Monique de Roux es una excepcional grabadora que ha venido trasladando a la gráfica desde hace años ese mismo universo que preside sus dibujos y sus pinturas, en el que la revelación de los sueños se entiende como una realidad donde los sentidos pueden vivir con una mayor intensidad. Sus aguafuertes, repletos de guiños culturales, nos empujan hacia un conocimiento emocional en el que nada es transitorio, sino, por el contrario, indicio de una eternidad que habitaran unos seres humanos convertidos momentáneamente en dioses. La visión precisa de un territorio que hoy puede parecer arcaico, y que ella enfatiza con su tratamiento de los volúmenes, a quienes hemos sucumbido en exceso a los esquemas de la lógica.
Para los que amamos el nada frecuente virtuosismo dibujístico en el grabado, pertenezca su autor a la escuela que pertenezca (Alcorlo, Bellver, o Condé, por ejemplo), cada una de las obras de esta francesa radicada entre nosotros es una elegía de lo que late en esa frontera que separa un objeto de otro y en donde mora la luminosidad subterránea.
Felipe Hernández Cava