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Frontera DigitalMinorías sexuales y resiliencias en los pueblos

Minorías sexuales y resiliencias en los pueblos

 

Minorías sexuales y resiliencias en los pueblos

“Okomo es bastarda como la novela La bastarda”

Trifonia Melibea Obono

WorldPride 2023

 

La literatura es un proyecto desagradable. Incendia la ira, se refugia en el cementerio del alma y castiga a la escritora, revelando los misterios que aguarda el cerebro, la imaginación, la creatividad, los traumas y los recuerdos de lo que las mujeres en todo el mundo comparten: los espacios de opresión y de resiliencias.

El Instituto de las Mujeres de España.

La Casa de la Mujer (Ndá e Bina) de la etnia de mi progenitora (la fang).

Guinea Ecuatorial: el libro que nunca podré escribir, la utopía, la odisea.

El interior del vientre de mi madre: mi país, mi nación, mi deshonra.

La carrera hacia la muerte intelectual canalizada con la imposición del silencio. Un hecho histórico, un logro tácito conquistado por las mujeres que en el pasado se castigaba con los mitos de la inferioridad intelectual femenina y hoy se penaliza con la indiferencia sobre la literatura escrita por las mujeres centrada en la banalidad.

Las cosas de las mujeres.

Mi madre dio a luz a una niña en la Ndá e Bina (esta soy yo) sosegada en una cama. Estaba apoyada por mujeres por la espalda para que no se cayera y se ahogara.

Un grupo de mujeres sujetaba sus rodillas y otro la ayudaba a llorar.

Nací llorando, manifestando así la alegría de vivir con mi madre agotada, experimentando el dolor más grande del mundo, la dilatación de una parturienta al grito de “empuja”. Y la resiliencia en la literatura recobra vida, con personajes, que son la mayoría en mis obras, construidos para erigir el mundo sin opresión femenina.

Qué hago yo aquí, en el Instituto de las Mujeres. Qué hago yo haciendo el amor con la literatura si nací desnuda. Mamá lo sabe. Las mujeres de la etnia fang lo saben. Y con el cuerpo desnudo escribí La bastarda, que en el año 2016 se publicó con la Editorial Flores Raras en medio de escarmientos contra el ejercicio del derecho a la libertad de expresión a través de la literatura. Le existencia de la obra es el resultado de un acto de guerra feminista en un entorno campestre, materializado con el derecho a atrapar un derecho apresado por la élite política y clánica, dos estructuras que restringen el acceso de las mujeres (la mitad de la población) a los derechos fundamentales en Guinea Ecuatorial (un país que no es una democracia); en juego político con un grupo étnico, el fang, que no contempla el ejercicio de las libertades para las mujeres (binga, plural de mina o mujer).

Nacer mujer y crecer con las mujeres de la etnia fang de Guinea Ecuatorial es un privilegio. Aprendí desde pequeña a interiorizar las opresiones y las resiliencias. Las mujeres que me rodearon en la infancia sabían hacerlo. Sabían caerse. Sabían levantarse. Volvían a caerse y en seguida las encontrabas de pie, porque tenían dos opciones, caerse y morirse, o caerse y levantarse. En la edad adulta y con la publicación de La bastarda me caí por testarudez. Había interiorizado en la niñez que “el hombre nace para expresarse libremente y la mujer para aguantar, callarse y morirse con las ideas” (fám da só né da fám mam, mina a só né a min mam). Las costumbres presionan en este sentido. La mayoría de las mujeres, en los espacios de mujeres, en cambio, instruyen a las niñas en todo lo contrario. Así, con la bendición de mis madres empecé a escribir novelas ganando dos apodos: desobediente (muan á molo) y niña blanca (muan á ntangan).

Una novela simboliza la exposición de ideas y una escritora que no juega a juntar las palabras sino a plasmar la inmortalidad a través del conocimiento en un trozo de papel, y siendo mujer o niña, emparentada con la etnia fang, viola una norma (aching, nvena) y suplanta una identidad categorizada en la cúspide de la estratificación social fang, la masculina. María Nsue Angüe, escritora, lo sabía. Trasgredió las costumbres (me nvena me ayong, meching, me nvena) en este sentido y en el año 2017 falleció siendo mujer desobediente (mina a moló) y mujer blanca (mina á ntangan).

