Valery Veloza tiene 9 años y vive en Soacha: un municipio entre lo urbano y lo rural ubicado a una hora de Bogotá. Soacha es una puerta de acceso a la capital para población con escasos recursos, en su mayoría migrantes y desplazados por el conflicto armado, vista con cierto aire de superioridad desde Bogotá debido a sus altos índices de violencia, venta de estupefacientes e inseguridad.
Valery es consciente de donde vive y de los peligros que hay en su barrio ‘Los Pinos’ en la comuna 4 de Soacha. “Sé que, por mi edad y por ser niña, me pueden violar.” El lugar se parece a cualquier otra comuna de Bogotá o Medellín: calles angostas, empinadas y oscuras donde, desde muy temprana edad, las niñas aprenden a caminar ágiles. “Si me intentaran violar, yo buscaría ayuda; no me quedo ahí esperando a que me hagan algo. Los hombres creen que nosotras nos dejamos, pero eso no es cierto”, explica con una seguridad abrumadora para su edad.
Es una niña sin miedo. Esta transformación la ha logrado gracias a una fundación con ese mismo nombre Niñas Sin Miedo: un espacio que lleva la igualdad de género a Soacha, un derecho fundamental recogido como objetivo número 5 en la Agenda 2030 de Desarrollo Sostenible de la ONU.
Vivir sin miedo
El miedo, para muchas mujeres, es una emoción de la que es difícil desprenderse, hasta tal punto que en llega a convertirse en una forma de vida. Esto lo sabe muy bien Natalia Espitia, de 33 años, la fundadora de Niñas sin Miedo. Hace unos años sufrió un episodio de violencia sexual en Buenos Aires, la capital argentina, y desde entonces los ataques de pánico y la inseguridad se convirtieron en parte de su día a día.
Una mañana, a comienzos de 2016 entendió que vivir con ese miedo no era normal y que lo que le sucedió se pudo haber evitado. Pensó en todas las mujeres que se exponen a ser agredidas a diario por las calles y creó un espacio para que niñas como Valery puedan vivir tranquilas. Natalia admite que las agresiones sexuales son una realidad pero, lejos de esconderse, lo ideal es trabajar para eliminar este tipo de violencia contra las mujeres.
Talleres, clubes de lectura, actividades de ocio y deporte, son algunas de las actividades a las que asisten Valery y otras 80 niñas inscritas en la fundación de Natalia en Soacha.
La sede no pasa desapercibida: su fachada multicolor destaca sobre el exceso de ladrillo y cemento que caracterizan al barrio. En uno de sus muros, que dan hacia la vía principal, se lee: ‘Yo sí puedo’ junto al dibujo de una mujer montando en bicicleta. El empoderamiento femenino también es parte del paisaje del barrio Los Pinos.
Educación sin tabúes, la mejor aliada.
Desde el primer día que asisten a la fundación, las niñas cambian su percepción sobre los peligros de ser víctimas de una agresión sexual y aprenden sobre: feminismo, derechos reproductivos, sexualidad y género.
‘Pene’ o ‘vagina’ son palabras sin morbo para Seidy Jasmín Rodríguez, de 13 años. “Al principio era muy raro ver estos temas”, admite, “Pero la fundación me ha cambiado las ideas, las metodologías y mi vida cotidiana”.
En Colombia, según datos del Ministerio de Salud, el 20% de las mujeres embarazadas en el país son menores de edad. Soacha es el segundo municipio en su departamento (Cundinamarca) con más casos de embarazo adolescente: 1500 al año para una población de medio millón de habitantes. Esta fue una de las razones por las que Natalia decidió poner aquí su fundación.
“Hablamos con ellas de cualquier tema, incluso de la interrupción voluntaria del embarazo. Creemos que es necesario que reconozcan que es un derecho y que en el momento en que sientan que lo necesitan y estén cómodas, puedan ejercerlo”, cuenta María Alejandra Vanegas, psicóloga y antropóloga y actual directora de programas, proyectos y cooperación internacional de Niñas Sin Miedo, quien apuesta por que las menores tengan acceso a la información sobre su salud sexual y reproductiva, una de las metas del ODS5 sobre igualdad de la mujer.
Romper con el miedo a hablar de sexualidad, permite que las niñas conozcan mejor su cuerpo y desmonten mitos.
