Si os he referido estos detalles acerca del asteroide B612 y si os he confiado su número es por las personas mayores. Las personas mayores aman las cifras. Cuando les habláis de un nuevo amigo, no os interrogan jamás sobre lo esencial.
Antoine de Saint-Exupéry, El principito
Les reto a que intenten resolver este ejercicio de cálculo: “Si un coche sale a las 11 de la mañana de Bilbao en dirección a Sevilla a 100 kilómetros por hora y otro coche sale dos horas después desde Sevilla en sentido contrario a 90 kilómetros por hora, ¿a qué distancia de Bilbao, y a qué hora, se encontrarán los dos coches, si ambas ciudades están separadas por 860 kilómetros?”.
La vigente ley de Educación (perdonen que no concrete, pero es que ya ando un poco perdido entre tantas actualizaciones) dice que sabrían solventar este problema si han aprobado la Enseñanza Secundaria Obligatoria (ESO), aunque claro que para muchos supondrá todo un reto pasados tantos años desde entonces.
Si este ejercicio les parece difícil (la solución es que se cruzan a 550 kilómetros de Bilbao a las cuatro y media de la tarde), imaginen ahora que lo que está en movimiento no es un coche, sino un cometa de unos 10.000 millones de toneladas y con forma de patito, y que no viaja a 100, sino a unos 120.000 kilómetros por hora. Desde luego, no ha salido de Bilbao, aunque no juraría que allí no sean capaces de mandar uno de estos al espacio, sino que gira alrededor del Sol en una órbita elíptica que llega incluso más allá de Júpiter. Con estos nuevos supuestos, ¿serían capaces de calcular la trayectoria de una nave espacial que, lanzada hace 10 años, se encontrase con ese cometa tal día como hoy a unos 510 millones de kilómetros de la Tierra?
Uno de los que hizo posible que eso ocurriese entre la sonda Rosetta y el cometa 67P/Churyumov-Gerasimenko el pasado 12 de noviembre se llama Miguel Belló y es de Puertollano, Ciudad Real. Que sea ingeniero aeronáutico aclara un poco las cosas, y aún lo esclarece más que dirija la empresa Elecnor Deimos, una de las compañías más importantes del sector aeroespacial en Europa, cuya sede se encuentra a pocos kilómetros de Madrid. Allí nos recibe en su despacho, y aunque aún no lo sepamos, de su mano estamos en la cuenta atrás para salir vertiginosamente propulsados al espacio exterior.
Antes, como astronautas que se preparan para su próximo salto espacial, tomamos un café en un estrecho recibidor con sillones que hay cerca de la entrada. En el resto de salas y despachos reina el silencio detrás de sus puertas cerradas y parece que no queda nadie en la oficina. Esperando a que la máquina haga el café, y pensando que quizá tuviese mejores planes para un viernes por la tarde, le pregunto a Belló que de cuánto tiempo disponemos para la entrevista.
—El que sea necesario –responde rápido y con franqueza.
Ya con el café en la mano nos dirigimos a su despacho, una estancia enmoquetada, amplia y luminosa, con grandes ventanales y dominada por un gran escritorio. Separada unos pocos metros de él, también hay una gran mesa de juntas. Allí nos sentamos y Corina Arranz empieza a preparar su material para hacer las fotos de esta entrevista.
—Me teníais que haber avisado de que me ibais a tomar unas fotos y me hubiese arreglado más… es que soy muy coqueto –dice Belló cuando se da cuenta.
—Pues entonces espero que no le importe que le haya estado investigando –le digo para empezar–. Sólo un poco.
—No me importa, aunque no habrás encontrado mucha información por ahí.
—Pues la verdad es que eso es algo que, efectivamente, me ha sorprendido.
—Eso es porque somos muy malos divulgando. Es un mal endémico de Europa. La Agencia Espacial Europea (ESA, por sus siglas en inglés) no divulga. La misión Rosetta ha sido una excepción, pero antes de Rosetta estuvo la misión Cassini-Huygens a Titán, a mi juicio tan espectacular como Rosetta o más: metimos una sonda en Titán, una de las lunas de Saturno, a 1.000 millones de kilómetros, con una atmósfera realmente cruel, a 200 grados bajo cero y con nubes de amoniaco. Fue un gran éxito también, lo que ocurre es que no se enteró nadie.
Nuestras exclamaciones de asombro son un buen indicador de lo intenso que ha sido el despegue. El discurso de Belló es como una gran fuerza que te pega al asiento, que hace que todo vibre alrededor, y que te deja con la boca y los ojos abiertos como platos. Es un cohete en ignición y estamos montados en él.
—Bueno, esperemos que a partir de ahora sí –acierto a decir aún aturdido.
—Nosotros [en esa misión] éramos responsables de la entrada en la atmósfera, que es la parte crítica. Titán tiene una cosa que la hace muy especial, y es que tiene atmósfera. Es la única luna del Sistema Solar que la tiene. Y no solo tiene atmósfera, sino que en su composición hay carbono y nitrógeno. De hecho, los científicos creen que si hay vida en el Sistema Solar [al margen de la Tierra], las mayores probabilidades están en Titán. Entonces, se construyó una sonda mixta entre la NASA (la agencia espacial estadounidense) y la ESA que se llamó Cassini-Huygens; Cassini, que es una nave de la NASA, era el orbitador… Bueno, lo sigue siendo, porque lleva un montón de años girando alrededor de Saturno, y Europa ponía la sonda que penetraba y aterrizaba en Titán. Eso se llevó a cabo hace ya algunos años y no apareció en ningún medio. ¡En ningún sitio! Y eso que Titán está 500 millones de kilómetros más lejos que el cometa 67P/Churyumov-Gerasimenko.
En ese momento se levanta de la mesa y se traslada a su escritorio para buscar algo en el ordenador.
—Venid, que os voy a enseñar unas imágenes muy curiosas.
Ya alrededor de su escritorio, él sentado y nosotros de pie a su espalda, miramos las fotos en la enorme pantalla. De nuevo, nos resulta imposible contener las exclamaciones de admiración. Aquí se pueden ver las fotos que nos enseña de esa misión.
—Esto es como una película –susurra Corina.
—Visto desde arriba, [Titán] se parece a la Tierra. Tiene mares, lo que ocurre es que los mares no son de agua, sino de metano. (Aquí cabe aclarar que para que el metano se encuentre en estado líquido la temperatura debe ser de 183 grados centígrados bajo cero o menos, lo que revela que en Titán hace mucho frío).
Ahora Belló, con la mano en el ratón, busca en una extensa lista de carpetas con nombres de misiones espaciales. Para el cursor en una que pone Giotto y la abre. Giotto fue una misión no tripulada de la ESA, lanzada en julio de 1985, que estudió el cometa Haley.
—Esta es la primera foto del cometa Haley. Y la tomó Giotto, que fue la primera misión de la ESA.
—¿Cuándo pasó por aquí el cometa Haley? –pregunta Corina.
—En el 86, en marzo del 86 –responde Belló sin dudar, como tampoco dudará con muchos de los datos que saldrán de su prodigiosa memoria–. Esa fue la primera vez que se fotografió un cometa de cerca.
—Y el que pasó en los noventa, ¿cómo se llamaba? –pregunta otra vez Corina.
—Pues sería el Shoemaker-Levy, que luego se suicidó contra Júpiter –vuelve a responder Belló de carrerilla y como si el suicidio de un cometa contra un planeta fuese la cosa más normal del mundo.
—Y esta es un poco la historia de las sondas –dice señalando la lista en la pantalla de su ordenador–. Nosotros hemos trabajado en todas.
Se detiene en una que pone NEAR.
—Esta es muy curiosa. Ejemplifica porqué los americanos son únicos para vender sus conquistas espaciales. Hicieron una misión que se llamó NEAR, con la que consiguieron llegar hasta un asteroide que se llama Eros. Lo óptimo desde el punto de vista de la trayectoria era llegar en enero, pero ellos, buscando tener más repercusión en los medios de comunicación, cambiaron a una trayectoria con más combustible para llegar el día de San Valentín. Cuando llegaron el 14 de febrero, lo primero que se encontraron fue este cráter en forma de corazón –con el dedo índice marca el lugar en la foto y es cierto que parece tener cierta forma de corazón–. Esto fue portada de The New York Times con un titular del tipo: “la NASA llega a Eros el día de San Valentín y encuentran un cráter en forma de corazón”; que es mentira, porque –busca otras imágenes de la misma carpeta– esto es Eros y no hay un corazón por ningún sitio. Pero para que veáis hasta qué extremo llegan.
—Y esas otras imágenes, ¿por quién fueron tomadas? –pregunto estúpidamente, como si cualquiera pudiese acercarse a un asteroide y fotografiarlo.
—Por el mismo NEAR, que fue una misión muy rápida, del tipo fly-by –dice y se vuelve un poco hacia nosotros para explicar lo que significa–. Hay dos tipos de misiones: rendez-vous (léase rendevú) y fly-by (léase flaibai). Fly-by es cuando te cruzas con un cuerpo, tomas unas fotos y te vas, porque pasas a una velocidad relativa de 50.000 kilómetros por hora. Y rendez-vous es cuando frenas, te quedas, orbitas y analizas. Lo que ha hecho Rosetta es esto, que es mucho más costoso.
Vuelve a encararse con el ordenador y se fija otra vez en las fotos de la misión NEAR.
—Decimos que Rosetta es la primera misión que ha hecho un landing (aterrizaje), pero no es verdad. Este fue el primero, aunque un poco de broma. Lo que hicieron fue que cuando se iba a acabar la vida del satélite simularon un aterrizaje, pero realmente no estaba preparado para aterrizar, no tenía patas y lo que hicieron fue estrellarlo literalmente contra el asteroide. Todo para adelantarse al de Rosetta, que los americanos llevan muy mal que sean otros los primeros que hacen algo. Además, Eros es un asteroide y no un cometa. Y bueno, que digan que fue un aterrizaje es solo ciencia ficción, porque no queda ni un solo tornillo [del satélite] allí. Las que sí son de verdad son las fotos que iba mandando del asteroide cuando bajaba hacia él.
Esto último lo dice rápido y ya con la atención puesta en otra cosa. Belló sigue acordándose de lo que realmente nos quería enseñar mientras nosotros aún estamos embriagados por el corazón de Eros.
—Pero yo a donde iba es aquí –dice abriendo una presentación con diagramas y más fotos sobre la misión Cassini-Huygens–. Cassini-Huygens fue brutal. Como decía, la NASA ponía el orbitador y la ESA la sonda. Se lanzó en 1997 y recuerdo que hubo mucha controversia, porque esta fue la última sonda interplanetaria que llevaba energía nuclear. Esto es importante: se llega tan lejos del Sol que hay que tener paneles solares inmensos [para capturar toda la energía posible de este]. Para evitar eso, los americanos siempre ponían combustible nuclear. Pero como se hacían fly-bys con la Tierra, es decir, la nave volvía a pasar muy cerca de la Tierra, entonces si se hubiese producido un accidente hubiese sido con energía nuclear. Hubo manifestaciones multitudinarias de ecologistas en Cabo Cañaveral en el 97 y la ESA tomó nota de todo eso y Rosetta no tiene energía nuclear.
—Pero ese parece ser un mal menor con la de satélites que hay girando alrededor de la Tierra que tienen energía nuclear.
—Bueno, la ONU recomendó no hacerlo y ahora nadie lo hace. Todavía quedan, es verdad, pero son de los años 70.
—Pues con más motivo.
—Ya, cierto, pero ya se están desintegrando y no tienen tanta actividad –se zafa rápidamente de ese tema y sigue con el hilo discursivo anterior–. La nave Cassini tardó varios años en llegar a Saturno, y nosotros calculamos su trayectoria, ya que esa es realmente nuestra especialidad. En este caso tuvimos que modificar la trayectoria, porque hubo un problema de última hora; resulta que cuando ya se había lanzado la nave, se dieron cuenta de que la empresa italiana que se encargaba de las comunicaciones [entre la nave y la Tierra] se había olvidado del efecto Doppler, y en el espacio el efecto Doppler es muy importante. Tal como estaba diseñada, la sonda emitía en una frecuencia, pero la velocidad relativa respecto a la Tierra era de 50.000 kilómetros por hora, por lo que la señal de retorno no la iba a poder recibir por el cambio de frecuencia debida al efecto Doppler. Poco antes de su llegada tuvimos que cambiar toda la trayectoria de la nave para que el efecto Doppler se anulase.
—Eso sí que es trabajar a contrarreloj.
