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Moratinos, Bono y la euforia mórbida a la hora de justificar los negocios con una dictadura

 

 

Durante años había intentado de manera infructuosa conseguir un visado para Guinea Ecuatorial. Siempre se me denegó con todo tipo de argumentos. Estuve muy cerca de conseguirlo cuando, por no sé qué extrañas carambolas, conseguí el teléfono del entonces ministro de Asuntos Exteriores, Miguel Oyono, y se ponía al aparato cada vez que quería completar las informaciones sobre la antigua colonia española con la versión del gobierno de Teodoro Obiang Nguema. Hasta que, gracias a un amigo que había acudido a supervisar unas elecciones en nombre del Gobierno español, y me facilitó una copia del informe oficial reservado que había elaborado para las autoridades de Madrid: en él quedaba en evidencia la vergonzosa manipulación que, una vez más, había practicado la dictadura de Malabo para atornillarse al poder. Lo publiqué con todo detalle en El País. Recuerdo muy bien el final de la conversación que a raíz de ese artículo sostuve con el ministro Oyono:

 

—Tenga mucho cuidado si alguna vez se le ocurre perderse por Guinea Ecuatorial…

—¿Me está amenazando?

 

Ahí cortó la comunicación. Y no volvió a haber otra. Por eso, cuando me enteré de que el ministro de Asuntos Exteriores de José Luis Rodríguez Zapatero, Miguel Ángel Moratinos, antiguo director general para África, se disponía a encabezar una visita acompañado nada menos que de Manuel Fraga (quien firmó el acta de independencia de la antigua colonia: fue su último viaje) y de un nutrido grupo de empresarios y periodistas, no lo dudé. Fue laborioso conseguir el salvoconducto, pero al final logré por fin poner el pie en uno de los países africanos que más deseaba visitar. Por mis amigos guineanos, por la historia común, por el español que se hablaba allí. Era como me imaginaba. Pero lo que no podía ni sospechar es que el ministro Moratinos se fuera a comportar como un verdadero mamporrero del régimen. Con dialéctica tabernaria, acusó a los periodistas (en concreto a la enviada de Televisión Española) de sabotear un viaje de Estado, y  de no comprender a los guineanos, metiendo en el mismo saco al régimen y a sus apaleados súbditos, que padecen una infame dictadura mientras Obiang y su familia se enriquecen a espuertas. Mientras las autoridades judiciales francesas, americanas y españolas investigan el saqueo del Estado guineano por el presidente, su hijo Teodorín y toda la camarilla de allegados y paniaguados del régimen, dos ex flamantes ministros de España saltan al ruedo con vaselina, montera y faltriqueras bien dispuestas. 

 

Pareciera inconcebible si no fuera tan obsceno. Se trataba de sacar tajada de la ingente tarta petrolera guineana de la que, inexplicablemente, España se había quedado al margen. Habíamos hecho el canelo y estábamos perdiendo una oportunidad de oro. Por eso había que comprender a Obiang y a los guineanos. La euforia mórbida, el síndrome que con tanta elocuencia describía el escritor Juan Tomás Ávila Laurel en su último post en FronteraD, era una pasmosa fotografía de la enfermedad política que tipos como Moratinos y el ex presidente del Congreso español, José Bono, padecían respecto a Guinea. Que ambos fueran presuntamente socialistas no hacía sino hacer más zafio todo el asunto. Que ambos, como contaba el pasado martes Luis Ayllón en ABC, hubieran celebrado recientemente viajes de negocios a Guinea Ecuatorial, y además sin avisar al Gobierno, era una nueva escena del género esperpéntico. Como la que tuve la suerte de ver en vivo y en directo durante la cena que Obiang ofreció a Moratinos, Fraga y todo el séquito en su ostentoso palacio presidencial de Bata, en el que hubo abrazos, estridentes bandas para el pecho, medallas y palabras podridas.

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