Es un hecho científico (signifique esto lo que signifique) que al menos 40 minutos después de haber nacido comienza el complicado proceso de la comunicación en el ser humano. Las personas lo hacemos todo por comunicación y dentro de ella, solo dentro de ella, existe la neutralidad, el objeto que vemos diferente y aceptamos que se escapa como diferente y que es mejor así. Para aceptar eso hace falta una capacidad de comprensión acerca de lo que sí se puede comprender del todo. Y lo único que podemos comprender del todo, no son ni siquiera lo que los demás dicen, piensan o quieren expresar, lo único que podemos comprender del todo es el mecanismo de la intersubjetividad. Uno de los principales intereses de la psicología del desarrollo.
El concepto se atribuye a Colwyn Trevarthen y en ella se distinguen dos niveles diferentes. La intersubjetividad primaria es la descripción de los intercambios temporal y emocionalmente regulados que se observan en las relaciones diádicas establecidas entre el bebé y el cuidador. Habitualmente se sitúa la aparición de estas interacciones entre los dos y los nueve meses. La experimentación neonatal ha sido el centro de muchos estudios realizados por diferentes autores, en ellos se destacan las protoconversaciones y la sincronía interactiva, lo que parece apoyar la idea de que existe una intersubjetividad innata, lo que rompe con la tradicional visión solipsista acerca del bebé.
Meltzoff, psicólogo americano del siglo XX, ha utilizado los experimentos con la imitación en las primeras semanas de vida para afirmar que los niños están preparados biológicamente para percibir correspondencias transmodales entre lo que observan en los rostros de sus coparticipantes y lo que perciben propioceptivamente a partir de sus propias caras. La percepción de correspondencia entre su conducta y la de su coparticipante le proporciona una relacionalidad fundamental entre sí mismo y el otro.
Para él, la imitación es un proceso en el que el sí mismo toma para sí algo del otro. El ‘yo’ por lo que parece no deja de ser nunca un constructo y, lejos de lo que ingenuamente se ha intentado creer a menudo, es a lo largo de la etapa de madurez y de socialización donde ese concepto de ‘yo indestructible’ quiere erguirse en contra de la propia intuición de cada persona. Pensemos en la moda, en el individualismo y el sistema educativo americano y cada vez más europeo que se basa en la competitividad feroz. Que gane el mejor, es decir yo, y lo que se pierda por el camino, como no es mío, no es significativo.
Volviendo a la psicología, la capacidad del niño para imitar tanto las conductas que le resultan novedosas como las que le son familiares se denomina “imitación diferida” y para Meltzoff se documenta a partir de las seis semanas. Esto apoya su creencia de que la representación presimbólica de los neonatos comienza en el momento del nacimiento. El bebé puede desde el comienzo traducir los estímulos ambientales en estados internos detectando coincidencias. Así, el niño utiliza al adulto como objetivo con el cual hacer coincidir un patrón de movimiento continuo. Para Meltzoff este sería el primer sentimiento de que ‘el otro es como yo’ que daría origen a la intersubjetividad presimbólica.
Trevarthen, psicobiólogo y profesor de psicología infantil en la Universidad de Edinburgo, ha defendido que el trabajo acerca de la imitación neonatal puede ofrecer la base para una “psicología de las mentes mutuamente sensibles” que se basa en una “inteligencia interpersonal efectiva” de los neonatos. Para ello adopta la posición de que la intersubjetividad en la infancia es inicialmente algo preverbal. Una de las implicaciones de esta afirmación es que las formas lingüísticas de la intersubjetividad se basan en y se ven influidas por formas preverbales: Los niños poseen un cerebro emocional y comunicativo en el momento del nacimiento. Las dimensiones básicas mediante las cuales tiene lugar la coordinación intersubjetiva son el tiempo, la forma y la intensidad en que los neonatos pueden percibir, la conducta de la madre se adapta a la disposición multimodal perceptual del niño y transmite animación, vitalidad y energía.
El niño es consciente de la preferencia por los efectos contingentes y muestra dicha preferencia. El cerebro humano está especializado en la regulación mutua de la acción conjunta, que se basa en hechos contingentes. Percibe lo que se repite como igual y la diferencia como lo otro. El niño ya de bebé es postmoderno pero sin pose y sin bufanda.
