo que eres me lo debes a mí! ¿O se te ha olvidado? Una vez más tuve que ser yo quien os diese el empujón, quien pusiese sobre la mesa los collons que tanto llevas en la boca pero que nunca has demostrado tener bien puestos. ¡Si estáis juntos ahora, es por mí, y ya lo creo que me arrepiento!

      “Yo tuve que tomar las decisiones, ¡como siempre! Y empujar a ese… pelele del marido de Marina a dar el paso al que ninguno de vosotros dos se hubiese atrevido. Incluso él ha demostrado tener más clase…

—¿Qué coño estás insinuando, Ludmila?

 

Esa duda, esa sospecha que llevaba días golpeando mi cabeza, se confirmaba.

 

—¿Quieres saberlo? ¡Pues siéntate y escúchame bien antes de salir huyendo!

 

Nos habíamos convertido en el improvisado espectáculo de la Guinguette, pese a que a ninguno de los tres parecía importarnos. Aun así, nos volvimos a sentar. Percibí que alguien se había ocupado de elevar el volumen de la música ambiental para encubrir las malas vibraciones que giraban en torno a nuestra mesa.

 

—Yo fui quien se encargó de que os hicieran esa foto en el Villa Magna.

 

Se hizo un silencio, un profundo silencio que nos aislaba del resto del mundo que yacía muerto, un silencio que la música del comedor y las animadas conversaciones, que hasta entonces nos habían acompañado, no conseguían traspasar. Ludmila, con las manos apoyadas sobre la mesa y el cuerpo hacia adelante, como un dragón incapaz de escupir otra cosa que no fuese odio. Marina, aturdida ante lo que estaba escuchando y yo, apretando la mandíbula, reprimiendo el guantazo; nunca he pegado a una mujer y tuve que esforzarme por no ver frente a mí a un monstruo excoriado, embriagado por su propia hiel.

      “Yo me ocupé de hacérsela llegar a Carlos Baztán”.

 

Me quedé de piedra al oírla. Y yo, que desde el primer momento había achacado lo de la foto a  la exsecretaria de Carlos… ¡Y ahora resultaba que era cosa de la tal Ludmila, otra mujer despechada y bastante más inteligente que la pobre María Eugenia!

 

Crucé una rápida mirada con Tony. Estaba muy alterado y quise calmar sus ánimos con un breve gesto tranquilizador. El bello rostro de Ludmila se había transformado en la imagen del Minotauro. Ya no eres una niña, Marina, tienes que defenderte sola y no caer en su trampa. A pesar de la sorpresa, supe mantener la sangre fría, no pensaba ponerme a la altura de la harpía, eso era precisamente lo que ella pretendía y no iba a darle ese gusto. Mi voz sonó fría y cortante, sin alzar el tono en ningún momento, como si se tratase de una espada bien afilada desenvainándose lentamente de mis labios.

 

—No sé de lo que habla, ni por qué me ha invitado a esta cena, pero usted no es quién para darme a mí lecciones sobre el amor ni sobre nada, ni yo tengo por qué darle a usted explicaciones sobre mis actos. Mucho menos dejarme insultar, simplemente porque usted haya bebido de más, o tenga cuentas pendientes que saldar con Tony. Esos insultos que nos ha dedicado a mí y a mi marido, le pueden costar caros. Quizá no lo sepa, pero lo que ha hecho usted es un delito en mi país y en toda la Unión Europea y deberá atenerse a las consecuencias. Gracias por haberlo confesado en público. Buenos juristas no faltan en mi familia, créame.

      “Por lo que a mí respecta, no logrará interponerse entre nosotros. Y no se preocupe por supuestas implicaciones en su negocio, no tengo vocación de quincallera ni necesito su ayuda para reinventarme, porque ya estoy inventada. Pertenezco a un cuerpo de élite de la función pública que opera en todas las capitales de España y en las más importantes del mundo, y puedo reingresar a mi trabajo cuando quiera y donde quiera. Esa ventaja tengo para ganarme la vida sin depender de nadie –rematé con una cortés sonrisa. Dicho esto, saqué mi móvil del bolso, lo deposité con cuidado al lado del cuchillo y me dispuse a continuar degustando aquella inacabable ración de buey a la pimienta–.

 

El fino semblante de Ludmila se había descompuesto. Pálida de rabia, su piel parecía haberse tragado el sofisticado maquillaje echándose encima unos cuantos años de más. No esperaba de mi respuesta un discurso articulado; ni mucho menos enterarse de que había incurrido en una infracción al derecho a la privacidad, como instigadora de una foto robada en un espacio cerrado. Sin duda había supuesto tenérselas que ver con una maruja estúpida y voluble, sin oficio ni beneficio, cegada por el amor, a la que podría comerse con patatas. Tony también estaba lívido sin poder ocultar su preocupación. Pero no era yo la que había buscado la guerra, sólo actué en legítima defensa.

 

Los tres nos quedamos en silencio durante unos minutos, extrañamente abducidos por nuestros respectivos platos hasta que, de repente, Ludmila cruzó sus cubiertos con saña, se levantó de la mesa, se puso su abrigo, se caló el sombrero y salió rápidamente de la Guinguette, seguida por las miradas de medio comedor.

 

Ya lanzada, estaba yo dispuesta a aclarar los demás misterios. Con toda naturalidad, recuperé mi carita de ángel desamparado para dirigirme a Tony:

 

―Bueno, Tony, alegra ese gesto, ya sabemos más. Guerrera, tu socia ¿siempre es así? Ahora me gustaría rematar esta insólita cena con la île flotante que me prometí y que, durante el postre, me contases esa historia tan maravillosa sobre las imitaciones de Vermeer y Van Gogh de las que nunca me has hablado…

 

 

 

 

Este fragmento pertenece a la novela Mi infierno eres tú, publicada en ebook y susceptible de ser adquirida bajo demanda en este enlace. Dos desconocidos, ambos escritores, que pasaron de amigos en Twitter a escribir esta novela de “amores y desencantos, retrato de la burguesía catalana de los últimos treinta años, a cuatro manos, a punta de emails y a 500 kilómetros de distancia”.

 

 

 

 

Milagros del Corral es Asesora de Organismos Internacionales. Fue directora de la Biblioteca Nacional de España y autora de la primera novela, Las dos caras de Eva. En FronteraD ha publicado Quo Vadis, Europa?Softpower y el 15M. Óscar da Cunha, empresario sin vocación y deportista fumador, La sonrisa de La Magdalena fue su primera novela.

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