—Sí, sin duda. Esta es más o menos la trayectoria –dice señalando otra vez un diagrama en el ordenador–. Hay que tener en cuenta que cuando se llega a un planeta, cuanto más cerca se esté de él, menos combustible se necesita para frenar. Pero dar la maniobra cerca de Saturno tiene el problema de sus anillos que, afortunadamente, no son sólidos, tienen aberturas. Hubo que entrar por una de esas aberturas, porque si se hubiese tenido que dar la maniobra fuera de los anillos no hubiésemos tenido energía suficiente. Eso fue encaje de bolillos, meter Cassini entre los anillos de Saturno.
—¿Tan estrecho es el conocimiento de los anillos de Saturno como para saber por qué puertas nos podemos colar?
Es asombroso que Belló hable de hacer maniobras con una nave que se encuentra a mil millones de kilómetros de distancia como si se tratase del coche que hemos aparcado en la calle de enfrente.
—Sí, tenemos un conocimiento muy bueno. Saturno es muy grande, y se puede observar incluso con telescopios desde la Tierra. Pero el caso es que llegamos a Titán, que se asemeja tanto a la Tierra que parece mentira que esté a mil millones de kilómetros. En algunas imágenes aparece un desierto con pedruscos y en otras se ven formaciones como los Grandes Lagos americanos. Bueno, pues no supimos difundir esto. ¡Que esto lo ha hecho Europa!
Se levanta y volvemos a la mesa donde comenzamos la entrevista, aunque esta realmente no hubiese empezado del todo.
—Lo que no se han encontrado, lamentablemente, son restos de vida, pero eso es como si se llegase a la Tierra, se aterrizase en el Sáhara y no se encontrase nada más que arena. A lo mejor puede haber en otro sitio –aclara Belló y vuelve a lamentar la falta de difusión de las misiones espaciales–. Este fue un proyecto precursor de Rosetta que no comunicamos bien. No como ahora, que me ha llamado gente de todo el mundo.
—Sí, ya le he visto en varios medios.
—En muchos, pero periodistas especialistas en el espacio no tenemos nada más que uno en España, que es Alicia Rivero, y que escribe en El País. Ella siempre me recuerda que la primera entrevista que me hizo fue por el tema de Rosetta hace 15 años, cuando yo no tenía canas y cuando era una misión que no se creía nadie.
—Eso es porque cuando se piensa de este tipo de misiones, uno siempre se imagina a los americanos con todos sus medios, su preparación y su dinero, pero no se imagina que Europa también sea capaz. Igual es por lo que usted dice de que no nos vendemos bien.
—Bueno, también es que la NASA tiene un presupuesto de 25.000 millones y la ESA uno de 4.000 millones, seis veces más grande en Estados Unidos que en Europa. Sin embargo, en Europa hacemos misiones de la misma calidad que la NASA, lo que ocurre es que en lo que nosotros hacemos una ellos pueden hacer seis. Es más una cuestión de cantidad que de calidad o de tecnología.
En ese momento le llaman por teléfono para recordarle que van a pasar a entregarle los tickets de peaje. Al final, no estaba la oficina tan vacía como aparentaba. Belló contesta con un par de frases, pero no pierde el hilo.
—Y ojo, que esos 25.000 millones son solo la mitad, porque luego el Ministerio [Departamento] de Defensa dispone de otros 25.000 millones. Estados Unidos dedica 50.000 millones al año al espacio, unas 12 o 13 veces el de toda Europa junta. Pero las capacidades están muy distribuidas. Por ejemplo, en lo referente al cálculo de trayectorias y análisis de misión, que es lo que hacemos nosotros, tenemos capacidades como las de los americanos o mejores y, de hecho, ya les hemos batido en algún concurso extraoficial en cuanto a diseño de misión y en lo que se refiere a optimizar la energía para llegar a cualquier cuerpo celeste. Respecto a los lanzadores, tenemos Ariane 5, que es muy potente y capaz de lanzar prácticamente todo lo que queramos [al espacio]. Y luego tenemos un equipo de universidades y centros astrofísicos que son excelentes. La sonda Philae, sin ir más lejos, no es de la ESA, es del DLR, que es la agencia espacial alemana. Lo que ocurre generalmente es que la ESA hace la misión y sus clientes son los científicos, que son los que ponen los instrumentos. Philae es solo uno de los múltiples instrumentos científicos que iban a bordo de Rosetta, y dentro de Philae hay, a su vez, otros muchos instrumentos, así que aunque Philae hubiese sido un desastre, los otros nueve instrumentos de Rosetta están ya mandando millones de terabites de datos sobre el cometa: del campo gravitatorio, de la rotación, de la estructura, etcétera. Si Philae hubiese fallado hubiese sido muy parecido a lo que pasó con la misión Mars Express, la primera misión europea a Marte, que envió una sonda que era de una universidad inglesa y que fue un gran éxito. Fue la primera que midió de verdad agua en el polo sur de Marte, que es básico si queremos establecer una colonia allí, pero la sonda –la Beagle 2– que se mandó en su momento falló, y falló por una cosa estúpida y fue que tenía poco presupuesto.
Entra una mujer en el despacho y le entrega un sobre con los tickets de peaje. Es muy abultado, como si tuviese pensado ir hasta Saturno conduciendo. Pensándolo bien, estamos ya en un punto que si nos lo asegurase le creeríamos.
—Esa sonda iba a tener unos paracaídas, pero los paracaídas fallaron y no había dinero para cambiarlos ni para hacer más pruebas, así que lo volaron igualmente y volvieron a fallar en Marte. A los medios de comunicación trascendió que Mars Express había fallado, que había sido un desastre, pero es mentira. Mars Express todavía está allí y tiene otros diez instrumentos en funcionamiento: la cámara de mayor resolución de Marte, por ejemplo, es europea y sigue mandando un montón de datos, entre ellos los que hemos visto de la famosa cara de Marte, que ya se ha visto con gran detalle lo que es. Respecto al descubrimiento de agua, los americanos lo deducían por la forma que tenía la geología, porque había formas que indicaban que se había producido una erosión que a la fuerza tenía que ser debida a fluidos, pero quien de verdad midió moléculas de agua de manera fehaciente fue Mars Express. Si uno de los instrumentos falla, al final queda la impresión de que todo ha sido un desastre, cuando en realidad ha sido un éxito. Con Rosetta se corría ese riesgo.
—Pero el caso es que Philae también parece haber fallado en cierto modo. Ya no puede mandar datos, ¿no?
—Sí que puede.
—Pero por lo que tengo entendido, Philae ha ido a caer en un sitio donde no tiene capacidad para cargar las baterías.
—Sí, pero es por las horas de luz. Ahora mismo, a la distancia que el cometa está del Sol, necesitaría unas doce horas, sobre todo debido a la temperatura, que allí es cercana a los 200 grados bajo cero y Philae necesita más temperatura para funcionar. Pero como la potencia de luz es proporcional al cuadrado de la distancia, en el momento en el que se acerque al Sol, las dos horas de luz de ahora serán equivalentes a ocho en cuanto llegue un poco más cerca. Lo que pasa es que los cometas son en gran medida hielo, y cuando se acercan al Sol ese hielo se sublima –es decir, pasa directamente del estado sólido al gaseoso– y se emiten los chorros [de vapor de agua] que forman típicamente la cola de todos los cometas. Entonces, puede ocurrir que justo donde esté posado Philae haya uno de esos chorros y que la sonda salga disparada. Pero si no sale disparada y las partículas de polvo no la dañan, cuando llegue a una distancia determinada del Sol, puede despertarse. No se da por descartado, es una lotería. Pero lo bueno que tiene Rosetta es que va vivir el proceso de cómo se despierta un cometa, cómo y cuándo empiezan los chorros, cómo se sublima el hielo, etcétera. Eso es algo que ya vimos en las imágenes históricas de Giotto, que fueron las primeras del núcleo de un cometa –el Haley–, pero fueron unas imágenes tomadas a una velocidad de 80.000 kilómetros por hora, es decir, con el tiempo justo para hacer una foto y seguir camino. Ahora no, ahora vamos a estar ahí sentados en primera fila. Rosetta se va a alejar a cierta distancia, porque tiene 100 metros cuadrados de paneles solares, por eso que ya he dicho de que no tiene energía nuclear, y si está demasiado cerca, sería como una vela en la que chocarían todas las partículas que se desprenden del cometa. Así que de Rosetta aún vamos a tener muchas imágenes y datos de un proceso que aún no se ha visto. Además, según los científicos, los cometas vienen de la nube de Oort, que comprende un material que creen que es el originario del Sistema Solar. Por eso, hay que esperar a que se analicen los datos que ha mandado Philae.
—¿Eso es porque el verdadero objetivo de esta misión es estudiar el origen del agua en el Sistema Solar?
—Sí, la ESA sólo pone sus medios al servicio de una serie de científicos. Estos proponen varias misiones y la que tiene mayor apoyo de la comunidad científica europea es la que va adelante. La ESA pone el lanzador, la misión, la plataforma, pero los científicos ponen sus instrumentos. De hecho, hay un instrumento español en Rosetta, que creo que se llama Osiris. Como os imaginareis, hay una gran competencia entre los institutos astrofísicos de toda Europa para que sus misiones se aprueben. Y, a veces, hay conflictos entre los científicos y la propia ESA, ya que esta tiene interés en que la gente se entere de lo que hace y los científicos son muy celosos con sus datos y con sus fotos. Pero la verdad es que con Rosetta, de momento, están todos encantados. Sí que hay controversia con lo que pasó con la sonda Philae cuando decidieron soltarla, porque se dieron cuenta que no funcionaba el motor que debía empujar a la sonda contra el cometa para que se anclase bien y aún así decidieron soltarla. Si era un problema de hardware –del aparato en sí– no se podía hacer nada, porque no se podía ir allí a arreglarlo, pero si era un problema de software –los programas que hacen funcionar el aparato–, a lo mejor sí. Y una vez que ese motor falló, se produjo el rebote, y ahí estuvo el problema, porque en una superficie irregular, cuando se deja caer un objeto, este va hacia donde fue Philae. Sólo se produjeron tres botes, pero al final acabó en el fondo de un acantilado sin luz. Es una pena, porque hubiera dado para más, pero aún así esas 48 o 60 primeras horas son horas de datos muy valiosos.
—¿Se puede decir entonces que Philae ya está muerto?
—No, en absoluto. Philae está hibernando.
—Y ¿ha mandado todos los datos que se esperaban? Porque eso no había quedado del todo claro.
—Muchos datos, ¡muchísimos! Se ha medido la densidad, que es de 0,4 [kilogramos por centímetro cúbico], la cual es muy baja, porque si fuese hielo debería ser de 0,9. En vista de esto, se podría pensar que la superficie es como hielo picado y no, la superficie es muy dura, por lo menos donde ha tocado. Se ha hecho un análisis de la superficie, del campo magnético, etcétera. Prácticamente todos los instrumentos han mandado datos. Del que yo soy un poco escéptico es del análisis… –se detiene inseguro–… Pero bueno, yo no soy quién para decir nada, que ya no estoy en las operaciones… –duda pero al final se decide a dar su opinión–. Al haberse quedado [Philae] un poco inclinado era muy difícil llegar al núcleo para extraer y analizar su composición, pero dicen que sí, que ha mandado también el análisis de la sustancia del cometa, que es quizá de los datos más importantes. Pero la tomografía, la primera que se hace de un cometa, y que es un poco como un escáner, el campo magnético, la dureza superficial, todo eso se ha medido y es la primera vez que se mide en la historia. Nos hubiera gustado tener más, pero…
—No, no más, sino que la misión lo que buscaba era en cierto modo arrojar luz sobre el origen del agua en el Sistema Solar a través del estudio de…
—Eso se va a saber estudiando la composición –dice rápidamente sin darme tiempo a terminar la pregunta–. Ese dato ha venido y los científicos tendrán que estudiarlo, ver qué moléculas hay, etcétera. Tardará su tiempo, pero luego saldrá un paper –un artículo– en Nature o en alguna otra [revista científica] y ahí lo contarán. Pero hay que pensar que eso no es algo tan inmediato como una imagen, hace falta analizarlo, elaborar los modelos, esperar a ver qué moléculas de las que aparecen pueden ser una sorpresa. Por ejemplo, se han encontrado moléculas orgánicas, que es algo que ha sorprendido mucho a los científicos. De hecho, hay mucha gente que cree que el origen del agua en la Tierra puede deberse al impacto de cometas, y otra gente que cree incluso que el origen de la vida también se debe al impacto de cometas.
—La famosa teoría de la panspermia –que aboga por que la chispa de la vida vino del espacio exterior a la Tierra montada a bordo de algún objeto que impactó con ella.
—Bueno, yo soy ingeniero y no científico y, aunque leo, no tengo autoridad para hablar de esta materia. Sin embargo, estoy convencido de que va a haber artículos muy interesantes del análisis de todos estos datos y que nos vamos a cansar de leer información sobre 67P/Churyumov-Gerasimenko.