María Nsue es la primera mujer de la etnia fang de Guinea Ecuatorial que rompió la norma (á cham aching) escribiendo un libro. En su honor y tras fallecer se organizaron varios homenajes y los discursos pronunciados por personalidades del país confirmaron lo que ya había asimilado en la niñez, que “el hombre nace para expresarse libremente y la mujer para aguantar, callarse y morirse con las ideas” (fám da só né da fám mam, mina a só né a min mam). De la autora de la novela Ekomo (UNED:1985 y Sial Ediciones: 2008) se dijo que había vivido como mujer y hombre a la vez.

La vida de mujer en María Nsue se manifestó en la maternidad y matrimonio heterosexual. La vida de hombre, los aplausos del público confirmaron la derrota de las mujeres de la etnia, se simbolizó en la literatura que le dejó en herencia al mundo. “María Nsue escribía bien. María Nsue escribía como un hombre”. En la sala escogida para el homenaje a una escritora, nos encontrábamos varias escritoras sin protagonismo en el funeral de una escritora, y niñas que guardan en el baúl de los recuerdos manuscritos quizás brillantes. Todas salimos de la sala con la conciencia de estar ejerciendo una profesión de hombres.

Con la novela La bastarda, cuyo colectivo de personajes reside en un poblado, me había caído por primera vez. La narrativa sobre la perfección de un pueblo negro (el fang) caído en desgracia por culpa de la colonización y que antes de la llegada de los blancos era un paraíso, entró en crisis con la obra. Las costumbres establecen que en la etnia no existen menores ni personas adultas bastardas —las bastardas solo existen en las culturas de los blancos—; y que los matrimonios, todos heterosexuales, funcionan perfectamente, un equilibrio truncado por la presencia blanca. La bastarda, en cambio, desmonta los cimientos de la tradición en este sentido y narra la estigmatización de una hija nacida al margen de los matrimonios heteronormativos y normalizados. Una niña bastarda, un niño bastardo en la etnia, se llama “hija de una niña/mujer soltera”, que en la lengua fang significa muan a nguan, un término que se desprende del castigo social

una mujer que ha sido madre sin normalizarse a través del matrimonio fang y no occidental: lo blanco carece de autenticidad.

Con la novela La bastarda me había caído por segunda vez, citando en la lengua fang nombres afectos a la homosexualidad cuando el discurso oficial se desmarca de la disidencia sexual y la cataloga como un fenómeno occidental que alcanzó las tierras de Guinea Ecuatorial por culpa de la globalización, el colonialismo, vaya usted a saber. Las minorías sexuales (en el pasado y presente) residentes en la periferia fijan los hogares en los bosques y las aldeas se transforman en espacios de visita para adquirir productos básicos. Son personas ermitañas. Las violencias que respalda la tradición para castigar sus vidas son más fuertes que el amor en una etnia que sacraliza el vínculo por parentesco relacionado con la sangre.

La mayoría fallece envenenada.

La mayoría fallece con los cuerpos muertos antes de la muerte, cuerpos que se localizan en alguna parte del bosque con indicadores de violencia con ensañamiento.

Con la novela La bastarda me había caído por tercera vez. El expolio de la madera preciosa en el antiguo territorio ndowé, bisio fang, de manos de empresas extranjeras y la élite política empobreciendo a toda una región (antiguo Río Muni y hoy Región Continental) se condena en varios capítulos. La obra se vetó en Guinea Ecuatorial a lo Guinea Ecuatorial.

Guinea Ecuatorial es el país del “no sé”. En las dictaduras, las pruebas sobre problemas de Estado y violencias, visibilizados, constituyen una muestra de debilidad, por lo que todo se resuelve con el “no sé”. Las adversidades se ocultan con el “no sé”. Nadie sabe en ninguna circunstancia lo que sucede porque el conocimiento encarna un problema en todos los sentidos, especialmente el político. La distribución del libro se resolvió con el no sé. En los medios de comunicación, ante la propuesta de divulgar su contenido en diferentes programas, la respuesta oficial, singularizada, fue “no sé”. Sin embargo, milagrosamente, en un país sin librerías y de cultura lectora muy pobre, los ejemplares de la obra se vendieron, todos, insisto, milagrosamente.

La bastarda se tradujo a varios idiomas. Se convirtió en un éxito de ventas y a Guinea Ecuatorial llegó de rebote. Se inmortalizó. Y de la caída me levanté como mis madres, que, o al caer se morían, o al caer se levantaban como resilientes.

La bastarda es una novela capulla, sinvergüenza, comprometida con la interseccionalidad, cuya primera página se redactó el día que mamá dio a luz a una niña en medio de la precariedad y sobrevivió. Por qué ella sí y yo no, si mi país es su entrepierna, cuyo pasaporte me regala aliento para seguir adelante en los momentos difíciles.

