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Ñ


La primera vez que salí de España me sorprendió descubrir que España no era el país del mundo donde mejor se comía, a pesar de todo lo malo. Estaba en la ciudad más poblada de Brasil, en una cafetería de la avenida Paulista. Allí, perplejo, presencié una conversación agitada entre uno de Portugal y otro de Brasil. Cada uno decía que su país era el mejor del mundo para comer, a pesar de todo lo malo.

No mencionaban España.

Ni su eñe querida.

Empecé a sospechar, pato encerrado.

La segunda vez que salí de España me sorprendió descubrir que España seguía sin ser ese país. Estaba en Italia. Tres de Trento junto a tres de Trieste, ante mi presencia algo menos perpleja ya, comentaban que Italia era el mejor país de todos para comer, a pesar de los pesares. Ante tal seguridad de gusto, uno de Albania, también presente, afirmó que como en Albania no se comía en ninguna parte del globo, a pesar de todo lo malo. A continuación, uno de Turquía, ante tal frase, dijo.

La tercera vez que salí de España, en la frontera, me di cuenta de que había estado la gran mayoría del tiempo de mi vida comiendo en España. Levanté la camiseta, miré mi barriga. Crucé la frontera. Entré en un local.

Pedí algo.

Aunque no me entendieron.

*

La primera vez que volví a España me sorprendió descubrir que España tampoco era el país del planeta donde peor se comía, a pesar de todo lo bueno.

Ñ.

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