Un viaje alucinante
—Si no estoy mal informado, usted ha sido uno… –rectifico rápidamente–. Bueno, no quiero personalizar; la empresa Deimos ha sido uno de los actores que participaron en el cálculo de la trayectoria de la sonda Rosetta hacia el cometa. ¿Se parece a aquellos problemas que hacíamos de niños sobre los coches que salen en direcciones encontradas a diferentes velocidades?
—Sí, bueno –responde riendo–, es física. En ese sentido, sí. Pero en el cálculo de esta trayectoria hay fundamentalmente dos partes: una es la trayectoria interplanetaria hasta llegar al cometa y otra, muy distinta, es toda la estrategia de trayectorias alrededor del cometa. Las dos las hemos hecho nosotros.
—¿Con “nosotros” a quién se refiere? ¿A Deimos?
—Sí, a Deimos –pero enseguida matiza–. Bueno, en realidad yo empecé con esto en la Agencia Espacial Europea en Alemania hace ya muchos años. Todo mi trabajo lo he desarrollado allí, después en GMV, que es una empresa en la que estuve anteriormente y, por último, en Deimos. Es decir, que en mis tres vidas profesionales, he trabajado con Rosetta. El primer cálculo de trayectoria lo hice estando en la Agencia Espacial Europea, porque Rosetta iba a ir en uno de los primeros [lanzamientos de] Ariane 5, pero hubo un fallo antes y se necesitó un año para analizar cuál fue la causa. Eso hizo que se perdiese la ventana de lanzamiento.
Tal como viene haciendo a lo largo de toda la entrevista, Belló explica los conceptos más técnicos. Su capacidad comunicadora es excelente y, en realidad, estamos recibiendo una impagable clase exprés de astrofísica.
—Toda esta serie de misiones interplanetarias tienen una ventana de lanzamiento, que no es más que una serie de días en los que se tiene que lanzar. Primero se calcula esa ventana y con ella toda la trayectoria. Y no calculamos una única trayectoria, sino que calculamos una familia de trayectorias. Es más, 67P/Churyumov-Gerasimenko se eligió por pura casualidad. Y el señor Churyumov y la señora Gerasimenko, que ahora están encantados porque salen en todos los sitios… Pura casualidad. Pasaba por el sitio adecuado en el momento adecuado. Teníamos una lista completa de todos los cometas que son cíclicos: Wirtanen, Shoemaker-Levy, Haley, etcétera. Esa lista es como de unos cien, y nosotros diseñamos trayectorias para todos ellos. Y diseñamos miles, generamos una base de datos que era como un listín telefónico.
—Pero ¿por qué se ha hecho todo para que el cometa y la nave se encuentren a 500…?
—A 500 millones de kilómetros, sí –vuelve a acabar con la pregunta él mismo–. Eso ha sido porque cuando el cometa está cerca del Sol está muy activo y es imposible. Con paneles solares de 100 metros cuadrados la nave despliega una superficie muy grande, por lo que en cuanto hubiese chocado con el más mínimo chorro de partículas hubiese sido expulsada. Teníamos que llegar cuando estuviera inactivo, es decir, lo más lejos posible del Sol. Pero claro, para llegar tan lejos con una nave de más de mil kilos no se podía hacer con [el lanzador] Ariane 5. No tiene fuerza suficiente. Con un Saturno V –otro lanzador muy potente de la NASA– a lo mejor sí, pero no con Ariane 5. Entonces, lo que se hizo fue salir con una energía que era la justa para ir a Marte y, a partir de ahí, se empezó a jugar con los cuerpos gravitatorios, haciendo lo que los ingleses llaman fly-by (asistencia gravitatoria en castellano). Cada vez que se pasa cerca de un cuerpo (un planeta, por ejemplo), se hace de una determinada manera para aprovechar su tirón gravitacional. Es como si le diera un empujón, y así se va ganando energía. Por eso se hace la secuencia: Tierra-Marte, se gana energía, se vuelve a la Tierra…
—Pero, un momento, ¿esa energía se va acumulando?
—No, sólo se va ganando más y más velocidad, con lo cual se puede llegar más lejos. Cada vez que se pasa cerca de un cuerpo se gana energía cinética. De una manera más simple, es como si se fuese bombeando hasta que se llega.
—¿Es por eso que esta misión ha pasado tres veces por la Tierra en 2005, 2007 y 2009 y una vez por Marte en 2007?
—Sí, espera –dice, cogiendo un folleto que había encima de la mesa–. Creo que tengo aquí la trayectoria. La fuerza de gravedad de los planetas puede, una de dos, o sumar velocidad a la nave o restarla, según cómo se aproxime. Para el diseño de fly-bys se debe ser muy sistemático, hay que analizar todos los casos posibles, todas las combinaciones posibles y todas las fechas posibles. Se puede ir directo o después de dar muchas vueltas, pero se ha de buscar la combinación que permita llegar empleando la mínima energía.
—Y ¿a qué velocidad se mueve el cometa?
—Depende, pero típicamente a unos 30 o 40 kilómetros por segundo –se hace un silencio y todos parecemos intentar imaginar lo que eso significa. Calculo que es como ir de Madrid a La Coruña en 20 segundos–. Pero eso es de media, porque cuando pasa por el perihelio, cerca del Sol, es más. Un caso excepcional es el cometa Haley, primero porque es retrógrado: todos los cuerpos giran igual, contrarios a las agujas del reloj, pero Haley gira al revés, lo cual es una complicación. Esta misión no se podía hacer con Haley, así que lo descartamos desde el principio. Además, Haley pasa casi cada 80 años y nosotros ya no estaríamos aquí para verlo… o a lo mejor sí –concluye por ser cortés, riendo. Nos contagiamos y entre risas añade–: Bueno, la esperanza de vida está subiendo mucho… Entonces, nosotros lo que hicimos fue un catálogo de trayectorias y luego se las presentamos a los científicos. De las miles que había, cogíamos las 50 mejores y los científicos podían ver de qué cometas se trataba y elegir. Pero bueno, podía haber sido cualquiera, porque el conocimiento que teníamos de ellos era nulo; para nosotros, cualquiera de ellos era sólo un punto de luz.
—Pero sí sabían su trayectoria y su velocidad y dónde querían encontrarlo.
—Sí, pero sigue siendo un punto. No sabíamos qué tamaño tenía, qué forma tenía, qué masa tenía, qué campo gravitatorio, cómo rotaba, dónde estaba su eje, etcétera. Pero ese es el segundo problema, vamos a acabar antes con el primero, el de la trayectoria interplanetaria. El ejercicio es: se sale de la Tierra, se hace una secuencia [de viaje] con una serie de fly-bys, se diseñan de manera que se gana energía y con un Ariane 5, con el que en teoría no se puede ir [directamente, porque no tiene suficiente potencia], se consigue una combinación con la que se puede llegar. El problema es que se tarda 10 años. La realidad es que se podría haber tardado menos, pero no se podía ir en línea recta.
—¿Se necesitarían unos depósitos de combustible muy grandes?
—No, porque se necesitaría un lanzador muy potente, que enviase la nave a una velocidad muy grande para hacer un vuelo directo. Generalmente en el espacio no se va empujando [con combustible], sino con la inercia. Se llevan motores, pero sólo para hacer pequeñas correcciones. Es lo mismo que con los satélites; todos están apagados y utilizan los motores sólo para pequeños movimientos y así evitar chocar con la basura espacial. La gente puede creer que una nave está en el espacio en propulsión, pero no, el 99,9% del tiempo se está en un estado que nosotros denominamos marco balístico, es decir, movimiento por pura inercia y sometido únicamente al campo gravitatorio en el que se encuentre.
—Ha dicho que la misión tuvo que durar diez años para llegar con el menor gasto de energía posible. ¿En cuánto tiempo se podría haber hecho?
—Con un lanzador diez veces más potente, podríamos haber hecho un vuelo directo. Esta misión no se puede hacer en tres días, pero a lo mejor hubiese durado tres años en lugar de diez.
—Hablar de una trayectoria es fácil aquí encima de la mesa, pero luego en el espacio hay muchos objetos contra los que chocar. ¿En diez años no da tiempo a encontrarse con muchas más cosas?
—Bueno, el problema lo tenemos cerca de la Tierra, que es donde tenemos 16.000 objetos de basura. Una vez que se sale de ahí, el problema son los asteroides, pero tampoco hay tantos. Lo del cinturón de asteroides es de película, es decir, hay miles de asteroides, pero es que el espacio es inmenso. Ir a dar contra un asteroide es sentarse en el pajar y clavarse la aguja. En el cinturón entre Marte y Júpiter hay muchísimos y por eso es fácil pasar cerca de uno de ellos, pero hay que ir a por él. De hecho, la misión la diseñamos para pasar cerca y encontrarlos. El problema está en que el lanzador tiene unas prestaciones, pero luego tiene un factor de dispersión, es decir, que nunca nos deja donde queremos, y con un error muy pequeño al principio, este se propaga exponencialmente a medida que la nave se aleja de la Tierra.
En ese momento, Belló saca unos folios en blanco y empieza a ilustrar con dibujos todo lo que va a ir contando.
—Imaginaos que salimos de la Tierra y que queremos ir a Marte. Esta es mi trayectoria (desde un círculo pequeño que dibuja en la parte de abajo del papel traza una línea curva hacia arriba). Pues con muy poquito error que tenga aquí (dice señalando cerca del circulito), realmente nos vamos saliendo de la trayectoria (y pinta otra línea que se va separando cada vez más de la anterior, esa que nos iba a llevar a Marte). Y este es nuestro error, que tiene forma de elipsoide (sobre esa segunda línea esboza una elipse y se detiene a explicar su significado). Aquí hay entonces dos problemas: el primero es que se debería estar en una trayectoria, que es la que se calcula (la primera de las líneas que ha pintado), y no se está en realidad en ella (sino sobre la segunda). Y el segundo error se debe a que nos creemos que estamos en un sitio, pero tampoco es cierto. El error que tiene forma de elipse (esa que ha dibujado sobre la segunda línea) representa la distancia entre donde se cree que se está y donde realmente se está, y se llama error de conocimiento. El otro es la distancia entre donde se debería estar y dónde realmente se está (la distancia entre las dos líneas), que es el error de dispersión. Al principio, la dispersión y el conocimiento son lo mismo, pero después, a medida que se van tomando datos, el conocimiento mejora mucho, pero la dispersión aumenta. Por eso, cada cierto tiempo, se deben hacer maniobras de corrección para ir al sitio que queremos ir. Aquí (dice señalando el dibujo que acaba de hacer) estoy exagerando. Obviamente, los errores no son tan grandes, pero sin las maniobras de corrección, es que no llegamos a Marte ni de coña.
—Entonces, ¿después tuvieron que utilizar maniobras de corrección también para parar y quedar cerca del cometa?
—Sí, pero a lo que voy es a que ya hay que darlas mucho antes, nada más salir de la Tierra, para que el error no crezca tanto. Si se tarda mucho, luego se gasta mucho combustible en corregir. En la práctica, lo que se hace es realizar un par de maniobras a los pocos días de salir para ir acercándonos a la trayectoria nominal y otras durante el camino.
—¿Y en el momento en el que se pasa cerca de un planeta, por ejemplo?
—Eso es un fly-by. Se pasa a toda velocidad. Ese es un tema laborioso para el que se necesita un software. Las maniobras reales no las calculamos nosotros, sino que elaboramos las herramientas de software para que lo haga la gente que opera la misión. Lo que sí hemos hecho son muchas simulaciones, calculando el combustible necesario para las maniobras de navegación. Hay que estimarlo muy bien y siempre se habla en términos de probabilidades, porque aunque la trayectoria nominal es determinista, los errores son probabilísticos: el lanzador tiene una dispersión que nunca se sabe cómo es, la presión de radiación solar, con las tormentas solares que empujan son impredecibles, etcétera. Es decir, se calcula el combustible para que sea suficiente con el 99% de probabilidades. Y para ello se hacen miles de simulaciones; se calcula la estadística para un millón de valores aleatorios miles de veces y así es como se navega. Luego, cuando se llega al cometa es otra historia.
—¿Una vez allí se entra en su campo gravitatorio?