La interseccionalidad me recuerda el clan. La diversificación del pueblo fang se manifiesta en la pluralidad de clanes y cada uno con singularidades organizativas. Los clanes son el pueblo de mi padre, el pueblo de mi madre. Yo no soy socia de este club, en principio.

Los clanes son los hombres. Los clanes de los hombres. Los clanes de las personas. Los clanes no son para las mujeres. Los clanes para las mujeres son el “no lugar, no reconocimiento, no pertenencia”, el “no sé”, y La bastarda, un reto a los clanes, una invocación a recular en la intransigencia que caracteriza su modus operandi. La obra visibiliza la transgresión de esta superestructura encargada de someter al individuo hasta matarlo, solo por existir, garantizarse la supremacía y la esencia de lo humano, cuya productividad primero le pertenece, y por segunda vez le pertenece, hasta que al individuo le quedan los despojos por la vía de una de cal y otra de arena. Todas las páginas del libro, desde el principio hasta el fin, reclaman la individualidad de las personas antes que la colectividad (comunidad) cuyo beneficio alcanza de manera exclusiva a la gerontocracia.

La bastarda denuncia la conservación de la tradición negativa. Dicen que soy de Guinea Ecuatorial, un país de África que se granjeó desde su creación la aglomeración de varios grupos étnicos. La etnia fang, la de mi padre y mi madre, es la mayoritaria, cuyo modus operandi se asemeja a las maneras de los colectivos hegemónicos a los que no pertenezco. Soy mujer y no varón. Soy disidente sexual y no heterosexual. Soy mujer negra y no blanca ni afrodescendiente. Soy atea y no cristiana, musulmana, hindú. Soy feminista y a ratos femenina, a ratos una mujer normalizada en el patriarcado. Soy minoría social en Guinea Ecuatorial por mi condición de blanquita, y no “patriota”. Mi vida representa un cruce de discriminaciones que cada día crea resiliencias, mata las de ayer que mañana dejarán de ser resolutivas. La interseccionalidad es la búsqueda constante de un lugar en el mundo.

La bastarda, mi primera obra bastarda, desde el primer capítulo le ofrece a la persona lectora un amplio abanico de personajes. Okomo, la protagonista principal y menor de edad además de buscar a su padre porque no lo conoce, convive con dos mujeres gobernadas por la falocracia. Se pelean por Osá el descalzo (otro personaje), un hombre polígamo y esposo de ambas. Las agresiones entre las dos mujeres con objetos punzantes están normalizadas. Y es que la segunda esposa del abuelo de Okomo es muy joven pero casada con un anciano. En la novela representa la vigencia de matrimonios forzados, serviles y precoces que se llevan por delante las vidas de las niñas en Guinea Ecuatorial.

Okomo es la figura central de la obra. ¿Por qué?

Los nombres en la etnia fang tienen significados. Ofrecen un panorama claro sobre los espacios público y privado y tanto, que los asignados a varones simbolizan poder y más poder. Rememoran nombres de animales salvajes y feroces. Recuerdan nombres de guerra y de seres vivos que simbolizan al Dios fang (Nzama).

Los nombres femeninos, en cambio, tienen significados de debilidad, reconciliación, paciencia, silencio, ausencia de raciocinio. Okomo, la protagonista, tiene un nombre cuyo significado procede de la palabra castellana “tropezar”, de ocop, ácop y caerse.

El nombre de la menor representa la ausencia de raciocinio, de inteligencia, de sentido común. Yo, por ejemplo, tengo un nombre tradicional: Obono, que significa débil y bonita. Me gustaría cambiar de nombre. Los clanes no ceden, el Estado guineoecuatoriano tampoco. A lo largo del libro Okomo tropieza y cede. Se cae. Se levanta, hasta que se levanta del todo para construir una aldea nueva, un clan nuevo. Y resurge con otras personas del poblado cuyas vidas están marcadas por las opresiones y el cruce de discriminaciones. La resiliencia que caracteriza a Okomo representa a la mujer fang: una mujer fuerte, capacitada, hábil para jugar en el ejercicio del poder y superviviente frente a un patriarcado.

El libro empieza como acaba, con la heroicidad de los hombres del clan, que construyeron la genealogía clánica (ayong bot, á taman ayong bot) de obligado aprendizaje, pero en el bosque la genealogía sembrada arranca con nombres de colectivos que los clanes ubican en el estrato más bajo de la sociedad: mujeres, niñas, homosexuales, prostitutas, varones jóvenes, artistas disidentes, etc. El juego literario es un reto a los clanes, a la etnia fang, al Estado de corte occidental que combaten los clanes en nombre de la lucha contra la globalización, el neocolonialismo, la aculturación.

