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Miguel de Cervantes, entre mar y tierra

 

En una época de abuso del propio yo como motivo fotográfico y del diario personal como formato, seguir a Miguel de Cervantes supone mirar el mundo alimentados por su infinita curiosidad, su inteligencia y su honda humanidad. En Cervantes siempre queda un rincón donde refugiarnos, a resguardo de los vientos tan tempestuosos como fugaces que arrastran los fastos de cualquier centenario.

 

Su vida transcurrió entre el mar de su juventud y las grandes extensiones de las Castillas y la Andalucía de su madurez y su vejez. No es difícil suponer que mientras desde el Mediterráneo soñaba con su patria, luego, recorriendo las mesetas hispanas, recordase las aventuras y las travesías de su juventud. Y ambos, mar y tierra, fueron dejando huella en su obra. Como escribió Torrente Ballester en El Quijote como juego, “Desde el remoto ejemplo de La Odisea, la narración de aventuras resulta de la combinación de dos elementos estructurantes: un caminante y el azar, de tal suerte organizados que, siendo uno el caminante, sean muchos los azares”.

 

El portugués Adolfo Correia, conocido por todos como Miguel Torga, hombre también de vida y obra acompasadas y ejemplares, y declarado admirador de Cervantes hasta el punto de ponerse por nombre Miguel en homenaje al autor del Quijote (junto con Miguel de Unamuno y el arcángel San Miguel; y Torga, brezo en portugués, por ser planta rústica y muy pegada a la tierra), escribió en Câmara ardente: “Solo nos es concedida / esta vida / que tenemos; / y en ella es preciso / procurar / el viejo paraíso / que perdemos”.

 

Tal vez la fotografía para mí no es más que el intento de buscar ese paraíso, que no tiene por qué ser nada “paradisiaco” en el sentido más habitual del término, y que en definitiva no es otra cosa que el mundo que cada uno llevamos dentro. Sin olvidar que “las lecciones de los libros muchas veces hacen más cierta experiencia de las cosas, que no la tienen los mismos que las han visto, a causa de que el que ve con atención repara una y muchas veces en lo que va leyendo, y el que mira sin ella no repara en nada, y con esto excede a la lección la vista, según nos dejó dicho el propio Cervantes en el Persiles.

 

 

 

 

Grecia. Bahía de Lepanto, en el Golfo de Corinto, donde tuvo lugar la batalla del mismo nombre en 1571, en la que participó Cervantes como arcabucero. Y allí cayó herido quien al final de su vida no dudó en poner en boca de don Quijote: “¿Por ventura es asunto vano o es tiempo mal gastado el que se gasta en vagar por el mundo, no buscando los regalos dél, sino las asperezas por donde los buenos suben al asiento de la inmortalidad?”.

 

 

 

 

 

Camino por Villamanrique, en la comarca del Campo de Montiel, Ciudad Real. “El famoso caballero don Quijote de la Mancha, dejando las ociosas plumas, subió sobre su famoso caballo Rocinante, y comenzó a caminar por el antiguo y conocido Campo de Montiel. Y era la verdad que por él caminaba”.

 

 

 

 

 

Grecia, bahía de Navarino (actual Pilos), en el Peloponeso, donde tuvo lugar el desdichado episodio en el que también participó Cervantes como soldado y del que nos dice, por boca del Cautivo, en la narración de su historia intercalada en el Quijote: “Vi y noté la ocasión que allí se perdió de no coger en el puerto a toda la armada turquesca […] no por culpa ni descuido del general que a los nuestros regía, sino por los pecados de la cristiandad, y porque quiere y permite Dios que tengamos siempre verdugos que nos castiguen”.

 

 

 

 

 

Llanura de la Mancha por Cinco Casas, cerca de Argamasilla de Alba, que un día de 1905 atravesó Azorín en carro, camino de Puerto Lápice, dispuesto a recorrer, o acaso inventar, La ruta de don Quijote, por encargo de El Imparcial con motivo del anterior centenario. “Sólo recorriendo estas llanuras, empapándose de este silencio, gozando de la austeridad de este paisaje, es como se acaba de amar del todo íntimamente, profundamente, esta figura dolorosa”.

