Publicidadspot_img
-Publicidad-spot_img
Mientras tantoMis problemas con los Cercanías

Mis problemas con los Cercanías


 

­–¿Qué libro estás leyendo? ­ Me pregunta la señora que está sentada a mi lado.

Es una pregunta muy sorprendente. Casi siempre estoy leyendo un libro en el tren, y que yo recuerde nunca hasta ahora nadie me había preguntado qué libro estoy leyendo. La mayoría de los pasajeros ni se fijan en que estoy leyendo un libro, y los que se fijan no dicen anda, ni siquiera si hemos iniciado recientemente una conversación, como es el caso que nos ocupa. Hace unos minutos mi compañera de asiento me ha preguntado si sabía por dónde estábamos. “Hemos pasado Siete aguas”. Lo sé porque el tren se ha detenido un momento en la más completa oscuridad. El apeadero está poco iluminado y queda al otro lado, al exterior de nuestra ventana no se ve nada de nada, un pozo negro sin fondo. La parada ha sido muy corta, nadie ha subido ni ha bajado. De manera que hasta Requena, que es donde va la señora que me pregunta por mi libro, sólo queda una parada, El Rebollar, donde supongo que tampoco bajará ni subirá nadie. Domingo por la noche, todos los que quedamos en el tren vamos a Requena o a Utiel. Casi nadie habla. Algunos duermen, otros están pegados a la pantalla del móvil. No miran por la ventana porque sólo hay un inmenso agujero negro, sin ninguna luz, ni pueblos, ni coches, ni casas de campo ni granjas. En realidad estamos atravesando las montañas, donde sólo hay pinos y grandes acantilados. Aunque dentro de poco veremos ya las luces de Requena, señal inequívoca de estar volviendo a la civilización, y medio vagón se levantará para coger sus maletas y sus bolsas.

La señora que está sentada a mi lado me cuenta que se ha ido a vivir a la vieja casa de sus padres, porque ella vivía antes al lado de Valencia. Es un gran cambio, pienso. Y hablamos unos minutos más. Luego el tren llega a Requena y me quedo solo. No me importa. El libro está muy interesante. No me molesta hablar con otros viajeros, por supuesto, pero rápidamente vuelvo a la historia que he dejado a mitad y así, con la mente ocupada en lo que estoy leyendo, acabo mi viaje. Entonces saco la cámara y sigo el ritual de siempre: hacer unas pocas fotos a la estación, a los pasajeros que bajan del tren, fotos que se añadirán a mi futuro libro sobre este Cercanías (si es que hay un futuro libro sobre este Cercanías), o en todo caso a mi “archivo ferroviario”. Cada semana repito el mismo viaje. El viernes a Valencia, el domingo por la tarde salida hacia Utiel. Hasta ahora no había tenido ningún problema, y mi viaje de vuelta ha sido tranquilo, sin imprevistos. Pero del viaje de ida no puedo decir lo mismo…

Como estamos de puente no voy a ir a Valencia el viernes sino el miércoles. Estupendo, cuatro días de vacaciones. Es un buen puente para viajar, aunque yo simplemente voy a estar en casa. Y en eso pienso, en llegar a casa, cuando me planto en la estación de Utiel para coger el tren de las 15:19. El único problema es que son las 15:10 y todavía no hay ningún tren a la vista. Miento, hay un tren, pero está apartado. “Ese no es”, me dice la Vigilante Jurado cuando le pregunto, “es uno que viene de Valencia”. Le he preguntado a la Vigilante Jurado porque es la única persona a la que puedo preguntar. Las taquillas no tienen servicio. Hay que comprar los billetes en una máquina. En teoría hay un Jefe de Circulación, pero no aparece por ninguna parte. La estación está cerrada, únicamente se puede acceder a la sala de espera. Los demás pasajeros, que cada vez son más, empiezan también a ponerse nerviosos. Y con razón. Se hace la hora de salir y el tren de Valencia todavía no ha llegado.

Mientras, para distraerme, me decido a contar los trenes que pasan sin parar, que según la megafonía deben ser muchos porque no dejan de repetir el mismo aviso: “no acercarse a las vías porque circulan trenes sin parada”. Es una broma, por supuesto, por aquí no circula ningún tren sin parada, de hecho, si te descuidas no circula ningún tren. Pero además, es una broma que ahora que han quitado el Regional y todos los trenes obligatoriamente tienen que acabar su recorrido aquí, pierde toda la gracia y se convierte en una broma macabra. Por supuesto la explicación es muy simple: son los mismos mensajes grabados que suenan en todas las estaciones, aunque aquí nadie hace caso. Puedes andar por las vías tranquilamente si te da la gana, el único tren que debería llegar, el Cercanías que viene de Valencia, está desaparecido, no se sabe nada de él, y ya son las 15:30, es decir, que ya deberíamos estar todos llegando a Requena. ¿Qué está pasando?

