Morfia es una de las muchas propuestas del festival In-Sonora que el fin de semana pasado y este tiene lugar en el Centro de Creación Replika Teatro. Un festival internacional de arte sonoro e interactivo que va ya por la 13ª edición. En el que las artes musicales, fundamentalmente electrónicas o electroacústicas, se hibridan con la performance, la instalación o la realidad virtual.
¿Cuál es la propuesta de Morfia? La de hibridar cuerpo con la tecnología. La imperfección humana con la, teórica, perfección de la máquina. De hecho la pieza empieza diciendo: ¡Esto es cuerpo! Para mostrarlo, los asistentes son invitados a entrar el inmenso escenario de la sala, inmenso para un teatro tan pequeño como este.
El escenario está lleno de humo, densamente acumulado pues a media altura toda la sala está cubierta por un plástico, causando un efecto niebla. De tal forma que, en general, los otros asistentes se van desdibujando poco a poco y convirtiéndose en siluetas. Un efecto aún mayor cuando comienza el espectáculo y, con la puerta cerrada de la sala, el acúmulo de humo es ya importante.
Un humo que estará atravesado por rayos de luz. Rayos que se materializan y se pueden como cortar con las manos o los dedos gracias al humo. Un efecto muy bonito que hace que el personal, joven, posiblemente nativos digitales, saquen sus móviles y se pongan como locos a grabar o hacer fotos para sus redes sociales.
Algunos de ellos, más de lo que suele ser habitual, van a la última en su manera de vestir. Y lo hacen con clase. Que lo mismo llevan un par de sneakers tochas con cada zapatilla de un color distinto. O combinan y portan con naturalidad zapatillas y un bolsito metálico de cóctel. O vestidos de riguroso negro, los pantalones anchos y cortos que hace pensar que se llevan faldas. O camisas anchas y floreadas sobre camisetas o jerseys claros, tocados con una gorra de beisbol. Personal que por edad y forma de vestir poco o nada se ve en los teatros. Y que aquí el festival In-Sonora y el teatro Replika han sido capaces de convocar y reunir.
Algunos se mueven entre la gente y hacen un video como fluyendo entre ellos, como si llevaran una steadycam. Copian a uno de los componentes el equipo de la sala. Otro joven como ellos que lleva una cámara profesional y hace lo propio. Otros, parados sacan fotos o hacen un video detrás de una persona mientras da la sensación de que los rayos se difractan al llegar al cuerpo de dicha persona. Que a ratos parecen la versión oscura de esas imágenes de apariciones de santos y vírgenes de iglesias y catedrales.
Lo anterior, posiblemente hace pensar en una rave. Una de esas fiestas de música electrónica que se convocan en sitios cool y de moda. Aunque debido a que lo pijo se ha puesto por las nubes, cada vez se convocan más en lugares abandonados y okupados.
A esa sensación contribuye fuertemente la música que se oye. Una música cuyo instrumento es un ordenador. Y, como ya se ha dicho, suena a electrónica. A veces, a esos soft hits que se encuentran en las listas de discos más vendidos, en la que hay momentos en que se incorpora una voz dándole un toque de película de héroes antiguos o épicas. Y que seguramente vieron en su infancia o adolescencia.
Es decir, sonidos reconocibles para un público joven. Cuya actitud inicial es lanzarse a la pista de baile y que seguramente no lo hacen por encontrarse en una sala que es un teatro. Un público, que aconsejados por una persona que se mueve entre ellos, se sienta en el suelo para admirar el juego de luz que sobrevolará su cabeza. Así como, un video en el que un cuerpo ni se gasta ni se destruye. Solo se metamorfosea en líneas curvas, se distorsiona, al ritmo de la música o el ruido sonoro.
Una pieza que acaba con Macarena Bielski en mitad del escenario bailando. Una especie de derviche vestida de negro que, cuando para la música, mantiene el gesto con el que acompañó la última parte de la pieza sonora. Un ruido o sonido que se oía como un latigazo o un golpe enérgico con una vara dado al aire. Bailarina que poco a poco se pone a girar sobre si misma sustituyendo con su respiración jadeante y fuerte, la música que se ha oído durante el espectáculo.
Un espectáculo que como receptor solo se puede explicar como simple o sencillo. Y ya visto y oído. Nada hay que sorprenda en el mismo. Que es cierto que se disfruta, sobre todo si se es amante de esta música. Algo bonito y agradable, incluso el video con dismorfias que se proyecta en la pared, para cerrar un largo día de trabajo, una semana complicada, o comenzar bien el finde.
Aunque, como profesional, lo más interesante, es ver desde donde y hacia donde las nuevas generaciones de artistas están recogiendo la reciente tradición heredada. Sobre qué han empezado a construir su personalidad artística. La obra que podrá ser. Unos artistas que tratan de superar su principal campo de expertise, pues todo es híbrido, todo es mestizo, y que, como hijos de su tiempo, incorporan con naturalidad las nuevas tecnologías. Como si no fueran nuevas, en términos históricos humanos, y es que en sus biografías no son nuevas, sino algo habitual, normal, integrado.