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Mientras tantoMochilas y reparejas

Mochilas y reparejas


 

 

 

El viernes celebrábamos un cumpleaños en uno de esos restaurantes que parecen de barrio, pero que cuando pides la cuenta te das cuenta de que no lo era tanto. En la mesa de al lado, tres mujeres divertidísimas se habían tomado tres botellas de vino y empezaron a hablar con nosotros.

 

Que tenéis… ¿Treinta? Nosotras ya estamos por la cuarentena. Hay que aprovechar, eh.

 

Una de ellas, en una de esas confidencias que propicia el alcohol, me dijo que se había enamorado de nuevo y que no se podía creer que eso le estuviera pasando otra vez. Mientras las dos restantes se hacían selfies para colgar en Instagram, me preguntó.

 

¿Tú gritas cuando haces el amor?


Me reí porque no me había tomado tres botellas de vino y, por tanto, no estaba en condiciones de contestar. Por suerte, ella se adelantó.

 

Pues si no lo haces, deberías hacerlo. Hace poco descubrí lo que me he estado perdiendo estos años. A los cuarenta todos tenemos mochilas: hijos, hipotecas, exs. Es verdad. Pero es ahora te das cuenta de que igual te perdiste lo mejor.


Conforme la conversación iba avanzando, me contaron que las tres estaban separadas, con niños y ahora lo habían dejado con la repareja –es decir, con la que vino después del padre de sus hijos y volvían a estar solteras. Una de ellas se había enamorado de un hombre que le llevaba flores.

 

Es tan sencillo como eso: flores. ¿Por qué los otros no se dieron cuenta? Era tan fácil…


Y me dije que sí, que a veces las cosas son tan fáciles como mandar una flores. Lo que es difícil es saberlo ver en el momento.

 

Algo así les ocurre a Claudio y Cecilia, los protagonistas de Después del invierno, de Guadalupe Nettel, dos personas que llegan tarde a sus propias vidas. Cuando lo empecé a leer, lo dejé a medias por trabajo y ayer lo terminé en una sola tarde. Lo primero que me impactó del libro, y creo que ya lo dije, es que los protagonistas de la novela tenían miedo. Ahora, sin embargo, me inclinaría por decir que el elemento principal de esta novela son las mochilas. Claudia, niña abandonada por la madre con una infancia que oscila entre el desastre y la indiferencia, abandona su México natal para irse a París y se establece ahí gracias a una beca. Vive un piso que da al cementerio de Pere Lachaise. Cerca de los muertos. Por otro lado está Claudio, un cubano mujeriego que huye de una infancia en la que ocurrieron cosas en las que evita pensar y del recuerdo de una novia con la que algo salió mal. Muy mal. Peor. Guadalupe Nettel nos habla del antes de ambos, de su vida presente y nos cuenta como casualmente coinciden ambos en París. ¿Pueden dos personas que arrastran todo eso encontrarse de verdad? Claudio se enamora de ella. Cree que ha encontrado a la mujer perfecta. Ambos intentan tener una relación y aquí ya no voy a seguir para no desvelar nada más. Solo eso, que hay que leer a Guadaluppe Nettel sin falta porque lo que nos cuenta no es una historia de amor al uso, si no una historia de todas las mochilas que se interponen en una historia de amor, o en la propia vida.

 

Nettel me recuerda que a veces las cosas llegan a destiempo. Que lo que nos pasa ya pasó. Que en ese camino que es intentar huir del pasado, uno acaba huyendo hasta de sí mismo y lo peor: repitiendo los mismos errores.

 

Pensaba en todo este tema de las reparejas. En las nuevas parejas, las nuevas familias, las que tuvieron matrimonios, hijos, rupturas, divorcios, las que tienen que conjugar, como mis amigas ebrias del restaurante, lo nuevo y lo que ya fue, o como Claudio y Cecilia, que tuvieron que hacer malabarismos entre lo que los destrozó y lo que había de venir. No puedo evitar pensar que a veces lo vemos desde un punto de vista equivocado. Que los pesos, las mochilas, son a veces oportunidades para cambiar, para hacer algo nuevo con lo que se tiene. Mudar la piel no quiere decir dejar de ser uno mismo. Todo lo que se mueve estuvo quieto antes en algún lugar, ¿no?

 

No sé si hay que esperar a los cuarenta para gritar de placer haciendo el amor. Sería mejor haber empezado a hacerlo muchos años atrás. Pero más vale tarde que nunca. Lo mismo ocurre con las flores. Las cosas a veces llegan tarde. Lo peor es que no lleguen.

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