El primer misil es la palabra. Palabras escandinavas, por ejemplo.
Nammo es una fábrica noruega de proyectiles. Produce balas eco-friendly, sin plomo ni metales pesados que ensucien la naturaleza. No por ello menos letales: “Su corazón de acero le proporciona una mejorada penetración”, subraya su último catálogo comercial, que contrasta la pureza de su bala con la foto de una fábrica que vomita humo hacia el cielo.
Los noruegos, efectivamente, sienten un profundo respeto por la naturaleza, y nada ilustra mejor ese respeto que el flyer con el que hace dos años lanzaron al mercado su proyectil verde: la imagen una brillante bala eco-friendly atravesando el aire de un bucólico campo: el árbol y las flores se reflejan en la bala… Non Toxic Ammunition.
Más palabras. Más misiles. Bofors es una empresa sueca con caché: fue propiedad de Alfred Nobel y sus antiaéreos de 40 mm fueron usados por todos los bandos en la Segunda Guerra Mundial. Hoy, Bofors Test Center –uno de sus tentáculos– tiene claro dónde sigue estando la luz: en los impecables servicios que ofrece. “Somos el camino más corto hacia la verdad absoluta”, informa uno de sus folletos. ¿Y qué es la verdad absoluta? La precisión y efectividad del proyectil. “El corazón de nuestro negocio es probar cualquier producto que contenga sustancias explosivas”, dice esta casa sueca que analiza –y perfecciona– las armas para diferentes fabricantes.
Nammo y Bofors Test Center son dos de las 1.400 empresas que el pasado mes de junio participaron en Eurosatory, la feria de armamento terrestre más grande del mundo, marcando con su filosofía escandinava cómo debería ser la guerra ideal: ecológica y ordenada. No como los afganos, que lo desordenan todo y cuyo reventado paisaje sirve a algunas empresas para mostrar, en fotos y vídeos de impacto, lo efectivas que son sus armas.
“Derrotando lo imposible desde 1886”, reza el eslogan de Bofors Test Center en esta feria de holdings acostumbrados a ganar todas las batallas: 144.023 metros cuadrados y miles y miles de businessmen sopesando fusiles que ellos nunca dispararán, acariciando todo tipo de misiles y complementos para el soldado. Excepto ataúdes.
“Afganistán no tiene industria de guerra y todavía menos un espacio de exposición en Eurosatory. Afganistán es, por tanto, omnipresente en la feria. En los stands y en los espíritus”, decía hace dos años, literalmente, el boletín oficial de la feria. En esta edición, los fabricantes de armas franceses agradecen al presidente François Hollande que recordara en su campaña electoral estas palabras de François Mitterrand: “La guerra no es el pasado: puede ser el futuro”. Un condicional muy educado, muy europeo, muy hipócrita, fulminado en los trípticos de sinceridad que reparten en el megaestand de los Emiratos Árabes Unidos: “Entrenando a nuestros guerreros para las batallas de mañana”.
Busco, y no encuentro, el stand de la empresa catalana de retretes móviles –tan prácticos en los festivales de rock como en la primera línea de combate– presentes en la anterior edición. Entre misiles, su responsable me diseccionó la feria en clave sexual: la expresión de una gigantesca impotencia. Este año no han regresado. Sí han regresado las velinas de la factoría italiana Fiocchi Munizioni que, descaradas, se pasean con lycra de verde camuflaje.
La casa alemana Bender y la francesa BBA bordan galones para uniformes. Cada con su stand. La alemana los borda desde el año 1864 y la francesa, desde 1848, y podemos imaginar la de galones que, de Verdún a las Ardenas, se habrán desgarrado estos dos ejércitos tan históricamente bordados.
Explosivos Alaveses regala a los clientes abanicos un punto locomía y el grupo Thales anuncia un contrato con Rosoboronexport para equipar los tanques rusos con cámaras térmicas francesas. El Estado francés participa en Thales y Rosoboronexport provee de armas al ejército de Bashar el Asad, pero este detalle desaparece con el ¡cling! de las copas de champán que sellan el acuerdo.
