La música debería unir más que separar. Debería ser una mano tendida más que un arma arrojadiza. Sin embargo, siempre habrá quien se empeñe en que eso no ocurra. El odio, la intolerancia y la venganza son drogas demasiado duras y enganchan con facilidad.
La semana pasada escuchamos a grupos propalestinos protestar por el concierto que Serrat y Sabina dieron en Tel Aviv. La campaña para boicotear el concierto se basaba en que el acto serviría para legitimar la ocupación y minar los derechos del pueblo palestino.
Pero es que pocos días antes, también en Tel Aviv, se había cancelado un concierto en el que se iba a interpretar música de Richard Wagner, el compositor alemán que, aunque ni siquiera conoció a Hitler porque murió en 1883, tuvo la mala suerte de gustar al loco peligroso del Tercer Reich que utilizó su música como banda sonora de su ideología perversa y enloquecida. Aunque la música de Wagner no está prohibida por ley en Israel, hay un boicot mayoritario y sistemático desde la fundación del estado en 1948. Daniel Barenboim, tras un concierto en 2001, invitó a los músicos a interpretar un fragmento de Tristán e Isolda cuyos compases fueron respondidos desde el público por el grito de fascista.
En los años 30 del siglo XX, la politización del arte por medios totalitarios se manifiesta en el nacionalsocialismo y en el comunismo como arma para luchar contra un enemigo común: la burguesía decadente. Así fue como desde los despachos oficiales, funcionarios alejados de la realidad política diseñaban, bajo amenazas, la estética del totalitarismo. Shostakovich fue acusado de “formalismo” (o exceso de modernismo occidental) en 1929 tras el estreno de La nariz, así que tuvo que jugar con la ambigüedad en sus composiciones. Otros fueron deportados o, como Popov, a quien la persecución y la censura estalinista le llevaron al alcoholismo y la mediocridad, o directamente fusilados, como el crítico literario Abram Lezhnev que fue fusilado por “errores ideológicos” y que habló así de la censura contra Shostakovich: “Lo horrible de cualquier dictadura es que el dictador hace lo que su pierna izquierda le dice que haga. Somos como Don Quijote, siempre soñando, hasta que la realidad nos dice lo contrario. Veo el incidente con Shostakovich, como la llegada del mismo “orden” que quema libros en Alemania”.
Palestinos, dejad que en Israel escuchen a Serrat y Sabina. Israelitas, dejad que la música de Wagner inunde los teatros de Tel Aviv. Que las sombras de Hitler y Stalin desaparezcan y se abra paso la luz de la libertad al ritmo de la música.
@estivigon