Publicidadspot_img
-Publicidad-spot_img
ArpaNietzsche en Atenas

Nietzsche en Atenas

Vista de la Acrópolis de Atenas desde la colina Mouseion. 2011. Foto: Christophe Meneboeuf (www.pixin.net) Fuente: Wikipedia

Nietzsche no estuvo en Atenas. Pero comprendió Atenas mejor que muchos. Igual que Keats sin ir a Grecia la comprendió mejor que todos los eruditos positivistas. Los que estuvieron allí pero no vieron más que datos polvorientos. Yo sí estuve y la visité en su nombre. Habría que aprender del vitalismo de Atenas. Sobre todo si piensas que puedes morir pronto.

Escuché ‘Los niños del Pireo’, de Melina Mercuri. Me senté en el café Melina y me acordé de la película Nunca en domingo, de Jules Dassin. Pensé que no valía la pena ir al Pireo, porque era un montón de bares de estilo internacional que no dejaban ni un centímetro libre de playa. Pensé que no tenía sentido buscar por allí a Zorba ni a la prostituta que interpreta Melina, más valía escuchar la canción ‘Los niños del Pireo’ en una radio en cualquier lugar del mundo. Y me hice una idea del vitalismo optimista y despreocupado de Zorba y la prostituta. Y comprendí el origen de la tragedia como Nietzsche.

Paseé  por la Anafiótica, el barrio debajo de la Acrópolis que construyeron los albañiles que vinieron de una isla. Sentí una Grecia sabrosa de vino y color, con callejuelas escalonadas solitarias, muros encalados y azules, parras que caen sobre la calle, recodos en que podrían encontrarse todos los héroes antiguos. Encontré unos viejos sentados en unas sillas mirando el monte Likavitos.

Nietzsche no estuvo, pero la comprendió mejor que tantos que sí estuvieron. Muchas personas están, pero no ven nada. Sentado bajo una parra pensé: esta es la Grecia de Nietzsche, la de Dionisos y las uvas, la de la tragedia y el entusiasmo. La de las fiestas y el teatro, la de las diosas sometidas y las noches, la que se mostraba en los misterios. No la de la filosofía y la ciencia, la de la lógica que sustituye a la realidad, ese mundo que según Nietzsche inventó Sócrates porque era feo y no estaba de acuerdo con la vida.  Sócrates enseñó a burlarse de los mitos y del entusiasmo, y prefirió someter su vida a las normas de la ciudad cuando más absurdas se mostraban al condenarlo a muerte. Puso las normas por encima de la vida. Nietzsche tenía razón, Sócrates no es lo esencial de Grecia,

Tampoco estuvo allí Hölderlin. Pero en el fondo sí estuvo. Estuvo con sus dioses, con sus navegantes, con su archipiélago, con sus comerciantes que llevaban los sabores a los confines del mundo. Y Nietzsche leyó con pasión a Hölderlin. Tampoco estuvo Heidegger. Pero vio en los presocráticos la verdad como desvelamiento en Ser y tiempo.

Miré la idea de las Musas que nos inspiran, las Ideas como sueños imposibles de Platón. El idealismo artístico que llevó Alejandro Magno hasta la India, la música de columnas que a través de Palladio llenó las villas de Estados Unidos.

Ni los mismos griegos estaban en Grecia. Y menos después que los turcos los asesinaron durante cientos de años y metieron un polvorín en la Acrópolis. Edmond About hablaba en El rey de las montañas de Atenas como una ciudad de salvajes y bandidos pegada a los montes.

Pero Nietzsche y yo estuvimos en Atenas. Me fui a tomar una cena con retsina y escuchar un poco de música. Vagué por las callejuelas pequeñas y entré en un local cualquiera, la hija del dueño estaba cantando una especie de sirtaki, algo que no había ensayado, tomado de sus abuelos, y no esperaba que ningún extranjero fuera a oír. Tomé ensalada griega con vino blanco y me puse expansivo

Lord Byron sí estuvo y yo estuve con él. Recordé cómo había muerto por su idea de Grecia, por un sueño, pensé que la idea de Grecia era mejor que Grecia misma, que lo mejor era como todos recordábamos Grecia. Busqué su firma en el templo de Poseidón en cabo Sunion, aquel lugar impresionante por encima del mar.

También estuvo el emperador Adriano, el poeta. Pasé por la biblioteca de Adriano, que conserva una parte de los muros y una columnata gigantesca con capiteles corintios. Adriano se enamoró de Grecia, fue para él la plenitud y la belleza. Y por eso la comprendió. Atenas fue un sueño, una idea, una nostalgia. Adriano soñó con una Grecia que era el símbolo de todo lo que amaba, no la Roma de la administración sino la Atenas de la poesía.

Nietzsche estaba conmigo. Subí a la Acrópolis al atardecer, despotriqué contra el Partenón: me pareció un templo militarista dórico, marcado por la austeridad y la fuerza, como una violencia sobre la naturaleza. Pero me acordé de los relieves que están en el Museo Británico, llenos de vida y de variedad, y me dije: tal vez lo suyo era una locura, querían meter la variedad de la vida dentro de unos límites, y eso fue la tragedia. Me fijé en la cabeza de un caballo que quedaba en una esquina, ese caballo era una sombra de la vitalidad que tenían los griegos, como los paños pegados al cuerpo de las estatuas de Fidias. Me fijé en el Erecteion, se levantaban con elegancia las Cariátides, se adaptaba el templo al terreno con imaginación, se extendían los vestidos con sus curvas adaptándose a la carne. Los guerreros dorios machistas no podían eliminar a sus mujeres que llevaban el sentido de la imaginación y de la carne.

Entré en el café de Melina Mercouri y miré sus recuerdos por todas partes. Las fotos con su alegría torrencial desde que era niña. Pensé: cuantos problemas tienen los griegos ahora. Pero en realidad siempre los han tenido. Grecia fue una convulsión continua, bajo la dictadura de Esparta, bajo el imperio bizantino, bajo los turcos. Fue siempre la vitalidad contra el destino, la tragedia. Fue lo que vio Nietzsche. Grecia es un sueño, y ese sueño lo ha soñado el mundo entero. Habría que aprender del vitalismo de Atenas. Sobre todo si piensas que puedes morir pronto.

Más del autor