Andaba yo hace siete años en el estreno de mi aventura en la literatura y pergeñando otra novelita sobre el terrorismo cuando un amigo me llamó por teléfono y me dijo sin preámbulos: “Pon la tele. ETA está anunciando el fin de la violencia”. Le hice caso. Allí estaban tres encapuchados diciéndome que después de más de cuatro décadas de sangre habían decidido deponer las armas. El reconocimiento de Euskal Herría y el respeto a la voluntad popular deben prevalecer sobre la imposición, declaraba uno de ellos con gran cinismo sin ni siquiera pedir perdón por las más de 800 muertes que había causado su locura. ¿Imposición de quién?
No me llegué a creer completamente sus palabras, aunque mucho después el tiempo las confirmaría. Al menos en lo que concernía a atentados y entrega de arsenal de armas. Mi desconfianza y escepticismo eran debidos a que a lo largo de los años habían anunciado treguas, ceses al fuego para luego romperlas con otro atentado. Pero sobre todo me parecía increíble que a principios del presente siglo, y en concreto en octubre de 2014, tres individuos disfrazados con el rostro tapado me decían sandeces sobre la apertura de un nuevo tiempo político. ¿Dónde estaban ellos con la cobardía de la cara cubierta? ¿Dónde estaba yo, harto de escuchar argumentos y justificaciones de la violencia en algunos de los tertulianos con los que participé durante tres años en un programa nocturno da la radio nacional vasca?
“Lo hemos conseguido, lo hemos conseguido”, le manifiesta a su hija al teléfono entre lágrimas Maixabel Lasa, la viuda del asesinado dirigente socialista Juan Mari Jáuregui en julio de 2000. No sé si realmente fue así, pues lo que aquí describo corresponde a una de las escenas finales de la película Maixabel, dirigida por Iciar Bollain, centrada esencialmente en los encuentros que la viuda quiso tener con dos de los miembros del comando que asesinó por la espalda, como casi siempre era el método, a su marido mientras comía con otras personas en una sociedad gastronómica de Tolosa. Jáuregui, ex gobernador civil, había tenido que marchar a Chile al recibir serias amenazas de muerte y se encontraba en esos momentos en esa ciudad donde residía su esposa.
Uno sale con el corazón encogido al final de la proyección con ganas de aplaudir, gritar o llorar frente a la barbarie, pero igualmente de admirar a Maixabel Lasa por su coraje, su valentía, su dignidad y espíritu de diálogo frente a los dos etarras arrepentidos. Uno de ellos, Luis Carrrasco, que fue el primero que accedió a encontrarse con ella en la cárcel de Nanclares de Oca (Álava), donde fueron internados los que públicamente anunciaron su salida de la organización criminal y arrepentimiento, confiesa haber sido un monstruo, un monstruo que cometió monstruosidades.
Ya habíamos sabido no hacía mucho a través de una entrevista en televisión con un terrorista arrepentido que los que formaban parte de un comando no tenían ni idea de quién era el objetivo. Cuál era su currículo o los motivos para acabar con su vida. Recibían instrucciones por escrito de la dirección, que naturalmente no se discutían, y se permitían la licencia de jugarse a suerte quién era el que disparaba el gatillo. En ese programa recuerdo también que el entrevistado desmentía la leyenda de que los militantes habían recibido previamente una buena formación militar. Reconocía que eso tal vez fue antes, pero no en los últimos años cuando iban cayendo cada vez más comandos.
La película de Bollain no me despertó atención por recordarme la euforia con la que se vivía en la organización el éxito de un atentado ni por la falta de preparación intelectual de sus pistoleros. No, no fue eso lo que me emocionó cuando se encendieron las luces al final de la sesión. Lo que me atrapó fue la inmensa carga humana que refleja la viuda del dirigente vasco, la soledad y el recelo que debe superar incluso de su hija cuando decide participar en esos encuentros con presos etarras. La misma soledad y el mismo recelo que encuentran los terroristas que acceden a reunirse con las víctimas.
En estos últimos días he ido leyendo y escuchando entrevistas con la viuda. Me ha llamado la atención cuando declara que ella quiere darles una segunda oportunidad a quienes salvajemente acabaron con su marido, un político dialogante que incluso en sus primeros años militó en ETA y que luego no tuvo pelos en la lengua para denunciar los crímenes etarras, pero también los del Estado. Creo haberle entendido en una de esas entrevistas que ella cree más en “la convivencia entre diferentes” antes que en el perdón y el arrepentimiento. Arrepentidos y avergonzados estuvieron frente a ella dos de los miembros del comando. Pedir perdón es relativamente sencillo, basta con expresarlo. Otra cosa más complicada es obtenerlo por parte de la familia de la víctima. Los tres miembros del comando que asesinó a Jáuregui siguen en prisión, aunque comienzan a disfrutar el tercer grado. El ejecutor ha decidido seguir los pasos de sus compañeros y reunirse próximamente con la viuda.
Maixabel es una película extraordinaria y con una interpretación soberbia sobre todo de Blanca Portillo y Luís Tosar. Para mí debería ser proyectada no sólo en las cárceles, sino en las escuelas, colegios y universidades vascas. Ser visionada y debatida entre los jóvenes de Euskadi. ¿Qué piensa hoy en día de la barbarie etarra un chaval de 16 años o un joven de 18 o 20 años abertzales en un pueblo de Guipúzcoa o Vizcaya? ¿Aún persiste el prejuicio de la ocupación del territorio a manos de una “fuerza extranjera” y de que esa entelequia denominada Euskal Herría se independizará por las buenas o por las malas? Ese idealismo maldito a veces es la razón de existir del nacionalismo independentista.
Es cierto que el brazo político de ETA decidió desmarcarse de la violencia de la organización sobre todo cuando la cúpula de la banda iba siendo desmantelada un día sí y otro también por la policía. Pero a veces me he preguntado cuánta sinceridad hay en sus posturas, en su deseo de participar en la política vasca y en la nacional. Sabemos bien que en la dificultad de solucionar el problema territorial y acabar con ETA ha influido notablemente la cínica conducta del PNV, el partido que ha gobernado con doble cara la comunidad. Se servía de la violencia cuando le interesaba. Su lenguaje era bien distinto en Madrid que en Vitoria.
La película ha sido proyectada en la cárcel de Pamplona, donde se encuentran internos una decena de presos de ETA. Ninguno de ellos quiso estar en la sala y en el debate en el que participaron la directora Iciar Bollain y la propia Maixabel Lasa. En cierto modo es entendible que no lo hicieran. No tienen argumentos para justificar los crímenes de la organización. Arrepentirse, pedir perdón, les coloca en el abismo. ¿Para qué sirvieron tantas muertes sino para causar dolor tanto en las víctimas como en los victimarios? Algunos de ellos tienen su minuto de gloria cuando salen de prisión y son recibidos como héroes en sus pueblos. Héroes al tiempo que asesinos. Saben que han vivido una gran mentira, una gran farsa, que les perseguirá y atormentará hasta el final de su existencia.