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Muertes buenas y muertes malas

 

 

El embajador ruso en Ankara debió ponerse zapatos nuevos para el evento. Aunque, claro, ¿quién -cuando se viste- piensa que lo está haciendo por última vez en su vida? Sólo los condenados a muerte gozan -la mañana de su ejecución- de ese privilegio. Una regla de oro en el mundo de la escena es que jamás deben mostrarse las suelas de los zapatos a la vista del público. Más aún, si están tan gastadas y deterioradas, como las que ha lucido el cadáver político más mediático de los últimos días.

 

Por el contrario, su ejecutor, un joven policía turco de 22 años, parecía tenerlo todo calculadísimo. Ese día no prestaba servicio, aunque se las valió para colarse en el Centro de Arte Moderno de Ankara, y situarse tras la espalda del diplomático ruso. Su cerebro hervía y su corazón latía más deprisa que ninguno, mientras miraba con aparente neutralidad la nuca del presentador del acto. Cuando se lanzó a la acción, su uniforme barato de men in black se transformó en el de un modelo de Armani en trance, con esos explosivos rasgos turco-medo-persas estallando a través de una silueta negra de profeta furioso, que ejecutó a su víctima proclamando el nombre de su Dios verdadero, amén de pronunciar la sentencia final de su hazaña: “Los nuestros mueren en Aleppo, vosotros morís aquí”.

 

Hasta ahora hemos sabido de las terribles y efectivas consecuencias de los actos terroristas perpetrados por kamikazes, porque al dar su vida por perdida, no hay forma de combatirlos. Por otra parte, asesinar frente a las cámaras es un recurso ya puesto en práctica por ciertos grupos terroristas, que difunden videos de sus ejecuciones por todas las televisiones del mundo, con la certeza de que sus directivos no se resistirán a emitirlos, en mor de subir sus cotas de audiencia. Pero, que el ejecutor y verdugo, aún con el arma caliente en la mano, se ofrezca a ser inmolado en vivo y en directo, junto a su víctima, inaugura un nuevo, poderoso e inquietante formato mediático. 

 

 

Gracias a la inmediatez de las redes, el asesinato terrorista de Ankara se ha incorporado al circuito del arte contemporáneo con una fuerza inusitada. La exposición fotográfica, que inauguraba el diplomático ruso, quedó relegada a la nada, frente a la potencia visual y simbólica de aquel pingajo oscuro e inerte, en que habían convertido las balas turcas al dignatario ruso; mientras su ejecutor se revolvía histriónicamente –pistola en mano- arengando a las cámaras, desde un inmaculado espacio trágico contemporáneo.

 

 

Antecedentes nipones del acto


Tras el impacto de esta novedosa forma de matar y morir en directo, no puede dejar de recordarse el también calculadísimo golpe de efecto mediático, organizado por el escritor y dramaturgo japonés Yukio Mishima en el Cuartel General de Ichigaya (Tokyo) en 1970, desde donde pretendía dar un golpe de estado, secuestrando a las autoridades militares que le recibían ese día para homenajearlo, por haber defendido tanto en su obra los valores tradicionales japoneses. Una vez que tuvieron retenido y amarrado en su asiento al comandante de la Base, Mishima exigió que las tropas formaran sobre la explanada, para dirigirse a ellas, esperando que se sumaran a su causa.

 

 

Desde la terraza anexa al despacho de mando, el escritor arengó con ardor patriótico a los soldados, quienes reaccionaron con burlas y risas ante aquel fantoche con uniforme de teatro, pronunciando desde lo alto su histriónica perorata. Desde el mismo patio de armas, y en primera fila, las cámaras de la prensa y los magnetoscopios de las televisiones niponas registraban todo lo que iba sucediendo en aquel cuartel sitiado.

 

Tras su fracaso manifiesto, Mishima decidió poner en marcha su plan B: suicidarse por medio del honorable ritual militar del sepukku, que conlleva el propio apuñalamiento del bajo vientre con una daga, que se desplaza de izquierda a derecha, cortando la línea de la vida; un asistente remata el rito, decapitando al suicida con una katana. Parece ser que esas escenas del sepukku de Mishima -consumadas en el interior del despacho- no fueron registradas por cámara de cine alguna, aunque sí circulan fotos de su cuerpo decapitado y de su cabeza exenta. Posteriormente, la industria cinematográfica y particularmente la del manga, la han recreado en numerosas ocasiones.

 

 

Telediarios de la expiración



 

Las gafas negras del muerto habían rodado por el suelo gris hasta el zócalo del fondo; los casquillos oscuros de las balas disparadas yacían a los pies del joven policía, junto a un bolso olvidado de color frambuesa… Con qué facilidad nos acostumbramos a contemplar los ritos de la muerte en nuestras pantallas, y a no escandalizarnos o perturbarnos por ello. Bien al contrario, parecen atraernos hipnóticamente, e incluso impulsarnos a escribir sobre la experiencia que sufrimos con su descubrimiento.

 

Que una emisora pública de TV emita con tanta naturalidad un círculo rojo rodeando la nuca de un supuesto terrorista, antes de ser acribillado por los rifles telescópicos de la policía (porque parece ser que hay muertes buenas y muertes malas), es algo en lo que nos lleva educando el cine y la televisión desde hace décadas, amparándose en el salvoconducto de la ficción: “Al fin y al cabo nadie muere en las películas”, se nos decía. Salvo en las ilegales snuff moovies (filmes de la expiración o del último suspiro), cuyo tráfico clandestino entre las élites genera millones de beneficios, por la sencilla razón de que los asesinatos que se muestran en ellas son reales. ¿No estarán rozando también este siniestro espectáculo nuestros aparentemente inocuos y ecuánimes telediarios, con la emisión de unas imágenes intolerables, precisamente por ser documentales?

 

 

Poco antes de ser derribado por las balas en un espacio artístico aparentemente inocuo, el embajador ruso leía su discursito con un tedioso cansancio, propio de un día repleto de eventos en su agenda. Probablemente, el hombre estaría deseando llegar a su casa, para quedarse en zapatillas, y arramblado en su sofá, comerse un sándwich de salmón o caviar, frente al televisor, viéndose a sí mismo en las noticias.

 

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