—Ese es el tema. La cuestión es que los planetas los tenemos bastante bien caracterizados, sabemos cuál su campo gravitatorio, sabemos su tamaño, su rotación, etcétera, pero del cometa no sabíamos nada. Cuando nos enfrentamos con ese problema no teníamos datos. Nos dijeron: el cometa puede tener un tamaño de entre 200 metros y 10 kilómetros, o 20 incluso, la densidad está entre los 0,2 y los dos kilos por metro cúbico, la rotación –una vuelta alrededor de sí mismo– puede ser de dos horas o de tres meses, la orientación del eje de giro es desconocida, que es muy importante, porque si está perpendicular al sol todo el cometa se ilumina y se ve todo, pero si está mirando al sol la mitad del planeta está siempre iluminada y la otra mitad siempre a oscuras, con lo que la misión cambia completamente. Todos estos parámetros eran desconocidos y teníamos que encontrar una estrategia que funcionara para cualquier combinación de esos parámetros. Y todas estas combinaciones hacían que una órbita [de Rosetta] alrededor del cometa pudiese durar desde una hora hasta ocho meses.
—¿Y en qué se ha quedado todo al final?
—Pues en que el tamaño ha sido del orden de 10 kilómetros, la densidad de 0,4, que es más bien poca, una rotación de entre cinco y seis horas y el eje está más o menos perpendicular al sol. Eso lo sabemos ahora, pero cuando diseñamos la misión hace 10 años no teníamos ni idea.
—¿Y cuánto tarda Rosetta en dar una vuelta alrededor de 67P/Churyumov-Gerasimenko?
—Pues depende de a qué distancia se haga, pero se puede hacer prácticamente en un día. Esto es razonable, porque si se hubiese dado una mala combinación de factores se podría haber tardado ocho meses en dar una vuelta, lo que hubiese sido demasiado lento. Y el diseño de acercamiento se realizó en varias fases –sigue Belló con su explicación de este viaje alucinante–: la primera se llamó FAT (Far Approach Trayectory o trayectoria de acercamiento lejano) y consistía en encontrarlo con la cámara de a bordo. Aunque sabíamos sus efemérides teóricas, la sonda tenía que verlo con sus propios ojos. Es importante destacar que con la trayectoria que definíamos nunca se apuntaba al cometa, porque si se apunta al cometa y fallan las comunicaciones nos chocaríamos con él irremediablemente. Además, hay que tener en cuenta que se tarda media hora en recibir la señal, con lo cual nos enteramos de lo que ha pasado a posteriori y se han de tener muchas horas para reaccionar. Es como si fuéramos conduciendo un coche y giráramos el volante pero hasta pasada media hora no se moviera la rueda. Dependiendo de la distancia, lo ideal es apuntar cerca, y luego, a menos distancia, apuntar más cerca y así sucesivamente hasta que nos situamos muy cerca. En el FAT se estima la posición y la velocidad del cometa.
—Pero eso siempre es relativo, ¿no? Estamos en el espacio.
—Bueno, se toman dos tipos de medidas, las absolutas, que son respecto a la Tierra, y las relativas entre la sonda y el cometa. Luego se mezclan las dos medidas y se estima la posición real del cometa. Así se refina mucho, porque desde la Tierra el error puede ser de hasta 10.000 kilómetros, pero una vez que la sonda llega allí, el error es casi cero. Eso se hace durante el FAT, que duró varias semanas y que es cuando en la cámara de la sonda el cometa es sólo un punto. Cuando en la cámara empieza a ser ya un cuerpo, pasamos al CAT (Close Approach Trayectory o trayectoria de acercamiento cercano) y en ese momento se pueden tener en consideración más parámetros, como la masa, el campo gravitatorio, etcétera. Lo increíble es que a medida que la sonda se acerca se va haciendo ciencia, porque a través de la herramienta de navegación se alimentan los científicos. Esta va informando de la masa y de un montón de parámetros más que se calculan por el propio movimiento. Aquí hay un gran enlace entre la ingeniería y la ciencia.
—¿No es esta misión, al fin y al cabo, más el triunfo de la astronáutica que de la astronomía?
—Una combinación de las dos. Esto de lo que hablamos es astronáutica, pero vemos que enlaza con la astronomía, porque estamos estimando parámetros físicos del cometa, que son necesarios para calcular la trayectoria de la nave, de su propio movimiento. Cuando se va a Marte, por ejemplo, se conocen sus parámetros físicos y, de ahí, se calcula el movimiento de la nave, pero en este caso es al revés; primero se mide el movimiento y de ahí se calculan los parámetros físicos que han provocado ese movimiento. Se llegan a estimar hasta 300 parámetros del cometa. Y después del FAT y del CAT se hizo el TGM (Transition to Global Mapping o transición a mapeo global), que es cuando se deja de estar sometido a la atracción del Sol para estarlo a la del cometa. Todos los cuerpos en el espacio tienen una esfera de influencia, lo que significa que, dentro de esa esfera, si se deja un cuerpo libre cae hacia el centro de esa esfera. Cuanto mayor es la masa, más grande es la esfera de influencia y, para hacernos una idea, la de la Tierra es de un millón de kilómetros.
—Entonces se llama Sistema Solar porque todo lo que está fuera de la esfera de influencia de un cuerpo celeste dentro de ese sistema iría hacia el Sol –razono más para mí mismo que para que me conteste él–. ¿Cuál es la esfera de influencia del Sol?
—La del Sol es de miles de millones de kilómetros.
—¿Eso no está aún por conocer? Si aún se duda incluso de cuál es el último planeta del Sistema Solar.
—Bueno, creemos que [la sonda] Voyager está al límite de la esfera de influencia del Sol, que está ya casi saliendo del Sistema Solar. Pero dentro de la esfera de influencia del Sol hay muchas otras esferas de influencia, y dentro de la esfera de influencia de la Tierra está la esfera de influencia de la Luna. Esto mismo ocurre con el cometa, que también tiene su esfera de influencia; lo que ocurre es que es muy pequeña porque tiene muy poca masa y muy poca densidad y esto hace que sea muy fácil salirse de ella y pasar a moverse alrededor del Sol.
—¿Esa es entonces la distancia dentro de la cual tiene que moverse Rosetta?
—Si lo que quiere es moverse balísticamente, es decir, sin tener que darse propulsión, tiene que permanecer dentro de su esfera de influencia, y ahí entra el TGM. En esta fase lo que se hace es una serie de maniobras para, llegado un punto, parar, entrar en su esfera de influencia y orbitar alrededor del cometa.
—¿Y cómo son las órbitas alrededor del cometa?
—Pues mucho más irregulares de lo que pensábamos. Preveíamos que el cometa pudiese tener formas muy raras, pero es que es un patito, es muy extraño, y eso quiere decir que el comportamiento gravitatorio es muy distinto al de la Tierra. Alrededor de la Tierra la órbita es casi un círculo perfecto, pero en el cometa no son ni siquiera órbitas cerradas. Os voy a enseñar unas órbitas típicas –se vuelve a levantar de la mesa y a encaminarse hacia su escritorio–, para que veáis lo raras que son. ¡Ojo! pero existen, que es algo de lo que se dudaba, pero que nosotros hemos demostrado. Y si existen es que se puede orbitar alrededor de un cometa.
Antes de que el Sol se apague
—Bien parece –respondió Don Quijote– que no estás cursado en esto de las aventuras: ellos son gigantes; y si tienes miedo quítate de ahí, y ponte en oración en el espacio que yo voy a entrar con ellos en fiera y desigual batalla.
Miguel de Cervantes, El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
—A lo mejor el que me estoy enrollando soy yo y los que no tenéis tiempo sois vosotros.
Tras algo más de una hora de entrevista, es Belló el que alude a que quizás era él el que tenía que habernos preguntado sobre el tiempo del que disponíamos. Pero, ¿no sería ahora una pena marcharnos cuando acabamos de llegar hasta el cometa?
—Tutatis es el más irregular de todos los cuerpos que hay –se le viene a la cabeza de repente.
—¿Y por qué se llama Tutatis? ¿Fue un galo el que le puso el nombre? –digo sin saber muy bien qué decir.
—Pues no sé quien le puso el nombre, la verdad –contesta riendo.
Se hace un poco el silencio mientras busca en su ordenador y aprovecho para hacerle más preguntas.
—Usted es ingeniero aeronáutico por la Universidad Politécnica de Madrid.
—Sí –me contesta todavía mirando hacia la pantalla–, y luego hice mi doctorado en Alemania, en la agencia espacial. Doctor en Ingeniería Aeroespacial. Mirad –añade mostrando con la mano los dibujos de unos objetos amorfos y, de paso, un escaso interés por su propia biografía, una vida por y para el espacio–. Este era el modelo que teníamos del cometa. Diseñábamos cuerpos raros para simular todo este tipo de cosas, y está hecho artificialmente porque no sabíamos cómo era.
—¿Y eso que se ve a la derecha? –digo señalando unos gráficos y unas tablas que acompañan a los dibujos.
—Son las líneas de nivel. Esto tiene muchos años –explica, dándose cuenta del tiempo que ha pasado desde entonces–, es de cuando preparamos la misión.
Por lo vistoso de los datos, Corina le pide que amplíe uno de los gráficos para sacar una foto.
—Esta gráfica, por ejemplo, es de cómo va cayendo la velocidad, aquella, la distancia, esa otra, los errores que se van acumulando –y así va señalando gráficas diferentes en la pantalla–. En esa, se ve que los errores suben en momentos puntuales, que es cuando se mete la corrección, pero que vuelven a caer a medida que se van tomando otra vez medidas.
—Le quiero preguntar por el proyecto Don Quijote, ese que ha diseñado para que, en caso de que se acerquen asteroides que amenacen a la Tierra, se puedan desviar de su trayectoria. Igual esta pregunta le va a parecer un poco tonta, pero ¿se les ocurrió después de ver la película Armageddon?
—No, Armageddon es posterior. Pero he de decir que esa película nos ha venido muy bien para que la gente se entere de cuál es el problema. Y el problema existe.
—Pero ¿de verdad existe esa posibilidad?
—Sí, desde luego. No es nada que no nos vaya a dejar dormir esta noche, pero existe. Mirad –dice ampliando una imagen con muchos puntos de diferentes colores–, estos son los asteroides que se pueden cruzar con la Tierra; son decenas de miles y estas son sus trayectorias –sólo se puede ver una maraña de órbitas que se entrecruzan con las de los planetas de Sistema Solar–. Para que os hagáis una idea, de un tamaño de 100 metros hay entre 30.000 y 300.000 que se pueden cruzar con la Tierra.
—¿Y 100 metros qué significa?
—Pues que si chocan contra nosotros sería equivalente a una bomba atómica de 100 megatones —¡La de Hiroshima fue inferior a los 20 kilotones, unas 10.000 veces más pequeña de lo que esto supone! Destruiría Bélgica entera, y hay entre 30.000 y 300.000. (Se hace un silencio pesado). Y del tamaño de un kilómetro, entre 500 y 1.500. Uno de estos destruiría España.
—Y ¿cuándo fue el último que impactó en la Tierra? –pregunta Corina con morbosa curiosidad.
—De un tamaño de unos 10 metros llegan prácticamente todos los días, pero se destruyen en la atmósfera. De unos 30 metros el último fue el de Cheliábinsk, el año pasado. Pero el mismo día que entró, esa misma noche, el Asteroide 2012 DA14, que lo descubrimos nosotros, pasaba a 20.000 kilómetros. Si en lugar de impactar el bólido de Cheliábinsk hubiese impactado ese hubiesen muerto dos millones de personas en Rusia. Todo esto lo conocemos con bastante seguridad porque ganamos el concurso europeo para el servicio de protección de NEOs (Near Earth Objects u objetos próximos a la Tierra), que llevamos a cabo en colaboración con el observatorio de Mallorca y con gente que tenemos en Roma dando el servicio de alerta de posibles riesgos de colisión. Pero respecto a lo que me preguntabas –se dirige a Corina–, el anterior al de Cheliábinsk fue el de Tunguska, que cayó en Siberia en 1908 y mató a dos personas, pero que si hubiese caído en Nueva York hubiesen muerto millones. El último con más víctimas fue en 1492 en China, por el que murieron 10.000 personas. El que acabó con los dinosaurios medía 10 kilómetros, y de esos sólo hay 10, contra los que se produce un choque cada 60 millones de años.
—Es decir, extinción masiva.
—Sí, una vez cada 60 millones de años. ¡Oye!, pero va a pasar, y va a pasar antes de que el Sol se convierta en una enana blanca –y se apague–. Falta mucho más para que se apague el Sol que para que uno de estos gordos nos dé de lleno. Pero es que ya del orden de un kilómetro, estamos hablando de una bomba atómica continental y hay entre 500 y 1.500. Aquí tengo las probabilidades –continua, leyendo los datos de una tabla–: uno de 50 metros cada década, uno de un kilómetro cada 100.000 años y uno de 10 kilómetros cada 10 millones de años. Esto es como en la aldea gala de Astérix, que sólo temen que se les caiga el cielo encima, pero que eso no va a ser mañana. Este es un problema que no va a ocurrir mañana, pero para el que hay que estar preparados porque el riesgo existe y no hay más que echar un vistazo a los cráteres de la Luna o de Marte para darse cuenta de que no es un invento. Lo que ocurre es que la Tierra tiene atmósfera, agua, vegetación y erosión, y por eso no nos enteramos tanto, pero quien haya visto el cráter Barringer en Arizona, cerca del Gran Cañón, sabrá que es un cráter de dos kilómetros, perfecto… precioso.