Evidentemente todo el mundo pregunta a la Vigilante Jurado, una mujer de eso que podemos llamar “mediana edad”. Ella se lo toma con resignación. Su trabajo no es contestar a estas preguntas. Pero coge el teléfono, llama a alguien y al momento dice: “El tren ha tenido un accidente, ha atropellado un rebaño de ovejas”. ¿Qué? ¿Cómo? ¿Y ahora qué? El murmullo es general. La gente se mueve nerviosa, se acerca, pregunta, pero no hay respuestas. La buena mujer contesta lo que puede y como puede, pero ni es su trabajo ni tiene más información. ¿No hay nadie más en la estación? No, no aparece nadie de Adif, nadie de Renfe. En los trenes va un revisor, llega, comprueba que todos han subido y se sube él también al tren. Evidentemente el revisor está en el tren, parado en alguna parte, entre un montón de ovejas muertas (o eso parece, porque no podemos saber cómo ha sido realmente el accidente, y por tanto cuánto van a tardar en solucionarlo). El siguiente tren es a las 17:45. ¿Para entonces ya estará restablecida la circulación? No hay respuestas. “Puede comprar un bono”, nos comunica una amable voz femenina. La megafonía sigue a lo suyo. En la pantalla del andén, los trenes salen a su hora y llegan a su hora. Todo es normal, pero nada es normal.

Decido llamar a un taxi. Justo hay un AVE dentro de veinte minutos. El único problema es que la estación del AVE no está en Utiel, sino a unos siete kilómetros. Para complicar las cosas, hay muy pocos taxis en Utiel, y tienen que venir hasta aquí, con lo cual es casi imposible llegar a la estación del AVE a tiempo, y eso en el caso de que pueda comprar un billete, porque es mal día, empieza un puente largo, habrá mucha gente viajando. Me lo pienso unos minutos, y decido llamar al taxi, pero no para ir hasta la estación del AVE sino para hacer algo que llevo semanas queriendo hacer, ir a ver las estaciones abandonadas (doblemente abandonadas, porque ya estaban abandonadas cuando todavía pasaba el Regional) que tenemos desde Utiel hasta Cuenca. Sólo hay tres trenes en toda la tarde. El que iba a coger, el de las seis menos cuarto y el de la noche, el último tren del día, que sale hacia Valencia a las 21:45. Lo único evidente es que de momento no hay trenes, ¿luego habrá? Aunque circule el de las diez menos cuarto lo cierto es que es muy mala hora. Si lo cojo no llegaré hasta mi casa hasta la doce de la noche. La otra opción es quedarme aquí a dormir, en el piso que tengo alquilado, y volver a Valencia mañana por la mañana. Empecé a trabajar en Utiel el uno de septiembre, y desde entonces he querido hacer lo que voy a hacer ahora, de manera que por lo menos aprovecharé la tarde.  Hay otra opción lógica, esperar en la estación durante una hora, o dos, o tres, o… no se sabe. De manera que llamo al taxi, al primero que encuentro en internet, y el taxista no puede. Llamo a otro número y no lo coge nadie. Y al tercer intento me contesta un hombre, me dice que está libre y que en unos quince minutos pasará a recogerme (luego me entero que viene desde Requena).

Llegamos hasta Arguisuelas, y empieza a ponerse el sol. Mi plan era llegar por lo menos a Carboneras, pero me he entretenido mucho en Enguídanos, caminando por las vías hasta el túnel. No pasa nada. Otro día seguiré por donde lo he dejado hoy. Las estaciones están como suponía que iban a estar, pero las vías no están en un estado tan deteriorado como esperaba. Hay vegetación, pero muy poca. En algunos tramos están tan limpias como cuando pasaba el tren por aquí.

Vuelvo a Utiel a las ocho de la tarde (ya de la noche) y no me molesto en ir a la estación, porque sé que no hay nadie a quien preguntar. Si el tren circula o no, es algo que hasta poco antes de su hora de salida no se puede saber. Y sinceramente, no tengo ganas de esperar en un andén vacío. Me vuelvo a la casa, ceno, veo la tele y me acuesto, mañana volveré tranquilamente a Valencia. No tengo prisa. Ganas sí, pero aún me queda todo el puente para estar con la familia.