“Ver a una chica de 15 años preguntando frente a otras si hay riesgo de embarazo si practica sexo anal, nos indica que hay que tratar estos temas con naturalidad”, agrega Vanegas.
El aprendizaje que ellas adquieren luego llega hasta sus hogares y, al tiempo, es recíproco en la fundación: las mismas coordinadoras y sus voluntarios aseguran que cada día aprenden algo nuevo con ellas.
“Por ejemplo, con las copas menstruales, preguntan cosas que yo también me preguntaba cuando la empecé a usar”, agrega María Alejandra.
La fundación es más que un punto educativo, en un espacio seguro para las menores.
Durante la realización de este reportaje, una de las niñas, de 13 años, a quien llamaremos ‘Lina’ contó algo que también le resultaba extraño: “En el colegio hay un profesor que es sobrepasado con las niñas porque les coge el cabello, les coge la cintura… En la fundación nos han dicho que eso no es normal porque ahí no hay respeto. Me di cuenta hace unos días y le comenté a mis compañeras de clase, pero ellas, como no vienen acá dicen “No, eso es normal, no pasa nada”, pero para mí es raro”. ‘Lina’ explicó que no había compartido esto con nadie, pero sentía que nuestra entrevista en la fundación era el momento para hacerlo.
Escuchar una denuncia como la de ‘Lina’ genera una sensación agridulce. Aunque es una historia repudiable, el hecho de que una menor sea capaz de diferenciar un gesto de cariño con acoso y lo hable con un adulto es un gran avance. Como explica Natalia Espitia “La violencia sexual no va a dejar de existir, pero se puede prevenir”.
Empoderar a las niñas en un entorno patriarcal
Crear y mantener una fundación como esta en Colombia es un reto. Factores religiosos, políticos y sociales, enmarcados en un sistema patriarcal, no parecen ser el escenario ideal para hablar sobre el derecho de la mujer a niñas de 10 años. Aunque parece muy complejo, Valery lo entiende y lo resume de una forma sencilla pero simbólica: “Derecho de la mujer es que, si quieres ser astronauta, puedas hacerlo”.
Las menores son conscientes de que estos temas no se hablan en el colegio y hay quienes las miran con escepticismo: “Mis amigos se apenan o hay gente que rechaza hablar de ciertos temas que deberían conocer para evitar violaciones o embarazos”, explica Seidy.
Pero cuando se les explica a los padres lo que aquí se hace sienten que se les quita un peso de encima “Porque las niñas pueden hablar en la fundación de ciertos temas que ellos prefieren no tocar en casa”, dice Luz Mery Pérez, gestora comunitaria de la fundación y madre de una de las inscritas quien hace énfasis en que, en general, reciben mucho apoyo de las madres en el barrio. “Hasta de los papitos”, agrega.
Puede pasar que en medio de una charla sobre temas más sensibles como el aborto o la homosexualidad existan ‘choques’ religiosos o ideológicos. En esos casos, María Alejandra cuenta que abren un debate a base de preguntas: “Les preguntamos ¿por qué crees eso?, ¿qué significa dios para ti?, ¿por qué crees que querer a alguien está mal? Y ellas mismas empiezan a cuestionarse”. De esta forma, promueven el debate y valoran las opiniones de las menores para que, a futuro, se sientan seguras y entiendan que ellas también tienen derecho a participar en la vida política, económica y pública.
La fundación no adoctrina ni tiene una ideología política y con tal de evitar que un tercero condicione su línea de trabajo se rehúsan a aceptar dineros públicos o privados. Niñas Sin Miedo sobrevive a base del altruismo de los donantes y del apoyo de los voluntarios que se calculan en 150.
El trabajo de la fundación en el barrio los Pinos tiene otra singularidad: la dinámica familiar es de padres ausentes. “Aquí es normal que las mamás o los papás salgan a las cuatro de la mañana para ir a trabajar a Bogotá porque es la única fuente de ingreso en la familia y dejan expuestos a los menores a quedarse solos en casa”, explica Luz Mery.
