En la sala de mando de mi Nautilus es donde escribo y nacen las mil aventuras de mi vida. En ella, cada objeto, cada libro, cada fotografía, es una radiografía de los pasos que he dado y de las ilusiones mantenidas.
Es la bitácora de mi nave, donde se forjan mis ideas, mis libros, mis poemas, mis pasiones y como no, los artículos críticos en los que intento cambiar la visión de lo que ocurre en nuestro mundo.
Aquí me refugio en mi soledad, buscando siempre una balsa y un buen chaleco salvavidas que me proteja siempre de la tristeza que llega a veces escondida en las sombras de la noche o tras las paredes silenciosas de la mente.
Desde aquí soporto las tempestades, sumergiéndome en las profundidades en este océano de inquietudes que es la vida.
Pero también desde la cubierta del Nautilus, siento lo bello que es la vida. Sentir el amanecer de un nuevo día con ese despertar que el sol alumbra en la ventana- El cantar de los pájaros. Sentir la brisa o el frío en tu piel. Los colores de esa flor o esa mariposa que revolotea buscando el néctar dulce de la existencia.
Qué bello es sentirte vivo, gritar a los mil vientos la felicidad de tu alma. La lluvia que moja tu rostro. El aroma del bosque viendo que todo está conectado con la energía de nuestro propio vivir.
No bajemos la mirada, no cerremos los ojos. No nos quedemos sentados en la oscuridad de nuestra consciencia. Atrapemos el tiempo que marchita nuestros pasos. Escondamos el lamento de nuestro propio miedo. Abramos los pulmones a la naturaleza que nos ampara y busquemos la belleza en cada segundo de nuestra coexistencia.
Que bella es la vida, cuando cuerpo y alma se unen en una sola voz y buscan con pasión el camino del amor.
Pongo rumbo a la bahía de la esperanza. El Nautilus sigue navegando por los mares de la razón, buscando la paz del universo y soñando con un mundo mejor, lleno de empatía y de respeto a la verdad.
