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Sociedad del espectáculoArteMillicent Young, espiritualidad y conciencia en el arte contemporáneo

Millicent Young, espiritualidad y conciencia en el arte contemporáneo

Millicent Young, afincada en Saugerties, una localidad al norte del estado de Nueva York, ha producido recientemente un magnífico conjunto de obras, como se puede ver en  la 11 Jane St. Installation Art & Performance Space de la Cross Contemporary Art. Young creció en Nueva York y estudió en la Universidad Wesleyana de Connecticut, en la Universidad de Virginia y en la Universidad James Madison, también en Virginia. Ahora lleva dos años viviendo en Saugerties, a unas dos horas de la ciudad de Nueva York. Sus piezas siguen afectando el tiempo, y tienden a la abstracción, apoyada en un uso llamativo de los materiales naturales: crines de caballo, ramas de árboles o arcilla. Las propiedades no objetivas del arte de Young pueden actuar a veces en concomitancia con los intereses sociales y políticos, como ocurre en su exposición When There Were Birds, Part I (Cuando había pájaros. Parte I, 2019). Por lo general, las abstracciones de Young mantienen su carácter, lo que significa que su lírica se deriva del sorprendente uso de los materiales y no de una adherencia al realismo visual. También significa que su arte se basa en una imaginación que, en términos generales, no contrae deudas con las especificidades de su entorno inmediato. Young es una artista muy unida a las bellezas particulares que la rodean, aunque su imaginación también se ve cautivada por otras preocupaciones más amplias, incluso de carácter internacional. Es probable que el logro que se puede ver en esta exposición sea fruto de la tensión entre los detalles derivados de la naturaleza y el interés en los temas sociales y políticos que Young aborda.

Como las artes plásticas tienen poquísimo margen para innovar en el sentido técnico, gran parte del arte contemporáneo no solo aborda la preocupación por los temas nacionales, sino también los internacionales. Se puede discutir si, dada la necesidad de una especificidad temática en el arte, la consideración global por esas preocupaciones reforzaría el trabajo de los artistas, cuya producción siempre es local, como es lógico. Pero a causa de internet, a veces –quizá muchas–, en el arte se abordan problemas que están fuera de la geografía inmediata del artista, incluso en la escultura abstracta: véanse las piezas realizadas por la artista colombiana Doris Salcedo, que obtuvo su posgrado en Nueva York. Sus esculturas, que suele realizar con madera y cemento, profundizan en silencio sobre la violencia política: los desaparecidos en Argentina o las consecuencias del régimen colonial. Sin embargo, su obra no procura una ilustración real de esos sucesos y condiciones, sino que se presenta como una abstracción completa. Esto le confiere a su trabajo una posición no especificada que pierde las ventajas de la especificidad.

Pero en la obra If I Speak (Si yo hablo, 1998), Young va en ambas direcciones: hacia una alta especificidad y también a una presentación no objetiva. Su exactitud adopta la forma de las palabras –citadas en el lateral de unas lápidas de arcilla gris parda, algunas de ellas con agujeros en el centro– de un documental de 1997 titulado Calling the Ghosts, que cuenta la historia de los “campos de violación” de Bosnia-Herzegovina activos a principios de la década de 1990. En el otro lado de las lápidas figuran extractos de testimonios públicos de víctimas que sufrieron violaciones en ese mismo conflicto. Sus relatos, recogidos por Human Rights Watch, propiciaron que la violación se clasificara como crimen contra la humanidad además de como crimen de guerra. ¿Qué podría ser más verdadero y desconsoladamente meticuloso que hablar de tu propia violación? Las palabras en las lápidas permiten a quienes se toman el tiempo de leer sus testimonios hacerse una idea de lo que pasaron esas mujeres. Al mismo tiempo, sus palabras se vuelven visuales en esta impresionante instalación, donde cuelgan unas siete piezas en horizontal, con un espejo en la pared, que transmiten de manera simultánea el testimonio que se ve en la parte posterior y el rostro de la persona que está contemplando la muestra. Así es como se logra la conexión que aúna la experiencia histórica de la violación y su presencia contemporánea.

