En una edición de la Enciclopedia Británica se puede consultar un mapa de África datado en el año 1890*. Justo en el centro, por encima de lo que fue el Estado Libre del Congo y debajo, entre otras, de la región de Darfur, hay un área sin delimitar en la que se lee: UNEXPLORED. Tras un lustro de la repartición del continente entre las potencias europeas durante la Conferencia de Berlín, todavía había áreas que para ellas mismas resultaban totalmente desconocidas. Ese territorio central, en concreto, pasó a formar parte de las colonias de Francia que, en un pobre alarde de inspiración fluvial, fue llamado Región de Ubangui-Chari. Y es que el río Ubangui en el sur y el río Chari en el norte delimitaban esta posesión del África Ecuatorial Francesa. Más tarde, sin que aún las musas hubiesen visitado a ningún geógrafo ni gobernante, pasó a ser lo que hoy se conoce como República Centroafricana.
En el año 2013, en el contexto de la guerra civil que siguió a un golpe de estado, viajé allí para trabajar como médico para la organización Médicos sin Fronteras. Y cuando llegué a la ciudad de Ndele, situada en el noreste del país, tenía la sensación de que me encontraba situado en aquel mapa de finales del siglo XIX. Porque más de cien años después, si descontamos alguna noticia puntual relacionada con la inestabilidad política o la ayuda humanitaria, lo que nos llega desde allí sigue brillando por su ausencia. Antes de partir, de hecho, hubo quien me preguntó si República Centroafricana era realmente un país y, por mi parte, no tenía apenas información en la cabeza con la que explicar a dónde iba. Lo hacía a un país olvidado o, en la línea de lo que Alfonso Armada y Xavier Aldekoa apuntan sobre la información que recibimos de África, silenciado. El desinterés y la desidia por nuestra parte, en cualquier caso, impregnan ambos términos. Pero afortunadamente, más allá de testimonios como el mío, influidos por una visión tan particular del mundo como es la occidental, hay personas que se niegan a que caigamos sin remedio en los estereotipos de la pobreza, los conflictos o la violencia. Y a que los mapas sigan conteniendo espacios sin descubrir.
Foto: calle principal de Ndélé, República Centroafricana.
Porque a partir de ese corazón continental que es República Centroafricana, Bibi Tanga irradia una luz, pero también una energía capaces de hacer que la Tierra comience a moverse desde otros puntos posibles. Temas como It’s the Earth that moves son prueba irrefutable de ello. Porque es difícil escucharlo sin ponerse a bailar al compás de su contagioso ritmo. Este artista, nacido en la capital del país, ha pasado su vida entre Bangui y París, y en cada trayecto de ida y vuelta se ha rodeado de los selenitas, esos extraños habitantes de la luna que han decidido acompañarlo. Quizá para que también, dejemos de desconocer su cara más oculta. Desde allí, la magnética plegaria que supone The Moon abre el tercer disco de Bibi Tanga & The Selenites. Este álbum titulado Dunya (que significa existencia en sango, la lengua oficial del país centroafricano junto con el francés) está cargado del espíritu ecléctico y de la elegancia con que Tanga, hijo de diplomático y acostumbrado a viajar por todo el mundo, ha ido llenando sus maletas: soul, jazz, funk, afrobeat o hiphop son parte de ese equipaje. Y todo eso aparece en Dunya (cantado en inglés y en sango), del que la BBC ha dicho: «is a remarkable bouillabaisse of musical and other artistic styles: an abstract, slow burning, film score funker with a hip, esoteric edge. But be warned: it takes a while to decamp to the dancefloor from the chill-out lounge«.
Así pues, la clase y el estilazo de Bibi Tanga y su banda consiguen transportarte entre diferentes estados de ánimo hasta que, al terminar de escuchar el disco, parece que has disfrutado de varios por el valor de uno solo. Porque si Red Wine o Swing swing invitan a una velada más tranquila y reposada, Be Africa te lanza derecho a la pista de baile, obligado a seguir los pasos del continente, al que se puede oír respirar en el tema que da nombre al álbum, Dunya. Por otro lado, si Shine consigue mantener vivas las ganas de moverse, Let Them Run baja las pulsaciones con un toque de elegante melancolía. Y si Pasi, como Gospel Singers, guarda algo de misterioso y desconcertante, Goodbye supone despedirse, tal y como propone la propia canción, con una luminosa y espléndida sonrisa. Como la de Bibi Tanga y, por descontado, la de muchos de sus compatriotas.
*Americanized Encyclopaedia Britannica Vol. 1, Chicago, 1892; https://legacy.lib.utexas.edu/maps/historical/africa_1890.jpg