Quince mil kilómetros entre el puerto inglés de Felixstowe y el puerto de Singapur, atravesando cinco mares, dos océanos y atracando en nueve puertos. Ese fue el viaje de cinco semanas que realizó la periodista británica Rose George en el buque mercante Maersk Kendal para escribir el reportaje que constituye la espina dorsal del libro Noventa por ciento de todo (Capitán Swing, 2014). El noventa por ciento de todo lo que consumimos en el mundo viaja en contendores apilados en las bodegas de barcos mercantes.
La marina mercante ha contribuido de manera significativa al fenómeno de la globalización: ofrece transportes baratos y seguros de grandes cantidades de mercancía. Hoy en día dependemos más que nunca de este medio de transporte. En un futuro próximo estarán disponibles cargueros aún más grandes y canales de paso –el de Panamá, será el primero, y ya hay planes para una ampliación del canal de Suez- adecuados para reducir los tiempos de paso de estas imponentes naves que posibilitan el funcionamiento –en ocasiones disfuncional- de nuestra mundializada sociedad de consumo.
Conforme avanzan las millas y pasan los días a bordo del Kendal –la mayoría anodinos-, George va presentándonos a la tripulación. Como en otros tantos barcos que surcan los océanos transportando todo tipo de mercancías, las nacionalidades a bordo son de lo más variadas: rumanos, indios, moldavos, filipinos…En el Kendal son ocho tripulantes con cinco nacionalidades distintas. “En la actualidad, son los ciudadanos de países ricos quienes poseen los barcos –Grecia tiene la mayoría, luego Japón y Alemania-, pero esos barcos navegan con la mano de obra barata de Filipinas, Bangladesh, China, Indonesia…Son ellos los que limpian tu camarote en un crucero, o manejan la sala de máquinas, ellos son los encargados de traerte el gas, la soja, los perfumes, las medicinas”. Hombres y mujeres que pasan meses en alta mar descendiendo a tierra sólo en contadas ocasiones, aunque rara vez tienen la posibilidad de salir de las instalaciones portuarias. La tripulación del Kendal es relativamente afortunada. Trabaja para una compañía que ofrece un trato digno a sus trabajadores. Pero en el negocio del transporte marítimo, nos recuerda George, abundan los casos de abusos laborales. Tripulaciones trabajando en condiciones de semiesclavitud, armadores que siguen operando barcos en condiciones lamentables…George comenta, por ejemplo, el caso de Filipinas, un país exportador de marineros: cobran poco y hablan un inglés aceptable. Sin embargo, los marineros filipinos son conscientes de que han de aceptar trabajos indignos sin protestar si no quieren ser incluidos en una lista negra elaborada por las agencias de contratación filipinas. De ser incluidos en esa lista, los marineros no serán contratados de nuevo.
Partiendo de las historias que le cuentan los tripulantes del Kendal, George va ofreciendo datos sobre la situación de la marina mercante mundial. Un sector que no siempre resulta fácil de fiscalizar. Los pabellones de conveniencia –países cómo Mongolia, sin acceso al mar, cuentan con un número significativo de barcos inscritos en sus registros- complican mucho las demandas internacionales en caso de vertidos o de naufragio. Se podrían comparar a los paraísos fiscales que tanto enturbian las finanzas mundiales mermando además las haciendas estatales..
El descomunal volumen de mercancías que se mueve cada año por vía marítima complica que se pueda ejercer un control adecuado sobre este comercio. Algo que facilita todo tipo de comercios ilícitos. Incluido el tráfico de personas en contenedores. Escribe George: “En Europa, sólo se inspecciona físicamente entre el 1 y el 3 por ciento de los contenedores. En todo el mundo la cifra oscila entre el 2 y el 10 por ciento. A los puertos estadounidenses llegan diecisiete millones de contenedores cada año y se inspecciona físicamente el 5 por ciento”.
Una de las etapas más complicadas en los viajes de muchas líneas comerciales que, como el Kendal, cubren las rutas entre Europa y Asia es la que transcurre por las aguas del Índico. George sube a bordo de unos de los barcos de la fuerza internacional encargada de patrullar –con escasos medios- aquellas aguas para evitar el secuestro de barcos. Los secuestros han descendido en los últimos años, gracias sobre todo a la protección armada que viaja en algunos barcos. También han descendido los ataques piratas en otro de los pasos marítimos más transitados: los estrechos de Malaca, que unen el mar de Andamán y el sur del Mar de la China meridional. “En su punto más angosto, los estrechos de Malaca alcanzan los 2,7 km de ancho. Una autopista del petróleo saliendo del Golfo en dirección este; cada año 60.000 barcos tiene que pasar por su cuello de botella de 2,7 km”.
Reportaje, informe sobre el estado actual y la historia pasada del transporte marítimo, libro de viajes: el libro de Rose George es todas esas cosas. Pero es sobre todo un homenaje a los hombres y mujeres que trabajan a bordo de barcos de todo tipo y que, como dice el subtítulo de la obra, hacen posible que funcione “la industria invisible que te viste, te llena el depósito de gasolina y pone comida en tu plato”.