Publicidadspot_img
-Publicidad-spot_img
Mientras tantoMuerde y besa

Muerde y besa


 

Ellos se entrematan solos.

Max Aub

 

Hay varios tipos de in crescendo que empiezan en estropicio, en nada, y con un arreglo simple terminan en una ovación de aplausos. Uno de los mejores que recuerdo es cuando, en Los detectives salvajes de Bolaño, Arturo Belano tiene un gatillazo de esos de campeonato, y entonces la chica tumbada a su lado empieza a redirigir la conversación, y así, poco a poco, van repasando los títulos por género del Marqués de Sade que han leído. Sin reparar en lo sexual, ajenos a todo, abrazados entre sí en un cuarto de humo, piel, literatura. Entonces ella le sugiere mientras charlan, en plena noche, que comience a darle pequeños azotes en el trasero, Tac, Tac, que irán creciendo a medida que avanza la conversación, Tac, Tac, Tac, hasta terminar en una excitación mutua que de forma irremediable los arrastra a terminar haciendo el amor mientras los primeros rayos de sol se cuelan por la ventana.

 

Es esa una conversación fructífera, sin lugar a dudas. Un gesto, también, idóneo, adecuado, bien elegido. Funciona porque trata un tema de interés común que provoca un entusiasmo mutuo. Del mismo modo que puede darse lo contrario: que dos personas entre sí se alejen tanto que la masturbación tenga que resignarse al porno, cuando ni la imaginación sirve de algo, cuando todo se reduce a indiferencia sea entre novios amigos o dos desconocidos que vienen a convertirse en tierra o polvo, cuando los sentimientos son tan lejanos (y brillantes) como cuando en Casablanca Peter Lorre le dice a Bogart:

 

Me desprecias, ¿verdad?

Si llegara a pensar en ti…, probablemente.

 

Cuando es obvio, porque es obvio, que pese al sexo anal y a Tinder lo que uno quiere no es más que reducir todo a cenizas. Convertirse, a fin de cuentas, en la persona que tiene al lado a la chica que hace de una charla cualquiera un disparo certero. A la cabeza. Que salga el sol o se ponga y que le pille entre sus sábanas, beber con ella, fumar con ella, caminar por las calles apagadas de Madrid con ella. Ir en taxi de la barra hasta los huecos más inexplorados de su cama. Que su habitación, en la que todo era orden y calma, sea un destrozo excelente, el golpe perfecto. Que sea ella, de nada, un in crescendo que termina en todo. Que después de ser los dos lo único que ven en carne y piel se ponga colorada si sabe que la mira, que le recuerde al mar y al verso de Darío:

 

Y es ella dulce y rosa y muerde y besa;

y es una boca rosa, fresa;

y Amor no ha visto boca como esa.

Más del autor

-publicidad-spot_img