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Ni una menos

 

Tiempos difíciles siguen siendo para las mujeres. El mismo día leo sobre Chiara, una adolescente argentina a la que su novio confiesa haber asesinado, y sobre Isabel, una mujer española a la que su marido molió a palos hasta mandarla al hospital para después, allí mismo, ella en la camilla, rematarla. La familia del (presunto) asesino de Chiara está detenida porque las autoridades sospechan que fueron cómplices; a Isabel no le sirvió de nada que la Guardia Civil sospechase que era su marido quien la había golpeado: allí lo dejaron, velándola, esperando a que ocurriese lo que de ningún modo era inevitable. Hoy escribo con rabia y la indignación de entender cómo, a fuerza de naturalizar el horror, nos han acostumbrado a vivir con miedo.

 

Mientras nos quieren hacer creer que como nos dejan ir a la Universidad no tenemos mucho de lo que quejarnos, a las mujeres nos siguen matando sólo por ser mujeres. Eso es lo que significa feminicidio: que te maten sólo por ser mujer. Así como hay violencia racista contra determinadas etnias o crímenes homófobos contra los homosexuales, existe la violencia machista: la que agrede, viola o mata sólo porque piensa que las mujeres son inferiores. Decenas de mujeres cada año mueren en España a manos de sus parejas o ex parejas, porque ellos tuvieron un mal día, o tal vez, porque quisieron abandonarlos.

 

Craso error, el primero: pretender que esto es tan obvio. Ahí están, por poner un solo ejemplo, aquellos mensajes de la Guardia Civil que equiparaban la violencia de los hombres contra las mujeres con la violencia de las mujeres contra los hombres (“Pegar a un hombre no te hace más mujer”). Como si no fuera un hecho demostrado por las estadísticas de cualquier país que los hombres matan mucho, muchísimo más que las mujeres; y que, si existen mujeres maltratadoras o asesinas, que por supuesto que las hay, no matan a sus víctimas por el hecho de ser hombres. Y eso lo cambia todo. Porque lo característico del feminicidio es que, de alguna manera, aunque no podamos o queramos verlo, la cultura patriarcal, integrada en nuestras subjetividades desde hace milenios, aprueba y promueve la violencia contra las mujeres, así como la sociedad racista incita la violencia contra negros o indígenas, o la norma heteropatriarcal alienta la violencia homofóbica. Puede reprobar en su discurso la violencia física, pero promueve activamente la discriminación, la incapacidad de desarrollar y vivir en libertad aquello que no es heteropatriarcal; y toda discriminación es y genera violencia.

 

Si no entendemos esto, no hemos entendido nada. Pero no es tan obvio para muchísima gente; si no, no tendríamos que estar demostrando todo el tiempo la falsedad de ese típico argumento del patriarcado para legitimar la violencia machista, y justificar la carencia de instrumentos políticos (legislativos, ejecutivos, judiciales) para frenar los feminicidios, eso de que se les da el poder a las mujeres de que arruinen la vida de los hombres con falsas denuncias (de violencia física, sexual, psicológica, etc.), cuando la verdad es que son muchas, muchísimas más, infinitamente más, las víctimas de maltrato o abuso sexual que nunca denuncian.

 

Tampoco tendríamos que explicar todo el tiempo que ser feminista es defender la igualdad de oportunidades de las mujeres frente a los varones; no apenas la igualdad legal o salarial, sino el derecho a recibir un tratamiento digno a todos los niveles, lo que incluye la valoración de aspectos fundantes de la feminidad como la maternidad, la menstruación, etcétera. Sobre todo, ser feminista es entender que la sociedad que vivimos está atravesada por el patriarcado, así como una persona marxista entiende la sociedad atravesada por el conflicto de clase. Se trata de entender las estructuras; no se trata de reivindicar nuestra pureza. Yo soy, también, hija de la sociedad patriarcal, y bien que me lamento cada vez que identifico en mí pensamientos y comportamientos machistas; pero si no llego a identificar ninguno, entonces sí que estoy perdida.

 

Y es eso, lo que tiene que ver conmigo, es lo que pienso cuando me acuerdo de Isabel, de Chiara y de las decenas de mujeres que apenas en cuatro meses de 2015 han muerto en España y Argentina; o en las miles de víctimas mortales que sólo en este año se ha cobrado ya en todo el mundo la violencia machista. Craso error, el segundo, gravísimo, culpable, homicida: olvidarnos de que Chiara, Isabel y tantas y tantas otras nos interpelan directamente. Ahí es que duele. Ahí ya no es un drama ajeno, que miramos con lástima, sino que toca mirarse adentro, y observar a nuestros padres y madres, hijas e hijos, hermanos, amigas, maestros, y comprender que el patriarcado habita en todxs nosotrxs porque, mientras le rehuyamos a la autocrítica, podremos seguir en ese cómodo rincón desde el que es tan fácil criticar el burka mientras naturalizamos que una mujer tiene la obligación social de ser linda, joven, flaca y bien depiladita.

 

Ay de nosotras si nos olvidamos de que entre esos micromachismos nuestros de cada día, esas violencias que toda mujer vive a diario, y los asesinatos de Isabel y Chiria la diferencia es sólo cuantitativa. Sólo de grado. En la raíz está el mismo sentimiento de superioridad -¿tal vez generado por el miedo?- que lleva a muchos hombres -ya sé, no todos: pero muchos, demasiados hombres- a desvalorizar a las mujeres, a objetivarnos, a pensar que nuestros cuerpos y nuestros tiempos están a su disposición, existen para cumplir sus deseos y satisfacer sus necesidades. Esos hombres, todavía muchos, demasiados, que no consiguen vernos como seres humanos al mismo nivel que ellos. Es duro decirlo; supongo cuán duro será para ellos admitirlo, entenderlo, reconocerse en ello. Sí, yo también tengo pensamientos machistas; yo también soy hija del patriarcado; pero son, sois, los varones quienes disfrutáis sus privilegios.

 

Hace siete años vivo en América Latina y una de las cosas que he aprendido es que, como española, he disfrutado y disfruto de los privilegios que me otorga, lo quiera yo o no, un sistema global regido por el racismo y la colonialidad. Pero creo que, en un mundo sin colonias, en un mundo que admita y valore la diversidad, todas y todos seríamos mucho más felices. Por eso, y no apenas por solidaridad, acompaño como puedo la lucha emancipatoria de los pueblos latinoamericanos. Del mismo modo, estoy convencida de que desbancar el patriarcado creará un mundo mejor tanto para nosotras como para vosotros; porque nos permitirá mirarnos como iguales, ser compañeros, y porque nos liberará de las normas disciplinarias que nos encasillan bajo el género.

 

¿Qué tal si construimos juntxs esos otros mundos posibles sin opresión patriarcal ni crímenes machistas?

 

* El 3 de junio, a las 17.00hs, nos concentraremos frente al Congreso en Buenos Aires para gritar #NiUnaMenos.

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