—Y el del golfo de México.
—Ese dicen que es el que acabó con los dinosaurios, aunque no está demostrado al 100%. Que es un cráter sí y posiblemente el impacto más grande sobre la Tierra, aunque hubo otro muy grande en Patagonia, que generó un tsunami que llegó hasta Alaska en 24 horas, con olas de 80 metros. Pero bueno, de esos hace ya más de dos millones de años. El problema de los pequeños de 10 metros estuvo más durante la Guerra Fría, porque al tratarse de explosiones en la alta atmósfera y ser detectados por los satélites más de una vez estuvieron a punto de provocar una guerra de misiles.
—Respecto a sus efectos en la Tierra, ¿todo esto cómo se puede saber pasados tantos años desde entonces?
—Porque se estudia el cráter y se hacen simulaciones dinámicas de la evolución de cómo sería el movimiento de tierras y cuál sería la energía disipada.
—¿Cómo se encontraron, por ejemplo, con el cráter de la Patagonia?
—Lo hizo gente que estaba estudiando el fondo del mar y observaron una formación extraña. Pero el de Barringer se ve perfectamente, hay una gran pradera y de repente un cráter circular en el que el suelo se hunde. Ahora mismo, con el que más riesgo se corre es Apofis, y el problema que hay con él es el mismo que os contaba antes sobre el elipsoide de error de la nave: sabemos que en este caso ese elipsoide es muy alargado y también que Apofis nos va a visitar en 2029 y no nos va a dar, va pasar a cierta distancia. Pero dentro de este elipsoide, hay unas posiciones que llamamos los “ojos de cerradura”, que si pasa por ahí [cuando visite la Tierra en 2029], en 2036, que vuelve, nos va dar. La probabilidad es muy baja, de uno a 40.000 o 50.000, pero pensemos que la lotería le toca a uno de cada 100.000, así que es como si jugáramos dos números. Y es de unos 300 metros. Asolaría media España.
—¿Y qué se puede hacer con él?
—Pues hay gente que ha propuesto cosas muy curiosas. Un compañero nuestro –se entiende que de Deimos–, que me acompañó mucho en Rosetta, pidió que se lo propusiéramos a –un tal– Ivaskin, que es un ruso que ha hecho muchos estudios al respecto. Lo que ha propuesto es pintar el asteroide, porque si se pinta de un color reflectante las partículas del sol chocarían de una determinada manera que haría que se pudiese mover. O de negro para que lo atraiga, y en lugar de mandar a Bruce Willis, mandamos a Pepe Gotera y Otilio para que lo pinten (las carcajadas son estruendosas y tienen la virtud de disipar un poco la angustia generada por la sombra de Apofis). El problema es que para hacer cualquier cosa de esas se necesita tiempo. Si se quiere hacer muy rápido, entonces está Don Quijote, que permite hacerlo con un solo impacto. Bueno, en realidad, hay dos métodos que se barajan ahora mismo; el primero es con una bomba nuclear, pero el que ha aceptado Europa ha sido el nuestro. Se trata de un impacto cinético sin explosión, porque si se impacta contra él se puede mover y, además, se genera un cráter, sale masa y eso multiplica la energía del impacto. Ese factor multiplicador se llama factor beta y hay que ensayar para saber cuanto supone. Don Quijote es un ensayo, y no lo queremos para cuando pase algo, sino trabajar con él ya para aprender a manejarlo.
—Sí, eso, que no sea como en la escena de la película Armageddon, en la que se buscan soluciones para evitar el desastre dentro de treinta días.
—El problema de la bomba nuclear, que es el método de Bruce Willis, es que: primero, un 3% de los lanzamientos fallan, así que, si la probabilidad de que Apofis choque es de 1 a 50.000, pero al lado de Miami se lanza una bomba atómica que puede fallar tres de cada 100 veces, pues casi mejor esperar a ver qué pasa con Apofis. Segundo, si se destruye, en lugar de tener un único objeto que vigilar, vamos a tener muchos. La película igual ha hecho mucho daño en ese sentido, y es que los americanos se decantan más por la energía nuclear. Pero Europa más por el impacto sin explosión, y es que con moverlo cincuenta micras por segundo ya vale, porque las distancias son tan grandes que con moverlo muy poco eso haría que pasase de largo.
—Entonces, ¿cómo funciona Don Quijote?
—Pues hace lo que ha hecho Rosetta. De hecho, todo lo que se ha utilizado para Rosetta valdría para este proyecto, porque es casi lo mismo. Al final, un asteroide es lo mismo que un cometa en cuanto a dinámica en el espacio. En este caso son dos sondas, Hidalgo y Sancho, que se lanzan juntas desde la Tierra en una trayectoria que vuelve a ella pasados seis meses. En ese momento, haciendo una maniobra determinada, una de las sondas –Sancho– la mandamos al asteroide para que haga un rendez-vous, igual que Rosetta, y la otra –Hidalgo– la mandamos a Venus para que la impulse a gran velocidad mediante un fly-by. Se llegaría simultáneamente con una sonda a baja velocidad para observar lo que ocurre y con otra a una velocidad muy grande para poder mover el asteroide con un solo lanzamiento. Sancho luego vuelve a la Tierra para darnos el dato exacto de la velocidad, que no podemos calcular desde la Tierra con tanta seguridad y así poder medir el impacto. El proyecto, en esencia, lo que busca es aprender a deflectar (desviar) asteroides, con el truco de hacerlo muy barato al lanzar las dos sondas juntas (se para en su alocución y señala la pantalla). Estas son simulaciones que hicimos por ordenador del impacto y esto es lo que ocurre: en el choque, que sería a 80.000 kilómetros por hora, una gran masa se expulsa en forma de cono y eso hace que el efecto del desplazamiento se multiplique.
—¿Por qué le pusieron el nombre de Don Quijote al proyecto?
—Es curioso, porque no se lo pusimos nosotros, y eso que yo soy manchego.
—Sí, de hecho, pensaba que era por eso.
—No, fue porque en este proyecto trabajamos con un profesor de la Universidad de Pisa, Andrea Milani, que es una persona a la que le gusta mucho leer y que ha leído El Quijote varias veces. Le gusta tanto que se empeñó en ponerle ese nombre. A mí, he de confesar que me parecía un poco cursi para una misión espacial, pero nos convenció. Al concurso, hace ya bastantes años, se presentaron 23 ofertas y la ESA preparó algo parecido a una gala en Roma donde se presentaron los proyectos. Al final dijeron lo típico de “and the winner is” y cuando nombraron Don Quijote no veas la que se montó. Salimos en las portadas de periódicos de todo el mundo. La gente entonces se puso a opinar sobre el nombre y hasta hubo un cachondo americano que dijo que, como eran dos módulos, había que llamarlo Dolly Parton –se ríe Belló, sin aclarar si esa ocurrencia se debía a la exitosa unión entre la cantante de country y el músico Porter Wagoner o a sus voluminosos pechos–. Ganamos porque fuimos los primeros en diseñar un solo lanzamiento con dos sondas, algo que nadie había logrado y que significaba 10 millones de euros menos.
—¿Tienen ya algún plan, algún objetivo en el que probar estas sondas?
—Estamos en un momento complicado, porque, por un lado, entramos en una fase de más inversión y, por otro, la Unión Europea quiere entrar en misiones espaciales. La ESA y la Unión Europea se están ahora repartiendo los roles y quieren que todo lo que tenga que ver con seguridad y protección lo lleve la Unión Europea, así que el proyecto ahora está parado a la espera de que se tome la decisión.
—¿A qué se refiere con la Unión Europea? ¿A la Comisión?
—Sí, a la Comisión Europea a través del programa Horizonte 2020, en el que han metido un par de proyectos que lideramos nosotros, y que ya financia otros programas como Galileo o Copernicus. Pero está todo muy parado, porque se tarda mucho en preparar las misiones científicas y las siguientes son a Marte y a Mercurio, que ya están diseñadas y que van a ser muy bonitas cuando lleguen.
—¿A Mercurio? ¿Para orbitar en Mercurio?
—Sí, y esa es muy interesante porque, como está tan cerca del Sol y se mueve a velocidades tan grandes, se va a usar para estudiar los parámetros de la Teoría de la Relatividad y eso abre a la ciencia nuevos retos. De hecho, la anomalía de la órbita de Mercurio se explica por la relatividad; el planeta gira muy deprisa y a esas velocidades no sirve la física newtoniana. La relatividad solo introduce perturbaciones muy pequeñas, pero que en Mercurio ya se pueden medir. Allí pasará lo que pasa con Rosetta, que con el propio movimiento de la nave se podrán predecir los parámetros de la física post-newtoniana y la matriz de los parámetros relativistas, y en ello vamos a jugar un papel clave los ingenieros que hagamos la astronáutica. Vamos a hacer ciencia haciendo astronáutica, como con Rosetta.
A la conquista del espacio
De vuelta en la mesa, aprovecho para cambiar un poco la dirección de la entrevista que, con los asteroides, nos estaba llevando hacia un destino del todo apocalíptico.
—En un artículo que escribió en el diario El País en 2003, decía que el sector aeroespacial estaba en profunda crisis. ¿Se refería al español?
—Realmente el programa espacial español es el programa espacial europeo. Esto se mueve por continentes y cada continente es muy impermeable. Para nosotros es muy difícil trabajar en Estados Unidos porque todo está bajo regulación militar, y en Europa también es complicado que alguien de fuera trabaje en este sector. Y luego están Rusia, Japón y China, que cada país es un mundo. Lo que sí está claro es que si en 2003 estaba mal, en 2008 era horrible. En la última conferencia interministerial España redujo mucho su aportación, pero ahora hay otra donde se espera que España vuelva a los niveles de inversión que tenía antes. Con ello, nosotros esperamos recuperarnos un poco del recorte presupuestario que hubo, que fue brutal y que, en algunos proyectos, como el Space Debrie, en el que somos líderes, supuso que España de poner el 30%, pasase al cero. ¡Cero!
—¿De qué trata ese proyecto?
—Es el programa que gestiona toda la basura espacial. Realmente se llama SSA (Space Situational Awareness o reconocimiento de la situación en el espacio), y se encarga de estudiar todos los riesgos del espacio, no solo el problema de la basura espacial, sino también amenazas de asteroides o de actividad solar, como las tormentas solares. Bueno, pues las empresas españolas éramos líderes en ese proyecto y España ponía el 30% (del presupuesto). Ahora hemos abierto filiales en Rumania, en Inglaterra, en Portugal, etcétera, y toda la actividad de este proyecto se la ha llevado Rumania, porque España no ponía nada. Era un páramo la situación, pero probablemente mejore. Estuvo hace poco Rajoy en la Agencia Espacial Europea, en un acto en Villafranca…
—Sí, bueno, también estuvo en el CSIC y fíjese cómo está… –soy yo ahora el que le interrumpe.
—Bueno, pero en este caso comunicó que España iba a estar otra vez, si no a los niveles que teníamos antiguamente, unos 200 millones al año, sí cerca de los 150… ¡Y ya estamos lejos de donde deberíamos estar! Pero bueno, ya es algo, estamos ahí, somos alguien; es que muchos programas no los podíamos ofertar las empresas españolas. Ahora ya sí. Luego se gana o no, se es bueno o no, porque en la ESA no hay corrupción, es muy limpia y se basa en los méritos: si eres bueno, ganas, y si eres malo, pierdes. Y allí estamos acostumbrados a competir con alemanes, con franceses, con italianos, de tú a tú y, a veces, ganamos. Pero es que hubo un tiempo en el que España dejó de pagar y no podíamos ni ofertar.
—¿Entonces se va a reactivar la carrera espacial?