La voluminosa azafata austriaca de Blaschke –protección contra ataques químicos y biológicos– se ha bordado ella misma, con tela de combate, un vestido gótico que habría enloquecido a Lily Munster. Sólo le falta el candelabro: regala a los clientes bolígrafos estampados con las escafandras que comercializan para el Apocalipsis.
MBDA, missile systems, regala sobrecitos de crema hidratante: el reverso del sobre advierte que la crema es… ¡inflamable! También ofrece chupachups, pero sin el insuperable diseño de hace dos años: si se ponían juntos, cuatro chupachups dibujaban… ¡un misil!… El misil, esta temporada, lo tienen en la postal lenticular que regalan para ver el disparo de uno de sus cohetes en movimiento. Postales para poner el sello y saludar a la familia.
Más palabras. Más proyectiles. El principal constructor finlandés de tanques y cañones tiene un nombre tremendamente práctico para este tipo de negocio. Seis letras que sirven para disparar desde cualquier país contra cualquier otro: la empresa se llama Patria.
También la palabra sniper (francotirador) sirve para defender cualquier ideal. Por eso los rusos de Orsis ofrecen su impresionante rifle T-5000 en cuatro colores y uno de ellos es “verde francotirador”. Y por eso la factoría brasileña CBC ha bautizado su nuevo catálogo de balas –parece de joyería– como “línea francotirador”.
Es una pulsión antigua, muy antigua. Tanto, que la empresa suiza Katadyn comercializa para la tropa concentrados de un cereal de la edad de bronce.
Todo en esta feria huele a salpicadero de coche recién salido del concesionario. Ni las gotas de lluvia ni los granos de desierto han ensuciado todavía el caucho de los camiones de guerra Renault, el metal de los misiles Lockheed Martin, la piel de los rifles Heckler & Koch.
Y los suecos de Bofors Test Center están aquí para recordar al cliente que sus misiles se encontrarán ahí fuera con un mundo hostil… “Bienvenidos al mundo real”, dice el folleto que ofrece tests contra “agua, arena, viento, sol, calor, frío, sal, vibraciones” y otros elementos que agreden el viaje del proyectil hacia la “verdad absoluta”.
—Vuestros mensajes comerciales son fascinantes… We are the shortest road to absolute truth… Muy ilustrativo –le comento al sueco que atiende en Bofors.
—¡Oh, gracias! Son obra de un equipo de marketing sueco… Los suecos, ¿sabes?, no hemos tenido ninguna guerra desde 1814… ¿Eres periodista? ¿Qué te interesa, exactamente? –pregunta mirando mi acreditación.
—De vez en cuando voy a alguna guerra. Veo los misiles cómo estallan y también me interesa ver cómo se venden.
El sueco me mira con intensidad, como si quisiera preguntarme qué se siente en el otro lado del espejo… the absolute truth.
—Interesante, muy interesante. Ven a vernos si te pasas por Suecia –y me entrega su tarjeta.
Y aparece Terminator, el tanque estrella de Uralvagonzavod, de cuyas fábricas salió uno de cada tres tanques de la Segunda Guerra Mundial.
—¿Por qué se llama Terminator? –pregunto al chico ruso del mostrador, que me mira raro y, mosqueado, pasa de mí.
Los alemanes de Rohde & Schwarz son más simpáticos. Fabrican equipos de comunicación para blindados y cazabombarderos, y en la feria regalan diminutos monstruitos de peluche verde con casco militar. En la etiqueta del monstruito hay una advertencia en plan pipa de Magritte: “Esto no es un juguete”. Como si los misiles que rodean al monstruito sí lo fueran.
Hay en todo esto una sorprendente inversión del sentido de la realidad: la fábrica de tanques alemana KMW regala patitos de plástico para la bañera con colores de camuflaje.
El fabricante de pistolas austriaco Glock –al que hace unos años su socio intentó asesinar con un mazo– regala llaveros con la reproducción de una de sus pistolas.
Y, como cada año, la casa alemana Weisensee regala al visitante las puntitas de misil que producen. Lo sirven en un cuenco. Casi como un pica-pica.