¿Tranquilamente? ¿He escrito eso, no: “mañana volveré tranquilamente a Valencia”? Sí, lo he escrito, porque es lo que pensaba que iba a pasar. Hasta ahora no había tenido ningún problema con el tren, ni el año pasado, que lo cogía muchas veces para ir a Sagunto, tuve problema. Ni siquiera, por suerte, he tenido ningún problema serio en mis viajes por España, más allá de algún retraso y poco más. Y sin embargo, ahora, jueves por la mañana, cuando todo parece que va a ir bien, es decir, el tren de Valencia llega a su hora, los pasajeros bajan y los que estamos esperando en el andén, subimos, nos sentamos y nos ponemos cómodos, justo ahora resulta que se cierran las puertas y… Y… ¿Y? ¿Y? ¿¿¿YYYY?? ¿Qué puñetas pasa ahora? El tren no arranca. ¿Cómo que no arranca? Pues eso, que ha llegado bien a Utiel, pero claro, para bajar a Valencia hay que cambiar de cabina, y el maquinista va a la cabina de detrás, que ahora está delante, y descubre, para su sorpresa y para mi desesperación, que los mandos no funcionan, o no sabe qué pasa, no sabe dónde está el problema, pero el tren no se mueve. De verdad, no me lo puedo creer, ayer las pobres ovejas, hoy una avería repentina, justo cuando ya estaba subido al tren y había sacado mi libro (el que estaré leyendo el domingo) y había enviado un guasap a mi mujer diciéndole que ya estaba en el tren y que en dos horas estaría en Valencia (hoy si que tengo prisa, jueves doce de octubre, comida familiar a las dos en punto, mi hermano ha insistido mucho en la hora). Pero no, pasan los minutos, el maquinista va por el pasillo, cambia de cabina, vuelve a pasar, la revisora, una chica joven, muy simpática, no sabe lo que pasa. “El tren no arranca”. Sí, eso es evidente, ya llevamos diez minutos de retraso. ¿Y ahora qué? De verdad, no me lo puedo creer…

Ayer por la noche, cuando hable por teléfono con mi mujer, me dijo: “por lo menos te has quedado en Utiel, que tienes casa, y has aprovechado para hacer fotos”. Sí, al final el día no fue tan malo. Antes de acostarme descargué las fotos de las estaciones en el portátil y las estuve revisando. Tengo fotos antiguas de estas mismas estaciones, pero hacía dos años que no pasaba por esta zona y en estos dos años ha dejado de funcionar el tren, y eso lo cambia todo. Viajar hasta Cuenca con el Regional era fantástico, los paisajes siguen estando ahí, los mismos bosques, los mismos valles y montañas, los mismos pueblos, pero ya no se podrán ver desde la ventanilla. ¿Nunca más? Bueno, me gustaría decir que no, que se volverán a ver algún día, porque se volverá a poner en servicio la línea. Pero no soy nada optimista. “La iban a desmantelar”, me dijo el taxista. Sí, es verdad que ahora hay una mínima esperanza. Y a esa mínima esperanza me quiero agarrar con todas mis fuerzas. Pero me cuesta ser optimista, y mentiría si dijera lo contrario. “Mucho hablar de la España vacía y luego nada”, resumió el taxista. Sí, yo pienso lo mismo, no es sólo el tren, es la simple existencia de estos pueblos de las sierras de Cuenca (como tantos otros en otras provincias) lo que está en peligro.

En eso pienso, mientras la revisora y el maquinista hablan entre ellos y luego el maquinista llama por teléfono (“al mecánico”, me dice la revisora momentos después), y mientras los demás pasajeros, que son muchos porque es fiesta y empieza el puente, esperan pacientemente en sus asientos, incluso diría que “increíblemente pacientemente”, puesto que ya pasa media hora de la hora de salida y no hay señal de que la avería se vaya a solucionar.

Y entonces… ¡¡Milagro!! El tren arranca, el mecánico le ha debido decir al maquinista cómo solucionar el problema. Estupendo. Ya me veía yo comiendo en Utiel o volviendo a Valencia en autobús. Salimos con mucho retraso y llegaremos con retraso, pero llegaremos y eso es lo importante. Ninguna oveja se meterá en la vía y la máquina no volverá a estropearse. En las paradas los nuevos pasajeros irán subiendo y los vagones se irán llenado como siempre, como cualquier día. Y todo quedará en una pequeña aventura, una más de las aventuras de subir a un tren. Y por cierto, un detalle que me olvidada mencionar, poco antes de salir de Utiel, al mirar encima de mi asiento he descubierto una maleta olvidada. Era una maleta grande, una maleta relativamente difícil de olvidar. Naturalmente me ha extrañado mucho verla, pero lo más sorprendente ha ocurrido después: un chaval ha subido al tren y ha ido directamente a por la maleta: era suya y había salido del tren, salido de la estación, empezado a andar por las calles y luego, de repente, se ha dado cuenta de que no llevaba la maleta. Y ha tenido una suerte increíble, porque el tren ya no debía estar ahí, esperándole en el andén, sino camino de Valencia. Si ha podido coger la maleta es simplemente porque justo en ese momento la máquina se ha estropeado. La avería la ha venido de maravilla. Eso es suerte, desde luego. Cualquier otro día la maleta había viajado sola de vuelta a Valencia…

Y mi pregunta es… ¿Cómo puede ser alguien tan despistado? Pero sí, no es la primera vez que veo una maleta abandonada en un tren, o en un andén… Esas cosas pasan. Como las averías y los accidentes, aunque increíblemente hasta hoy había tenido suerte.

 

 

 

 

 

 

 

Más del autor

-publicidad-spot_img