En muchas ocasiones, las niñas – sin importar si son menores que sus hermanos varones- asumen las tareas del hogar “y ahí empiezan a buscar una salida que no es: buscar a otra persona que les prometen cosas que terminan no siendo ciertas”, cuenta Luz Mery. Las niñas asumen roles de ama de casa a temprana edad y tienden a generar vínculos afectivos con hombres creyendo que esa es la única forma de ‘salir adelante’. Eso desemboca en embarazos no deseados a temprana edad. “Porque vivamos en una zona vulnerable o de bajo estrato económico no quiere decir que uno no pueda ser alguien más que estar detrás de un marido”, aclara la gestora comunitaria. Una forma de controlar esta situación y acorde las metas del ODS 5, la fundación promueve la responsabilidad compartida en el hogar y la familia y evitar que las menores asuman un rol de ama de casa dependiente económica y sentimentalmente de un hombre.
Amor propio
Para esto, el trabajo en la autoestima es indispensable y Seidy Jasmine es un gran ejemplo de ello. Ella nació con un déficit cognitivo y reconoce que antes de llegar a la fundación, nunca hablaba porque temía ser excluida. Ahora, cuando le piden que hable, no hace ni un solo gesto de duda o timidez. A la pregunta: “¿Qué pasa si alguien se burla de ti?”, responde: “No siento nada porque cada persona es libre de expresarse y de actuar a su manera”.
Aunque suene a cliché, realmente ella lo piensa.
En la fundación no hay exámenes, pero las niñas se encuentran con pruebas personales que deberán superar el resto de su vida como ser aceptadas en un grupo o sentirse lindas. Este último es uno de los puntos más complicados para las adolescentes. Sofía Calderón, de 13 años, cuenta su caso: “Antes era más gordita y tenía la autoestima muy baja. Trato de mirarme al espejo y decirme que soy bonita para combatir eso”. ¿Pero qué pasa cuando sale de su habitación y siente rechazo en su entorno más cercano? “Yo lo charlo con mi madre y le digo que no me haga sentir mal, que no me critique y ella trata de mejorar”.
Sofía ha aprendido a ponerle freno a estas pequeñas agresiones a su autoestima. Valery, por su parte, todavía está creando su propio escudo, pero ya sabe que, por el hecho de ser mujer, van a criticarla. “Yo tengo una pantaloneta hasta la rodilla y dicen “ay, no, ¿usted por qué se tapa tanto?” y si vas con la pantaloneta corta también te critican “¿por qué muestras tanto?”, cuenta con gracia.
Educación sobre ruedas
En su fachada multicolor, otra cosa que llama la atención de la casa donde se encuentra la fundación es una ilustración de una bicicleta, un elemento fundamental del trabajo de Niñas sin miedo. “Es un símbolo de independencia, es una analogía recurrente con la vida y ha permitido que la mujer cambie su forma de comportarse y de vestirse a lo largo de la historia”, dice Maria Alejandra.
Ese fue el ‘salvavidas’ de Natalia para superar sus inseguridades tras la agresión sexual que vivió y, en Niñas Sin Miedo se convirtió en una herramienta para la educación experiencial. Mientras las niñas juegan a pedalear con una sola pierna o esquivar obstáculos entienden el concepto de libertad, de que son capaces de llegar lejos si se mueven, de que pueden tener el control sobre sus vidas.
“Yo soy una niña sin miedo gracias a la bicicleta. Es mi poder fundamental, es por donde ando y es mi inspiración”, dice Seidy Jasmin.
“Nos enseñan a ser libres. Nos enseñan a querernos a nosotras y entre nosotras”, Valery.
Porque la bicicleta, además de empoderarlas les enseña a trabajar en equipo y a fortalecer la sororidad: “Las niñas celebran cuando otra niña aprende. Les dan consejos alrededor del deporte”, cuenta Maria Alejandra. En el colegio a veces no dejan de usar entre ellas palabras malsonantes cuando se hablan; sin embargo, al llegar a la fundación, “las niñas tienden a autorregularse en grupo y cuando llega una nueva con una actitud insultante, las mismas niñas reaccionan de manera tranquila y cuestionan a la nueva por su agresividad”, agrega.
La fundación no descarta que, en el futuro, haya una inclusión de niños en algunas actividades, ya que son conscientes de que el respeto a la mujer es un aprendizaje que no tiene género.
Mientras tanto, desde este pequeño rincón de Soacha, Niñas Sin miedo sigue transformando vidas como la de Valery, una niña que cuando le preguntan a qué le tiene miedo, responde: “Solo a las alturas”.