Mi semana

No voy a contarles mis miserias. Dejémoslo en que el cambio de estación me sienta intestinalmente muy mal…Hace unos días dormitaba en la cama en medio de fiebres y espasmos  salvajes, soñando con un buen filetón de ternera hormonada y 300 kilos de patatas; cuando, de repente,  el aullido tocacojones del teléfono me despertó. La embajada de España al aparato. Me incorporé cual niña del exorcista recién empalada, sudando como una cerda, para tirarme desde la cama a los cajones e ir encestando con una mano todas las bragas y cremas posibles en la maleta.

Había llegado el momento temido: la hora de la evacuación. Y  a mí, por enferma, seguro que me metían en la bodega con los pollos y los caniches lamechochos de las pijas expatriadas. Pero… falsa alarma. Solo querían explicarme lo que ya sabía: que no recibiría en casa mi invitación a la fiesta de los Oscar del 12 de Octubre pero que podía pasar a recogerla en portería.

 

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La noche es agradable, las que han confundido recepción con alterne se contonean con la alegría que da el rozamiento de un coño recién depilado para la ocasión; la guardia civil, luciendo traje de gala, controla concienzudamente a todos los que antes ha dejado pasar sin ningún control…Líbano es un país en el que volver a la fe, solo a través de Dios se explica que no haya todos los atentados que debiese haber…

A última hora, como dice un amigo, quedamos los de siempre, la benemérita, y los que vienen a pedir favores. La figura de Alcoverro se pasea entre la multitud, lenta, despistada, como un Hercule Poirot tranquilo pero vigilante, con su inconfundible traje blanco. Lo veo comiendo, con aire travieso, el típico helado árabe cubierto de pistachos. No volverá a haber periodistas como él, gente que sabe sin más. Ahora se precisan buenos directores de circo, que amarren bien a todos los enanos  para que el espectáculo salga redondo.

 

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Ahmadineyad nos obsequia con su graciosa presencia. Legiones de enfervorecidos fans lo reciben con vítores en las calles: es un hombre al que aclamar, paga todas las cosas que destruyen por su culpa, especialmente las de  países ajenos. En el barrio cristiano todo está en calma, lo que haga Ahmadineyad no va con ellos. Yo también me siento tranquila, aprovecho la brisa del atardecer para caminar por las calles vacías y me detengo siempre, con gesto sospechoso, ante el mismo cajero automático. Entonces me llevo de la cuenta toda la pasta que me es posible. No pienso parar hasta que se vaya…

 

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La visita del presidente de Irán sirve para sacar a la palestra, una vez más, la misma letanía soporífera de siempre: el Líbano es solo el tablero de ajedrez sobre el que se mueven jugadores ajenos. Ya. Como si los pobres libaneses no fueran capaces de vender hasta a su madre y los riñones de sus hijos con tal de seguir repartiéndose el pastel.

 

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Me avisan de que he recibido el libro de un amigo desconocido. Y me he alegrado como una niña pequeña. En un país en el que uno nunca sabe muy bien que pasará dentro de una semana, los libros son una certeza a la que aferrarse. Siempre irán conmigo.

 

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