Home Acordeón Mostrar o no mostrar imágenes violentas: un apasionante debate periodístico

Mostrar o no mostrar imágenes violentas: un apasionante debate periodístico

El atentado de Barcelona del pasado 17 de agosto ha reabierto un viejo y fascinante debate: ¿deben o no publicar imágenes violentas los medios de comunicación?

 

El escritor Juan Soto Ivars –columnista de El Confidencial y autor del recientemente publicado Arden las redes planteaba esta duda en Twitter a la mañana siguiente de que un terrorista de ISIS (o DAESH) al volante de una furgoneta lanzara el vehículo contra una multitud en Las Ramblas de Barcelona, matara a 14 personas y dejara un centenar de heridos:

 

Para aquellos que no lo recuerden, Aylan Kurdi era un niño sirio de tres años que murió ahogado a principios de setiembre de 2015 cuando él, su hermano y sus padres intentaban llegar a la isla griega de Kos a bordo de una lancha. La embarcación se volteó, y Aylan, su hermano Ghalib y su madre Rehan murieron. Solo sobrevivió el padre de familia, Abdullah. Los cuatro huían de la guerra en Siria junto a otros refugiados.

 

La fotógrafa Nilüfer Demir, de Doğan News Agency (DHA), llegó a la localidad turca de Bodram el 2 de setiembre de 2015 poco antes de las 6.00 am y se encontró con el cuerpo inerte de Aylan en la playa. “En ese momento, cuando vi a Aylan Kurdi de tres años, me quedé petrificada”, explicó Demir en una entrevista días después. “Aylan Kurdi estaba muerto, tumbado bocabajo en la orilla, con su camiseta roja y sus pantalones cortos azules doblados a la cintura. Lo único que podía hacer era lograr que se escuchara su clamor”, concluía la fotógrafa. Sus fotos, distribuidas por Reuters y Associated Press, se publicaron en medios de todo el mundo y se viralizaron rápidamente en redes sociales.

 

Esta es una de las fotos que tomó Demir, quizá la más conocida:

Foto de Nilüfer Demir. Doğan News Agency

Pese a que en un primer momento hubo un debate sobre la necesidad y pertinencia de publicar las fotos, tanto medios como activistas y una parte del público llegaron al consenso de que era necesario publicar las imágenes de Aylan muerto en la playa. El 3 de setiembre de 2015, diarios de todo el mundo publicaron alguna de las fotos tomadas por Nilüfer Demir en portada:

 

Collage realizado por @VoxEuropFR

 

De las muchas respuestas que recibió Soto Ivars a su pregunta, una de las más interesantes fue la de Barbara Celis, periodista española residente en Taiwan y colaboradora de medios como El País, National Geographic, El Confidencial, entre otros.

 

El hilo de respuesta de Celis empezaba así:

 

Lo he convertido en bloques de texto corrido y editado ligeramente para facilitar su lectura:

 

“A mí como periodista me cabrea que la prensa trate de emular la inmediatez de las redes sociales mostrando todo lo que escupen las redes, sin filtro. Porque hoy la prensa debería tener claro que su cometido es otro, es la información, no el espectáculo y videos de cualquiera diciendo cosas que no son ni ciertas.

 

“La prensa no es las redes, y no debería ponerse al nivel de las redes. Debería cuidar sus contenidos, no dar pie a confusión. No alimentar el morbo, ofrecernos información, no espectáculo. Es un error prescindir de la figura ‘editor’ que debería tener aún la prensa.

 

“Y, ojo, no hablo de censura, hablo de edición, que es un concepto diferente que todo periodista creo que entiende. Yo no censuro las redes. Si hay basura que no te gusta te toca aguantar, pero creo que la prensa debería tener otro papel en esta situación. Probablemente por estas cosas los periodistas perdemos respeto y la prensa pierde autoridad y las redes siguen creando adicción”.

 

Las negritas son mías.

