Neutrinos

 

El hallazgo de hiperveloces neutrinos en el acelerador de partículas del CERN me ha sumido en la melancolía. La Teoría de la Relatividad, según parece, queda superada por esas subpartículas idiotas que componen el no menos idiota neutrón. El átomo, como se sabe, es una colosal lucha entre fuerzas contrapuestas, electrones y protones. Los neutrones, ciertamente, procuran estabilidad y consistencia a la materia, pero a costa de ejercer sobre la energía primordial un efecto como de gas paralizante. La débil fuerza que ejercen impide que el universo sea un magnífico caos, un devenir centelleante. Existimos gracias a los neutrones, pero ¿no sería mejor que no existiéramos?

 

De todas las formas que adopta la materia, la luz es la más fascinante. Ni ondas ni corpúsculos, los fotones son entidades cuasi místicas: transportan el tiempo que no es ya tiempo, el presente infinito que ignora el pasado y el futuro. Ser fotón es ser inmortal porque contiene el tiempo detenido —la eternidad— para siempre. Como el universo es esferiforme, es fácil suponer que la eternidad viaja eternamente: una vuelta, dos vueltas, infinitas vueltas. Del mismo punto al mismo punto.

 

El fotón era el rey absoluto del universo einsteiniano. Medida de toda medida, su velocidad es tan mensurable como incomprensible. Si viajáramos a la velocidad de la luz, seríamos la luz. Si pudiéramos recomponernos luego, habitaríamos, de golpe, en cualquier futuro sin haber habitado en el pasado de ese futuro. Podríamos probar las épocas como quien prueba diferentes vinos. Podríamos gastar nuestras vidas en años discontinuos: un año viviendo en el 2090, por ejemplo. Otro en el 2560. Otro en el 3125. En veinte años de vida acumularíamos la experiencia de mil generaciones. Ser fotón, además, nos libraría de la muerte; llegados a una edad provecta, bastaría con no volver a la condición normal y continuar eternamente el viaje como fotón. Miles de millones de años-luz.

 

El neutrino carecía, hasta ahora, de mística. La que proponen ahora los científicos del CERN, por desgracia, es una mística degradada, como de saldo. El neutrino, según parece, es la puerta del pasado. ¿El pasado? Qué cutrez. ¿Quién quiere volver al pasado? Supongamos que regreso al Imperio Romano. ¿Quién me asegurará que no me confunden con un esclavo, o con un enemigo de Roma? ¿Para qué volver a las trincheras de la Primera Guerra Mundial, al Holocausto o a las torpes batallas entre sapiens y neandertales? Además, ¿para qué volver? El pasado anda por ahí perdido en fotones viajeros, pero no puede ser modificado. ¿Para qué contemplar lo que ocurrió sabiendo lo que luego ocurrirá inevitablemente?

 

Quizá el neutrino hiperveloz sólo sea una quimera. El acelerador del CERN es único, de modo que nadie puede verificar el experimento repitiéndolo en otro lugar y bajo condiciones similares. El neutrino es producto de una especie de monismo epistemológico o chirimbolesco. Monismo por monismo, prefiero el del fotón. Ya dijo Popper que una hipótesis es falsa hasta que resiste innumerables pruebas que pretenden falsarla. Mientras tanto, creamos en el neutrino, pero como creemos en el bosón de Higgs o en el Santo Grial. Por amor a los mitos, por amor a la belleza de lo conjetural.

Salir de la versión móvil