Me sucede a menudo cuando me quedo mirando el mar y descansa, al fin, la traicionera cabeza. Pienso entonces que escribir no sirve de nada. Ya está todo dicho, ya hemos llegado hasta el punto máximo que podíamos alcanzar. El resto no es más que una repetición de lo mismo. Volveremos a violar los mismos espacios, intentaremos describir, aprehender, cazar, asir, atrapar, descubrir, desvelar lo que no nos pertenece, lo que nos atraviesa como un rayo de luz fugaz para desaparecer en horizontes más lejanos.
Nunca vamos a ganar esta batalla. Quizá, por ello, solo en el silencio nos aproximemos más a la verdad. Hoy no me apetece escribir. Celine ya lo expresó mil veces mejor en su Viaje al fin de la noche.
“Allí, muy a lo lejos, estaba el mar. Pero yo ya no podía imaginar nada sobre el mar. Tenía otras cosas que hacer. De nada me servía intentar perderme para no volver a encontrarme ante mi vida, por todos lados me la encontraba, sencillamente. Volví sobre mí mismo. Mi trajinar estaba acabado y bien acabado. ¡Que otros siguieran!… ¡El mundo se había vuelto a cerrar! ¡Al final habíamos llegado, nosotros!… ¡Como en la verbena!… Sentir pena no basta, habría que poder reanudar la música, ir a buscar más pena… Pero, ¡que otros lo hiciesen!… Es juventud lo que pedimos de nuevo, así, como quien no quiere la cosa… ¡Y desenvueltos!… Para empezar, ¡ya no estaba dispuesto a soportar más tampoco!… Y, sin embargo, ¡ni siquiera había llegado tan lejos como Robinson, yo, en la vida!… No había triunfado, en definitiva. No había logrado hacerme una sola idea de ella bien sólida, como la que se le había ocurrido a él para que le dieran para el pelo. Una idea más grande aún que mi gruesa cabeza, más grande que todo el miedo que llevaba dentro, una idea hermosa, magnífica y muy cómoda para morir… ¿Cuántas vidas me harían falta a mí para hacerme una idea así más fuerte que todo en el mundo? ¡Imposible decirlo! ¡Era un fracaso! Mis ideas vagabundeaban más bien en mi cabeza con mucho espacio entre medias, eran como humildes velitas trémulas que se pasaban la vida encendiéndose y apagándose en medio de un invierno abominable y muy horrible…
Las cosas iban tal vez un poco mejor que veinte años antes, no se podía decir que no hubiese empezado a hacer progresos, pero, en fin, no era de prever que llegara nunca yo, como Robinson, a llenarme la cabeza con una sola idea, pero es que una idea soberbia, claramente más poderosa que la muerte, y que consiguiera, con mi simple idea, soltar por todos lados placer, despreocupación y valor. Un héroe fardón.
La tira de valor tendría yo entonces. Chorrearía incluso por todos lados valor y vida y la propia vida ya no sería sino una completa idea de valor, que lo movería todo, a los hombres y las cosas desde la Tierra hasta el Cielo. Amor habría tanto, al mismo tiempo, que la Muerte quedaría encerrada dentro con la ternura y tan a gusto en su interior, tan caliente, que gozaría al fin, la muy puta, que acabaría divirtiéndose con amor también ella, con todo el mundo. ¡Eso sí que sería hermoso! ¡Sería un éxito! Me reía solo a la orilla del río pensando en todos los trucos que debería hacer para llegar a hincharme así con resoluciones infinitas…”