—En realidad, en Europa nunca se ha producido el parón que hemos tenido en España; no ha tenido los ritmos de crecimiento de otros años, pero se ha mantenido. Francia, Alemania e Italia no han tocado sus presupuestos e Inglaterra (Reino Unido) ha aumentado un 25% su actividad, y por eso estamos en Inglaterra. En España se ha bajado el escalón hasta el programa mínimo obligatorio, que es ciencia, y que lo dirige el español Álvaro Giménez, por cierto, pero en el resto hemos bajado a cero. Y el esfuerzo es realmente pequeño, es lo que cuesta un kilómetro de autopista, si me apuras. ¡Es que Bélgica pone tanto como España con cuatro veces menos población! Está claro que en época de crisis cualquier cantidad es grande, pero estamos hablando de cantidades ridículas en comparación con cualquier otro presupuesto. Recuerdo una vez, que se montó un lío porque le comenté a un periodista off the record que lo que España invertía en espacio era lo mismo que la cláusula de rescisión de contrato de un futbolista. Salió en la portada y hubo un pequeño revuelo, pero es que era verdad, por entonces estábamos en ciento y pico millones, que era la cláusula de rescisión de no sé qué futbolista.
—¿Y cómo está China en este sector?
—Con China hay que tener en cuenta una cosa, y es que en occidente se suelen medir sus presupuestos espaciales por volumen de dinero. Pero la obra de un ingeniero en China es 100 veces más barata que en Estados Unidos, por lo que aunque el presupuesto de China en dólares es más pequeño que el de Estados Unidos, si se mira como se tiene que mirar, que es en horas por ingeniero, es más. Con 50.000 millones (sólo por comparar, recordemos que Belló espera que el de España llegue a los 150), Estados Unidos tiene unas determinadas horas de ingeniero, pero por 10 veces menos, los chinos tienen 10 veces más. En resumen, China va muy deprisa, tiene lanzadores muy buenos y puede poner un hombre en órbita, algo que Estados Unidos no puede ahora mismo.
—Eso sí que es una sorpresa. Y ¿por qué no?
—Pues porque el Space Shuttle –el transbordador espacial estadounidense– está en tierra y los sistemas que lo van a reemplazar aún no están activos. Y les falta algún tiempo para poder hacerlo. Ahora que se está hablando tanto de los embargos a Ucrania, es un poco hipócrita, porque la única forma que tienen los americanos de bajar o subir a sus astronautas de la Estación Espacial Internacional (ISS por sus siglas en inglés) es que se los bajen los rusos. Y tienen que pedir por favor que se los bajen, así que todo eso de sancionar a los rusos en el espacio es una tontería. ¡Pero si dependen de ellos, por favor! Ahora mismo los únicos que pueden poner un hombre en órbita son Rusia y China, Estados Unidos no puede.
—Un poco en relación con este tema, le quiero pedir su opinión sobre unos proyectos que me han llamado la atención en los últimos meses relacionados con la conquista del espacio. El proyecto Mars One, por ejemplo.
Resopla y uno no se sabe muy bien si es porque efectivamente no lo conoce o porque lo considera ciencia ficción.
—No estoy muy puesto, la verdad; el día a día no me deja leer muchas otras cosas.
—Mars One es una iniciativa con ingenieros, diseñadores y científicos de varios países, sobre todo holandeses, que aseguran que pueden poner un hombre en Marte en 2025.
—Lo de poner un hombre en Marte es solo cuestión de dinero. Si Estados Unidos hubiese seguido al mismo ritmo que cuando puso un hombre en la Luna ya tendría una ciudad en Marte. En aquellos tiempos dedicaba un presupuesto bruto espectacular y había una cantidad enorme de gente trabajando en eso. Cuando se acabó su carrera espacial con Rusia dejó de haber inversiones. Esos 50.000 millones de los que hemos hablado están muy bien, pero no es nada comparado con lo que estaban dedicando cuando subieron a la Luna. Pero [además del dinero] el verdadero problema de llegar a Marte es la resistencia humana a la radiación, porque una vez que se sale del escudo de la Tierra, cuyo campo magnético nos protege, en seguida se está sometido a ella. Por eso, la probabilidad de ir a Marte y volver y no venir con cáncer es muy baja. Los viajes a Marte son de ida, pero no son de vuelta.
—Claro, es que es justo eso, quieren mandar gente allí y que se quede para siempre.
—Bueno, las trayectorias a Marte están más que superadas, los vuelos de entrada atmosféricos están más que superados y Marte está más que caracterizado. Un vuelo a Marte dura entre 10 meses y un año, después hay que estar esperando allí a que se den las condiciones para poder volver y luego otro año en volver. Un viaje de ida y vuelta a Marte puede durar cuatro años, y cuatro años sometido a radiaciones es mucho. Lo que se podría hacer es blindar la nave con plomo, pero claro, si se blinda con plomo entonces sí que es difícil llegar a Marte, porque todas las naves están hechas de aleaciones muy ligeras. No hay una nave que pudiese hacerlo de golpe, habría que mandarla al espacio por piezas, como un mecano, y ensamblarla allí. O ensamblarla en la Luna, en la que mucha gente piensa ya como etapa intermedia.
—¿Pero para eso no habría que poner un lanzador en la Luna?
—No, se haría tal como se ha hecho la Estación Espacial Internacional, que se hizo a base de muchos lanzamientos, mandando módulos, y al final se ha montado una estación con el tamaño de un campo de fútbol. Y al no salir la nave desde la Tierra –y no tener que vencer las fuerzas a las que nos somete–, la energía necesaria sería mucho más pequeña. Hay mil proyectos, solo es cuestión de que alguien diga: 20.000 millones, aquí están, y se va a Marte. Insisto en que es un viaje sólo de ida, pero bueno, creo que han pedido voluntarios y se han presentado no sé cuantos miles –concluye Belló, revelando que está más enterado de lo que dice.
—Sí, se presentaron 200.000 voluntarios.
—Creo que era el torero Juan Belmonte el que decía aquello de que “hay gente pa tó”, hasta para ir a Marte y morirse allí.
—Tienen la motivación de que van a ser los primeros en hacerlo.
—Ya, pero a mí me gustaría contárselo a alguien.
—¿Y que dice del proyecto Persephone, que lo que quiere es mandar una nave autosuficiente al espacio exterior, una especie de cápsula con los últimos supervivientes de la Tierra y enviarlos para que caigan donde caigan?
—No he leído nada de esa misión, pero en cualquier caso, más vale que tengan un objetivo, porque o se va a un sitio determinado o en el espacio no se va por ahí y de repente se pasa por Marte. Si no se tiene un blanco, lo normal es que no se pase por ningún sitio en décadas.
—¿O que se choque con algo? –insisto, con Apofis todavía entre ceja y ceja.
—Eso es muy improbable; lo normal es quedarse vagando por el Sistema Solar. Hay que ir a un sitio a propósito para encontrarlo.
—¿Y por qué hay que tener siempre un objetivo?
—Pues porque los planetas son enanos –en comparación con la inmensidad del espacio–. Ya hemos hablado antes de que sus esferas de influencia son ridículas; sería como si en un campo de golf tirásemos la pelota y esperásemos que cayese en un hoyo. Seguro que alguno ha hecho un hoyo en uno alguna vez, pero es que le regalan un coche, así que fácil no es.
Sin olvidar el origen
La ambición jamás se detiene, ni siquiera en la cima de la grandeza.
Napoleón Bonaparte
—¿Les ha costado mucho llegar donde están?
—Pues no es fácil, porque es un mundo muy especializado y muy competitivo. La ESA funciona por concursos, en los se compite con empresas de todas las grandes potencias europeas, aunque un poco protegidos de las americanas, y es complejo tener un nicho de excelencia. Nosotros tenemos algunos en los que somos reconocidos y favoritos para los concursos. Y eso es todo, porque en España no hay un programa nacional, al contrario de lo que ocurre en otros países; Francia, por ejemplo, pone 650 millones en la ESA y otros 650 en su programa nacional, Alemania, 700 millones en la ESA y otros tanto en su programa, así que las empresas (de esos países) pueden jugar a dos cartas.
—¿Entonces viven sólo con lo que viene de fuera?
—Hemos estado viviendo del presupuesto de ciencia obligatorio al que España no puede renunciar salvo que se salga de la ESA. Y tenemos filiales en otros países que, ahora en vacas flacas, es de donde estamos sacando nuestra actividad. Lo bueno de estos proyectos es que no se hacen de un día para otro, y aunque España ha dejado de poner dinero, había un remanente de otros proyectos del que hemos ido echando mano. Al final con estas cosas uno se hace más fuerte, como cuando se pasa una enfermedad grave.
—Si uno no se muere antes…
—La verdad es hemos pasado momentos muy difíciles, sobre todo porque ese nicho en el que uno es experto enseguida es ocupado por otro. Europa sigue su marcha y, por eso hay empresas francesas e italianas que se han hecho fuertes en el tiempo que nosotros hemos estado fuera de juego. Pero lo hemos estado evitando desde los otros países en los que estamos y que, además, nos han mostrado un apoyo muy grande. La agencia espacial rumana, por ejemplo, nos ha ayudado mucho, al igual que la inglesa, y yo personalmente he tenido reuniones con el ministro de Ciencia y Tecnología inglés, tengo su correo electrónico y se preocupa si nos van bien las cosas. Aquí, al ministro no le conoce ninguno de nosotros –se ríe con una mueca de incredulidad en la cara–, y en Inglaterra, donde tenemos sólo 12 personas, somos una empresa reconocida y apoyada. En Rumania tenemos ocho personas y somos una empresa reconocida y apoyada, porque formamos a ingenieros locales, porque estamos generando tecnología de alto valor añadido, etcétera. Diversificarnos geográficamente nos ha ayudado y, ahora que España parece que quiere volver, nos permite ser actores desde varios países y eso nos otorga una mayor flexibilidad.
—¿Cuáles son los orígenes de la empresa?
—Deimos es un poco atípica, porque lo normal es que, en este mundo, se hable de grandes corporaciones y nosotros somos un pequeño grupo de ingenieros que montamos la empresa en 2001.
—¿Todos compañeros de la Universidad Politécnica de Madrid?
—El nexo de unión es que la mayor parte de nosotros trabajábamos en GMV (antes de fundar Deimos), aunque hay otros que no.
En ese momento se da la vuelta en su silla y señala una foto ampliada y enmarcada que cuelga de la pared presidiendo la mesa en la que estamos sentados.
—Esa foto es del día que fundamos la empresa; ingenieros, matemáticos, físicos, todos juntos en la puerta de la oficina del notario en la que firmamos. La empresa era un poco como una cooperativa y todos, los veintitantos trabajadores, éramos accionistas. Así empezamos, y fue muy duro, durísimo, porque este es un sector en el que no se aprecia a los nuevos que entran. Por si eso fuera poco, la empresa en la que yo estaba antes –GMV– me demandó por competencia desleal y nos pedía 1.000 millones. Imagínate empezar y ya encontrarte con una demanda de 1.000 millones –y añade en tono irónico–: Afortunadamente eran de las pesetas de entonces. Más tarde, el juez dijo que no existe la esclavitud en España, y que la gente es libre de crear empresas.
—¿Qué es GMV?
—Nació como una spin-off (una iniciativa empresarial) de la universidad. Yo estaba en la cátedra de mecánica de vuelo y me convertí en el primer ingeniero de esa empresa; el catedrático puso 500.000 pesetas y así empezamos en los años 80. Después me fui a Alemania y allí fui el jefe de GMV en la Agencia Espacial Europea, donde llegamos a trabajar hasta 40 personas. Hoy en día son 1.000 personas y es una gran empresa. Pero aquel catedrático era de la vieja escuela y cuando me despedí de él me dijo: “Voy a dedicar el resto de mi vida a que te arrepientas de hacer esto”. Con eso te digo todo. Y lo hizo, pero su vida fue corta, porque murió a los pocos meses. Pero todos esos meses los dedicó a ir por toda Europa diciendo que éramos unos ladrones de propiedad intelectual y otras cosas inimaginable –recuerda con pesar, aunque sin perder el sentido del humor añade–. Pero nos vino muy bien, porque nos hizo muy buena propaganda; la gente se quedaba intrigada de que fuese despotricando de esa manera contra alguien que se acababa de ir de la empresa. “Eso es que deben ser buenos”, decían.
—¿Y toda esa gente sigue hoy en la empresa?
—Casi todos. En la foto hay un inglés que se ha vuelto a Inglaterra por motivos personales y otro que se ha ido a Alemania, pero la inmensa mayoría siguen. Lo que ha ocurrido es que las enormes inversiones que teníamos que hacer para tener nuestro propio satélite no las podíamos afrontar nosotros solos, y Elecnor, que es una gran empresa española que cotiza en bolsa, entró en nuestro capital con el 50% al principio. Así fue durante diez años, en los que no paramos de crecer y en los que llegamos a ser hasta 500 ingenieros, una de las empresas más grandes de España en el sector espacial. Y todo de ese pequeño grupo que estábamos ahí aquel día.
—¿Ustedes tienen un satélite propio? –pregunto incrédulo.
