La Nada no está de moda. Los nihilistas tampoco. Este siglo será el siglo de las religiones, no de la Nada. Todas sus manifestaciones han caído en completo descrédito. La angustia, por ejemplo, se ha convertido en síntoma de infinidad de enfermedades mentales posmodernas, de esas que se enumeran por docenas en el DSM-IV: el tabaquismo produce angustia, y la depresión leve, y la efebofilia, y el síndrome de Peter Pan. O se la añade a los innumerables trastornos de la vida moderna; el tráfico produce angustia, y los ronquidos del vecino, y la vuelta de las vacaciones. Lo angustioso es cualquier cosa que nos angustie, aunque la cosa sea insignificante o imbécil. La gente se angustia por todo excepto por lo único que produce verdadera angustia, la Nada. La Nada es como la muerte, es decir, nada de nada. A nadie le gusta la Nada y a nadie le gusta la muerte. Ni Nada ni muerte.
Tampoco está de moda el silencio, que acompaña a la Nada. No me refiero al silencio acústico, la ausencia total de sonido que, dicho sea de paso, es un imposible en las grandes urbes. Me refiero al silencio del alma, al vacío de la mente, al pensar que no piensa o que no quiere pensar en otra cosa que en el no pensar. El silencio del alma es purgante a la par que doloroso. Justamente por eso carece de prestigio contemporáneo; duele vaciar la cabeza como se vacía un cubo de basura, duele renunciar a la tonta intencionalidad de la mente, que se entretiene con cualquier estímulo. El silencio del alma equivale a un suicidio social.
El futuro indefinido tampoco está de moda. Cada época tiene sus tiempos verbales favoritos. Toda la Ilustración, por ejemplo, está impregnada de imperativos. El XIX es el siglo de los gerundios, y la Europa de entreguerras la del futuro perfecto. El presente de indicativo es el tiempo verbal de esta época, su shibbolet. La Nada se expresa en cambio en futuro indefinido, un uso verbal ambiguo, un poco inquietante. Habrá nada, llegará la Nada, viviremos en la Nada, seremos Nada. La Nada nadeará.
¿Qué es la Nada? Nada. Lejos de complicarse el sentido del término, el paso tiempo lo ha simplificado, consumándolo. En nombre de la Nada antaño se asesinaban aristócratas. Hoy la Nada nos envuelve como un universo paralelo. Fuera de la Nada está la nada contemporánea, su ridículo simulacro.
La NADA, además, es una potente asociación americana de vendedores de coches: National Automobile Dealers Association. Sutilezas de Google. Nada de nada.