El niño coordina la percepción y la acción mediante la asociación de osciladores rítmicos coordinados. El mecanismo más básico de coordinación intersubjetiva es el acoplamiento de las expresiones comunicativas según el tiempo, la forma y la intensidad a través de las modalidades. El niño busca afecto y comprensión en el otro que le ofrece una respuesta. El otro, sea lo que sea.
Claro que hay un abismo (¿solo en el bebé?) entre lo que percibe, quiere expresar, expresa y la palabra. El primer pasito del lactante en el mejunje que tiene de coordinación intersubjetiva es la imitación.
Los experimentos sobre las competencias imitativas de los neonatos conllevan grandes dificultades metodológicas. Una consiste en distinguir la verdadera imitación de una respuesta de excitación global. Un segundo problema tiene que ver con el control de las interacciones entre el adulto y el niño que podrían dar forma a la respuesta imitativa. Otro de los problemas es cómo determinar el marcador de respuesta del niño. A pesar de los problemas metodológicos que plantea existen numerosos estudios que tratan de descubrir la capacidad imitativa de los niños desde antes de una hora de su nacimiento.
Meltzoff y Moore (1977) seleccionaron cuatro gestos para probar la especificidad de la asignación entre el de los adultos y de los órganos del bebé: la protrusión del labio, la apertura bucal, protrusión de la lengua, y el movimiento del dedo. Los resultados mostraron que los bebés no se confundían ni de órganos ni de acciones. Ellos respondían de manera diferenciada a la protrusión de la lengua con protrusión de la lengua y no con la protrusión del labio, por lo tanto, esto demuestra que se identificó el órgano específico. Los bebés también imitaban dos diferentes movimientos de la misma parte del cuerpo de manera distinta, por ejemplo, la apertura de los labios condujo a la apertura de los labios, no a la protusión de los labios. Otros estudios hechos por otros laboratorios han obtenido los mismos resultados.
Estos experimentos llevan a preguntarse ¿a partir de qué edad puede imitar un bebé? Meltzoff y Moore demostraron que existe cierta forma rudimentaria de imitación que se da ya a los 42 minutos de nacer. A esta temprana edad el bebé observa a un modelo mientras succiona el chupete, no pudiendo imitar mientras tiene el chupete en la boca. El experimentador hace un gesto como abrir la boca o sacar la lengua. Los dos minutos y medio siguientes, después de haberle quitado el chupete, el bebé hace gestos cada vez más parecidos a los del experimentador.
Existen numerosos experimentos con bebés de menos de un mes. Un ejemplo, también de Meltzoff y Moore, se realizó con doce bebés de dieciséis a veintiún días. Seis eran niños y seis niñas. El test comenzaba poniendo al bebé un chupete durante 30 segundos mientras el experimentador presenta una cara neutra. El chupete es retirado durante ciento treinta segundos, terminando el periodo de control. Vuelven a colocar el chupete al bebé y el primer gesto es mostrado hasta que el experimentador juzga que el bebé lo ha visto durante quince segundos. El experimentador para de gesticular y vuelve a la cara neutra. Quitan de nuevo el chupete al niño durante ciento cincuenta segundos que dura el periodo de respuesta. Después de este tiempo se vuelve a colocar el chupete y experimentador presenta el segundo gesto de idéntica manera.
La técnica del chupete salvaguarda que el experimentador altere su gesto en función de la respuesta imitativa del niño y permite al experimentador mostrar el gesto hasta que el bebé lo ha visto mientras que se asegura que la valoración del experimentador no está contaminada por el conocimiento de la respuesta imitativa del niño. Los resultados demostraron que los neonatos imitan tanto el gesto de sacar la lengua como el abrir la boca.
La imitación resulta también un factor importante en el desarrollo de las habilidades sociales de los neonatos. Los estudios demuestran que la imitación permite a bebés a partir de seis semanas reconocer a las personas. En un experimento, los bebés fueron al laboratorio, observaron los gestos y volvieron a casa. Al día siguiente volvieron al laboratorio y se les presentó al experimentador con un gesto neutro. Los bebés imitaban el gesto que le habían visto hacer el día anterior.
La imitación temprana es lo que capacita al lactante a desarrollar la capacidad de comunicación gestual, a un paso de la palabra.
Existen estudios que demuestran que existe una correlación entre el desarrollo gestual de los niños y sus habilidades lingüísticas. Cuando el niño comienza a utilizar el lenguaje apoyándose a la vez en los gestos desarrolla más habilidades comunicativas y tiene un aprendizaje más rápido de las nuevas palabras.