 

Volveré sobre la clave del argumento de Celis, esa mala imitación que hace la prensa de la inmediatez que caracteriza a las redes sociales, más adelante.

 

La duda de Soto Ivars venía a cuento del rechazo expresado por miles de usuarios de redes sociales hacia los medios que publicaban imágenes de las víctimas de los atentados de Barcelona. El rechazo iba dirigido, sobre todo, contra las portadas de las ediciones impresas del viernes 18 de agosto, que los diarios habían compartido en sus páginas web y cuentas de redes sociales durante la tarde-noche del jueves 17, a las pocas horas del atentado.

 

 

 

 

 

 

 

Como relata en este artículo Alfredo Murillo, editor jefe de Buzzfeed España, el rechazo fue tal que miles de usuarios aplaudieron a través de comentarios, retuits y likes la supuesta decisión de un supermercado de la comunidad catalana de Alp, que, según la imagen posteada en Twitter por @XaviSerrano1, había optado por no vender “algunos diarios con portadas sensacionalistas y explícitas”.

 

Un tuit posterior de otra cuenta, que utiliza la misma imagen, acumula más de 11 mil retuits y más 15 mil likes:

 

En otro tuit la misma Bárbara Celis señalaba un hilo de Francesc Pujol, director del Centro MRI (Media, Reputation and Intangibles) y del Programa de Economics, Leadership & Governance de la Universidad de Navarra. Pujol ofrecía una larga argumentación contra la publicación de imágenes de lo ocurrido en Barcelona, que fue secundada por muchos usuarios en Twitter:

 

En su larguísimo hilo de Twitter –vale la pena leerlo entero– Pujol decía que el rol de las fotos de conflictos en prensa, al tener carga política, no es otro que el de fungir de propaganda. Es por eso, dice Pujol, que el debate “no está en si hay que mostrar o no fotos de muertos por atentados, en general, sino del sentido que tienen en cada caso”.

 

Y en ese sentido, según Pujol, “mostrar a los muertos de Barcelona, aquí y ahora es derrota. Es un paso atrás que nos debilita. La imagen en conflictos es propaganda. Porque tiene la fuerza que no da el texto. La imagen crea sentimientos. Mostrar a los muertos es mostrar la derrota en la batalla”.

 

Es por eso, de nuevo según Pujol, que “aquellos que dicen que mostrar la muerte es lo que Europa necesita para despertarse y luchar contra el islamismo creo que se equivocan. Porque es minoritario: ahora el pavor gana a la indignación”.

 

Ante la supuesta inconsistencia de abogar a la vez por mostrar a Aylan y por no mostrar las imágenes de Barcelona, Pujol insiste: “No hay inconsistencia. De nuevo lo importante es valorar el impacto político que genera la imagen. Es propaganda. La imagen de niño muerto es el summum de la propaganda de guerra. Porque es la esencia de la inocencia. Es víctima. Y se contagia a su bando”.

 

En un tuit posterior Francesc Pujol, ante la pregunta de otro usuario de Twitter, resumía su posición señalando que publicar imágenes de atentados era “hacernos propaganda de guerra contra nosotros, porque nos debilita al desmoralizarnos”.

 

La razón para publicar la imagen de Aylan –y lo que la distingue de las imágenes de lo ocurrido en Barcelona– es, según Pujol, que esa foto “nos hizo entender que [los refugiados sirios] eran víctimas”.

 

Otra respuesta parecida a la de Pujol, menos articulada pero casi idéntica en el fondo, consiguió eco en muchísimos usuarios de Twitter:

 

 

No he conseguido dar con el comment de Facebook original, pero he visto esa captura de pantalla repetida en muchísimos tuits. Seguramente ustedes también. Según pude encontrar, el primer tuit fue este, que acumula más de 28 mil retuits y más de 30 mil likes:

 

Los argumentos de Pujol y la –o el– comentarista anónima de Facebook no coincidían solo en las diferencias utilitarias entre mostrar la foto de Aylan y mostrar las fotos de los atentados de Barcelona. Coincidían también en su acusación a la prensa, “que solo busca morbo”.