Muchos stands tienen las copas de vino y champán a punto. En uno suizo corren sin parar las burbujas de G. H. Mumm. Se respira aquí: en el planeta tierra hay seres y entramados que ganarán todas las batallas. Siempre. Rheinmetall –Metales del Rin– es uno de ellos: en la Guerra Civil Española, pese a estar controlada por Hermann Göring, vendió armas a la República. Hoy regala alfombritas de ordenador con la imagen de la munición que fabrica: para que el ratoncito haga cosquillas a sus proyectiles de mortero.
Hindustan Aeronautics Limited ofrece corbatas bordadas con aviones de combate y enseña al cliente sus cazabombarderos y helicópteros de guerra en un muestrario tipo pantone: todos los colores para pintar la batalla.
En el área paquistaní anuncian una feria de armamento que en noviembre se celebrará en Karachi –una de las ciudades más peligrosas del mundo– bajo el lema Ideas 2012 Pakistán: armas para la paz. “¿Por qué Pakistán? –explican sin cortarse un pelo–. Es la región geopolítica más volátil de Asia y uno de los más grandes mercados de productos de defensa”.
Vivimos en un mundo de crecientes desequilibrios y Mercedes-Benz nos invita a comprar sus armoured vehicles porque “los escenarios de guerra simétricos han sido reemplazados por conflictos asimétricos”. La compañía de Stuttgart se ha gastado un auténtico pastón en sus catálogos: si se pasa la mano por la cubierta, las rocas sobre las que avanzan los blindados Mercedes-Benz son, al tacto, rugosas. Es la asimetría afgana.
Los holdings occidentales ya sufren los recortes presupuestarios de sus gobiernos y los contratos que se perderán con la retirada de Afganistán. Para paliar el sufrimiento quedan los oscuros mercados de Karachi, queda toda Asia y dejarse de tonterías: “No podemos tener dos modelos de tanque porque un país quiere el asiento a la derecha y otro en el centro”, advierte el director de la federación alemana de industria de defensa, un tipo con nombre de mariscal de la batalla de Tannenberg: Christian-Peter Prinz zu Waldeck.
La eléctrica francesa Axon, cables para el combate, regala botellitas de agua mineral Sant Aniol, personalizadas, con la etiqueta de camuflaje.
La factoría estadounidense Warrior Systems ha agotado los yoyós y en el stand serbio de Yugoimport se les caen varios proyectiles por el suelo: la escena, con el nuevo presidente serbio negando el genocidio de Srebrenica, tiene una lectura inquietante.
Más merchandising. Más regalitos. Codan, radiotelecomunicaciones militares australianas, reparte toallitas para limpiar gafas con la imagen estampada de un Rambo arrastrándose entre bombas.
Critical Solutions –no confindir con el album de Guns n’ Roses– es una empresa estadounidense que fabrica sofisticadísimos y enormes vehículos que desactivan minas y todo tipo de amenazas que uno se puede encontrar por el camino, y en esta feria regala… navajitas microscópicas.
Racal, electrónica británica para ejércitos, reparte una pequeña radio militar de gomaespuma dura para estrujar con la mano y relajarse.
Nammo, el fabricante noruego de balas eco-friendly, regala pequeños círculos reflectores para dar visibilidad nocturna a los ciclistas –“es que en Noruega vamos mucho en bicicleta”, me aclara una de las azafatas– y los reflectores tienen forma de… diana.
No lejos del área pakistaní, la Fondation pour la Recherche Stratégique reparte su último boletín. “La situación en Pakistán es alarmante”, escriben tres profesores de la Johns Hopkins University en la primera línea de la primera página.
Algo alarmado, voy al stand paquistaní que tengo más cerca, Bilal Brothers, confeccionistas de trajes y guantes de guerra.
—¿Tan alarmante es la situación? –pregunto mostrándoles el análisis.
No saben muy bien qué cara poner y optan por regalarme el llavero de la casa: la silueta de un soldado disparando.
Pasa un señor vestido de frac y una guapísima azafata europea de ojos verdes está que revienta.
—Esto es una mierda –se vacía la azafata–. Ayer llamé a mi madre y me puse a llorar. Nadie se para a pensar para qué es todo esto. Lo lógico sería organizar después una feria de pompas fúnebres.
