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Mujeres que corren con los lobos

“Todos sentimos el anhelo de lo salvaje. Y este anhelo tiene muy pocos antídotos culturalmente aceptados. Nos han enseñado a avergonzarnos de este deseo. Nos hemos dejado el cabello largo y con él ocultamos nuestros sentimientos. Pero la sombra de la Mujer Salvaje acecha todavía a nuestra espalda de día y de noche. Dondequiera que estemos, la sombra que trota detrás de nosotros tiene sin duda cuatro patas”.
Lo dice la doctora Clarissa Pinkola Estés en su libro Mujeres que corren con los lobos, una obra proverbial nacida de décadas de estudio, desde la psicología etnológica y a partir de los relatos –los sueños, los cuentos-, del conocimiento sagrado que guardan todas las mujeres en su mente inconsciente y que se encarnan en el concepto de la Mujer Salvaje, desde hace siglos reprimida y enterrada bajo los clichés puritanos y estrictos de la sociedad machista, pero que emerge en muchas mujeres cada vez que triunfan el instinto y la creatividad.

“Los lobos sanos y las mujeres sanas comparten ciertas características psíquicas: una aguda percepción, un espíritu lúdico y una elevada capacidad de afecto. Los lobos y las mujeres son sociables e inquisitivos por naturaleza y están dotados de una gran fuerza y resistencia. Son también extremadamente intuitivos y se preocupan con fervor por sus vástagos, sus parejas y su manada. Son expertos en el arte de adaptarse a las circunstancias siempre cambiantes y son fieramente leales y valientes. (…) Una mujer sana se parece mucho a una loba: robusta, colmada, tan poderosa como la fuerza vital, dadora de vida, consciente de su propio territorio, ingeniosa, leal, en constante movimiento.”

Pero, dice Clarisse, la sociedad nos encartona, nos hace vivir dentro de un disfraz asfixiante. “No estamos hechas para ser unas criaturas enclenques”. Cuando nos alejamos de nuestra naturaleza, nos quedamos “sin oídos para entender el habla del alma o percibir el sonido de nuestros propios ritmos internos”. Nos quedamos paralizadas, bloqueadas. “Mudas cuando, en realidad, estamos ardiendo”. Sin embargo, “cuando afirmamos nuestra intuición somos como al noche estrellada: contemplamos el mundo a través de miles de ojos”. El reencuentro con nuestra naturaleza profunda lleva consigo “la medicina para todas las cosas”. La curación. “Lleva relatos y sueños, palabras, cantos, signos y símbolos. Es al mismo tiempo el vehículo y el destino”.

Hoy es una de esas tardes de invierno largas, cálidas de este lado de la ventana, entre mantas y tés, que invitan al recogimiento y a la lectura y en los que, casi, se agradece que sea invierno. Una tarde como hoy, plácida después de tanta intensidad, se me antoja perfecta para comenzar este libro tan especial; lo sé antes de abrirlo por primera vez, como anticipando un ritual. Como las lobas, mi alma reclama su territorio, y en este rincón del paulistano barrio de Perdizes yo, por primera vez desde hace muchos meses, he encontrado mi hogar. Y en la tranquilidad de este apartamento, que comparto con una de esas mujeres salvajes a punto de despertar, Silvia, y con la perrita más dulce que he conocido en la vida, Hanna, comienzo a leer a Clarissa mientras me acuerdo de todas las mujeres que corren con lobos a mi alrededor, que son muchas, y sobre todo recuerdo a mi madre, su rebeldía y su sabiduría ancestral, y también a Lorena, que me enseñó que somos diosas obscenas, y por supuesto a Carmen y Alicia, mujeres fuertes, soportes sólidos. Y a mi tía y a mi abuela, referentes más próximos de esa fortaleza y generosidad femeninas. Y tantas otras que dan sentido a las palabras de Clarisse: “Es hora de que emerja la mujer salvaje; es hora de que la función creadora de la psique inunde el delta”.

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