 

Pujol elaboraba un poco más sobre esto último: “En el lado de las malas noticias, la prensa no nos va a ayudar mucho en esta tarea. Porque tiene su propia guerra de supervivencia (…) La prensa sabe que la imagen de la muerte genera mucha más reacción que la discreción. Y siempre encontrará argumentos y aliados para vestir su necesidad de conseguir visitas con nuestro morbo impulsivo y contraproducente”.

 

Si uno, como periodista, asumiera la idea del oficio que exponen Pujol y la comentarista anónima de Facebook, no tendría más remedio que capitular y tomar decisiones editoriales en función de la conveniencia para la causa elegida, en función de la utilidad política de las imágenes (y, por qué no, de cualquier artefacto periodístico). Y, por supuesto, ese no es el trabajo de la prensa. Así como el trabajo de los medios no es poner o quitar presidentes, tampoco es ganar o perder guerras.

 

Ya he escrito en otra ocasión sobre lo peligroso que es que los periodistas nos convirtamos en cruzados, que supeditemos la construcción de la narrativa noticiosa a una causa, que asumamos nuestro oficio como una misión de ayuda humanitaria o, peor, nos creamos miembros de un escuadrón de batalla.

 

Si el fin no es la información sino la llamada de atención política, ¿dónde ponemos el coto? ¿Por qué habríamos de obrar así solo en el caso de DAESH? ¿Qué es lo que hace a la guerra contra ISIS especial? ¿Quién –y con qué autoridad– decide que en este caso no pero en los otros sí?

 

Donde Pujol dice lucha contra el yihadismo, mañana podríamos decir –para hablar solo de casuística militar contemporánea– la guerra de Afganistán, la guerra de Siria o la creciente tensión verbal y posible conflicto entre Estados Unidos y Corea del Norte. Una vez definido el enemigo, los medios no tendrían más opción que cuadrarse y apuntar sus armas en la dirección decidida o asignada. Por supuesto, saldríamos perdiendo todos, medios, periodistas y ciudadanos. Nuestro conocimiento de la realidad se vería terriblemente empobrecido.

 

Pese a que haya quien trabaje así, manipular la realidad para acotar o teledirigir el impacto y/o las consecuencias de la narrativa construida nunca es una buena opción, mucho menos una práctica periodística que deba ser alentada o convertida en norma. Recordemos si no lo que ocurrió cuando The New York Times y otros medios norteamericanos decidieron que lo justo contra el terrorismo era dar coba y seguir a pie juntillas las mentiras de George W. Bush y sus aliados.

 

En el fondo, el que plantea Pujol no es sino el viejo debate entre justicia y verdad de que hablaba Hannah Arendt en su clásico ensayo Verdad y política (republicado hace poco en español por Página Indómita en un estupendo volumen titulado Verdad y mentira en política). Arendt zanja rápidamente el debate con su elegancia y elocuencia habitual:

 

“Y es que, aunque podemos rechazar preguntarnos si la vida sería digna de ser vivida en un mundo privado de nociones como las de justicia y libertad, es imposible hacer lo mismo con respecto a la idea de la verdad, idea que en apariencia tiene un carácter mucho menos político. Lo que está en juego es la supervivencia, la perseverancia en la existencia (in suo esse perseverare), y ningún mundo humano destinado a superar el breve lapso de la vida de sus mortales habitantes podrá sobrevivir jamás si no existen hombres dispuestos a hacer lo que Heródoto fue el primero en asumir conscientemente: decir lo que existe. No puede concebirse ninguna permanencia, ninguna perseverancia en la existencia, sin hombres dispuestos a dar testimonio de lo que existe y se les muestra porque existe”.

