Publicidadspot_img
-Publicidad-spot_img
ArpaMicrolitos. Piedrecitas, apenas visibles, diminutas chispas en la densa toba de tu...

Microlitos. Piedrecitas, apenas visibles, diminutas chispas en la densa toba de tu existencia

 

Ellos lucharon.

 

Y mientras luchaban, se acumuló la arena del desierto, en el que estaban, al borde de sus pies, lentamente, grano de arena a grano de arena, y subió sobre ellos, grano a grano subió la arena del desierto sobre ellos. Ellos siguieron luchando. La arena vistió sus pies, sus piernas, sus rodillas, sus muslos. No se detuvieron. La arena, la arena del desierto sin embargo continuó su obra. Ya cubría sus caderas, sus pechos, ya puso la camisa (de arena) sobre sus hombros. Y una segunda, tercera y milésima camisa…

 

Y comenzaba de nuevo: zapato de arena, media de arena, camisa de arena.

 

 

También piedras son flores, sólo que su aroma es más fuerte.

 

 

Tan extraviado como la aguja de un abeto en la mano de un aprendiz de sastre. –¿Tan extraviado?

 

 

Una historia extraña, la historia de nuestro mundo: no toda del mundo, no toda historia; no toda tan extraña.

 

 

“Tú hablas tan confuso”, decía el muerto al moribundo, “tú sólo balbuceas, tú balbuceas como un recién nacido. ¡Habla más claro, habla más mortal!”.

 

 

“Este es el mapa del silencio”, dijo el sabio, mientras él sujetaba una gran hoja negra a la pared. “¡Calcula la medida!”.

 

Uno de los alumnos la calculó.

 

 

Llegado al fondo del mar, se asustó el que se ahogaba voluntariamente: sus pies toparon con un fondo pantanoso, se hundió dentro, se hundió cada vez más, era un hundirse sin fin. “Yo soy el cielo”, oyó decir al pantano, “morir no vale la pena”.

 

 

Espera paciente en la orilla. El ahogado te salvará.

 

 

“Vamos a ser amigos”, dijo él, cogiendo mi mano. –Tomé esas palabras y me fui a la soledad.

 

 

Microlitos son, piedrecitas, apenas visibles, diminutas chispas en la densa toba de tu existencia –¿y ahora intentas tú, pobre en palabras y tal vez ya condenado irrevocablemente al silencio, reunirlas en cristales? Pareces esperar refuerzos– ¿de dónde deben venir, di?

 

 

Ante ti, abierto, el libro. Las miradas, buceadoras, acompañadas de pensamientos, en la gran profundidad, nadando alrededor, mustio retorno. Luz de lámpara, deshojándose, la mano, tanteando en la ceniza.

 

La hora sin nombre. La mesa dispuesta para la partida, el ojo, estúpido, algo que fue una vez vivo entre lo que no tiene vida.

 

Recuerdos, diminutas piedras detrás de la frente, el azar de mañana las une en mosaico. Hacia el otro lado, desesperada, venteada arena de existencia oprimida.

 

 

Al tiempo se le da jaque –pero ¿cómo reacciona el tiempo a eso?: cuestión importante.

 

 

Lo que mantiene al poema en vida antes que nada no es ciertamente el pensamiento en lo que lo ha precedido; sino la cuestión de lo que como poema, es decir algo que está dentro del tiempo, algo en él presente, puede llevar a cabo todavía. El poema piensa en el encuentro.

 

 

Déjese al poema su oscuridad; tal vez –TAL VEZ– arroje ella cuando aquella superclaridad, que las ciencias exactas ya saben llevar ante nuestros ojos hoy, haya transformado a fondo la masa hereditaria del hombre –tal vez arroje ella sobre el fondo de este fondo la sombra en la que el hombre se acuerde de su ser hombre.

 

 

Quien bajo la –falsa– excusa de que hay que dejar en paz a los muertos, sigue contemplando el crimen al que está vivo, ese es también un criminal. Y escarnece con ello a todos los muertos.

 

 

El judío errante.

 

Algo está contra nosotros, algo que no nos quiere reconocer: las decisiones caen –rompen sobre nosotros, viniendo de lo extrahumano; si yo creyera en un Dios, diría ahora: ha emigrado, se ha adelantado a nuestro ojo adicto al pardo de la tierra, nos espera –en otro planeta– con otra figura.

 

 

A los fariseos los reconoces a veces en que constantemente tienen en la boca el antifariseísmo. El ataque rentable. –Ser atacado, estar afectado por el que está en contra–.

 

 

A la esencia del poema pertenece que vuelve a expulsar de su confidencia al autor, al confidente. Si fuera de otro modo ningún poeta escribiría nunca más de un poema.

 

 

La conjunción de las palabras en el poema: no sólo una conjunción, también una confrontación. También una congregación y disgregación. Encuentro, competición y despedida a la vez.

 

 

 

 

Estos textos pertenecen al libro Microlitos que, con traducción de José Luis Reina Palazón, acaba de publicar la editorial Trotta.

 

 

 

 

Paul Celan nació el 23 de noviembre de 1920 en Czernowitz, entonces ciudad rumana. Sus padres, de origen judío y habla alemana, pertenecían a la burguesía de la Bucovina, una región caracterizada por su diversidad cultural y lingüística, que hasta 1918 formó parte del Imperio austro-húngaro. En 1939, debido al inicio de la guerra, Celan abandonó sus estudios de medicina comenzados en Tours (Francia) y se matriculó en filología románica en la Universidad de Czernowitz. Presenció la ocupación de la Bucovina por tropas rusas (1940) y alemanas (1941). Sus padres fueron deportados a un campo de concentración alemán donde mueren trágicamente en 1942. Celan pasó los restantes años de la guerra en campos de trabajo del ejército rumano. En los primeros años de la posguerra trabajó de lector y traductor en Bucarest y en Viena. A partir de 1948 vivió en París, donde estudió filología alemana en la Sorbona. Recibió el premio de Literatura de la ciudad de Bremen en 1958 y el premio Georg Büchner en 1960. Además de su actividad literaria, Paul Celan destaca por sus numerosas traducciones del francés –traduce entre otros a Arthur Rimbaud y Paul Valéry–, ruso, inglés, italiano, rumano, portugués y hebreo. Se suicidó el 20 de abril de 1970 en París. De Paul Celan se han publicado en trotta Obras Completas (2009), Los poemas póstumos (2003), ambos traducidos por Reina Palazón, y la Correspondencia con Nelly Sachs(2007).

 

 

 

 

Artículos relacionados:

 

Poemas juveniles de Paul Celan en alemán y rumano. La nube habitada, por Anxo Pastor

Fuga de muerte. La nube habitada, por Anxo Pastor

Volver a Paul Celan y Paul Celan antes de, por Alfonso Armada

Más del autor