—Dos –contesta tan tranquilo, como si hablásemos de tostadoras–. Hemos invertido en nuestros propios satélites en lugar de trabajar sólo para la ESA. De hecho, Deimos 1 es el primer satélite español alrededor de la Tierra y Deimos 2 es el segundo. España estaba desarrollando proyectos nacionales, pero llevan 15 años de retraso y nosotros ya tenemos los dos primeros lanzados. Nos interesan mucho las aplicaciones directas del espacio en la vida en la Tierra, como el cambio climático y el medio ambiente, la agricultura, los desastres naturales, los incendios, los bosques y muchísimas cosas más.
—¿Y quién los ha puesto en órbita?
—Los lanzamos con Dnepr, de la empresa ISC Kosmotras, que no es más que un misil reconvertido. Con Deimos 1, Pedro Duque –el primer astronauta de nacionalidad española que ha estado en el espacio– se pidió una excedencia, se vino con nosotros cinco años y fue el que lanzó Deimos 1 desde una filial que creamos –Deimos Imaging, S. L. A Pedro Duque le conozco bien ya desde antes de su época de astronauta, porque él y yo fuimos de los primeros españoles que estuvimos en Alemania. Como ahora ya no vuela, le planteé el reto del primer satélite español alrededor de la Tierra y le encantó. Sin embargo, lo que sí fue una gran aventura fue lanzar Deimos 2, porque se lanzó a medias entre Ucrania y Rusia. Tuvimos cinco ingenieros en Ucrania montando el lanzador, que luego tuvieron que atravesar la frontera con Rusia. Esos cinco ingenieros podrían escribir un libro con su aventura: en mitad de una guerra y viajando en un tren con nuestro satélite montado encima de un misil. Lo lanzamos en junio, justo el día de la coronación del Príncipe, lo cual está muy bien, porque así en los aniversarios del Rey también sabremos que son los de nuestro satélite. Deimos 2 es un satélite de muy alta resolución, de 75 centímetros, lo que lo convierte en uno de los 4 o 5 mejores del mundo y lo construimos íntegramente en Puertollano, en una sala limpia especial.
—¿A qué se refiere con una sala limpia?
—Una sala limpia es donde se montan los satélites –echa mano del folleto que ha tenido encima de la mesa desde el comienzo de la entrevista y busca en él la imágenes–. Este es el aspecto de nuestra sede en Puertollano, que es un centro espacial de pequeñas dimensiones. Allí se hace el diseño, se integra y es donde se encuentra el centro de control y la antena. Y aquí está la sala limpia –dice, mostrando una imagen en la se puede observar una gran habitación prácticamente diáfana, de paredes blancas y techos muy altos, con operarios que trabajan cubiertos de pies a cabeza, como si en lugar de tratar con piezas de maquinaria, lo hiciesen con enfermos contagiosos–. El acceso a la sala limpia está restringido y tiene una atmósfera controlada, porque hasta la más mínima mota de polvo que se pueda depositar, en el espacio es un problema de narices. Puede tapar la lente o dañar la maquinaria.
—Pero si luego hay que llevarlo a Ucrania…
—Sí, pero va todo perfectamente embalado, metido en un contenedor y siempre con una atmósfera de ese tipo. Deimos 1 lo controlamos desde Boecillo, en Valladolid, y Deimos 2 desde Puertollano y, básicamente, lo que hacemos son análisis de deforestación. Mirad, esto es Brasil –se detienen en otra imagen del folleto con distintos tonos de verde de lo que parece ser una región del Amazonas–. Uno puede creer que la deforestación se produce de manera aleatoria, pero no es así –en la foto señala unas zonas lineales más claras que se van ramificando desde una línea central más gruesa–. Existe una sistemática de cargarse la Amazonia y nosotros somos testigos de ella. De hecho, estos informes se los pasamos al gobierno brasileño. Todo esto es deforestación ilegal y minería ilegal. Si habéis estado en las Médulas, en León, sabréis que los romanos hacían pasar agua a presión por el suelo para ir formando la mina, que es lo mismo que se hace en este sitio: se desvía agua de los afluentes del Amazonas y se hace pasar a presión por la tierra para que salgan las pepitas de oro. También cubrimos África para la Unión Europea, para detectar potenciales problemas de hambruna al hacer estimaciones de las cosechas. Tenemos un barrido muy amplio y podemos cubrir África entera en pocas semanas. Algunas de las acciones que llevamos a cabo las tenemos que cobrar para rentabilizar la inversión, pero otras no, como las que realizamos para la ONU. Cuando cubrimos desastres naturales lo hacemos como responsabilidad corporativa. En particular, la primera imagen del tsunami de Japón fue nuestra –en las famosas instantáneas que nos enseña Belló de aquel fatídico día es casi imposible encontrar puntos que puedan servir de referencia–. Esta es la zona de Sendai antes del tsunami, que es un valle fértil, y unas horas después es como un fiordo. Con estas imágenes se puede saber qué líneas de ferrocarril estaban cortadas, qué carreteras, qué zonas están inundadas, etcétera, y así es como la ONU organizó la ayuda. Tampoco esto lo supimos divulgar.
—¿No se parece un poco al programa Galileo?
—No, el programa Galileo es sólo de navegación. Es como el GPS, que manda un mensaje para saber la localización, pero no envía imágenes.
—¿Y llegará el día en el que Europa llegue a ser independiente de GPS?
—Cuando Galileo esté en marcha sí.
—¿Y cuándo va pasar eso?
—Pues los dos primeros satélites no se encuentran, lamentablemente, en la órbita final, pero tampoco están muy lejos. Respecto a lo que se ha escrito sobre ellos, he de decir que sí se van a poder usar. En mi opinión, ahí hay alguien que quiere cobrar el seguro por todo el ruido que ha hecho. Yo creo que en un par de años lo estaremos usando y va a ser más preciso que el GPS, porque Galileo tiene cuatro frecuencias y GPS solo dos.
—¿Por qué son importantes las frecuencias? ¿Qué tiene que ver?
—Porque con un satélite que se encuentra a 20.000 kilómetros y que envía una señal que atraviesa la ionosfera, lo que se mide es el tiempo que tarda en llegar esa señal. Y la ionosfera retrasa esa señal. Ese retraso ionosférico depende del cuadrado de la frecuencia –a la que se emite la señal desde el satélite–, por lo que si se emiten señales en varias frecuencias es más fácil eliminar el error. Pero como Galileo se retrase mucho, al final GPS se va a reforzar y va a acabar teniendo tantas como él. Los de Galileo no han sido problemas técnicos, sino políticos.
—¿Y qué opina de GPS?
—GPS es del Departamento de Defensa estadounidense, del ejército, y si mañana el ejército americano lo apaga, se apagaría en todos los aparatos que funcionan con él. Es más, nadie les obliga a dar el servicio que están dando, que dan gratis y que cuesta entre 3.000 y 4.000 millones al año. Lo que hacían antes era meter un error artificial de 150 metros para que sólo los militares americanos tuviesen una precisión de un metro, pero eso fue hasta un mes antes de que se aprobase Galileo. Los americanos no querían Galileo, porque no iba a tener ese error, y lo que hicieron fue quitarlo y jurar por el niño Jesús que no lo iban a volver a meter para que Europa no aprobara Galileo. Pero ya era tarde, y una vez que quitaron el error, la gente se acostumbró a vivir sin él y ahora no se atreven a volver a meterlo, porque ya hay muchos sectores muy poderosos, como el del automóvil, la agricultura de precisión, los relojes o los móviles, que no lo aceptarían. Pero también hay que tener en cuenta el sistema ruso, el Glonass, que tiene el problema de que es como el Guadiana, que a veces funciona muy bien pero otras se les cae el sistema y no lo reponen, con lo cual no es fiable. Los chinos están lanzando un sistema que se llama Beidou –brújula en chino–, pero tienen un problema de frecuencias con Galileo. En ese caso fuimos tontos los europeos, porque los chinos quisieron trabajar con nosotros, se unieron al programa, pero ya estaba repartido lo más importante y les dejamos las migajas. Ellos lo que hicieron fue hacerse con toda la documentación y luego irse para construir su propio sistema. Y más rápido que el nuestro. Pero solo es posición, no tiene nada que ver con [los satélites] Deimos, que son para la observación de la Tierra, imágenes, que en el caso de Deimos 2 tienen una resolución que se ven hasta los coches.
—¿Quién puede tener acceso a eso? –pregunto, pensando en drones, espías y otras menudencias.
—Nosotros esto lo vendemos. Tenemos que recuperar la inversión y con Deimos 2 nos hemos gastado 60 millones de euros. Esto lo cuento porque nosotros no teníamos ese dinero, ni nos lo daban los bancos, y es por eso que Elecnor entró en el capital con el 50%. Cuando lanzamos Deimos 1 ya no podíamos seguir, la inversión era enorme y tampoco queríamos limitar la capacidad de la empresa a nuestra capacidad de financiación, por lo que vendimos nuestra parte y ahora somos 100% Elecnor. Pero seguimos igual de motivados.
—Pero al final las decisiones no las toman ustedes.
—No, la empresa no es nuestra, eso es cierto, pero seguimos gestionándola. Lo que ocurre es que si se tratase de problemas puntuales, aún se podría haber encontrado un socio capitalista sin habernos desprendido de toda la empresa, pero con el plan tan ambicioso que teníamos, de poner un satélite en el espacio que está entre los cuatro mejores del mundo, pues no. Tenemos el defecto de que somos muy ambiciosos.
—Entonces tienen que estar muy bien considerados.
—En la ESA la verdad es que sí, pero es que si no no se ganarían los concursos. Allí nada se hace a dedo, no hay corrupción ni amiguismo, y si se pierde es porque no se es suficientemente bueno. No como aquí, que estuvimos en un concurso para el Ayuntamiento de Sevilla, para hacer un satélite para los jardines, y hace poco nos enteramos de que quien ganó el concurso está ahora mismo en la cárcel junto con el concejal de Jardines. No teníamos probabilidad de ganarlo y gastamos 200.000 euros en preparar el proyecto. Y claro, ahora nosotros y el resto [de empresas] que presentaron ofertas hemos tenido que demandarles. Es desesperante, y al final lo que consiguen es que no ofertemos en España.
—Eso es muy triste, porque al final se vacía el país de contenidos.
—Ya [el satélite] Deimos 1 lo hicimos en un 90% fuera de España. Y en Estados Unidos también [estamos bien considerados]. Todo el campo americano lo gestionamos nosotros. Ganamos el concurso del USDA, el Departamento de Agricultura estadounidense, para facilitarle imágenes de todo Estados Unidos sin nubes cada 15 días. Llevamos cuatro años ganando ese concurso y ya nos han dicho que nos van a renovar el año que viene. ¡Todo el campo americano se controla desde Valladolid!
—¿Y qué hacen con ese mapa?
—Saber en todo momento y hectárea por hectárea lo que tienen plantado. Y se puede hacer zoom hasta 20 metros. También hacemos el campo francés. Antes lo hacía el Spot 4, un satélite francés de una empresa francesa, pero murió y se decidió no hacer otro, con lo cual usan nuestros datos. Esto es una cosa que los franceses de a pie no saben, ellos creen que es un satélite francés. Y también vamos a empezar en Rusia. En España –se encoge un poco y baja la voz, como si no quisiese que le escuchase nadie–, el Ministerio de Agricultura, cero. El ITACyL (Instituto Tecnológico Agrario de Valladolid), que nos prometió que al estar allí iba a hacer uso de nuestro satélite, cero. En España no se hace nada. Y no se entiende, porque la inercia tecnológica en la agricultura es brutal. Tenemos clientes privados, eso sí. ¡Por favor! –va subiendo el tono de voz progresivamente. Tenemos un satélite español que observa todo el campo de Estados Unidos, ¿cómo no vamos a hacer el español? ¡Que ese es un proyecto que costaría 200.000 euros! –en este momento Belló está casi gritando. Les tiene sin cuidado –dice con su tono normal otra vez. Por ese dinero se tendría un mapa de todos los cultivos de España y se podrían predecir cosechas, daños, etcétera. Un ejemplo: cuando se produjeron las inundaciones del Mississippi –en 2011–, el mercado americano de materias primas empezó a subir, porque se pensó que se había perdido toda la cosecha. Nosotros tomamos una imagen y como aquellas superficies son inmensas, se descubrió que la pérdida de cosecha era sólo del 0,3%. Les dimos un informe y el mercado de materias primas volvió a bajar. Después nos dijeron que sólo con el trabajo que hicimos aquellos dos días ya tenían para pagarnos diez años más por el uso del satélite, porque se habían estado pagando las materias primas a un precio fuera de lo normal. Pero bueno, aquí estamos en el país que estamos.
—Sí, pero no vamos a profundizar más en eso, ¿no?