 

Ese es el trabajo del periodismo: decir lo que existe. Y cuando se trata de periodismo, si uno tiene las evidencias delante, no decir (o no mostrar) lo que existe por conveniencia política o propagandística tiene un nombre: mentir.

 

Las mentiras, por supuesto, tienen una utilidad política. Pero ocurre, para seguir citando a Arendt, que esa utilidad siempre es a corto plazo:

 

“Siempre se llega a un punto a partir del cual la mentira resulta contraproducente. Dicho punto se alcanza cuando la audiencia a la que se dirigen las mentiras se ve forzada, para poder sobrevivir, a rechazar en su totalidad la línea divisoria entre la verdad y la mentira. Cuando tu vida depende de que actúes como si creyeras, no importa qué es lo verdadero y qué lo falso”.

 

Página indómita, 2017

 

Pero más allá de esto, es la segunda parte de la argumentación de Pujol y el comentarista anónimo la que más me interesa. La parte que adquiere tono de acusación. Porque, como decía Antoni María Piqué en un artículo de El Nacional, “es imposible ya esconder o rebajar la ira y la incomodidad de la gente con el trabajo de los periodistas”.

 

Aun asumiendo que Twitter encarrila solo una parte pequeña de la discusión pública (su tasa de penetración es bastante menor frente a otras redes y su ratio de usuarios activos/no activos bajo) y que por lo general en redes sociales la indignación y la ira corren más rápido y con mayor brío que el elogio, que varios miles de usuarios expresen su rechazo –aunque sea a través de un RT o un like a una práctica periodística habitual no es poca cosa. Los periodistas, ya se ha dicho antes, servimos a nuestros lectores.

 

La acusación, a grandes rasgos viene a ser: los medios publican imágenes violentas guiados por el morbo, sin ninguna consideración hacia las víctimas, en busca de tráfico para sus páginas web o ventas para sus ediciones impresas.

 

A esa acusación respondía el periodista Fernando Mas, director adjunto de El Independiente, en un artículo titulado Con perdón, tengo dudas:

 

“No, los medios no publicamos determinadas fotos por placer, por negocio; tampoco vamos a determinados lugares por morbo. Es nuestro trabajo.

(…)

 

He leído en Twitter tantas sentencias que estoy perplejo. La gente no duda. La gente defiende sin pudor que la imagen de un niño en una playa sacude la conciencia, pero que las de un atentado son morbo y que si no entiendes la diferencia eres, sencillamente, un tarado”.

 

Mas también linkaba a un tuit de Manuel Ansede, periodista de Materia, página de ciencia de El País:

 

El mismo Ansede, la noche anterior, había publicado este otro tuit para responder a aquellos que decían que las imágenes de muertos (o las imágenes violentas) no tienen valor informativo:

 

Y el periodista Braulio García Jaén, jefe de actualidad de Vanity Fair España, escribía esto en su muro de Facebook:

 

 

Entre periodistas los límites resultan bastante más claros que para nuestra audiencia. Como bien señalaba el periodista Cristian Campos –colaborador habitual de El Español, Vanity Fair España y Jot Down, entre otros– en su cuenta de Twitter, el único límite verdadero para la publicación de imágenes es poner en peligro una operación policial en curso. O su equivalente, atentar contra la seguridad nacional:

 

Por lo que respecta a cualquier otro tipo de imagen, el debate es periodístico, no moral, ni sentimental, ni político, ni ideológico.

 

— Cristian Campos (@crpandemonium) August 18, 2017

 

Entre periodistas existe consenso –con matices, pero consenso– en que la discusión sobre publicar o no imágenes violentas no es política, propagandística o meramente emocional. Se trata, decimos casi siempre, de una decisión editorial. Lo explicaba en una columna Iñaki Gil, vicedirector del diario El Mundo, en una columna titulada Publicar fotos terribles es nuestro deber, donde decía:

 

Es lícito publicar fotos terribles de un atentado. Se puede y hasta se debe. Está en el Adn y en la deontología del periodismo. Periodismo es, básicamente, contar lo que pasa. Una fotografía de prensa es un material informativo, no estético.