Se puede sentir la violencia en la tácita brutalidad de los agujeros que hay en el centro de algunas de las piezas. Se puede leer directamente sobre la violencia en los textos que se proporcionan. No podría haber mayor contraste entre el enfoque no objetivo de Young y los terribles detalles que se nos exponen. Al mismo tiempo, se puede discutir sobre el internacionalismo de Young. El salto que da la pieza de Young sobre Bosnia-Herzegovina se experimenta por virtud de la imaginación histórica más o menos atemporal y global de la artista. Parecería que esa empatía de la artista establece una conexión entre las víctimas y ella misma, pero ¿logra funcionar del todo, cuando hay tanta distancia geográfica de los sucesos? If I Speak, un testimonio elocuente de algo que se ha explicado muy pocas veces, señala la genuina preocupación de Young por la deshumanización sistemática de la mujer. Es un conducto poético entre el presente y el pasado que hace hincapié en el coste de la violencia sexual. Aun así, cabría preguntar si el espectador podrá o querrá dar el salto a una reacción empática frente a los crímenes. Esta dificultad reside en la base de casi todo el arte político, pero puede ser particularmente difícil simpatizar cuando los sucesos se produjeron hace tanto tiempo y tan lejos. Aunque, dada la excelencia poética de la pieza, es probable que sí podamos.

La mayor parte de la obra de Young es inexorablemente espiritual. Parte de ello se expresa en el uso prosaico, aunque muy evocador, de los materiales naturales, hasta el punto de que uno piensa en el austero mobiliario de los shakers [o “sacudidos”, la Sociedad Unida de Creyentes en la Segunda Aparición de Cristo]. En su escultura titulada Bobbin with Prayer Beads (Bobina con cuentas de oración, 2005), Young crea una versión a escala grande de una bobina (el huso de madera en el que se enrolla el hilo) y nueve cuentas de oración unidas por una cuerda hecha de pelo. Las cuentas, de color parduzco oscuro, son mucho más grandes que las originales en las que pudo basarse Young, al igual que el huso, que mide más o menos un metro y medio de alto. Al ver la bobina, es fácil que su público piense en el trabajo de las mujeres en los Estados Unidos del siglo XIX, y al ver las cuentas, el espectador podría vincularlas al catolicismo o los rezos budistas. La originalidad de Young reside en su afirmación de la espiritualidad en mucho de su arte y, a juzgar por la imaginería empleada aquí, es un vínculo que hace de manera consciente. Esa inteligencia religiosa es un regalo, si consideramos el rechazo general hacia la manera de pensar de Young. Quizás parte del atractivo de las cuentas, además de sus proporciones agrandadas, proviene de lo que sentimos al ver expresada la vida interior de la artista. La combinación de alusiones a la costura y al sentimiento religioso funciona de manera extraordinaria.

Cabría preguntar si en realidad se produce hoy esa espiritualidad en el arte, o si se necesita. Parece que hemos pasado de lo espiritual a lo político, que ocupa mucho espacio en las exposiciones en este momento, al menos en Estados Unidos. Pero nuestro arte político es a menudo rígido y retórico, más que verdaderamente descriptivo. No hay nada de eso en las esculturas de Young. Lo que hay es la sensación de que el arte ha de ocupar un plano elevado, donde el artista y el espectador conversan en un altiplano. Aún así, las obras no expresan directamente una espiritualidad conocida o convencional; los lazos con esas cuestiones son indirectos, y conducen a estados de ánimo y atmósferas, en vez de a afirmaciones religiosas. Esto significa que Young necesita encontrar sus temas y sus materiales en lugares poco comunes: en su mente y en su arte. Su reciente traslado al norte del estado de Nueva York –además de las décadas que pasó en la Virginia rural, donde es tan fácil frecuentar los bosques– la ha puesto en contacto con una visión especial de las cosas. La naturaleza, en el caso de Young, da lugar a una religiosidad de factura propia. El mundo exterior universaliza sus percepciones, mientras que su falta de convencionalismos las particulariza. Ese contraste se ha convertido en un pilar del arte contemporáneo.