Se distinguen tres tipos de gestos en el desarrollo del niño. Los primeros gestos son los gestos deícticos, que tienen la función de protoimperativos o protodeclarativos y aparecen entre los nueve y los doce meses, coincidiendo con lo que se ha denominado intersubjetividad secundaria. Los gestos deícticos suponen un importante paso en el desarrollo simbólico del niño, es lo que permite presuponer que en las comunicaciones comienza a tener una intención comunicativa tríadica.
Alrededor del año hasta los quince meses el niño empieza a hacer gestos simbólicos o representacionales, cuya función es comunicativa y nominativa.
Representan un referente específico que no es capaz de cambiar con el contexto, sustituyen a la palabra hasta que el niño es capaz de utilizar los equivalentes verbales, por eso se consideran gestos de carácter utilitario. Esta clase de gestos se subdivide a su vez en dos tipos: los gestos sociales como saludar con la mano y los gestos simbólicos que representan la forma o función de su referente, como utilizar el dedo haciendo el mismo gesto que harían al lavarse los dientes para sustituir al cepillo. Estos gestos combinan cuatro elementos fonológicos: la forma de la mano, el lugar en el que el símbolo se forma, el movimiento que se hace y su orientación.
Por último aparecen los gestos icónicos sobre los tres años aproximadamente. Estos tienen una función afirmativa y acompañan al habla en lugar de sustituirla. Alrededor de esta edad hay una fuerte tendencia a representar, pero sobre los cinco años la capacidad representacional del niño se ha vuelto tan compleja que es capaz de entender o producir la acción relevante por sí mismo, como si la herramienta estuviera allí. Esta nueva capacidad se denomina proceso de descontextualización.
Todo esto lleva a defender que existe una relación entre los gestos y el desarrollo del lenguaje. El aprendizaje de los gestos se da en un momento en que aparece en el lactante una necesidad de comunicarse acompañada de un gran desarrollo cognitivo. Los gestos son indicadores fiables y relevantes de una etapa pre-lingüística. Tanto los gestos únicos como la combinación gesto-palabra que comienza sobre los dieciséis meses se correlacionan con la producción total de palabras medida a los veinte meses de edad. Se observa a su vez que los niños que presentan un retraso en el aprendizaje del habla tienen también un desempeño gestual significativamente más pobre, lo que confirma esta correlación entre el lenguaje y el desarrollo gestual de la comunicación.
Mientras los gestos simbólicos refuerzan la palabra, la emisión de la palabra tiende a inhibir la producción del gesto. Las habilidades gestuales y simbólicas están totalmente conectadas entre sí y evolucionan en conjunto a otras habilidades cognitivas generales. Existe una relación entre la cantidad de gestos que se realizan y la facilidad para adquirir palabras, cuantos más gestos, antes se alcanzan por lo general las diez palabras. Trabajos con niños ciegos de nacimiento muestran que estos realizan gestos simbólicos al comunicarse en la mayoría de los contextos que los realizan los niños videntes y con gestos similares en forma y contenido.
Las investigaciones han constatado que los niños menores de once meses pueden representar conceptos relativos a emociones y sentimientos de manera simbólica y que pueden articularlos explícitamente en los intercambios comunicativos con los otros.
Para que algo acontezca, el mundo experimentado por el niño debe tener tres rasgos esenciales: debe haber “algo allá afuera” factible de ser referido, debe poder diferenciar sus actitudes psicológicas de las de otros y tiene que poder interactuar con los otros en relación con ese “algo de allá afuera”. Todo esto se da en los niños antes de cumplir el primer año. A partir de los cinco meses, los objetos pasan de ser “cosas para la acción” a la contemplación de algo allá fuera. Esta actitud empieza a desarrollar una relativa independencia de los objetos y una relativa separación entre conocedor y lo conocido. A los nueve meses aparece en el desarrollo del niño el proceso de triangulación, en el que el niño dirige la mirada al adulto y al objeto, ya sea para pedirlo o para llamar la atención sobre algo.
La evidencia empírica de varios laboratorios independientes muestra que en la imitación inicial de los bebés las respuestas son a menudo similares al objetivo, pero no una reproducción completa. Se realizó un estudio de cómo organizan temporalmente su comportamiento bebés de seis semanas. Un microanálisis de la respuesta mostró que los bebés corrigen gradualmente sus intentos de imitación en una secuencia de pasos ordenados. Los estudios sugirieren que las respuestas imitativas de los bebés no son unidades motoras similares a los reflejos que simplemente se liberan por la entrada correspondiente.