 

Ese debate periodístico del que habla Campos en su tuit se produce en las redacciones de medio mundo cada vez que un atentado o evento similar tiene lugar. Ocurre que, a juicio de una parte de nuestra audiencia, el debate dentro de las redacciones no está siendo suficiente o se presume directamente inexistente. Una presunción aventurada que cualquiera que haya trabajado en una redacción puede desmentir.

 

Pero si, como todos los periodistas que hemos pasado por una redacción sabemos, el debate interno existe y las decisiones no se toman a la ligera, ¿por qué somos incapaces de transmitir y explicar esa complejidad a nuestra audiencia? ¿por qué la audiencia no está dispuesta a otorgarnos el beneficio de la duda? 

 

Tengo una teoría.

 

El análisis hasta aquí se ha ceñido a las imágenes y noticias publicadas luego del atentado que no ponían en riesgo el trabajo que realizaba la policía. Al periodismo que no se apresuraba a dar información que no tenía sobre algo que ocurría casi en directo. Al periodismo que no intenta “emular la inmediatez de las redes mostrando todo lo que escupen las redes, sin filtro”, como bien decía Barbara Celis en el hilo de Twitter que cité al comienzo.

 

Se quejaba de esas faltas periodísticas, un par de días después, Iñigo Sáenz de Ugarte, subdirector de eldiario.es, a propósito de un supuesto tiroteo en la estación francesa de Nimes, reportado por varios medios:

 

A los pocos minutos, las autoridades francesas desmentían el supuesto incidente.

 

Como decía Celis, la prensa comete un grave error en intentar imitar el vértigo de Twitter o Facebook. No solo porque es una apuesta que no puede ganar, sino porque contribuye a la comodificación que las redes sociales han hecho de noticias y artículos. Porque acrecienta la confusión existente entre el contenido que producen medios de comunicación (o periodistas) y aquel que postean usuarios particulares en sus cuentas de Twitter o Facebook.

 

Esta confusión, de forma incomprensible, no reside ya únicamente en los lectores sino que parece haberse asentado también entre periodistas. Y no hablo de lo que estos, como usuarios de redes (sobre todo Twitter), publican en ellas. Sino de cómo medios y periodistas contribuyen a esa confusión en sus vanos intentos por acercar la producción periodística a la inmediatez que caracteriza el fluir de la información en redes sociales.

 

Escribía al respecto Arcadi Espada, unos días después del ataque de Las Ramblas, en su columna de El Mundo, titulada de forma acertada En directo, el caos, donde relataba su intento por informarse sobre el atentado a través de redes sociales y páginas web:

 

“Durante las tres horas que duró mi experiencia naufragué en cinco importantes lagunas de desinformación. 1. La participación de un Oukabir en el atentado. 2. La explosión de gas en Alcanar. 3. El coche que se saltó un control policial en la Diagonal y donde apareció un hombre apuñalado. 4. La toma de rehenes en un bar de Barcelona. 5. La inminencia de otros ataques en la ciudad. Decenas de informaciones contradictorias sobre esos cinco vertebrales asuntos fueron apareciendo sin pudor alguno en las webs. Aclaro: en las webs gestionadas por compañías de noticias y no en la conversación multitudinaria organizada por compañías gestoras del entretenimiento, Facebook, Twitter, Instagram, etcétera. Entre las más celebradas diversiones sociales está el parloteo especulativo en torno de los sucesos importantes. El parloteo ha recorrido un enorme kilometraje desde la prehistórica ceremonia del despioje a la que fue sustituyendo conforme avanzaba la higiene y la limpieza. El mecanismo digital lo ha elevado ahora a lo sublime.

 

(…)

 

Comprendo la actitud de las compañías de noticias. ¿Si Twitter y Facebook les roban las noticias por qué no irían ellos a arrancarles parte del parloteo? Pero así han convertido al periodismo digital en un oxímoron. El atentado en directo nada tiene que ver con la información, sino con la ansiedad”.

