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AcordeónMockus, el matemático que quiere ser presidente

Mockus, el matemático que quiere ser presidente

 

Hace algunos años, una mujer que huía de Colombia como quien escapa de un cuadro de El Bosco, me regaló una frase a medio camino entre la advertencia y el presagio: “En Colombia le puede ocurrir cualquier cosa excepto aburrirse”. En la actualidad esas palabras siguen más vigentes que nunca gracias a un político de nombre disparatado, Aurelijus Rutenis Antanas Mockus Šivickas. Matemático y filósofo, 58 años, hijo de emigrantes lituanos, ex-rector de la Universidad Nacional y ex-alcalde de Bogotá, Antanas Mockus –él mismo abrevia su nombre para simplificarlo– es el candidato presidencial por el Partido Verde en las próximas elecciones del 30 de mayo y, según indican las encuestas, el aspirante con más posibilidades de convertirse en el próximo presidente de Colombia.

       La primera imagen que la mayoría de los colombianos tuvo de Antanas Mockus se produjo durante su mandato como rector de la Universidad Nacional (1990-1993), en un episodio desafortunado que abrió los noticieros de todo el país y por el cual debió renunciar a su cargo. La escena transcurre en el auditorio León de Greiff de la universidad. Mockus intenta dirigirse a una multitud de estudiantes enfurecidos que le gritan e insultan sin dejarle pronunciar una palabra. Antanas aguanta el chaparrón en silencio, lanzando una mirada desafiante hacia el público. De repente, abandona el micrófono, se acerca al borde del escenario, se baja los pantalones y les muestra el trasero a los asistentes. El impacto de esa imagen levantó toda clase de censuras pero también, por extraño que parezca, numerosas simpatías. A posteriori, la lectura sobre lo que ocurrió aquel día es mucho más compleja que la simple boutade de un rector. En la agitada y conflictiva vida estudiantil del país, el escarnio y la humillación pública de las autoridades académicas era una constante que los diversos cargos afrontaban con un estoicismo rayano en la impotencia. En esa misma situación Antanas Mockus actuaba, para bien o para mal, no se dejaba intimidar. Como él mismo declaró con irónico desparpajo a la prensa: “Es muy probablemente un mal ejemplo, pero les garantizo que lo que vieron es color de paz: blanco”.

       La popularidad alcanzada con semejante incidente le granjeó el favor de la opinión pública y la posibilidad de presentarse con alguna esperanza de éxito a la alcaldía de Bogotá. Como candidato independiente, desvinculado de fórmulas políticas tradicionales, centró su campaña en la construcción de cultura ciudadana entre los habitantes de la ciudad, así como en la persecución y repudio sistemático de la corrupción y el clientelismo. Para sorpresa de propios y extraños, ganó las elecciones. Fue alcalde en dos mandatos no consecutivos: en el periodo 1995-97 y nuevamente en el 2001-03. Buena parte del crédito que atesora Mockus se debe a los métodos innovadores que introdujo en la política durante esos años. Con la pedagogía ciudadana por bandera, el respeto a la legalidad como herramienta y la imaginación como límite, algunas de sus medidas se estudian como ejemplos de vanguardia en la aplicación de políticas públicas y la mayoría se ha convertido en memoria popular de los bogotanos. Disfrazado de superhéroe recorrió la ciudad identificando sus principales problemas, para ejemplificar su deseo de reemplazar la violencia física por violencia simbólica arrojó el agua de un vaso a la cara del líder del partido liberal Horacio Serpa, despidió a los 3.200 agentes de tráfico de la ciudad acusados por corrupción y los sustituyó por una legión de mimos callejeros que, además de hacer cumplir la ley, enseñaban civismo a los transeúntes, mediante la ley zanahoria – En el argot colombiano se define como zanahorio a aquella persona de conducta mesurada, cívica y responsable- restringió el horario de apertura de bares, licorerías y restaurantes hasta la una de la madrugada con la intención de disminuir los índices de violencia y accidentes de tráfico.

 

 

       Todas estas acciones, además de otorgarle fama de excéntrico –su matrimonio se ofició en un circo dentro de una jaula poblada de fieras –transformaron la conciencia ciudadana de los bogotanos y, por ende, la ciudad. Más allá de lo pintoresco de algunas de estas medidas –un híbrido entre la pedagogía política y la psicomagia de Jodorowsky– su efecto tangible se dejó sentir en el mármol de las estadísticas. La tasa de homicidios se redujo en dos tercios durante sus gobiernos, la de accidentes de tráfico descendió un 50% y 65.000 personas solicitaron pagar mayores tasas de impuestos voluntariamente. Además, como resultado de sus programas cívicos, el ahorro de agua se incrementó en un 40% y continuó el saneamiento de las cuentas municipales iniciado en la anterior alcaldía de Jaime Castro, lo que le permitió acceder a préstamos internacionales para mejorar la infraestructura de la ciudad. También agilizó la construcción del Transmilenio, obras de metro ligero iniciadas durante la alcaldía de Enrique Peñalosa y actual símbolo de modernidad de Bogotá.

