Reclino la cabeza contra la ventanilla y miro hacia abajo intentando ver algo a través de la noche oscura. Me gustan los aviones que vuelan de madrugada prácticamente vacíos. La sensación de inquietud se agudiza y uno termina por preguntarse si estará viajando en la dirección correcta… La mayoría de pasajeros duerme, para mí resulta imposible. Pienso en el primer avión que tomé sola rumbo a Berlín con las luces de la pista tan iluminadas como si, al fin, fuese a comenzar el baile; recuerdo, especialmente, las cinco horas nocturnas que me llevaron a Moscú en un vuelo que se dirigía hacia el amanecer…Entonces esperaba ingenuamente que en otra ciudad podría encontrar muchas de las respuestas que me faltaban pero nunca sucedió así. Situada ante una nueva perspectiva surgían siempre más y más interrogantes, incertidumbres sin aparente resolución, encrucijadas terroríficas, sorpresas maravillosas. Me he pasado muchos años sintiéndome extraña porque frente a la seguridad que demostraban los demás yo temblaba ante la idea de qué hacer con mi vida. Sin vocación definida, empezaba a sospechar que en realidad no elegía nada, que todo estaba en mi estómago, en mis nervios, en mi suerte, en un temperamento que nunca escogí.
Con el paso del tiempo me administré, como el más obediente de los pacientes, las soluciones que mejor parecían funcionar en la mayoría de casos pero ninguna de ellas logró calmarme. No me creía entonces y no me creo ahora a los que me hablaban de libertad y simplemente se conformaron con lo que les venía dado, no apostaría por el amor de los que un día se desatendieron a sí mismos para arrastrarse tras las huellas de un otro, desconfío del suelo firme en el que uno se detiene más por cobardía y cansancio que por prudencia, me dan pena los que nunca anhelaron el tacto de alguien en cuyos brazos derretirse, valoro en su justa medida la ilusión y la fuerza de los bendecidos por la salud, no me creo a todas esas buenas personas que nunca han tenido que enfrentarse a lo que serían capaces de hacer y, sobre todo, dudo, dudo muchísimo, de aquellos que navegan sobre un mar de certezas, como si conocieran todas las corrientes, todos los escollos, todo lo que se oculta en las profundidades, como si supieran siempre en qué latitud brilla la estrella polar, o peor aún, desearan saberlo…
Así que a día de hoy, sí, sigo terriblemente perdida. No sueño con un escenario ideal en el que pudrirme en mi papel el resto de los días, no aspiro a atrapar eternamente un puñado de arena, ni a sentarme sobre un gran trono de verdades desde el que contemplar el mundo como si fuera una película en la que uno conocía el final de antemano. No busco algo porque le pediría a la vida todo. Y no sé que me deparará este Beirut al que tantas veces he despreciado y que, sin embargo, me acompaña como la sombra de una vieja madame marchita, silenciosa, sin juzgarme, dejando que mire y aprenda…