Con Pablo Chacón:
1.- ¿Qué «novedades» estás detectando en el conflicto que atraviesan Rusia, Ucrania y Crimea? ¿Y qué consecuencias puede traer la resolución de ese conflicto, cualquiera que sea, para el mundo occidental?
Una de las “novedades”, pero no es tal, es el declive del imperio estadounidense. Otra, también antigua, es la difícil expresión que logra Rusia en medio de nuestra histérica transparencia. Tiene gracia que le haya caído al primer presidente “de color” el marrón (así se dice en España) de tener que lidiar a nivel mundial con unos cuantos países “emergentes” y ahora, además del creciente peso económico chino, con la “resurrección” política de Rusia. También ésta es una falsa sorpresa, pues cualquier analista de medio pelo tenía que saber que la depresión rusa (anterior y posterior a Yeltsin) no podía ser más que un periodo pasajero. Tiene también una triste gracia que los “aliados” de la Ucrania blanca se enteren ahora de que una parte considerable de la población “ucraniana” es rusa de cultura, de lengua y de sensibilidad política. Tal ignorancia es comprensible en la insularidad norteamericana o inglesa, que al fin y al cabo bombardean el mundo desde una xenófoba distancia, pero resulta un poco más escandalosa en Francia y Alemania, consideradas hasta ayer potencias “cultas”. La verdad es que tampoco ayuda mucho que el títere que colocamos a la cabeza de un gobierno que derrocó violentamente al anterior gobierno ucraniano, elegido en las urnas, proclame a los cuatro vientos que Putin quiere resucitar la extinta URSS y que estamos al borde de la Tercera Guerra Mundial. Pues no, gracias. Aunque la cosa no pinta ahora demasiado bien, al final no pasará nada: Rusia, como se diría de Israel, sólo “necesita defenderse”, al igual que las poblaciones rusófilas del Este de Ucrania. En el fondo, los rusos sienten un gran respeto por el Occidente que critican a diario. Tal vez esto explica que, a pesar de los esfuerzos heroicos de Lavrov, se hagan entender entre nosotros tan lentamente. Gracias a la torpeza “internacional”, sin embargo, Rusia volverá a vincularse a los territorios que históricamente son suyos y Ucrania y la Federación tendrán que volver a entenderse como vecinos. Es una lástima, repito, que todo este inevitable conflicto, que viene de muy atrás, no se haya llevado por cauces menos paranoicos. Baudrillard diría que EEUU ha vuelto a “cambiarle las cartas” a Europa.
2.- En las últimas semanas, tres intelectuales han golpeado sobre la vertiente económica de Marx: Antonio Escohotado, Byung-Chul Han y Luciano Canfora. A su vez, ninguno de ellos promueve un retorno a la ortodoxia monetarista. ¿Cómo leer este fenómeno?
La verdad es que de Escohotado y Canfora no sé mucho… En cuanto a Han, un pensador felizmente elemental, creo que se trata de un fenómeno más bien sorprendente. Han ataca al capitalismo en su metafísica, la que guía culturalmente a una economía que hace tiempo se ha hecho psíquica, libidinal. De ahí que este hombre pueda permitirse el lujo de evitar un marxismo que históricamente se limitó a cambiar una acumulación por otra, una velocidad histórica por otra, una clase dominante por otra. Lo que hay que hacer, según Han, es acabar con el fetichismo de la historia, con la historia como gran mercancía. De hecho, Han acusa al mismísimo Foucault (La agonía del Eros, ed. Herder, p. 20) de ser cómplice de los señuelos neoliberales del poder y su invitación hedonista. En este y otros puntos, La sociedad del cansancio y La agonía del Eros parecen libros más cercanos a Pasolini que a los santos habituales de nuestra devoción ilustrada. A años luz de Marx, Han parece creer que el arma fundamental del capitalismo no es económica, sino cultural, un simulacro de acumulación contra la muerte. En este sentido, el autor de esos libros que darán que