—No, no vamos a hacer más sangre —relativiza Belló— En lo que sí que estamos contentos es en el sector de los agroseguros, porque antes se tenían que mandar peritos para ver cómo estaba el campo y ahora nosotros lo hacemos por satélite. Tenemos el archivo de España de los últimos 10 años, con lo cual también se puede comparar. Y, además, es un dato más objetivo que el de antes y más rápido; Deimos 1 abarca toda la superficie de España en una sola imagen y se puede elaborar un informe de cualquier zona de España en cinco horas. Y está todo automatizado. La realidad es que esto no es un coste, sino un ahorro, pero claro, cuesta cambiar las cosas. Otra cosa que estamos haciendo es un estudio para la Denominación de Origen Ribeiro, para detectar [precozmente] la infestación de hongos [en las viñas]. El agricultor no es capaz ver en el infrarrojo, y cuando se produce una infección de mildiu, por citar uno de esos hongos, puede tardar mucho en verlo, pero con el satélite es cosa de un momento. Pero las aplicaciones son infinitas: con lo del pesquero Alakrana –secuestrado por piratas somalíes en 2009–, nosotros identificamos dónde se encontraban los esquifes de los piratas que asaltaron los barcos, y también hacemos temas de contrabando en Gibraltar.
—¿Les contrata también el Ministerio de Defensa?
—Sólo hemos hecho alguna prueba piloto con ellos, pero nos contrata más la Agencia Marítima de Seguridad, también la francesa, para temas de piratería, para ver por donde se mueven los piratas en el Índico y avisar a los barcos.
Y no se olviden de recoger la basura
—¡Recordad! ¡Lo único que debemos temer es que el cielo caiga sobre nuestras cabezas!
René Goscinny & Albert Uderzo, Asterix le gaulois
—Respecto a la basura espacial, he leído en algún lugar que ustedes propusieron quemar alguno de los satélites que orbitan alrededor de la Tierra. ¿Cómo se hace eso?
—Se hace ordenándoles una maniobra para que bajen hacia la atmósfera y que allí se quemen, pero eso sólo con los que se mueven en órbita baja, donde hay unos 16.000 objetos que vemos y que todos los días medimos. Los tenemos que conocer para maniobrar con nuestro satélite y que no choque con ellos. Hay una persona dedicada exclusivamente a hacer esto en nuestro centro de control, porque se han perdido algunos satélites por choques de este tipo. Para esos 16.000 en órbita baja, eso es lo que la ONU recomienda. Y se quema todo salvo dos cosas: los satélites que tienen energía nuclear, que es un problema –parece que sin resolver– y que quedan unos cuantos volando, y los grandes acoplamientos como la Estación Espacial Internacional (ISS), que habrá que enterrar algún día. La MIR (estación espacial) por ejemplo, se enterró en el Pacífico. Estos no se queman, porque son tan grandes que llegarían trozos a la Tierra, del resto no llega nada.
—¿Cómo se enterró MIR en el Pacífico?
—Pues haciendo una maniobra para que cayese en una zona determinada.
—¿Pero eso no se nota? –pregunto, pensando en olas gigantes e histeria.
—Claro que se nota y por eso se hace aposta, para que caiga en una zona donde no haya barcos, se desaloja, etcétera. La ISS, el día que la jubilemos, tendremos que hacer eso mismo, se enterrará en el Pacífico un día, porque no va a estar allí arriba toda la vida, que es muy grande. El problema está en que hay objetos como el Envisat, el satélite de observación de la Tierra más grande jamás construido, que pesaba 10 toneladas, con los que se ha perdido el control y ya no se pueden mover. Eso sí que es un peligro porque es como un autobús de dos pisos que está girando alrededor de la Tierra y que no se va a poder quemar. Caerá en algún sitio…
—Cómo que caerá en algún sitio…
—Sí, porque es muy grande y muy probablemente llegue algún trozo después de que atraviese la atmósfera –resuelve Belló con un tono neutro, como si ya se hubiese acostumbrado a la idea de tener un autobús de la City rondando sobre su cabeza–. Pero luego están los llamados [satélites] geoestacionarios, que están más lejos, a unos 36.000 kilómetros, y que son en torno a cinco mil, de los cuales unos 300 están operativos. También hay restos de choques, fragmentaciones, partes de lanzadores que se quedan allí, etcétera. La basura, en resumen. Nadie en los años 80 pensó que podía pasar esto y cuando se lanzaba un telescopio, por ejemplo, y se soltaba la tapa, se dejaba todo allí, un poco como se hacía antes en el campo, que se dejaban los botes, el papel de aluminio y todo lo demás. Ahora ya nadie lo hace.
—Bueno, yo no diría eso tan alegremente, al menos en lo que al campo se refiere.
—Ya, bueno, aún hay gente que lo hace, pero en los años 60 y 70 no se tenía conciencia y cuando se diseñaban las misiones espaciales era un poco como el que iba al campo y dejaba allí la basura. Ahora ya no, ya nadie deja nada y se tiene mucho cuidado [con hacerlo], porque las velocidades relativas son tremendas y los impactos muy fuertes. Entonces, lo que se hace con estos satélites geoestacionarios es una cosa con la que hemos trabajado mucho, que es diseñar una órbita cementerio para dejarlos allí. Hemos calculado que unos 500 kilómetros más arriba [de donde están], los objetos se quedan ahí, se pueden mover, se pueden inclinar, pero no se van a cruzar con los operativos en unos 2.000 años. Confiamos que para entonces ya se haya encontrado una solución, que se haya inventado un camión de la basura que sea capaz de llegar allí y llevárselo todo. Lo que también se debe tener presente es que enterrar [un satélite] implica hacer una maniobra [con él], pero que con ese combustible necesario [para hacerla], un satélite podría seguir operando durante un año o más, y eso supone muchos millones de euros. Ser ecologista en el espacio es muy caro y sólo lo son los que están concienciados con ello, como Hispasat o los americanos, pero no los países emergentes que tienen sus primeros satélites en órbita. Pero todo se andará, y ahora estamos mejor que antes, aunque este es un problema gravísimo.
—¿Y quién está echando más basura?
—De lo último, lo chinos son los mayores culpables, pero este es un tema político: hubo un momento en el que Bush [hijo] sacó una ley diciendo que se arrogaba el derecho de destruir cualquier objeto en órbita dañino para Estados Unidos, aunque era más bien una pose. Los chinos respondieron a esa pose destruyendo un objeto en órbita a 800 kilómetros, con lo que se produjo una explosión que generó de 2.500 a 3.000 objetos nuevos de un día para otro; se pasó de 13.500 a 16.000 objetos en un segundo y encima [se hizo] adrede. De hecho, nosotros hemos tenido que hacer maniobras para evitar trozos de aquella explosión, y eso cuesta dinero, porque cada vez que se hace una maniobra hay que parar las operaciones, se deja de generar imágenes, etcétera. Hay muchos intereses creados y la ONU no legisla, sólo recomienda un código de buenas prácticas que han asumido la NASA y la ESA, pero que muchos países no asumen porque no les da la gana, lo mismo que con la emisión de gases de efecto invernadero. Afortunadamente, los que más satélites lanzan, que son los americanos, son respetuosos [en ese sentido], y lo son porque juega en su propio interés: si se hubiese seguido con el ritmo [de generar basura espacial] de los años 80, se estimaba que para el año 2050 se iba a llegar a un punto en el que se produciría lo que se llamó Colisional Cascading, que es [una teoría] que defiende que si de cada colisión [en el espacio] se producen unos 2.000 fragmentos, llegará el momento en el que se producirá una colisión en cadena que haga que, en lugar de tener 16.000 objetos grandes, tengamos 3 millones de pedazos más pequeños. Llegados a ese punto ya no habrá quien pueda volar. Esta teoría la lanzó Kessler, un científico de la NASA que logró convencer a la gente y que hizo que la cantidad de basura en el espacio, que no dejaba de aumentar, de repente se parase y empezase incluso a disminuir. Luego llegaron los chinos y empezó a aumentar otra vez, pero se ha parado un poco el incremento que había. Y este es un gran problema para los que operamos satélites. Sin embargo, lo más preocupante es que todavía quedan unos 1.600 kilos de material nuclear en órbita entre uranio, plutonio y otras cosas, unos 50 artefactos que irán cayendo [a la Tierra] con el tiempo.
—¿Y si alguno cae aquí en Madrid?
—Hombre, la probabilidad de que caiga en Madrid es muy baja –relativiza Belló– y nosotros trabajamos mucho en predecir dónde pueden caer.
—¿Eso quiere decir que tienen esos dispositivos más o menos controlados?
—Sí, los tenemos controlados, y en el momento que se sabe que algo va a caer somos una de las empresas que se encargan de calcular dónde. Para eso se tiene que calcular la vida que le queda [a cada uno de esos dispositivos], pero claro, un error de 20 minutos en ese cálculo supone que el punto de impacto cambie incluso de continente, porque se mueven tan rápido que pueden dar una vuelta a la Tierra en una hora y media. El último que cayó fue un Soyuz, y ese me tocó a mí calcularlo cuando aún estaba en la Agencia Espacial Europea. Para eso se calculan las trayectorias de las últimas órbitas, se superponen a un mapa del mundo y se avisa a los países que se encuentran a una distancia de 50 kilómetros a la derecha o a la izquierda de esas líneas. Me acuerdo que este Soyuz iba a caer en mitad del Atlántico, pero pasaba por Palma de Mallorca unos 10 minutos después. Teníamos que avisar a protección civil y mi jefe de entonces, que era suizo, llamó al ministerio pensando que el bedel le iba a responder en inglés. Imaginaos la escena: el bedel no le entendía ni una palabra y me vino a mí a decir que estaba desesperado, que quería avisar al Ministerio del Interior, pero que no le entendía nadie. Entonces llamé yo en español y les conté todo esto. ¿Sabéis lo que me dijeron? Que de cualquier manera no iban a hacer nada, que no querían alertar a nadie. Y no se hizo nada.
—¿Y dónde cayó?
—En la Patagonia. Fue una suerte que cayese en las montañas y no pasase nada, porque era uno de los grandes. Eso es porque cayó diez minutos antes de lo previsto, pero si hubiese caído diez minutos después hubiese impactado en Palma de Mallorca. El problema es que no es posible saberlo con exactitud, porque esa nave había durado veinte años y equivocarse en 10 minutos es muy fácil. Una semana antes se tiene un error grande que se va achicando con el tiempo hasta que unas horas antes se puede acotar. Pero, aún así, el error sigue siendo muy grande. Hace poco cayó un telescopio alemán que tenía un equipo de composición cerámica que resistía mucho el calor y pensaron que algo podía llegar a la Tierra. Estuvimos trabajando en ello y nos pasó eso, que teníamos una línea donde sabíamos que podía caer pero tuvimos un error de unos 20 minutos que fuimos incapaces de mejorar. Al final cayó en el mar, que es lo bueno de la Tierra, que cuatro quintas partes son mar. Eso ayuda, como también ayuda que haya mucho campo. Hasta ahora no se ha registrado ningún reporte de muerte por la basura que haya caído del espacio, pero sí hay una leyenda urbana con la vaca de Fidel [Castro], que se quejó por la muerte de una vaca cubana cuando le cayó un trozo de un cohete que despegó de Cabo Cañaveral. Aunque de esto no hay ninguna constancia.
Cuando salimos de la oficina de Belló es ya de noche. De manera inconsciente, nos detenemos un instante en la puerta y dirigimos la vista hacia el cielo, hacia ese manto negro repleto de estrellas que, por un momento, ha dejado de ser tan ajeno y tan lejano. Y lo contemplamos con la mirada brillante y evocadora de quien acaba de regresar de un largo viaje que ha cambiado por completo su percepción del mundo, con los ojos de quien por fin se da cuenta de que es cierto que, a veces, la realidad supera con creces a la ficción.
Fotos de Miguel Belló: Corina Arranz
Esteban G. R. Luna (Madrid, 1979) es científico de vocación periodística. Educado en la Institución Libre de Enseñanza, se formó como ingeniero de montes, más tarde se doctoró en ciencias agrarias y, ya exhausto, realizó el máster de periodismo de El País.Por todo ello, teme haberse convertido en una especie en vías de extinción. Además de en el CSIC, el INIA y la Universidad de La Rioja, ha trabajado en la delegación gallega de El País y en la sección de opinión de Cinco Días, periódico con el que aún colabora esporádicamente. En FronteraD ha publicado Mi mascota es una especie invasora. Una historia de emigrantes forzosos que han llegado para quedarse, ¿Sueñan los científicos con abejas robóticas? Ante la inquietante desaparición de las abejas de la miel, y mantiene el blog Por ciencia infusa. En Twitter: @egr_luna
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