Cuando uno echa un vistazo a los diferentes festivales musicales del verano le resulta complicado distinguir entre unas u otras propuestas. Desde hace más de una década la oferta no ha parado de crecer. Muchos todavía sobreviven a base de renunciar a criterios musicales. De esa forma logran ampliar su potencial espectro. El aparente carácter low-cost de muchos de ellos no favorece ni a la calidad de los conciertos ni a la propia estancia. En esta coyuntura todavía resisten algunos festivales que, alejados de tendencias y populismos, han conseguido adueñarse por derecho propio de cuatro o cinco días del calendario veraniego. Es el caso del Sonorama, que se celebra en la localidad burgalesa de Aranda de Duero desde 1998.
La idiosincrasia familiar, saludable y festiva del Sonorama se explica, entre otras, gracias al papel activo que juega la localidad de Aranda de Duero durante el desarrollo del festival. Con el fin de semana llegan también las visitas a las bodegas y los conciertos de grupos emergentes en la Plaza del Trigo, una de las señas de identidad del festival y donde se han dado a conocer muchas bandas independientes nacionales, como Vetusta Morla en 2008 o los burgaleses La M.O.D.A. en 2012.
Este año vuelven a Sonorama muchos de sus viejos conocidos, como Los Planetas, Amaral, Nacho Vegas, Niños Mutantes o Second, y otros que despuntaron en escenarios más modestos en anteriores ediciones, como Fuel Fandango o Izal, aparecen en esta ocasión como cabezas de cartel. El festival continúa su tradición de dar espacio a aquellas bandas jóvenes que empiezan, o a otras que todavía no gozan del reconocimiento que probablemente se merecen, como es el caso de Fabián & La Banda del Norte, de Ricardo Vicente o Nothing Places. En el plano internacional destacan los australianos Cut Copy y el joven canadiense Jay Malinoswki. El festival demuestra una vez más no estar sometido a etiquetas, con la presencia Raphael, cuya aparición en el cartel ha venido acompañada de una gran polémica en las redes sociales.