hablar parece encantadoramente indiferente a la obsesión política de nuestros pensadores estelares, incluido el celebrado Žižek. De talante decididamente anti-“deconstructivo”, a Han no se le caen los anillos por ignorar la moralina progresista que se supone debe proteger, de acusaciones insidiosas, a un “provocador” que se precie. El capitalismo absolutiza la “mera vida”, dice (La agonía del Eros, p. 36). El retroceso ante la muerte nos convierte en meros supervivientes, gestores de la mera vida. El no muerto que somos nosotros “está demasiado muerto para vivir y demasiado vivo para morir” (Ibíd., p. 44). ¿Qué les parece, se reconocen en esta imagen? “Somos amos del esclavo o esclavos del amo, no hombres libres”. Han dirige sus dardos, desde el comienzo, contra el horizonte del consumo. Y no el consumo como brazo articulado de un orden económico, sino como una metafísica de la nivelación, del beneficio anímico de la igualación. En tal punto, este pensador (que probablemente no pasará a la historia de la filosofía) no deja de dibujar la banalidad consumista como un arma política totalitaria. Byung-Chul Han representa así una especie nueva, o no tan nueva, de moralista. Antropológicamente “conservador”, como Levinas, Heidegger o Steiner, no tiene más remedio que serlo para resultar subversivo en lo político y cultural. Si uno habla continuamente de capitalismo como cultura imperante también por la izquierda, de un “infierno de lo igual” sostenido en una alianza progresista contra la heterogeneidad del ser, no hay más remedio que ser fiel al atraso constitutivo del hombre. En esas estamos algunos, ya antes de Baudrillard.
3.- En «Cero Cero Cero», el escritor italiano Roberto Saviano dice que la etapa superior del capitalismo financiero es la economía criminal soportada en el tráfico de drogas, armas, personas. Creo que Saviano, al contrario de Escohotado, es menos optimista. ¿Cuál es tu posición al respecto?
Pues no sé… Es posible que nosotros, los “radicales”, nos pasemos la vida exagerando, hablando del capitalismo como si fuera algo ajeno a nuestras prácticas diarias, radicales, culturales, progresistas. Se trata de un mecanismo de blanqueo anímico. Es cierto que el sistema mismo es apocalíptico. Basta con ver un informe meteorológico cualquiera para comprobar que no podemos vivir sin el espectáculo del Apocalipsis externo: también la Tierra y sus pueblos deben caminar hacia un holocausto, etc. Al mismo tiempo, sin embargo, creo que “las masas” viven hasta cierto punto al margen de ese horror que necesita tener continuamente en mente la elite occidental. O sea, que junto al tráfico de capitales, armas, drogas y personas, está el no menos importante tráfico de información, que también es otra poderosa mafia, aunque esta vez dirigida por delincuentes de cuello blanco. Las mafias, las sectas, la corrupción es un mundo complejo en el cual todos nosotros (sobre todo, la elite cultural) estamos implicados. He comentado cien veces, con poco éxito, que los métodos del caciquismo rural gallego son un juego de niños frente a las prácticas silenciosas del mundo cultural madrileño, cien veces más eficaz y perverso, también más poderoso en el plano económico. Es fácil hacer un barrido por el mundo exterior viendo sólo niños explotados, prostitución y armas… No digo que eso no sea parte del capitalismo que hemos exportado, pero la profundidad real de cien países exóticos cuyo nombre apenas podemos pronunciar no la conocemos, ni realmente nos interesa. Lo que importa en la información es el impacto, es decir, el otro espantoso que nos convierte a nosotros (blancos, ilustrados, progresistas) en normales.
4.- ¿Existiría algún código penal capaz de regular esta nueva realidad donde las empresas y los bancos son más poderosos que los mismos estados y participan de esa economía «oscura»?