       Al término de sus mandatos el 95% de los bogotanos disfrutaba de agua potable y alcantarillado. Al finalizar sus alcaldías la imagen general que los colombianos tenían de Antanas Mockus era la de un gestor eficiente, honesto e independiente, ajeno a la degradada clase política tradicional y su consustancial cuota de clasismo, caciquismo y corrupción. Un líder político diferente tanto en sus propuestas, como en sus métodos. Por contra, sus detractores le acusaban de ejercer el poder entre dos extremos irreconciliables: o bien caía en un academicismo incompresible para el ciudadano de a pie que derivaba en propuestas irracionales, o bien ejercía un autoritarismo intransigente. Además, le recriminaban su indefinición ideológica, recibiendo críticas que iban desde neoliberal hasta anarquista.

       Con el bagaje de estas experiencias, Antanas Mockus está protagonizando una de las campañas electorales más entusiastas, brillantes y vanguardistas que se recuerdan en Colombia y que ya se conoce como la ola verde, en referencia al Partido Verde que él lidera, pero también al masivo apoyo que recibe de sus seguidores vestidos de ese color en cada acto de campaña. El primer acto de distanciamiento con el resto de los partidos y candidatos presidenciables fueron las primarias que el partido organizó para designar candidato. Junto con Luis Eduardo Garzón y Enrique Peñalosa, ambos ex–alcaldes de Bogotá con un perfil político parecido al de Mockus –políticos renovadores, más cercanos a la tecnocracia que a las ideologías– recorrieron el país en lo que se conoció como la gira de los tres tenores invitando a sus seguidores a elegir al que consideraran más adecuado para conquistar la presidencia. Tras la victoria de Antanas Mockus el 14 de Marzo, en la búsqueda de apoyos que hiciera factible ganar el sillón presidencial, el triunvirato se convirtió en cuarteto el 5 de Abril, al lograr la adhesión de Sergio Fajardo y su movimiento Compromiso Ciudadano, como candidato vicepresidencial. Si Mockus, Peñalosa y Garzón fueron los grandes transformadores de Bogotá, Fajardo cumplió el mismo rol como alcalde de Medellín. El nexo de unión de todos ellos es una forma regeneracionista de entender la política, centrada en el fortalecimiento de los valores ciudadanos y el escrupuloso respeto a la legalidad en la gestión política.

       El éxito de sus propuestas y la sintonía con el electorado han desbordado las aspiraciones más optimistas de cualquier jefe de campaña logrando lo que parecía imposible: destronar a Juan Manuel Santos, líder del Partido de la U, a quien hace apenas un mes todas las encuestas daban por virtual ganador. El ex Ministro de Defensa y delfín del presidente Uribe, representante del continuismo de la política uribista no ha sabido capitalizar a su favor el apoyo popular de más del 70% con el que Álvaro Uribe termina su mandato. Entre las razones para explicar esta desafección pueden citarse los escándalos de la parapolítica, los falsos positivos y las chuzadas del DAS, la agencia de inteligencia estatal. Pero más aún el cansancio de ocho años de polarización política que obligaba a la sociedad colombiana a escoger entre buenos y malos, el conmigo o contra mí, o la seguridad democrática o el caos narcoterrorista. Al parecer la ciudadanía ha decidido explorar los grises, que en este caso son verdes.

 

 

       El discurso electoral de Antanas Mockus se centra en dos pilares: la legalidad democrática y la educación como herramienta de transformación social. La primera supone “construir sobre lo construido”, como precisa Mockus, es decir, continuar el fortalecimiento del Estado iniciado por Uribe en la lucha contra los grupos armados ilegales. Ahora bien, si el uribismo priorizaba la fuerza y otorgaba el papel protagónico al ejercito, Mockus enfatiza la necesidad de justicia y propone como nuevo actor relevante al poder judicial. La segunda implica pasar “de las trincheras a los tableros”, como afirma Sergio Fajardo, agente principal de esta línea de gobierno, o de otro modo, apostar por el conocimiento científico, tecnológico y educativo como motor de desarrollo económico y cambio social. El marco general para llevar a cabo estas dos líneas de actuación es, según Mockus, una transformación radical de la cultura ciudadana en Colombia. Es decir, la armonización de la ley, la moral y la cultura del país, así como un diseño de teoría política donde resuenan los ecos de neoinstitucionalistas como Douglas North, culturalistas como Doris Sommer y politólogos como John Elster.