Los clanes se honorifican rememorando la genealogía de los hombres que los fundaron. Hombres guerreros. Hombres que fueron padres de al menos treinta descendientes. Sin embargo, ni la historia ni la obra narran detalles sensibles: el tiempo que le dedicaron los padres a la descendencia para cuidar de ella. Son héroes y referentes violentos. La niña Okomo no les distingue como héroes.

La etnia fang tuvo y tiene un modelo de organización política dividido en dos estratos: (espacio privado) y nseng (espacio público). En este último, simbolizado por la casa comunal masculina, el Abáha, nombre asignado con parámetros androcéntricos, los hombres comparten la vida. Toman decisiones. Trabajan. Deciden. Hacen uso de la palabra. Las mujeres no tienen acceso si no es en el periodo del climaterio y para ser consultadas en temas concretos. En la noche, Dina (pareja de la protagonista) y Okomo hacen el amor en sus interiores, pero solo escuchadas por las cabras, animales domésticos que sirven de alimento y sacrificio en actos de curación y de iniciación. Esta escena representa la trasgresión a los clanes a través de su institución más sagrada.

A lo largo de la novela, los discursos educativos de la abuela y del abuelo hacia Okomo están marcados por la desconexión de la adolescente de referentes no alineados con el clan. No quieren que reproduzca los roles de su madre, mujer soltera que vivió con demasiada libertad. No quieren que conozca a su padre, un desgraciado que estuvo con una mujer antes del matrimonio y que se atrevió a buscarla y a la prole, sin haber pagado el coste de la dote (nsua bikieñ) como mandan las normas del clan (me nvena me ayong, me ching). No quieren que frecuente a Marcelo, un personaje que representa la homosexualidad masculina (fám e minahombre-mujer), y que adorna su salón con las cenizas de su padre incinerado en España, desvirtuando la práctica tradicional de enterrar a las personas muertas.

Marcelo (primo de la madre de Okomo) es un referente negativo, le reprochan a la menor. Aloja a prostitutas (bindendee) en su vivienda. Cocina como una mujer. Desobedece a las personas mayores (be ná boro). Está soltero. En el salón de su casa, en vez de fotografías familiares cuelga un cuadro de Picasso e imágenes en las que abraza a varones con afecto erótico. El clan tampoco admite que la menor frecuente con el club de las indecentes, un grupo de niñas cuyas relaciones sentimentales con varones no se conocen. Son empollonas. Han superado la adolescencia precoz sin descendencia conocida. Son tres muchachas que mantienen una relación poliamorosa.

Ninguna de las personas referentes para Okomo lo es para los clanes y todas sufren opresiones. Los clanes esn organizados en base a los postulados de la misoginia. Legitiman los regímenes políticos que han gobernado Guinea Ecuatorial desde su independencia de España en 1968, amigadas con la Iglesia católica y las Fuerzas Armadas y Cuerpos de Seguridad del Estado. Este poliamor (clanes, iglesia, cuerpo castrense) constituye un trío que sustenta a la élite política. Es un club indecente simbolizado en la novela, pero con decencia, el club de las tres adolescentes, que tiene la razón, pero no el poder.

Las personas referentes para Okomo son a su vez los grupos excluidos por los clanes: las mujeres (su madre), los varones jóvenes (Marcelo es hombre joven), las niñas (el club de las indecentes), las personas homosexuales (Marcelo es disidente y Okomo es lesbiana), y el club de artistas críticos con la cosmovisión del mundo fang (Picasso colgado en la pared de la Casa de Marcelo). Los cuatro grupos aparecen reflejados en el libro y constituyen un llamamiento al cambio, a la inclusión, para que las personas no lleven vidas paralelas, entre el bosque y el pueblo, entre la exclusión y la inclusión.

Okomo recibe una educación basada en la explotación sexual infantil: tiene que estar guapa y receptiva para varones, con los que debe mantener relaciones sexuales a cambio de bienes. La abuela se lo recuerda todo el rato. El abuelo se lo recuerda todo el rato: no quieren que salga como su madre, quien vivió con demasiada libertad. La hermana de su madre se lo recuerda todo el rato, cuando se marcha de visita a un pueblo que limita con Gabón, acordando planes con varones solteros del poblado cuando ella llega de visita.