La imitación temprana es dirigida hacia una meta. Los bebés utilizan múltiples medios, algunos de ellos creativos respecto al estímulo, para tratar de lograr el objetivo. La imitación dentro de los dos primeros meses de vida no está limitada a unos pocos gestos privilegiados. La amplia gama de gestos que pueden ser imitados sugiere que se trata de un proceso generativo.
Una de las hipótesis relevantes a la hora de dar explicación a la capacidad imitativa de los niños es la hipótesis del mapeo intermodal. La afirmación clave en el mapeo intermodal activo es que la imitación es un objeto de igualación del proceso. La naturaleza activa del proceso comparativo es capturada por el bucle de realimentación propioceptiva. De acuerdo con este punto de vista, los actos humanos percibidos y producidos se codifican dentro de un marco común (supramodal), que permite a los recíen nacidos detectar equivalencias entre sus propios actos y los que ven.
Diferentes experimentos muestran que hay flexibilidad en la medida en que los bebés pueden imitar el pasado. La hipótesis es que hay alguna forma de representación entre la percepción y la producción.
El cómo ha surgido esa capacidad de representación, esa isla entre la entrada y la salida, la percepción y la respuesta del bebé puede encontrar una buena respuesta en el descubrimiento de las neuronas-espejo.
El artículo La simulación corporalizada: las neuronas espejo, las bases neurofisiológicas de la intersubjetividad y algunas implicaciones para el psicoanálisis e explica el papel que juegan las neuronas espejo en la intersubjetividad. En los últimos veinte años las teorías sobre la base biológica de la comprensibilidad de la mente ajena se han visto reactivadas mediante un enfoque innovador gracias al descubrimiento científico de las neuronas espejo.
Descubierto en el Instituto de Fisiología de la Universidad de Parma dirigido por Giacomo Rizzolati en los años 90, explica la capacidad del ser humano de lo que se llama comúnmente ‘ponerse en el lugar del otro’ o empatía.
Este grupo de neurocientíficos de la universidad de Parma llamaron neuronas espejo a una población de neuronas en el área premotora F5 del cerebro del mono que tenían la particularidad de activarse no solo cuando el mono en cuestión realizaba algunas acciones con la mano sino también cuando observaba esas mismas acciones en otro individuo.
Ese circuito neuronal que se activa lo hace solo en base a la ejecución de una finalidad determinada. Se observó que si diferentes movimientos llevaban a la misma acción ‘final’, se activaban igualmente las neuronas del área premotora F5. Igualmente pasaba cuando al mono se le mostraba de nuevo la misma acción pero se le ocultaba la etapa final. Esto permite suponer en el funcionamiento de las neuronas espejo la necesidad de la comprensibilidad de la acción visualizada o realizada). Además, siguiendo el estudio de Kohler, ya en el 2002, se demostró que una clase de esas neuronas se activaba también si en vez de visualizar la acción el mono escuchaba los sonidos producidos por esa acción determinada.
Según esto, el descubrimiento de las neuronas espejo suponen la definición de un nivel de abstracción en el que sucede la representación de las acciones dirigidas. Esta llamada integración multimodal sensorio-motora es conseguida por el sistema neuronas espejo contenido en el circuito parietal premotor. Crea simulaciones de acciones que se utilizan tanto para realizar la acción como para comprender de forma implícita una acción realizada a partir de estímulos externos.
Las neuronas espejo, en estudios posteriores como el mismo Rizzolatti junto con Gallese y Keysers en el 2004 o el estudio sobre resonancia magnética funcional, fMRI, de Buccino en el 2001, también han sido descubiertas en regiones parietal-motoras del cerebro humano. Las áreas parietal-premotoras activadas por la observación de acciones realizadas por otros por distintos órganos implicados en el sistema motor, son las mismas que se activan cuando el observador realiza esas mismas acciones, incluidas por supuesto, las acciones comunicativas.
