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Moritz Thomsen, un reportero enamorado de Ecuador

 

Vino a cenar a mi residencia de Quito, una noche de 1982, vistiendo unos vaqueros azules y una camisa de trabajo recién lavada. Había pospuesto mi encuentro con el amigable y canoso Moritz Thomsen hasta que no hubiera acabado de leer Living Poor (1969) y The Farm on the River of Emeralds (1978), dos libros con los que se había ganado su reputación. Por aquel entonces, Thomsen, había adquirido fama de expatriado sencillo gracias a sus escritos, a su empobrecida vida en un miserable pueblo pesquero de la costa sudamericana del Pacífico y a su cameo en la obra de Paul Theroux, El viejo expreso de la Patagonia.

 

Se convirtió en parada literaria obligatoria para los gringos, prestando su apoyo a escritores en ciernes –especialmente a aquellos que, como él, habían servido en el Cuerpo de Paz– y estaba impaciente por enterarse de lo último del mundo editorial neoyorquino de boca de los propios autores publicados. A Thomsen, que por entonces tenía 67 años, le cogí cariño enseguida.

 

Provenía de una familia extraordinariamente pudiente de Seattle, con un padre al que consideraba una “catástrofe intolerable” similar a la de la II Guerra Mundial. A mediados de los sesenta, cuando se afanaba como granjero de cerdos algo excéntrico, en California, se enroló en el Cuerpo de Paz, con los que acabó recabando en Rioverde (Ecuador), una aldea de raquítica economía, que basaba su supervivencia en lo que las redes lograban a diario del Pacífico o en los cultivos arrancados a la selva cercana.

 

Thomsen relató su vida en unos artículos para el San Francisco Chronicle y acabó escribiendo un libro sobre Rioverde y su labor de voluntario. La mayor parte de su trabajo local, como sus intentos de fundar cooperativas, de encontrar una forma más práctica de criar cerdos y pollos, y cosas por el estilo, fracasaron. Pero una familia, los Prados, respondió con diligencia a sus enseñanzas. Después de abandonar el Cuerpo de Paz Thomsen y los Prados compraron una granja cercana y empezaron a vivir allí.

 

Sus dos primeros libros estaban elegantemente escritos, pero mostraban la brutal verdad sobre la vida en la pobreza. Echando mano de Proust, Stravinsky y Hemingway, Thomsen se metió en la piel de sus flacos vecinos y los encontró llenos de una mezcla de pasión e ignorancia.

 

Fue un hombre de una integridad casi insufrible y de un encanto innegable. Consiguió evitar que sus obras se tradujeran al español porque, como él mismo confesó, no quería que aquellos con quienes vivía vieran lo que había escrito acerda de ellos.

 

La clase intelectual ecuatoriana no sabía qué pensar de aquel extranjero defensor de una gente a la que ignoraban, cuyos libros sobre su país eran tan bien recibidos en el primer mundo. Ni su figura ni sus obras hallaban eco en los ambientes educados de Quito o Guayaquil. Otros extranjeros que habían escrito sobre Ecuador, como Charles Darwin, Ben Hecht, Ludwig Bemelmans o Henri Michaux, no habían indagado tan profundamente como Thomsen en la realidad del país, y desde luego tomaron la decisión de quedarse a vivir allí. Pero Ecuador y sus salones literarios le dieron la espalda a uno de los grandes autores estadounidenses del siglo XX.

 

A lo largo de los años, el país suramericano ha promocionado a sus propios autores. El más conocido del siglo XX tal vez sea Jorge Icaza, cuya u obra cumbre, Huasipungo, (1934) describe con toda crudeza la vida de los indios huasipungos que trabajaban en los ranchos de los patrones en los Andes. Desde mediados de siglo, el nombre de Nelson Estupiñán Bass, que nació en la misma región donde vivió Thomsen, se convirtió en una figura de la literatura panamericana gracias a sus piezas de teatro y poemas. Enrique Adoum, poeta y traductor, amén de secretario personal de Pablo Neruda, está considerado como el representante ecuatoriano en la eclosión de esta generación de escritores. Cuando las mujeres empezaron por fin a despuntar en la literatura del país, entre los años setenta y ochenta del siglo pasado, la novelista Alicia Yáñez Cossío, que ahora tiene cerca de ochenta años, fue una de las voces más destacadas. Más recientemente, Leonardo Valencia, un novelista de Guayaquil que ahora vive en España, y Gabriela Alemán, una autora de Quito, representaron a su país natal como parte del Hay Festival de 2007, una bulliciosa cita celebrada en Bogotá y en la que tomaron parte  39 escritores americanos de 39 años o menos. Recientemente, Alemán publicó Posso Wells, seis libros en parte cómicos, en parte desgarradores, cuya historia comienza cerca de Guayaquil con la repentina muerte por electrocución de un político que toca un micrófono después de haberse mojado los pantalones.

