Detrás de cómo se nombran las cosas se libra un combate que condiciona el presente, pero que determina también la manera en que se construye el pasado. Y de este modo, profundizar en las palabras de las que hacemos uso entraña repensar los mundos que habitamos y los que hemos heredado. Cuando visité las Cataratas Victoria hace casi una década solo conocía el nombre que les atribuyó el famoso Doctor David Livingstone, considerado como el primer europeo que las presenció, allá por el año 1855. De su descubrimiento queda allí, entre otros, una estatua, un museo e incluso una ciudad llamada Livingstone, localizada en Zambia a escasos kilómetros. Pero también se mantiene en el imaginario colectivo e individual la conmoción que el explorador británico describió en sus diarios. Esa que todavía acompaña al que ve por primera vez lo que calificó como la vista más maravillosa que había presenciado en África y que consideró de una condición casi divina. Y es que al acercarte a pie a esa enorme caída del río Zambeze, entre Zambia y Zimbabue, comienza a escucharse un rumor que, como un rugido, continúa in crescendo hasta que se convierte en la visión de una cortina de agua adornada con los reflejos de un arcoíris. Cuando tienes delante esa enorme masa de agua que cae mojándote desde la otra orilla, sientes que los ojos ensordecen y que los oídos se ciegan, inundado por una versión en modo naturaleza del síndrome de Stendhal.
Livingstone bautizó las cataratas en honor a la emperatriz por la que recorrió el continente africano portando el emblema de las tres ces: Cristianismo, Comercio y Civilización. Sin embargo, antes de que estos términos invadieran sus territorios, los habitantes de la zona ya conocían esas mismas cataratas. De ellas supieron captar el efecto sinestésico que provocan al llamarlas Musi-o-Tunya, que significa «el humo que truena». Y hay ocasiones en que el combate del que hablábamos al inicio puede quedar en tablas porque la UNESCO, que declaró las cataratas Patrimonio de la Humanidad en 1989, reconoce ambas denominaciones como oficiales. Si hubiera que decantarse definitivamente por una quizá escogería la de Musi-o-Tunya que guarda un tono más descriptivo y lírico y que, además, fomenta un pequeño, pero quizá no irrelevante, proceso de descolonización lingüística y mental. Aunque también es cierto que el ejercicio salomónico de la UNESCO no desentonaría del todo en una zona que ha dado muestras de su capacidad de hibridación y de su genio herético. Una de ellas es lo que se ha venido a denominar como Zamrock y que, por supuesto, yo también desconocía por completo antes de visitar aquella zona de África: ¿un rock and roll con tintes psicodélicos y progresivos originario de Zambia?
Kenneth Kaunda fue el primer líder de Zambia tras su independencia en 1964, país que antes había sido la colonia británica de Rodesia del Norte (nombre que, por cierto, hacía referencia al magnate Cecil Rhodes). Poco más tarde, en la década de los setenta, hubo todo un florecimiento de la música promovido por el propio presidente (uno de los líderes africanos más importantes del siglo XX y músico él mismo), quién obligó a que el noventa por ciento de la música en la radio del país fuera de origen nacional. Y lo que surgió de allí fue una propuesta inesperada, pero grandiosa, fruto de la obsesión por fusionar la música occidental con la del país y la de todo el continente. De este modo, los músicos de Zambia se nutrieron de gente como Jimi Hendrix, The Rolling Stones, Deep Purple, James Brown, Buddy Holly, The Beatles o Elvis Presley, a la vez que de Osibisa, Miriam Makeba, Dorothy Masuka o la música tradicional zambiana. Y crearon un rock sui generis que suena a todo eso en general y a nada de eso en particular. Un coctel incendiario que combinaba rock and roll, psicodelia, metal, garaje, blues, funky, afrobeat o soukous; que era cantado en inglés y en idiomas locales como el Bembya o el Nyanja; y que tenía tanto un espíritu hedonista, como un mensaje social y reivindicativo. Los sonidos del Zamrock se expandieron por todo Zambia a través de una escena explosiva y floreciente en la que multitud de bandas competían por encontrar el punto más lúdico, gamberro y revolucionario. Así nacieron Five revolutions, The Yataghans, Tinkles, Amanaz, Blackfoot, WITCH, Aqualung, Fireballs, Crossbones, The oscillations, o Salty dog. Durante unos años se sucedieron a un ritmo frenético tanto conciertos y giras por todo el país, como incontables grabaciones de estudio. Estas últimas fueron fomentadas por la fundación de los Zambia Broadcasting Services (ZBS) Studios en Lusaka, la capital de Zambia y que ayudó de manera decisiva a la difusión y esplendor del Zamrock (en el vídeo adjunto se puede ver uno de los documentos que se conservan como testimonio de aquella época). Desgraciadamente, aquel estruendo duró menos de una década, afectado por el impacto de las crisis económicas, los conflictos bélicos y las emergencias sanitarias (la epidemia de VIH, por ejemplo, acabó con muchos de aquellos músicos). Y hace solo unos años que el interés por este fenómeno musical ha renacido poco a poco después de décadas de olvido.
https://www.youtube.com/watch?v=zS8PQxpJx-c
Musi-o-tunya, liderada por Riki Ililonga, es considerado el primer grupo de Zamrock de la historia, a la que dejaron grabaciones como Give love to your children, y que condensa toda la esencia de aquella música. En efecto, en este LP se puede percibir el espíritu social en temas como Starving children o la propia Give love to your children; la rabia psicodélica de las guitarras eléctricas en Sunkah o Katonga; los toques afrobeat en Ayeye o Njala; los ritmos tradicionales en Bashi Mwana o Mwana Osauka; o el rock and roll más clásico en Musi O Tunya o Thunderman. Aunque de un modo u otro, resulta difícil compartimentar esa mezcla tan especial que, como las cataratas del río Zambeze, se va transformando durante el disco en una tormenta. Ese es el sonido de esta música que se nutre de innumerables afluentes para enseñar que lo universal, en este caso el rock and roll, puede guardar su esencia a la vez que se convierte en un producto genuinamente autóctono. El Zamrock muestra que existen valores globales a la espera constante de ser transformados y renombrados, pero que también permiten a cualquier sociedad nombrarse a través de ellos para arraigarse tanto en su pasado como en su presente.