Estos estudios determinan que existe una predisposición biológica inmediata, innata en el ser humano, a la comprensibilidad de una acción que el mismo ser humano sería capaz de realizar. El estudio de fMRI de Lacoboni en el 2005 en el que los mismos sujetos observaron la misma experiencia en diferentes contextos (en uno solo se agarraba una taza y en otro se observaban dos escenas en las que se agarraba una taza, una con el desayuno por empezar y otra con el desayuno ya acabado), demuestran que la comprensibilidad de la acción se organiza en el cerebro humano según el grupo de acciones previstas para una finalidad concreta que el mismo cerebro, por el sistema de las neuronas espejo, sea capaz de agrupar en un solo ‘acto’ como tal.
La observación de la taza en el contexto del desayuno conlleva a un aumento significativo de la actividad de la parte posterior del giro frontal inferior y el sector adyacente de la corteza promotora ventral donde son representadas las acciones manuales.
El mismo resultado ha sido observado en estudios del 2005, como el de Tettamanti, mediante la lectura o la escucha de palabras que definen estados motores concretos. Igualmente, como se demuestra en el experimento de Keiser en el 2004 o en el de Blackemore en el 2005, y como define la teoría de la ‘multiplicidad compartida’, la observación de una sensación táctil ajena activa los mismos circuitos nerviosos que se activan en la experiencia en primera persona de tocar o ser tocados. Lo mismo ocurre, como demuestran los experimentos de Hutchiston en 1999, con las experiencias tanto de dolor como de placer.
Siguiendo el estudio ya mencionado de Meltzoff y Moore sobre la capacidad de simulación de los bebés a las pocas horas de nacimiento, e introduciendo el concepto de neuronas-espejo, el cuerpo del bebé simula el del adulto porque las informaciones visuales son transformadas en informaciones motoras con un mecanismo que ha sido llamado ‘mapa intermodal activo’ que define un ‘espacio real supramodal’ no ligado a una interacción simple visual, auditiva o motora. Los sistemas de neuronas espejo actúan aquí estableciendo una correspondencia entre distintas relaciones intencionales de forma que el sistema actúa de la misma manera si las relaciones intencionales corresponden a acciones hechas o a acciones percibidas, con la única diferencia que para las acciones percibidas esos sistemas neuronales actúan con grados más bajos de activación.
Aparte de esta actividad neuronal, llamada ‘simulación corporalizada’, la capacidad elaboración cognitiva explícita de lo percibido, la llamada capacidad de ‘simulación estandar’, funciona en paralelo con ella. La diferencia es que las neuronas espejo actúan de manera automática a la percepción.
El papel de la madre en el desarrollo de los dos tipos de simulación es análogo al papel del psicoanalista contemporáneo que ya no tumba al paciente en el diván sino que interactúa cara a cara con él. La observación consciente de la acción actúa a la vez que la no-consciente (entendiendo por observación no- consciente la actividad del sistema neuronal de neuronas espejo). De esta forma, la madre o el psicoanalista responden a la observación de la actividad del bebé o del paciente de dos formas: conscientemente por la reflexión sobre la ‘simulación estándar’ e inconscientemente por las consecuencias en términos de actividad de la ‘simulación corporalizada’. Esto es, el bebé por la reacción de la madre y el paciente por la reacción del psicoanalista reciben su propia acción en lo que aceptan como referente: la acción reflejada de ellos mismos en el otro.
Pero esa acción no es un reflejo de la otra en sentido literal, sino que los mecanismos conscientes la internalizado la acción observada y han devuelto el resultado de la reflexión de la misma y la reacción motora de la representación de la acción motora observada. El bebé o el paciente pueden observar de esta forma la diferencia entre lo que hubiera sido un reflejo literal y lo que ellos han recibido y aprender de ella en el sentido de adquieren una dimensión intersubjetiva de su propio comportamiento. Dimensión que será incorporada a su forma de reaccionar, en el caso del paciente tanto de forma consciente como inconsciente y en el caso del bebé en su mayor parte de forma inconsciente, activando un panel más complejo y corroborado en su capacidad de ‘simulación corporalizada’ por parte de su sistema neuronal de las neuronas espejo.
Este juego continúa de forma velada o de forma descubierta a lo largo de toda la vida humana y es quizá lo que revela lo esencial en el ser humano, el juego de lo consciente y lo inconsciente, la imaginación, la sabiduría y la intuición. El recién nacido no es un inferior, es un recipiente y un receptáculo como todos lo somos, y estamos en el mundo, biológicamente hablando, para ayudarnos los unos a los otros, no para imponernos.