 

Es justamente esta generación de jóvenes autores que encabeza Alemán la que ha reconsiderado la figura y la obra de Moritz Thomsen, la que ha sabido leer sus libros y  celebrarlos. Recientemente organizaron en Quito la I Conferencia Internacional en torno al escritor estadounidense. Se plantearon en los debates enjundiosas preguntas: ¿Era Thomsen un expatriado o un auténtico ecuatoriano? ¿Hay que considerar sus libros literatura de viajes? ¿Y qué decir de sus trabajos pre-ecuatorianos, como periodista en rotativos locales de una pequeña ciudad de California? Y la última, pero no menos importante, ¿estábamos entregándonos al vicio de la hagiografía?

 

En el apogeo de la conferencia se llenaron grandes mesas en los restaurantes de Quito con autores tanto extranjeros como locales, animados por las memorias de Thomsen, por sus análisis y por su todavía pendiente obra desconocida y por lo tanto póstuma. Se trata de un manuscrito hasta inédito, Bad News From Black Coast, del que se dice que saldrá próximamente. Además, por fin se han traducido sus dos primeros libros al español. La ciudad de Quito le ha nombrado ciudadano de honor y le ha puesto su nombre a una calle.

 

Fue una convocatoria vibrante, llena de charlas sobre la literatura panamericana y de amigos hace tiempo perdidos. Algunos de nosotros visitamos Libri Mundi, una librería internacional bien surtida que Thomsen ayudó a fundar y que cuenta con sucursales en  todo el país.

 

No fue ninguna casualidad que no participara nadie de Guayaquil, la ciudad industrial más grande de la costa del Pacífico ecuatoriano. La rivalidad entre la costa y la montaña, que se manifiesta en la política, los deportes, los negocios y los entretenimientos también se extiende a la vida literaria. Huasipungo, el clásico internacional de Icaza, no es “el tipo de literatura ecuatoriana que merece mi respeto”, comentó con displicencia un editor de Guayaquil. “Mucha política y conciencia social pero escasa sensibilidad artística”, remachó, por si quedaban dudas.

 

Independientemente de la procedencia de las opiniones literarias, este pequeño pero intenso país no tiene muchos lectores. Mil ejemplares es una tirada normal en el mercado editorial. Sin embargo, aunque Ecuador asegura que la tasa de alfabetización es del 90%, para una población de cerca de 14 millones de habitantes, muchos solo cuentan con una limitada capacidad de lectura. Dependiendo  de si hablamos de la selva, la costa o la montaña montaña, la literatura puede no tener mucha consideración. Además, muchas de las lenguas indígenas atesoran una gran tradición oral pero poca escrita.

 

Cuando a principios de los ochenta vivía en Ecuador, investigando para un libro, me veía con el fumador empedernido que era Moritz Thomsen con cierta frecuencia. Trabamos una profunda amistad, que continuó gracias a una extensa correspondencia. La última vez que le vi vivía cerca del río Esmeralda, en lo que prácticamente era una casa en un árbol, con una máquina de escribir, libros y las clásicas grabaciones pornográficas caseras. Nos dimos cuenta  de que era la última vez que nos íbamos a ver cara a cara, pero ninguno de los dos dijo nada al respecto. Algunos años más tarde se mudó a Guayaquil, debido a la altitud. Eligió pasar el resto de su vida solo, escribiendo con determinación en un pequeño apartamento, donde, en el verano de 1991, murió de cólera, la enfermedad de los pobres.

 

 

 

Tom Miller es periodista y escritor. Entre sus libros destacan Revenge of the Saguaro: Offbeat Travels Through America’s Southwest, On the Border (hay versión española, En la frontera, publicado por Alianza Editorial México) y The Panama Hat Trail (en español, La ruta de los Panamás, publicado por Debate). Ha escrito artículos para The New York Times, The Washington Post, The New Yorker, Smithsonian, Natural History y Rolling Stone. En la actualidad prepara un libro sobre Don Quijote. En FronteraD ha publicado Mudarse al Oeste, escribir para el Este. Su página web, aquí

 

 

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