La historia que antecede al singular último álbum de Phosphorescent, apelativo tras el que se oculta Matthew Houck, será de sobra conocido por sus seguidores más ávidos: desde Estados Unidos, las reseñas aparecidas en publicaciones especializadas como Pitchfork o No Depression, o, en nuestro país, la entrevista concedida a la revista Rockdelux, a raíz de su actuación en el Primavera Sound 2013, legitiman que nos traslademos a la delicada coyuntura personal del artista subsiguiente al desenlace de la prolongada gira de “Here’s to Taking It Easy” (Dead Oceans, 2010).
A un plan urbanístico que le dejaba fuera del estudio de Brooklyn donde acumulaba infinidad de preciados instrumentos, se sumaban en aquel momento la ruptura con su pareja y una alarmante deriva autodestructiva. Un cóctel que podría haber resultado fulminante de no haber emergido Muchacho’s tune, un conmovedor vals situado en el ecuador del álbum donde el siempre sugerente pedal steel, un piano de discretas melodías y la particular sobriedad de los vientos sirven de escenario perfecto para que Houck, sin complejos, se arrepienta de decisiones del pasado (“I’ve been fucked up / and I’ve been a fool”) y explicite su congénita aprensión de los últimos tiempos (“See I was slow to understand / This river’s bigger than I am / It’s running faster than I can / Tho, Lord, I tried”).
Sin embargo, la repercusión de la canción no reside tanto en el cíclico sentimiento de culpa -inevitable la digresión en días como estos, en los que Max Weber y la ética protestante es, para todólogos y demás representantes de la opinión pública, causa y consecuencia de infinidad de hechos sociales-, sino en el afán redentor de algunos de sus versos (I’ll fix myself up. To come and be with you / Aw now, mama, here I stand / Mama, reaching for your hand”); una canción, en definitiva, que le serviría como punta de lanza para escapar de esa demoledora dinámica en la que se había visto sumergido. Por fortuna, el retorno de la capacidad creativa y compositiva de este afable treintañero, curtido en la popular escena musical de Athens (Georgia) y afincado en Brooklyn, era un secreto a voces felizmente inminente. Esos ritmos pausados y a la vez hipnóticos que, junto a una voz de diáfano efecto ansiolítico y cadencia quebradiza, convergen en su bello y torturado mundo interior estaban de vuelta.
Tras este punto de inflexión, una semana en Tulum, al sureste de México, apartado del trajín de la ciudad y de vacuas distracciones, le valdría para reafirmarse en la senda inevitablemente emotiva, confesional y tímidamente sórdida que había inaugurado con Muchacho’s tune. Así lo plasmaba en una reciente entrevista concedida a la revista Rockdelux: “Entonces decidí ir a México para intentar concentrarme en hacer canciones similares a esa, y allí recuperé el entusiasmo de nuevo” (RDL, julio-agosto 2013).
Pocos meses hicieron falta para que su particular proceso de redención culminase, y con ello los diez testimonios sonoros que conforman su sexto largo, “Muchacho” (Dead Oceans, 2013). Desde que el vinilo empieza a girar sobre la aguja, y las voces celestiales de Sun Arise! hacen acto de presencia, uno empieza a sospechar que lo que tiene entre sus manos va más allá de ser otro disco más de Phosphorescent. Si bien es cierto que entregas como “Pride” (Dead Oceans, 2007) o “Here’s to Taking It Easy” (Dead Oceans, 2010) le habían aupado ya a un lugar privilegiado dentro de esa -ya no tan nueva- ola de crooners norteamericanos nacidos entre la década los setenta y los primeros ochenta, sus obras anteriores no presentaban la impenetrable metafísica -no sólo a nivel instrumental y de producción, sino también de espíritu- que revierte notoriamente en “Muchacho”. Su parentesco musical con estos artistas, como Will Oldham, Damien Jurado, M. Ward o Andrew Bird, a menudo embajadores de una miscelánea de géneros que van desde la americana hasta el folk tradicional o el indie-rock más actual, continua aún vigente; no obstante, a lo largo de estas nuevas canciones irrumpen, embadurnadas de ponderada solemnidad, aristas inéditas, como la inclusión de refinados sintetizadores en Sun Arise! o Song for Zula, que congenian con sorpresiva espontaneidad en esta última con el pedal steel, desplazando así la canción de los asuntos humanos a los divinos. Probablemente sea Song for Zula uno de los cortes más deliciosos del año dentro del género que nos concierne: una desgarradora travesía por las ineludibles consecuencias del amor. (No entiendo por qué, ya que no tienen demasiado en común, pero me remite a “While you where sleeping” de Elvis Perkins; por cierto, qué habrá sido del bueno de Elvis). En el primer verso, Matthew Houck parafrasea las convicciones de Johnny Cash en “Ring of fire” (“Some say love is a burning thing / That it makes a fiery ring”) para exponer después las suyas (“See, honey, I saw love. You see, it came to me / It put its face up to my face so I could see / Yeah then I saw love disfigure me / Into something I am not recognizing”).
Dentro de toda esta tremendista apariencia, de trascendentalismo incesante, hay lugar también para la liviandad de canciones como Ride on / Right on, de la que sobresale una rítmica galopante y las voces suenan más atrevidas que nunca: hasta que desde el atrevimiento dilucida aproximarse hacia un escenario más sombrío, donde la dicción comparece insinuante (“But take your greedy hands, lay them on me / But take your greedy hands, lay them on me”). A Charm / A Blade se mantiene fiel al calibrado organicismo que había procurado en su disco anterior, “Here’s to Taking It Easy”, con una ambivalencia llamativa en lo que se refiere a la estructura: el comienzo, prácticamente a capella, evoca a la vertiente más onírica de Fleet Foxes, más adelante los vientos irrumpen y gimotean risueños. En The Quotidian Beasts Houck y su séquito dan rienda suelta a sus emociones, recordando en su interpretación al malogrado e ingenioso Vic Chessnut.
Es la temporada estival una buena época para profundizar en los diferentes discos, libros, series o películas que a lo largo del año hemos ido dejando aparcados; “Muchacho” era para mí uno de esos discos. También lo era Luther, una serie británica producida por la casi siempre pertinente BBC, y cuyo protagonista, John Luther –Idris Elba, o Stringer Bell en The Wire– es un policía especializado en crímenes violentos de la ciudad de Londres. John, mucho más complejo y afectivo de lo que puede parecer en un primer momento, encuentra en su trabajo un arma de doble filo: su trabajo (extra)policial le ocasiona un sinfín de frustraciones, y son éstas las que le incitan a seguir adelante, no sólo en sus casos, sino también en su vida. En uno de los capítulos, un John absorto se asoma sobre una cornisa en la azotea de un edificio, y le declara a uno de sus colegas: “¿Tú nunca haces esto? ¿Asomarte y pensar qué pasaría si caes?”
Puede que muchos de los procesos de hundimiento y liberación que atraviesa John Luther a lo largo de la serie estén íntimamente relacionados con los que padecen personajes como Matthew Houck. Tanto la situación de John sobre la azotea, como la que precede a las canciones de «Muchacho», fueron uno de esos instantes. Y es que, a pesar de haber reflexionado sobre qué pasaría si se dejan caer desde una azotea, se mantienen vivos. Probablemente más vivos que nunca. Quizás se trate de una cuestión de honestidad; de honestidad lírica, policial. De honestidad cotidiana.