La resiliencia a las múltiples opresiones está visible en toda la obra. Osá, el descalzo, está casado con una niña que de vez en cuando lo desautoriza. Su hija mayor, residente en Occidente, echa abajo sus planes. Marcelo, su sobrino, lo desobedece. La primera esposa lo desobedece, le echa en cara que ni es varón ni sabe imponer autoridad. Su hija, en matrimonio en un poblado lejano, encargada de curar las enfermedades de transmisión sexual que contrae su madre de un esposo polígamo, lo desautoriza. Está cansada de costear las irresponsabilidades de su padre.

Marcelo en la obra representa a la juventud desobediente. Representa a las minorías sexuales masculinas. Trasgrede el sentido de la muerte y de los entierros que, en vez de traer el cadáver del padre, lo incineró y lo conserva en el salón como un recuerdo.

La figura de Marcelo deja abierto el debate de las nuevas masculinidades. En toda la obra ningún hombre (los personajes) cumple los roles masculinos establecidos y Okomo lo observa, cuestiona la esencia de la masculinidad. Osá, el descalzo, es un hombre, pero su primera esposa le culpa de falta de autoridad en la vida de la madre de la protagonista. El hermano mayor de la madre de Okomo es poco hombre por su condición de estéril. El padre de la protagonista es poco hombre por no entregar la dote a cambio de su madre y llevársela. Marcelo es poco hombre por ser homosexual. El libro escenifica la estratificación social de la etnia y el gobierno de la gerontocracia (de los ancianos, be ñá boro).

El sentido de la obra cambia cuando llega el castigo clánico a las niñas, el grupo poliamoroso. Todo el mundo sabe que son disidentes sexuales y se merecen una condena social y cultural. Linda (la primera integrante del grupo) fue canjeada por su padre por una deuda que tenía. Una adolescente, una mujer, en la etnia fang, fue y sigue siendo un bien intercambiable en la resolución de conflictos. Dina, la pareja de Okomo, fue también canjeada. Fallecida su hermana, la familia no quiso perder a un yerno (nnóm nguan) rentable (eworo nnón mguan) y fue regalada al viudo de su hermana.

La tercera muchacha fue encerrada por su padre: estaba embarazada de él. La violencia sexual hacia las mujeres no está penalizada por las costumbres de la etnia ni por las leyes del país. Okomo, la protagonista, primero fue sometida a violencia psicológica y simbólica por su abuela, la mandó violar sexualmente. Sin embargo, después de tantos fracasos su tío se la llevó, el hermano de su madre, para que la reinsertaran al clan por medio de otras violencias.

La convivencia con el hermano de su madre lanzó a la menor en los brazos de la esposa de su tío padre, quien necesitaba ser fecundada por su cuñado. La esterilidad masculina constituye un secreto clánico y se suplanta con las relaciones sexuales entre la esposa fértil con un familiar del clan del marido de fertilidad demostrada, bajo juramento de confidencialidad y la supremacía del nsua bikieñ, el instrumento jurídico que legitima la paternidad, la sangre no. A Okomo le prohíben alimentarse a cambio de revelar el destino de Marcelo, residente en el bosque, en el pueblo nuevo, en el nuevo clan, en un nuevo país.

Okomo, al final de la obra, conoce a su padre. Es un hombre lleno de miedo. El clan de la menor puede venir a por él. No es padre jurídico, lo es biológico, las costumbres no están a su favor. La menor está desprotegida por las normas. Las normas están apoyadas en los clanes. El Estado, en su funcionamiento, se apoya en los clanes y respalda violencias. La muchacha se exilia en el bosque.

El bosque en el mundo fang acoge a las personas que en la sociedad no tienen espacio. En la novela ampara a prostitutas, varones jóvenes y adolescentes, mujeres que no cumplen las expectativas patriarcales de género, las personas disidentes sexuales, las mujeres resilientes.

La bastarda apuesta por la inclusión en una etnia gerontocrática que posiciona a los be ñá boro en un estatus privilegiado. Okomo vive atropellada por las opresiones y las múltiples discriminaciones. Es una niña desprotegida en base a los derechos de infancia. Es mujer. Es mujer fang, una etnia que tiene derogada la condición de ciudadanía a las mujeres. Con una madre muerta, soltera, y libre, hereda los estigmas maternos. Es huérfana, bastarda y fruto de una relación sentimental libertina, forjada al margen de las me nvena me ayong. La menor, disidente sexual, recibe las violencias establecidas por los clanes para reinsertar a mujeres que viven fuera de la norma.

Okomo es bastarda como la novela La bastarda.

Madrid 22 de junio de 2023

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