De verdad, fue nuestra impresión al término de la cumbre que tuvo lugar allá. Y en verdad ya sabíamos que no habría nada muchos meses antes de que la cumbre tuviera lugar. Y se sabía por lo que se gastó en la construcción del recinto que albergó el evento, una barbaridad. O sea, por la nada que se vio, y la televisión guineana francamente da pena, podían haber construido tiendas de campaña para estos eventos. En un continente de gente más seria, y para un evento que iba a durar unas horas, se pensaría en algo más inteligente, en otra solución más acorde con el nivel de vida de todos los africanos. Pero como los tópicos pesan, tanto como la tradición, en Sipopo hicieron una cumbre para que se dijera que había sido una merienda de negros.
Pero allá abajo no hay nadie capaz de imponer el sentido común. Todos actúan como si estuvieran en Engong, este lugar de la mitología fang donde todos son inmortales, y por eso, campan todos a sus anchas sin someterse a ley ninguna. No escuchan a nadie, van todos a piñón fijo, como si no supieran que lo que distingue al hombre de las bestias es su capacidad de volver hacia sus pasos y enmendarse. Van siempre hacia adelante, como autómatas incapaces de oír, incapaces de mirar a los lados del camino para leer las informaciones que hay al borde del mismo. 17ª Cumbre de la Unión Africana. Preside: el general-presidente Obiang Nguema Mbasogo, un hombre que quería impresionar a toda costa, pero que no ha tenido asesores que le digan al oído ninguna verdad sobre lo que podría impresionar. Y le dejaron hacer a su libre criterio. Faraón. Y como es lo que quiere ver la prensa mundial, un obcecado que hace el ridículo, se frotaron las manos: nos vamos a reír, dijeron muchos.
El discurso de apertura, dijeron, fueron quejas del general por el maltrato al que se ve sometido. “Antes me acusaban de no hacer nada”, dijo, “y ahora que he hecho esto para mis colegas, y para unas horitas, me acusan de manirroto, de ser un desgraciado. No sé qué quiere de mí la prensa mundial”. Y le aplaudieron sus compañeros, cuatro de los cuales, presentes en la sala, ya estarían acostumbrados a aplaudir aunque suelten tonterías, porque si se suman los años que llevan en el poder nos damos de narices con el asombroso cartel de 127 años andando sobre la alfombra. Cuatro señores que todavía vienen de un país que llaman república. Y claro, cuando llevas tanto tiempo escuchando tonterías, ya no te conmueves con las mismas. Hablar con aplausos obligados ya es un trámite. Lo que digas es lo de menos. Por esto no fue nada importante lo que se dijo en la zona costera de la isla de Bioko llamado SIPOPO.
Incluso la cuestión Libia, que en apariencia formal lo es, no es un tema importante. Y no lo es porque no son los africanos ahí reunidos los que lo van a resolver. Y no lo van resolver porque nadie que lleva 127 años en el poder tiene ya capacidad para resolver nada importante Y es porque, ¿qué cuestión puede seguir siendo importante al cabo de 127 años que no se resolvió a los cinco de presentarse? Además, el mundo testigo sabía que en Guinea no se iba a resolver nada. Y por eso Lula Da Silva, invitado por la cantidad de negros que hay en Brasil, hizo un intento por reconocer que los problemas se podrían resolver en Nueva York, la ciudad donde está la sede de la ONU. Reconoció, pues, que lo de la cumbre se podía hacer, como dijimos, en una tienda de campaña del atribulado Gadafi. Pero ya es demasiado tarde para reconocer la verdad.
Todos los días los salen de las aldeas africanas miles de hombres, mujeres, niños, mujeres embarazadas, hombres comprometidos con sus novias, en busca de una vida mejor en otros continentes donde la gente no habla sus lenguas. Y eso sale por la televisión, y lo ven los presidentes a través las antenas parabólicas que hay en sus palacios. Pero de esto no quieren oír. Se han dado cuenta de la verdad contaba arriba: que no pueden abordarlo 127 años después. Y dejan que alguien lo mencione por ellos. Y por esto actuaron como perritos ante un plato de comida. No tienen nada que decir, procuran comer lo más posible que sus competidores. Es la imagen que nos llevamos de la Cumbre de Sipopo: gente negra que se une, pero que no tiene nada que decir. ¿Y han oído sobre cuál fue el tema central de la cumbre? La juventud. Y en África juventud es gente que todavía no tiene problemas, gente adolescente, gente que todavía no tiene ningún embarazo, físico o metafísico, gente que no tiene ninguna preocupación seria. Hay que fijarse en estos, porque al no tener problemas, se le puede presentar utopías futuristas. Y es que si soy un hombre adulto y en mi aldea dejo a una mujer embarazada para embarcarme a la aventura, no puedo vivir del consuelo del hombre más rico de mi país. No necesito propuestas del futuro, necesito que alguien me ofrezca una solución. Que alguien mire por mis primeros hijos, que alguien me diga qué puedo hacer con los anteriores niños, que alguien me diga qué haré con mi siguiente bebé.
Sí, suena muy bien empoderar a los jóvenes, pero suena muy bien para cantarlo en una cumbre de unos presidentes que, con excusas o sin ellas, llevan las riendas del continente con los índices de bienestar más bajos, estadísticas que llevan 127 años sin alterar, y si hay una alteración mínima, es en la vida inmediata de los invitados a la cumbre, de sus familiares cercanos. El resto está en las afueras de SIPOPO, como en Malabo, sin agua potable, sin electricidad, sin viviendas dignas, y a merced del tormento aplicado por los guardianes armados para alejar a los que intenten llevar sus quejas al sitio del banquete, o a los que, roídos por la negra envidia, quieran impedir que la cena se aborte, a disgusto de los invitados. Si hubiéramos sabido que una cumbre africana era lo que hemos oído decir que han visto, entonces estamos en condiciones de afirmar que hace 127 años que África se reúne anualmente para celebrar la vaciedad de sus estructuras políticas. Como ven, África es el continente en que sus datos verificables, como el ominoso aferramiento al poder de su líderes, 127 años de dolorosa ineficacia, pueden presentarse, por su irracionalidad, como una manipulación de la Historia.
Barcelona, 4 de julio de 2011