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Nina Lordkipanidze, pintora y puente entre épocas y culturas

Autorretrato de Nina Lordkipanidze.

(Moscú. Pintora, murió a los 79 años el 13 de mayo). La muerte de Nina (Dodó) Lordkipanidze pone punto final a una historia de amistad y esperanzas compartidas que comenzó en 1984, cuando esta periodista llegó por primera vez como corresponsal a la URSS. Lordkipanidze era pintora y arquitecto. Artista muy sutil, jugaba con las perspectivas y las formas geométricas y las combinaba con elementos de ensueño. Sus cuadros trascendían las realidades prosaicas y creaban una atmósfera poética propia. La desaparición de Dodó, víctima del coronavirus a los 79 años, supone para esta periodista la ruptura de un eslabón clave que actuaba como puente entre distintas épocas y culturas. Nacida en Tiblisi, en la familia de un ingeniero sismólogo, Dodó se diplomó en la facultad de Arquitectura de la Academia de las Artes de aquella ciudad y posteriormente se formó como pintora bajo la dirección del surrealista Juhani Linnovaara en Helsinki. La biografía de Lordkipanidze dio un giro radical en 1961 cuando, con motivo de una visita de Nikita Jruschov a Georgia, fue designada para recibir a aquel líder soviético en la estación ferroviaria de Tbilisi. En la delegación que acompañaba a Jruschov estaba Alexandr (Sasha) Lébedev, un funcionario encargado de trabajar con la juventud, que quedó prendado de la bella georgiana. Dodó no era miembro del Kómsomol (las juventudes comunistas), pero poco después recibió una invitación para un congreso de aquella organización en Moscú y allí se forjó el romance que acabaría en boda en Tiblisi en 1962. La vida de Lordkipanidze acompasaría desde entonces a la de Lébedev, pero, en paralelo. Dodo desarrollaba su propio mundo en la arquitectura primero (fue coautora del teatro para jóvenes espectadores de Natalia Sachs en Moscú) y en la pintura después. Dodó no era una artista compulsiva; cada cuadro era una vivencia cuidadosamente elaborada. Lébedev representó a la Unión Soviética en distintas organizaciones internacionales, y Dodó residió con él en Praga de 1964 a 1971. De aquella época, la pareja conservó la amistad con políticos que en 1968 se transformaron en disidentes. Tras una estancia en Helsinki en los años setenta, Sasha y Dodó regresaron a Moscú en 1981 y allí se encontraban cuando Mijaíl Gorbachov llegó al poder. Nos conocimos en 1984 gracias a un amigo común con Lébedev. Por ser aquella una relación de confianza, que venía por lazos personales y no de trabajo, Sasha y Dodó me abrieron las puertas de su hogar. Éramos amigos, no contactos, algo poco habitual entre un representante de la nomenklatura soviética y una corresponsal occidental. Pero Alexander Lébedev era un hombre del cambio y de la perestroika y también un miembro de la generación frustrada por el abrupto fin de la “primavera de Praga” en agosto de 1968. A las cenas en casa de Dodó y Sasha acudían aquellos funcionarios que, desde el aparato del partido comunista de la URSS, estaban abriendo camino al “socialismo con rostro humano”, gente que creía en el “eurocomunismo”, como Andréi Grachov, que posteriormente sería el secretario de Prensa de Mijaíl Gorbachov. En las largas sobremesas se hablaba de política y de apertura. Dodó era la gran anfitriona de aquellas reuniones, que hubieran sido imposibles sin ella; preparaba el menú siempre exquisito; organizaba el marco del encuentro, y obsequiaba a los invitados con su atención y hospitalidad. Lébedev y Lordkipanidze, como figuras protectoras, estuvieron detrás de dos interesantes viajes que hice a Tbilisi, donde, ya antes de la perestroika,florecía una rentable economía paralela y desde donde, bajo la protección de Eduard Sheverdnadze (primer secretario del Partido Comunista de Georgia desde 1972 a 1985) se abogaba a favor de una organización económica más eficaz. Gracias a Lébedev viajé por aquella república del Cáucaso para estudiar los experimentos locales de autogestión económica. Si el mundo de Lébedev conectaba con la política georgiana, el de Dodó llevaba a la cultura, a esa mezcla de ternura, ironía y humor que tan bien refleja el cine georgiano de la época. Esos dos mundos se complementaban en la pareja. Él era el funcionario abierto, que huía de la burocracia y los estereotipos, y ella era la artista que, con su presencia y su obra, enriquecía todo lo que tocaba. El fin de la Unión Soviética los sorprendió en Praga, donde Lébedev fue embajador de Rusia de 1991 a 1996. Posteriormente Lébedev representó a Moscú en los procesos de aplicación de los acuerdos de Dayton en Croacia y fue embajador en Turquía. Dodó compartió ese periplo. El 21 de marzo de 2019 cuando esta periodista se disponía a emprender un viaje en rompehielos por el Ártico, sonó el móvil. Fue la última llamada que recibí antes de perder la cobertura durante siete días. Era Dodó. Sasha había muerto. Los últimos años de Lébedev, aquejado por varias dolencias, no fueron fáciles y Dodó se dedicó completamente a él. Tras su muerte, aprendía a vivir sola en el espacio antes compartido, leía y caminaba mucho, visitaba exposiciones y pensaba visitar Georgia. Dodó regresaba a la vida, aunque no había vuelto a pintar. Los amigos nos disponíamos recordar a Alexandr Lébedev con ocasión del aniversario de su muerte, pero pocos días antes del planeado encuentro, Dodó decidió posponer la cita hasta que hubiera pasado la pandemia. No pudo ser. Pilar Bonet. Gracias al diario El País.

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