Dice Jabois que James es devoto de Oliver Atom, con el que comparte rasgos de dibujo animado. Lo cual es tan cierto como que desde esa nueva posición suya el campo se le hace colina (la curva que le señala Carletto con la ceja) tras la que se encuentra su hábitat natural desde donde, ya sin obstáculos, su zurda reconoce el ambiente y se carga para empezar a disparar a las escuadras que es para lo que entrenaron a este chico. James, en vez de un Luis Aragonés que le decía: “ganar, ganar, ganar…” tenía a otro que le repetía: “escuadra, escuadra, escuadra…”. Y ha sido llegar a Madrid y empezar a descubrir otro mundo, desde lo alto, como un adolescente.
Rodríguez comienza a ser igual que aquel hombre que subió una colina y bajó una montaña, orgullo y explorador que viaja desde las llanuras de los mustangs como Carvajal o Marcelo, para llegar a las orillas del Rubicón en las que viven Modric y Kroos, hasta las praderas de los bisontes donde resuenan los cascos de Bale y Cristiano mientras Benzema pesca con mosca, haciendo bellos dibujos en el viento, con su sedal planeando sobre la superficie del agua para atraer a los peces.
Uno a veces entorna los ojos y ve todo eso. A Karim metido en el río hasta las rodillas, mientras el sol estalla entre los remolinos de la corriente, y el hilo de su caña se recorta brillante en el haz como un cuchillo ondulante alrededor de cuyo extremo saltan las truchas, ansiosas, intentando morder el anzuelo en el aire. No se ve al Madrid sino a la Naturaleza a la que cantaba Emerson, en la que los únicos hombres son el francés y el colombiano mientras el equipo, la manada, trota a su alrededor en un escenario salvaje y bucólico y radiante.
Uno aguzó el oído en el pase de Jamesito a Chicharito y al mismo tiempo que el balón subía y bajaba le pareció incluso escuchar a Joselito, otro prodigio con el que se da un aire: “Siete cascabeles lleva mi caballo…” con una alegría antigua, soleada y española. Una alegría como de NODO en la que todo parece ser maravilloso. Llegan las vísperas del Barça donde hay que cruzar el río a la voz de “alea jacta est”, y existe una perfecta puesta en escena como pintada por Degas: los caballos de carreras y sus bailarinas. Hay un Madrid virtuoso dibujado por Ancelotti que no reniega de los pasados sino que los esconde como a un arma secreta.
El Madrid galopa y baila (Benzema no entrena sino que hace barra el muy esteta) a la espera de sacar el espíritu primigenio de Madeira, de Lyon, de Cardiff, de Zadar, de Greifswald, de Camas, de Leganés y hasta de Móstoles; el mismo camino que recorre James, como Atom, a través de una cancha interminable hasta que suba y baje y reconozca el entorno y recuerde los tiempos no tan lejanos de Ibagué para mostrárselos el miércoles a esa otra colina de Anfield, ‘The Kop’, o el sábado a Bravo, el novicio liguero, sin poder dejar de pensar al borde del área en “la escuadra, la escuadra, la escuadra…”.
Publicado en ‘El Minuto 7’.