Me cuesta creer en los códigos penales, también en los jueces estrella. Creo en el Estado, en algunas personas, incluso en algunas instituciones. Desde luego, creo en la fuerza de algunas mujeres, hombres y naciones para limitar la rapiña de “los mercados”. Ya sé que vivimos en una economía de mercado, pero no hace falta ver otra vez Inside job para entender, casi al margen de las ideologías políticas, que los estados participan de esa economía “oscura” y han facilitado a veces las peores prácticas especulativas. No se me ocurre otro medio para paliar, al menos en parte, esa corrupción tendencial del capitalismo que los movimientos sociales y las poblaciones puedan de vez en cuando imponer unos políticos menos corruptos, con un poco más de carácter. Es posible que la ética clásica, lo que antes llamábamos “moral burguesa”, aún tenga algo que hacer en medio de esta hipertrofia de la gestión política y las ideologías. Éstas con frecuencia se limitan a cambiar solamente el nombre de las siglas que dirige la gestión de esa “mafia mayoritaria” que se suele llamar mercado, política, información. Creo que en este punto el señor Han vuelve a decir cosas deliciosamente violentas y provocativas.
5.- El sistema de comunicaciones, la virtualidad, el aislamiento conectado, ¿corresponde a este universo de discurso? ¿De qué manera?
Un de las peores corrupciones de nuestro universo cultural es lo que podíamos llamar el conductismo universal en el que nos movemos, un determinismo complejo que no necesita “conductistas” y puede incluir mil formas alternativas. Es lo que se ha llamado “vigilancia sin vigilantes”. Nuestros líderes, incluso radicales, se pasan el día en el panóptico estímulo-respuesta, recibiendo informaciones y respondiendo a ellas. O sea, por no atreverse a estar a solas con nada (ellos han de ser íntegramente modernos, y esto implica no tener ninguna relación con el diablo de lo inmóvil), son prisioneros de la red global de la interactividad, un dispositivo que esconde una profunda interpasividad. ¿Qué significa esto? Que casi nadie escucha el silencio del mundo. Parece poco, pero que una persona logre cambiar su relación con el misterio de lo real ya supone una revolución, que difícilmente va a ser sólo personal. Pocos atienden con la vista y los oídos al entorno, a la gente con la que se relacionan a diario, a las cosas discretas que les rodean. Es una de las peores corrupciones, y esta vez perfectamente democrática. A veces he comentado, medio en broma, que cualquier líder que quiera ser distinto debería pisar la calle a diario y tener también en su equipo especialistas en vida cotidiana, “espías” existenciales que tengan prohibido leer la prensa y usar un ordenador. En otras palabras, creo que sin un cierto grado de populismo (en Europa, eso lo dejamos para la derecha) es imposible hacer otra cosa que perpetuar la crueldad organizada de la mundialización.
6.- La violencia contra las mujeres, el sicariato, la indiferencia social, las adicciones, el caminar con la cabeza gacha, la supervivencia, la anomia: ¿ese es el mundo que nos espera?
Si ese es el mundo, no nos espera: se impone. Me rebelo contra esta violencia, primeramente perceptiva. Antes decía que bajo la costra impresionista de la información y la política, muy interesada en que el entorno sea espantoso (su gestión vive de ello), hay siempre otro universo por descubrir. Y a veces en el simple cómo, en las maneras: un empresario no es igual que otro, un político (dentro del mismo partido) no es igual a otro; incluso un mafioso no es necesariamente igual a otro. El arte de los matices, de las distinciones, nos exige adelgazar al máximo nuestra ideología política para agudizar al máximo nuestra sensibilidad moral. Es posible que en lo antropológico tengamos que ser muy cuidadosos, reformistas o incluso conservadores. Es poco, pero el mundo empieza a cambiar por ahí. Salvo para las almas con una Stimmung trágica (o sea, muchos de nosotros) la verdad es que, además de toda esa violencia, hay muchas más cosas en el horizonte. En Europa y América quedan mil formas de vivir, de respirar y de fugarse que nada tienen que ver con el espectáculo de “la escena mundial”. El llamado “infierno de lo igual” no ha penetrado del todo en el tejido de la existencia. ¡Ni siquiera en Alemania, país clonado por definición! Hasta se ha tenido el valor de volver a resucitar al maravilloso Peter Handke. Es sólo un escritor, de acuerdo, pero ellos son las antenas de la especie.