Mi hermano se vio envuelto en una riña con varios de sus compañeros y volvió a casa sangrando. Al verle mis padres en tan lastimoso estado le preguntaron.
Y él:
–No, no, no me he pegado con nadie; es que sin querer me he mordido la nariz.
–¿Pero cómo es posible, quién va a morderse la nariz?
Mi hermano pareció perplejo, pero no tardó en reponerse y contestar:
–Es que yo estaba subido en un banco.
Yo me veía envuelto en problemas y solía llegar muy tarde a casa, después de la hora acordada con mis padres.
–Hijo, otra vez…
Y tenía que volver a decirlo.
–No, no, es que otra vez se me ha roto el reloj; destruido.