 

 

 

 

 

Restos del fuerte de La Goleta o de Carlos V, en Túnez. En la reconquista de este imponente castillo aún participó el soldado Cervantes, en una gesta que también será recordada en el Quijote por el mismo Cautivo: “al año siguiente, que fue el de setenta y tres, se supo como el señor don Juan había ganado a Túnez y quitado aquel reino a los turcos”.

 

 

 

 

 

Venta de Borondo, en el antiguo camino de las carretas, entre Bolaños de Calatrava y Manzanares, que se mantuvo en activo hasta mediados del siglo XX. No es raro que, por su porte imponente, don Quijote confundiese estas viejas ventas manchegas con castillos. “Y como a nuestro aventurero todo cuanto pensaba, veía o imaginaba le parecía ser hecho y pasar al modo de lo que había leído, luego que vio la venta se le representó que era un castillo”.

 

 

 

 

 

Golfo de Túnez desde el tren, camino de La Goleta. En 1574 se perdió de nuevo la plaza y es el Cautivo quien nos lo sigue narrando: “fue particular gracia y merced que el cielo hizo a España en permitir que se asolase aquella oficina y capa de maldades, y aquella gomia o esponja o polilla de la infinidad de dineros que allí sin provecho se gastaban”.

 

 

 

 

 

Por el Camino Real de Guadalupe a Valencia, atravesando la provincia de Toledo a la altura de Burujón. Este camino, que conocía bien el escritor por haberlo hecho él mismo en más de una ocasión, es el que hará recorrer a los protagonistas del Persiles en su peregrinar a lo ancho de la península. Pero como hizo con don Quijote en Zaragoza, nos dirá “No quiso Periandro [Persiles] que entrasen en Toledo”, en ese esquivar grandes ciudades de regusto muy cervantino.

 

 

 

 

 

Marina de Argel. Cuando Cervantes se dirigía a España, recién licenciado, su galera fue apresada por un navío berberisco y todo el pasaje conducido prisionero a Argel. Vuelta a tierras magrebíes, pero ahora para un largo cautiverio. Cinco años de mirar incesantemente el mar con la esperanza de ver llegar alguna nave que lo liberase. Pero, como afirma Jean Canavaggio, “de la que no renegará nunca es de la lección que sacó de su experiencia argelina”.

 

 

 

 

 

Molino de Campo de Criptana. Albert Camus, nacido en Argel, en el barrio de Belcourt, por donde, en uno de sus intentos de fuga, anduvo escondido Cervantes más de trescientos años antes, cuando aquello apenas era arrabal de la ciudad, escribió en su cuaderno de notas en 1939: “Sí, yo he luchado contra los molinos de viento, pero es completamente indiferente luchar contra molinos de viento o contra gigantes. Tan indiferente que es fácil confundirlos”.

 

 

 

 

 

El estuario del Tajo y la ciudad de Lisboa. Quiso Cervantes hacer a los peregrinos del Persiles desembarcar en Lisboa, antes de iniciar su marcha hacia occidente camino de Valencia y, finalmente, de Roma. Y es en Lisboa donde tomó Cervantes contacto con el Atlántico y, menesteroso y fracasado, pidió un empleo en las Indias, que como todo lo que esperó del poder, no le fue concedido. De haberlo logrado ¿hubiera existido un Quijote en tierras de Nueva España?

 

 

 

 

 

Toledo. En Esquivias, un pueblo de la Sagra toledana, se casa Miguel e intenta enderezar su vida. Aún le quedan no pocos viajes, peripecias y sinsabores por delante. Pero Toledo, y luego finalmente Madrid, serán decisivos en su dedicación a la literatura. En un giro de sorprendente modernidad, en el capítulo nueve del Quijote, nos descubre que el verdadero autor de la obra es un tal Cide Hamete Benengeli, historiador arábigo, y que él no hace más que transcribir unos cartapacios que se encontró, escritos en lengua aljamiada, en el alcaná [mercado] de Toledo.

 

 

[Agrega el autor: Esta propuesta podríamos decir que es un desvío o un camino paralelo a partir de mi trabajo Miguel de Cervantes o el deseo de vivir, libro y exposición producidos por AC/E, Ediciones Anómalas y el Instituto Cervantes, donde se puede visitar la exposición en Madrid, calle Alcalá 49, hasta el 1 de mayo].

 

 

 

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José Manuel Navia es fotógrafo. En FronteraD ha publicado Acerca de un’nóstos’ particularSergio Larrain. Su web es Navia.

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