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Niebla


Todo está cubierto de niebla. Avanzamos despacio y sólo vemos niebla. Niebla por todos lados. Kilómetros y kilómetros entre la niebla. Horas y horas conduciendo por la niebla. La autopista sube. De repente llega un túnel. Lo atravesamos con alivio, esperanzados. Pero luego nada, sólo más niebla. Niebla y niebla. Una niebla tan espesa que nos se ve nada más allá del arcén. La autopista sigue subiendo. Reducimos aún más la velocidad. Otro túnel. Tan repentino como el primero. Vemos el túnel, pero no la montaña. Debe ser alta. Calculamos su altura por la longitud del túnel. Es un túnel largo. En curva. No sé ve la salida, que aparece de pronto. Y más niebla. Niebla por todos lados. Luego otro túnel. Y no hace falta saber más. No hay esperanza. La niebla nos espera al otro lado. Lo sabemos. Pese a todo nos distraen las luces amarillas. Los carteles de precaución. Eso funciona. Alguien se encarga de que funcionen. La autopista está casi vacía. Es muy pronto para el tráfico. O muy tarde. Ya ni lo sabemos. Hemos perdido la noción del tiempo. ¿Qué toca ahora, cenar o almorzar? ¿Habrá algún área de servicio cerca? ¿Algún hotel? ¿Alguna ciudad? Viajamos por un país invisible. Sólo vemos niebla. Algunos arboles se insinúan débilmente junto al asfalto. Alguna silueta oscura, ¿Un edificio? ¿Una fábrica? ¿Unas casas? En una curva, vemos lo que parece el inicio de un bosque espeso, muy denso, muy verde, muy húmedo. Pero luego nada, niebla aún más espesa, aún más densa. Parece que pasamos por un puente. Un puente muy largo. Un puente que es como un túnel, como uno de los túneles que vuelven de repente, en unos segundos pasamos de la sensación de volar entre nubes a la certeza de estar enterrados bajo miles de toneladas de rocas. Es lo mismo. No hay paisaje. No hay mundo exterior. Sólo las luces amarillas. Sólo el gris del asfalto que se vuelve a diluir rápidamente en el gris de la niebla. Pero algo cambia. La carretera ya no sube. No hay curvas. Desaparecen los árboles, la silueta borrosa de los arboles. Hemos entrado en una meseta. O en una llanura. No podemos precisar. Llegan rectas infinitas. Podemos correr un poco más. Pero hay niebla. Y entre la niebla, muy de tanto en tanto, aparece una estructura metálica, lo que parece ser una torre de alta tensión. Pero nada más. No hay casas. No hay nada más que niebla sobre la tierra plana y vacía. ¿Son campos? ¿Es un desierto? La carretera continua. ¿Y si acaba de repente? ¿Y si se interrumpe de pronto, sin llegar a ningún sitio, en mitad de la nada? La angustia nos hace reducir la velocidad. No sabemos lo que hay delante. No sabemos cuánto camino hemos dejado atrás. ¿Llegaremos a casa? ¿La encontraremos? ¿Nuestra ciudad, nuestro barrio, nuestra calle, estará sumida también en la niebla? ¿Y si no la vemos, y si no podemos ver el desvío a tiempo y continuamos y continuamos, y no paramos hasta quedarnos sin gasolina? Nadie habla. Todos miramos a la carretera. Tratamos de anticiparnos a la niebla. Tratamos de ver antes de ver. De buscar indicios de algo conocido. Nada. Sólo niebla. Niebla por todos lados.

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