 

No se trata solo de una carrera –contra Twitter y Facebook– que no podemos ganar, y de que acrecentamos la confusión sobre la naturaleza del contenido que producimos. Sino que sumergidos en la carrera, desvirtuamos de paso el trabajo periodístico, sus límites y alcances, lo que nos hace caer en errores que serían evitables si tan solo nos detuviéramos un momento para realizar la función más básica que debe llevar a cabo un periodista: la verificación.

 

Pero, además, esa fijación con las redes sociales nos hace olvidar otro elemento estructural del oficio, igual de importante que la verificación.

 

En un artículo para Slate acerca del error cometido por varios medios al no publicar las fotos de Aylan, el periodista Justin Peters explicaba así el supuesto conflicto entre compasión y voyeurismo que plantea la publicación de imágenes violentas:

 

“El periodismo es inherentemente voyeurístico. Periodismo es el acto de descubrir y mostrar al mundo historias que, de otro modo, permanecerían escondidas. El mejor periodismo combina compasión y voyeurismo. Expone verdades ocultas y luego convence a la gente de que las encare. La tendencia en medios a higienizar y censurar imágenes desagradables puede servir para camuflar –y hasta cierto punto aprobar– los hechos y políticas desagradables que las producen.

Me interesa esa línea que he marcado en negritas. La frase que usa Peters en inglés es “convinces people to face them”. La traducción es literal, no admite error. “Convence a la gente de que las encare”. Me interesa ese convence.

 

Ahí, creo, reside la clave del problema y el principio de la solución. El fracaso radica en la incapacidad de periodistas y medios para explicar las decisiones que tomamos. Y a través de esa explicación convencer a nuestros lectores (o audiencia, si prefieren) de la pertinencia y buena fe de nuestro trabajo. Hace tiempo ya que los periodistas hemos perdido el beneficio de la duda de cara a nuestra audiencia. La sospecha es hoy la norma, la presunción de mala fe lo habitual. Y no podemos cerrar los ojos ante ello. Ni limitarnos a dar lecciones de deontología periodística a nuestra audiencia.

 

Existe hoy un consenso aceptado por buena parte de nuestros lectores según el cual la publicación de imágenes violentas responde a un intento por explotar el morbo y obtener beneficios económicos. Como decía antes, cualquiera que haya trabajado en una redacción sabe que eso no es así. Por supuesto, hay medios que viven de esa explotación, pero son una pequeña minoría.

 

Podemos, si queremos, seguir gritando nosotros también en redes sociales y atizando a nuestros lectores, burlándonos de su supuesta cobardía o su ceguera voluntaria. Pero si nuestro trabajo es comunicar, ¿cómo es posible que a estas alturas no seamos capaces de comunicar o explicar las razones que hay detrás de decisiones que afectan de manera tan obvia la sensibilidad de nuestros lectores? Y no me refiero a un pliego explicatorio. Me refiero a que el propio texto o construcción narrativa explique o exponga la necesidad y pertinencia del recurso elegido.

 

Me refiero a la necesidad del contexto.

 

En ese inútil afán por imitar el vértigo de las redes sociales, la prensa ha olvidado que no existe periodismo sin contexto. Y que, por el contrario, las redes sociales son precisamente el terreno donde campa a su anchas la ausencia de contexto.

 

Con el ejemplo siguiente termino. A veces la realidad tiene estas cosas, nos coloca delante y casi al mismo tiempo las respuestas que buscamos. Solo hace falta estar atento, querer encontrarlas.

 

Unos días antes del atentado en Barcelona, la ciudad de Charlottesville (Virginia, Estados Unidos), fue escenario de una violenta manifestación de supremacistas blancos o neonazis, que salieron a la calle empuñando antorchas, armas y cánticos racistas.