En When There Were Birds se impone el lirismo intrínseco de todo el arte de Young. Al trabajar con la madera y las crines de caballo la artista nos permite entender por qué se la podría interpretar como la autora de una elegía a la naturaleza. Las crines de caballo blancas caen de unas finas ramas que adoptan la forma de árboles jóvenes. La instalación ocupa una buena parte del espacio de la galería y, a veces, las crines parecen lluvia. Pero, a pesar de la belleza de la obra, el título nos devuelve bruscamente a nuestra situación actual, donde el mundo natural lleva siglos siendo presa del desarrollo. No podemos hacer gran cosa, lógicamente, y la instalación de Young es una clara alabanza a una circunstancia perdida. De hecho, esta situación parece ser ahora la precursora de todo el arte que se realiza sobre el medio ambiente. Al margen de cuál sea el motivo de Young, When There Were Birds es una triste celebración de la naturaleza y su capacidad para originar metáforas. Las finas ramas actúan de soporte para las crines colgantes, que sirven de economía lírica para la economía que tanto daño ha hecho a nuestros bosques y animales. Tal vez Young no piense así, pero la obra muestra algo más que la típica percepción de la poesía de la pérdida. Podemos decir que esto es un sublime que nadie rechazaría, al ser un ejemplo de la trascendencia del bosque frente a la humana.

El público de Young asumirá que el título Aleppo (2016) se refiere a la antigua ciudad del norte de Siria, hoy deshabitada. En general es cierto, y de forma más específica, la pieza se hace eco de la violencia que se produjo en la guerra civil siria que tuvo lugar entre los años 2011 y 2016. Una guerra que no ha terminado. Esta obra se sitúa entre un estado bidimensional y tridimensional. Consiste en un marco de muselina que rodea una fina losa de yeso, en la que se ha incorporado un texto en rojo, escrito de forma apresurada e ilegible. En la parte inferior de mármol vemos una raya roja y dentada que lo cruza en horizontal. La artista no proporciona información sobre el origen del escrito ni qué significa. Colgada de un fino mástil de madera unido al techo, Aleppo ofrece lo que se puede considerar, de manera bastante literal, una pieza de su inspiración arcaica. Es una oda a un pasado que ni la artista ni el público pueden recuperar, enterrado por un tiempo de unos cinco mil años; los arqueólogos nunca excavaron la ciudad porque aún existe la ciudad moderna en el mismo lugar. Y, lo que es más importante, la obra muestra el dolor de la historia más reciente de Alepo. Una vez más, nos encontramos con una elegía implícita, donde el propio tiempo se convierte en un objeto de duelo, aunque de manera indirecta. La circunstancia de la pérdida permea la pieza.

Si consideramos la exposición en conjunto, nos encontramos con un estado mental que es fruto de la fusión de la espiritualidad y el arte que hace Young. Hoy es tremendamente difícil hacerlo, porque estamos en un estado de verdadera necesidad en lo relativo a nuestra vida interior, y quizá no confiemos de inmediato en las intuiciones de Young, en parte, al menos, por lo poco convencionales que son como conceptos religiosos. Sin embargo, el trasfondo está ahí, arraigado profundamente en el arte. Las artes plásticas están muy necesitadas de este tipo de pensamiento, pero es poco frecuente. Young nos hace saber, de maneras indirectas, que ella se adhiere a la belleza y también al espíritu. Parece la única manera de que pueda expresar hoy sus percepciones de manera memorable, dada nuestra querencia por el materialismo. Con el paso del tiempo, vemos como nuestra imaginación se agota cada vez más por un deseo de lo material. Sin embargo, es posible aunar el arte y la naturaleza –por muy dañada que esté la segunda– de una forma que recupere, en parte, a ambas. Además, la espiritualidad de Young –un hilo común entre las cuatro obras de la exposición– se presenta como un contrapeso a nuestra forma de vivir. ¡Quizá sea más fácil hacerlo en el campo! Queda claro que Young siempre ha poseído una sensibilidad cosificada por sus relaciones con el paisaje, por gran suerte para nosotros. Gracias a esa mentalidad nos mantiene vivos: a ella y a nosotros.

 

Traducción: Verónica Puertollano

Original text in English

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