       Como no podía ser de otro modo, la campaña electoral está siendo cualquier cosa menos aburrida. Hace poco más de un mes el Partido Verde contaba con un 9 % de intención de voto y en la última encuesta de la firma Napoleón Franco alcanza un 34%, en empate técnico con el Partido de la U. Un pronóstico que mejora para la segunda vuelta donde Juan Manuel Santos obtendría un 41% de los votos contra un 48% de Antanas Mockus que sería el ganador de las elecciones.

       Este ascenso fulgurante se explica tanto por un mensaje que ha sabido movilizar a descontentos, seculares abstencionistas y jóvenes, como al uso innovador de las nuevas tecnologías aplicadas al duelo electoral, y sobre todo por la alianza con Compromiso Ciudadano y Sergio Fajardo. Precisamente el candidato a vicepresidente se rompió la cadera en un accidente deportivo y ha anunciado que seguirá en campaña participando a través de las redes sociales, auténtico motor de la ola verde. Lo que en principio era un recurso complementario al mitin, los debates televisivos y los pasquines se ha convertido en la herramienta principal de difusión del Partido Verde.

       Gracias a Facebook, Twitter, Flickr o Youtube, los votantes no sólo se informan sino que han creado una comunidad que moviliza, propone y orienta la campaña. A través de estas redes, la ola verde se visibiliza organizando actos dentro y fuera del país, desde Medellín a Nueva York, de Bogotá a Madrid, en un remedo de obamanía en versión colombiana. Mientras la ola verde crece, Antanas Mockus -que confesó al inicio de la campaña que sufría los inicios de la enfermedad de Parkinson- recorre el país con un lápiz en la mano repitiendo sin cesar los lemas de su partido: La unión hace la fuerza y la vida es sagrada.

       Sus intervenciones públicas parecen más un sermón cívico que un mitin, probablemente porque como buen semiólogo sabe del profundo arraigo discursivo que la religión tiene en Colombia, y también porque, como confesó en una ocasión, de no ser por el celibato se habría ordenado sacerdote. Como orador político emplea una estructura narrativa de raíz religiosa en la que el mensaje religioso es reemplazado por los valores ciudadanos, más cercano al púlpito y la pizarra que a la tribuna. Con este peculiar estilo difunde su programa político en los actos de campaña a la par que realiza juegos de confianza con los asistentes. Como si además de ganar las elecciones estuviera empeñado en hacer terapia psicológica masiva, más pedagogía política que discurso electoral, reforzando su imagen de profesor al servicio del interés público antes que de candidato presidencial.

       La expectativa de un cambio radical que despierta Mockus no es algo nuevo en el país. Colombia tiene la costumbre de vivir entusiasmos colectivos tan ilusionantes y prometedores como los horrores y miserias que jalonan su historia. Ya ocurrió con Gaitán y Galán -ambos líderes políticos fueron asesinados- y también con el fracasado proceso de paz con las FARC acometido por Pastrana (1998-2002). No son pocos los que señalan un efecto burbuja alrededor de su candidatura, un exceso de esperanza que no se corresponde con la realidad del país. Con el índice de homicidios en ascenso, las FARC y otros grupos guerrilleros en retroceso pero disputándole aún al Estado el control de amplias zonas del país, con los grupos paramilitares incrementando su poder político y su campaña de violencia contra la sociedad civil, con el narcotráfico como principal fuente -no declarada- de divisas y desintegración social, con uno de los índices de corrupción más altos de toda América Latina y veinte millones de colombianos malviviendo por debajo del umbral de la pobreza, resulta difícil imaginar que un cambio presidencial pueda por sí sólo desatar el nudo gordiano en el que está atrapada Colombia desde hace décadas.

       Es factible que a partir del próximo 7 de agosto, fecha de investidura, Antanas Mockus tenga la oportunidad de intentarlo desde la Casa de Nariño. Probablemente le sea igual de difícil afrontar estos problemas como devolver con hechos la inmensa ilusión que millones de colombianos han depositado en sus manos. De nuevo tendremos la oportunidad de comprobar si de una vez por todas, al fin, la pluma es más fuerte que la espada. En cualquier caso, algo es seguro: los colombianos seguirán sin conocer el aburrimiento.

 


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