 

Todos los medios estadounidenses realizaron una extensa y profunda cobertura de lo ocurrido durante el fin de semana del 11 al 13 de agosto. Páginas webs y redes sociales –también la televisión– se llenaron de imágenes que mostraban el horror y la violencia de la manifestación neonazi que aterrorizó a esa tranquila ciudad universitaria.

 

Por ejemplo, este es el momento exacto en que un estupendo reportaje realizado por Elle Reeve y el equipo de Vice News Tonight muestra al neonazi James Alex Fields Jr lanzando su Dodge Challenger contra una multitud de manifestantes antifascistas:

 

En los segundos siguientes, el documental muestra no solo imágenes tremendas de cuerpos regados en la calle, heridos ensangrentados, una toma aérea en cámara lenta del momento del impacto, sino también, en dos planos distintos, el cuerpo inmóvil de Heather D. Heyer, la única víctima mortal, recibiendo primeros auxilios. Además, la reportera Reeve le pone delante la cámara a varios fascistas armados hasta los dientes, que le escupen su odio y violencia sin filtro. Vice News publicó el documental el lunes 14, al día siguiente de que concluyeran los disturbios de Charlottesville, dos días después del asesinato de Heather D. Heyer, cuatro días antes del atentado de Barcelona.  Si no lo han hecho ya, vean por favor todo el reportaje. Es una verdadera joya.

 

Las imágenes de Charlottesvile rebotaron en todo el mundo. Incluso la página web del diario 20 Minutos de España publicó uno de los muchos videos que circularon en redes sociales del atropello en Charlottesville. De hecho, la nota publicada por 20 Minutos describe el video así: “Imágenes impactantes grabadas por un manifestante donde se ve cómo un vehículo llega a toda velocidad por una calle de Charlottesville y embiste a decenas de manifestantes que protestaban contra la marcha supremacista. Posteriormente, y tras dejar varias víctimas, da marcha atrás y huye de la escena del atropello”.

 

Aun cuando días después, ante lo ocurrido en Barcelona, el director de 20 Minutos dijera esto en Twitter:

 

Además de las imágenes mostradas en ese documental, y repetidas mil veces por cadenas de televisión y páginas web de todo el mundo, hay varias fotografías publicadas que muestran la violencia que se vivió en Charlottesville. La más famosa es esta, obra del fotógrafo Ryan M. Kelly:

 

Ryan M. Kelly. The Daily Progress

 

La imagen que “definirá este momento de la historia americana”, en palabras de Alyssa Rosenberg, periodista de The Washington Post. Si quieren saber algo más sobre Kelly y su foto, les recomiendo este artículo publicado en el Columbia Journalism Review.

 

¿Cuál es la diferencia entre las imágenes que supuestamente faltan el respeto a las víctimas de Barcelona y el vídeo y fotos de ese Dodge Challenger haciendo saltar por los aires a los manifestantes antifascistas de Charlottesville? ¿Es acaso Charlottesville un conflicto acallado, de un pueblo sin medios y olvidado como se ha dicho de la Guerra siria de la que huían Aylan y su familia?

 

He buscado en la web respuestas airadas y acusaciones dirigidas a la prensa que publicó las imágenes de Charlottesville. No solo seguí durante esos tres días lo que ocurría en Charlottesville a través de varias páginas web y diferentes cuentas de redes sociales, sino que he hurgado en Twitter, Facebook y secciones de comentarios en busca de respuestas furiosas y acusaciones hacia la prensa.

 

Casi no he encontrado nada. Hasta donde he podido ver no ha habido mayores quejas por la publicación de las imágenes de Charlottesville. De hecho, la pieza documental de Elle Reeve para Vice News, que según la propia organización había sido vista más de 36 millones de veces cuatro días después de publicada, ha sido elogiada de manera unánime. Más allá de algunos reclamos aislados, algún comentario y tuit suelto, no he encontrado nada comparable a la avalancha de tuits y mensajes de protesta que suscitó la cobertura de los atentados de Barcelona.

