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Mientras tantoMucho ruido y algunas nueces

Mucho ruido y algunas nueces


 

Me alegré de encontrar argumentos como los que siguen para opinar sobre el controvertido asunto de los límites de la libertad de expresión, o si deberían existir en los países considerados civilizados. Ahora hay mucho ruido en torno a eso, pero no tantos argumentos que aporten algo, así que me parapeto detrás de ellos, más que nada con la intención de pensar y hacer pensar.

El pianista James Rhodes describe en su columna en El País Semanal Las redes antisociales, su experiencia fallida en Twitter:  …”las amenazas de muerte (…) los “vete a tu país de mierda” (…) “judío maricón” (…)”, cientos de tuits con imágenes de profesores de gimnasia y comentarios como “¿No echas de menos chuparle la polla?”… todo esto dirigido a alguien con razones de peso para estar muy concienciado contra el abuso a los niños. “Fui trending topic número uno en España, con la ultraderecha frotándose las manos sucias de alegría (…) Por supuesto, la gente vomitará el argumento de la libertad de expresión. Y sí, la libertad de expresión es sacrosanta. Pero también debe venir acompañada de responsabilidad, algo que Twitter, un sitio inundado de pornografía infantil, incitación al odio, al racismo y la xenofobia, no ofrece. Intenta ir al trabajo mañana y decirle a tu jefe que quieres acostarte con su hija y ver cuánto tiempo conservas tu puesto, mientras lloriqueas por el derecho que te ha dado Dios a la libertad de expresión”.  Cuenta conmigo, James.

También puede contar conmigo Theodor Kallifatides, entrañable escritor griego (ya casi sueco) que en su pequeño pero sabroso ensayo Otra vida por vivir escribe: …”en todo lo que digas, en todo lo que hagas, has de tener en cuenta al Otro. Naturalmente que puedes ignorarlo, pero eso tiene sus consecuencias” (…) la hostilidad, el odio y en algún momento, incluso la guerra”. Con toda la razón, argumenta que ningún cristiano ni musulmán cambia sus creencias porque los ridiculices u ofendas, más bien al contrario. “En una relación de igualdad no hay sino derechos recíprocos y obligaciones recíprocas. Respétame para que te respete, escúchame para que te escuche”. A raíz del atentado contra Charlie Hebdo, cuenta que casi todos los suecos comprendían esto tan simple, pero no los redactores ni los editores. “Una cultura no puede ser juzgada sólo por las libertades que se toma, también se juzga por las que no se toma”, concluye. Delimitar dónde acaban el humor y la crítica irreverente y empieza “el derecho sagrado de ofender, burlarse y ridiculizar a los otros” no es fácil, hay que admitirlo, pero una sociedad democrática e informada debe y puede avanzar por este camino.

 

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