Por suerte ya tenemos traducida a nuestro idioma la primera obra del catedrático de la Universidad de Princenton David A. Bell. Y debemos celebrarlo porque en nuestro caótico sistema editorial, habitualmente pasan desapercibidas algunas de las principales aportaciones historiográficas a nivel internacional (y cuando lo hacen, el libro ya se ha convertido en un clásico cuyos ecos llegan demasiado tarde). En el caso de Bell, esto es aún más sangrante, ya que en 2002 publicó un libro (The Cult of the Nation) sobre el nacionalismo francés que situaba el origen de éste en el siglo XVIII, como consecuencia de la transferencia conceptual que se produjo del catolicismo a la idea de nación. A pesar de la hiperinflación de trabajos sobre el nacionalismo (muchos de dudosas credenciales), las tesis de Bell son prácticamente desconocidas entre nosotros (incluso entre los académicos) y podían ayudar a enriquecer unos debates públicos demasiado caducos y planos.
Ahora Alianza se atreve con La Primera Guerra Total. La Europa de Napoleón y el nacimiento de la guerra moderna (cuya primera edición es de 2007), un provocativo y ambicioso recorrido por las guerras napoleónicas y su mundo (1792-1815). Para Bell la guerra total nació entonces (¡palabras mayores!), lo que no dejará de sorprender al lector más avisado porque siempre se ha considerado que este tipo de confrontación apareció en el siglo pasado. Con la aparición de Napoleón, la guerra aristocrática empezó a desquebrajarse, mientras las nuevas tendencias producían una mayor mortalidad (también entre la población civil). A lo largo de sus páginas, este trabajo intenta demostrar cómo la guerra fue transformándose. Eso sí, que nadie se lleve a engaño, no se trata solamente de un libro sobre las novedades tecnológicas de la época (la logística, la estrategia o las novedades técnicas), ya que Bell se detiene a analizar minuciosamente los cambios culturales que permitieron esta dañina deriva.
Tras la lectura de esta investigación – discutible en algunos puntos concretos donde la argumentación de Bell se atasca (como en la relación paradójica entre los ideales ilustrados de paz y sus dramáticos resultados militares)-, parece evidente que las guerras totales del siglo XX tuvieron unos orígenes más distantes de lo que pensábamos hasta el momento. Y en el centro de este proceso nos encontramos con la experiencia española de guerrillas, que Bell compara polémicamente con la insurgencia iraquí. La guerra total se nutrió, por tanto, de la radicalización de la política del periodo que produjo un estallido de guerras descontroladas y radicalizadas. Un legado del que, por desgracia, todavía no hemos logrado escapar. Como recuerda el propio Bell al final de este libro, “lo que importa sobre todo es limitar el daño humano, aprender la mesura, poner límites al odio”.