 

Nada que pudiera siquiera acercarse a ese consenso iracundo del que hablaba Piqué en su artículo de El Nacional y que hizo que el Colegio de Periodistas de Cataluña recuerde a los medios en un tuit que “existen líneas rojas”:

 

En el artículo linkado el Colegio de Periodistas catalán hace referencia a sus propias Recomendaciones para la cobertura informativa de actos terroristas, un documento donde puede leerse lo siguiente:

 

“El nivell de duresa o d’impacte de les imatges que s’emetin ha d’estar justificat editorialment. La decisió sobre quines imatges s’emeten i quines es descarten correspon al responsable editorial de cada mitjà, en funció de la cruesa i de la morbositat de les imatges i de si aporten elements informatius rellevants o no. La ciutadania té dret a ser informada, però també té dret a no accedir a continguts audiovisuals violents d’un acte terrorista”.

 

El Colegio de Periodistas catalán, si bien reconoce a los responsables editoriales de los medios la potestad para decidir sobre qué imágenes se publican o no, introduce un extraño y novedoso derecho que los medios deberían respetar: “La ciudadanía tiene derecho a ser informada, pero tiene también derecho a no acceder a contenidos audiovisuales violentos de un acto terrorista”. No sé ustedes, pero en más de quince años trabajando como periodista en dos continentes yo jamás había escuchado nada acerca de ese derecho.

 

Me parecen mucho más útiles y menos confusas las recomendaciones que ofrecieron Al Tompkins y Kelly McBride, del Poynter Institute for Media Studies, en un artículo titulado How journalists should handle racist words, images and violence in Charlottesville:

 

“Aporta contexto a los videos e imágenes que selecciones. Tu primer deber es explicar lo ocurrido. Escoge imágenes que reflejen de manera rigurosa los eventos según se desarrollaron. Si vemos, leemos o escuchamos la cobertura que has realizado, ¿sabremos cómo empezó la violencia? ¿Sabremos cuánta violencia hubo?”.

 

La negrita es mía.

 

Podemos, si desean, seguir señalando las patas cojas en los argumentos de aquellos –muchos periodistas incluso– que establecen diferencias entre la fotografía de Aylan y las de los atentados de Barcelona, pero se quedan mudos ante –o incluso celebran– la publicación de imágenes de Charlottesville. Y podemos también cerrar los ojos ante la sospecha y desconfianza que caracteriza nuestra relación con los lectores.

 

Sin embargo, creo que casi 5.000 palabras después la lección está más o menos clara. Como escribía la crítico de televisión de The Philadelphia Inquirer, Ellen Gray, a propósito del documental de Vice News: “El contexto es todo en una pieza como esta”. Permítanme ampliar esa reflexión. El contexto es –junto a la verificación– todo siempre que hablamos de periodismo.

 

El contexto y la verificación son el plato que, como periodistas, nos toca poner sobre la mesa. Si seguimos olvidándonos de ellos, no nos sorprendamos luego cuando dejen de invitarnos a la fiesta.

 

 

 

 

Este texto apareció originalmente en No hemos entendido nada, un blog sobre periodismo e industria de medios escrito, un cuaderno de apuntes de un libro de próxima aparición.

 

 

 

 

Diego Salazar (Lima, 1981) es periodista, editor, traductor y crítico gastronómico. Ha sido editor asociado de la revista Etiqueta Negra y editor multiplataforma del diario Perú21, además de colaborador de diversos medios en Latinoamérica, Europa y Estados Unidos. Es colaborador habitual de The New York Times en Español. Entre 2009 y 2012 fue profesor en el Máster de Periodismo ABC-Universidad Complutense de Madrid. Es, además, Academy Chair de los premios The World’s 50 Best Restaurants. En FronteraD ha publicado Kapusckinski según Domoslawski. El debate debe continuar. En Twitter: disalch

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