Leo una novela magnífica (pero, ay, no genial) de Michael Swanwick titulada La hija del dragón de hierro. Michael Swanwick es un autor de ciencia ficción y de fantasía no demasiado conocido a pesar de ser ganador del premio Nebula (por Seasons of the Tide) y tener varios Hugo en la categoría de relato corto. Swanwick es autor además de interesantes reflexiones sobre el género de la ciencia-ficción, que él relaciona inequívocamente con la literatura y la era posmoderna (The Posmodern Archipelago). Sí, para muchos esta identificación será obvia y casi de Pero Grullo, pero en realidad no lo es dado que vivimos un extraño mundo liteario donde a menudo se niega la existencia (¡incluso la existencia!) de una época y una estética posmodernas, y donde obstinadamente se relega a la ciencia ficción al anaquel de la literatura popular.
La hija del dragón de hierro es una novela muy, muy extraña. Es una novela imperfecta porque resulta demasiado larga y porque sus imágenes a menudo se diluyen en largas conversaciones y escenas que no hacen realmente avanzar la historia. Sin embargo está llena de visiones y de intuiciones geniales. Y, por cierto, está muy bien escrita.
La protagonista es una niña, casi una adolescente, que trabaja como esclava en una fábrica de dragones de hierro. Los dragones son máquinas de guerra pero al mismo tiempo son seres dotados de inteligencia, y sólo pueden funcionar en simbiosis con un humano que no haya alcanzado la pubertad. El inicio de la novela, la descripción de la fábrica y de cómo Jane logra escapar de ella conduciendo un magnífico dragón, es ciertamente impresionante.
Sin embargo, a partir de aquí, la novela cambia radicalmente de tono. A partir de aquí, la historia de Jane se remansa y la seguimos en sus dificultades escolares, luego en el instituto y finalmente en la universidad. ¿Nos hemos perdido algo? No, la historia de la fábrica de dragones no era un sueño, y el dragón tampoco era una fantasía de Jane. Sin embargo, ese inicio «fantástico» se ve hundido durante cientos de páginas en escenas en centros comerciales, amoríos adolescentes, problemas con profesores, fiestas, etc.
El mundo de La hija del dragón de hierro es ciertamente muy extraño. Su realismo de centro comercial (los centros comerciales son muy importantes en el mundo de Swanwick) se desarrolla en una sociedad en la que hay elfos, trolls, seres invisibles, seres con alas y monstruos diversos además de las criaturas humanas. Se trata de una sociedad intensamente religiosa en la que todo está relacionado con el culto a la Diosa, que exige un sacrificio humano cada año, aunque la víctima ha de ser voluntaria.
Pero esto es, realmente, anecdótico. Lo más importante es que Swanwick dedica, realmente, cientos de páginas a describir una vida totalmente rutinaria y «normal» por más que se desarrolle en un universo alternativo. Los cientos de páginas hacen que el descubrimiento final de Jane tenga todavía más fuerza: ¿es que no te das cuenta, le dice el dragón, de que nada en tu vida funciona, que estás repitiendo una y otra vez lo mismo, tropezando una y otra vez con la misma piedra? ¿Cómo puedes no darte cuenta?
Es lo mismo que le decía el diablo a Ivan Osokin en la novela de Ouspenski. ¿Cómo puedes no darte cuenta?
Este parece ser uno de los temas de la literatura de nuestra época: el hecho de que vivimos en una realidad que damos por sentada, el hecho de que existe la posibilidad de replantearse las reglas del juego de esa realidad. Lo encontramos por doquier: por ejemplo, en la última novela de Murakami, recién aparecida, titulada 1Q84.
Claro está que hay otra posibilidad: considerar que lo que escribe Michael Swanwick es sólo fantasía…