Nadie, en efecto, se para aquí a pensar. Los abanicos, los patitos y los yoyós ayudan a amortiguar la reflexión. Sólo Israel Aerospace Industries (IAI) ha hecho un pelín de introspección:
—¡Listos! Ya me puedo ir de compras a Champs-Élysées –concluía satisfecha, en la anterior edición de la feria, la azafata que mostraba ante una espectacular pantalla cómo los misiles de IAI reventaban al enemigo.
—Desafortunadamente, no podemos detener los combates –concluye este año la misma azafata ante la misma pantalla.
En esta feria todo son soluciones… Food Solutions, Metalic Solutions, Strike Solutions, Combat Solutions, Vision Solutions, Textile Solutions, Pyrotechnic Solutions… Solutions para todo menos para la muerte, que es lo único que no tiene solución.
—Hello. ¿Hay algún stand que muestre ataúdes o bolsas de plástico para cubrir el cadáver de los soldados? –le pregunté hace dos años en inglés a una hermosa azafata francesa llamada Sophie que atendía en el principal punto de información.
—Coffin (ataúd)… Sí, eso es donde se ponen los bebés.
—No. Es justo lo que se pone en el otro extremo de la vida.
—¡Ah, ya!… –sonrió sorprendida–. No se… mire aquí –y me entregó el catálogo, tamaño listín telefónico, del salón.
No encontré ninguna empresa o corporación que expusiera ataúdes. Ni siquiera bolsas de plástico para cubrir el cadáver de los soldados muertos. Deambulando entre misiles, ese año acabé en la terraza del pabellón de EADS. Allí, una chica brasileña y un chico israelí pidieron a un compañero que los fotografiara brindando junto un DT-55 oscuro como el más allá. Y en ese preciso instante, cuando el israelí y la brasileña entrelazaban sus copas –¡cling!– con un Loira Marigny-Neuf blanco sobre el negrísimo simulador de misil, me di cuenta de que la vida es como la muerte: algo que no tiene solución.
Tampoco este año ha participado ninguna factoría de ataúdes. Y es una pena, porque casi me dejaría matar por ver su merchandising.
Para poder llevarte tanto abanico, tantos patitos, yoyós, monstruitos peludos y prospectos de Terminator, las empresas de armamento también tienen sus bolsas comerciales. Las bolsas de la francesa Marck llevan impresos los cascos y porras de policía que fabrican. Las bolsas de la checa Excalibur, sus tanques con sabor a plan quinquenal. Las de la estadounidense Datron –comunicaciones tácticas– van de camuflaje pixelado por ordenador. Las de Rokestan, misiles turcos, podrían ser bolsas de Bershka. La estadounidense Haix confecciona botas de guerra, y su bolsa lo deja claro: “Los héroes llevan Haix”.
Pero la excelencia bolsera se la lleva la empresa Systematic Sitaware, unos daneses que diseñan software para fulminar al enemigo en el frente. Blancas, de cartón satinado, con asideras largas y elegantísimas letras estampadas en negro, sus bolsas son puro Coco Chanel.
Y dejaremos la última palabra –y el último misil– de este reportaje a Bofors Test Center y sus flyers sublimes.
“Bienvenidos al cielo”, dice uno de ellos, y pone a disposición del cliente dos mil kilómetros cúbicos entre Oslo y Estocolmo para probar drones, con toda su carga explosiva.
“Bienvenidos al cielo. Cierre la puerta, por favor”, dice otro, que ofrece cincuenta metros indoor para ensayar con proyectiles “una y otra vez sin cambiar los parámetros”.
Y, al final de tanto marketing celestial, la verdad aparece impresa en el envoltorio de los caramelitos de café –algo pegajosos– que Bofors reparte entre los clientes: “Bienvenidos al infierno”.
Plàcid Garcia-Planas es reportero de La Vanguardia y autor de libros como Jazz en el despacho de Hitler y Como un ángel sin permiso. Cómo vendemos misiles, los disparamos y enterramos a los muertos. En FronteraD ha publicado Europa. El ángel decapitado, El reportero, la literatura y las vías de metro y Muerte de un travesti en Afganistán