Dentro de veinte años un tercio de los aviones de guerra volarán sin piloto. Son los llamados drones. Con ellos el ejército norteamericano ataca ya desde hace tiempo zonas tribales de la frontera entre Pakistan y Afganistan donde se refugian talibanes y terroristas islámicos. Según dicen, su precisión a la hora de abatir al objetivo es absoluta, no hay victimas colaterales. El periodista local Noor Behram se ha encargado de desmentir este hecho documentando visualmente, desde 2007, los efectos de más de sesenta ataques de drones en la zona de Waziristán del Norte, en los que por cada terrorista abatido mueren de 10 a 15 inocentes. Este material sirve de base para Gaming in Waziristan, una excelente exposición que el activo y comprometido espacio Beaconsfield de Londres ha montado respondiendo a una llamada de la agencia pro-derechos humanos Retrieve. Hasta el 5 de agosto, junto a las fotos y videos documentales de Behram se presenta el trabajo de Nosshin Farhid y John Butler, dos artistas visuales que utilizan la estética y códigos de los videojuegos para hablar de los terribles paralelismos entre el ocio digital y la guerra moderna.
El hecho de que hoy los ataques bélicos puedan gestionarse con éticas de videoconsola es coherente con la forma en que el distanciamiento telemático y la ruidosa proliferación de imágenes banalizan el sufrimiento ajeno. La lógica de las pantallas genera lindes en nuestra conciencia y nos incita a mantenernos fuera mientras quebramos el dentro de los demás. Convertir la realidad en videojuego, transformar al enemigo en un muñeco a baja resolución al que abatir desde casa mediante un joystick, no es sólo una estrategia de confort para el asesino, sino un antídoto contra cualquier posible atisbo de compasión o responsabilidad.
Quizás por eso puede resultar tan perturbador el reciente videoclip que el cineasta Spike Jonze ha realizado para los Beastie Boys. Rodado todo él en escenarios de juguete con muñecos tipo Ken o Madelman, el video es una frenética sucesión de persecuciones y combates a alta resolución, y está repleto -en su versión íntegra– de escenas violentas de tono gore. Al introducir en el idílico e irreal mundo de los juguetes este tipo de crueldad explícita propia de lo real, Jonze invierte el orden de las suplantaciones propuesto en Gaming in Waziristan, a la vez que consigue hablar de lo mismo de forma mucho más directa.
Ya que hemos hablado de Ken y de crueldad explícita, no quiero terminar sin mencionar uno de los acontecimientos arquitectónicos del próximo otoño: la llegada a las tiendas de la Barbie arquitecta. Gafapasta, botines, casco de obra blanco, tubo con planos y un skyline bordado en la barriga, el juguete viene con la misión de inspirar a las niñas de hoy la posibilidad de convertirse en arquitectas. Un concepto apoyado oficialmente por el American Institute for Architects (AIA), una institución que no contenta con semejante ridículo ha decidido además perpetrar un concurso para diseñar la nueva casa de los sueños de la sobradamente preparada muñeca (no se pierdan su lista de necesidades). No se sabrá el ganador hasta el próximo 2 de agosto, así que aún están a tiempo de votar.