Primera muerte
Es el 21 de Julio 1979, a las 23 horas frente a discoteca Sunday de Beasáin, cinco casquillos 9mm Parabellum rebotan contra el asfalto mientras liberan un humo indolente. Está la noche de bochorno. Mi hermano, Jesús María Colomo de 26 años, cae fulminado mientras intenta salir del coche. Las cinco muertes han estallado en su cabeza. Cinco. El Leviatán susurra su mantra en la mente de un par de jóvenes temblorosos de odio y miedo, mientras huyen espoleados por sus caínes. Quizá haya sido su bautismo. Nunca supimos quiénes fueron. Nunca supimos nada, nunca nadie nos consideró. No éramos nadie. “Solo el pueblo salva al pueblo…”.
Estoy en Barcelona. Llevo años dedicando las 24 horas del día a la pelea contra el franquismo, en la clandestinidad, como muchos miles de los que hoy somos llamados “colonos”. No puedo entender nada. Hace años ya que mi pareja y yo sólo cambiamos de piso con Nora, nuestra pequeña, y la lavadora. Sólo tenemos esos bienes. En clandestinidad, libros y discos son un lujo imposible. Esa madrugada, al recibir la noticia, mi cabeza se convierte en algo que no reconozco. Todo se cortocircuita, todo es ininteligible. Estoy bloqueado. Mi fiel Juanjo Beaumont, mudo como yo, me monta en un coche y me lleva de Barcelona a Ordizia. No hablamos, no comprendemos, estamos en shock. Somos sólo unos jóvenes comunistas pelando en Barcelona contra el franquismo full time.
ETA no ha asesinado desde hace un mes y medio. Hace sólo unas horas se acaba de aprobar el Estatuto de Guernica, que abre unas esperanzas en el pueblo vasco que ellos no pueden tolerar. No es bueno en su negocio que la gente tenga esperanzas. Las situaciones excepcionales, ETA las ha acostumbrado a acompañar de provocaciones excepcionales y hoy han decidido salvar al pueblo de mi peligroso hermano Jesús María.
Llegamos a Ordizia de madrugada. El pequeño comedor de la parte de vivienda del Círculo Tradicionalista está lleno de jóvenes cabizbajos y llorosos, entre un viejo trinchante carcomido de polillas y una mesa. Algunos son camaradas de mi partido, varios son amigos de Jesús María de la VI Asamblea de ETA*. Es el Gohierri, aquí estaba lo mejor y lo peor de este mundo. Y claro, entre ellos, compañeros y amigos del cole, que tampoco entienden. En los años 70, yo había visitado en Lovaina a varios jóvenes de ETA VI*, todos estudiantes, y conocía bien las diferencias que se daban dentro de ese mundo, no menores para quién conozca la historia.
Segunda muerte
ETA ha asesinado con urgencia sin ocuparse de “justificarlo”. Lo hacía con frecuencia. Le urge inventar algo. Al tercer día, reivindica el atentado. Su mujer recién preñada, sus padres, sus amigos y hermanos descubren horrorizados que Jesús Mari, en los ratos que le dejan sus pluriempleos de hambre, campa supuestamente por media España con hordas fascistas con cadenas y cuchillos repartiendo mandobles al “pueblo”. Es imperativo para los asesinos matar la dignidad de la persona. Hay que cosificarla, animalizarla como una bestia pestilente, deshumanizarla, aunque sea de la manera más burda y pueril. Su auditorio es también infantil, ferozmente sectario y cegado de odio. Se ha puesto en marcha la segunda muerte. Durará años.
Recuerdo que no menos de diez o quince años después, en la Seat de Landaben (Pamplona), mi amigo sindicalista de CGT, un hombre noble, Ángel Larrañeta, se engancha al cuello de un Neandhertal que repite las mismas estupideces de siempre, de quince o quince mil años después: “pues algo habría hecho”.
Por primera vez en Euskadi, se coloca un crespón negro en la ikurriña del Círculo Tradicionalista de Ordizia y del Ayuntamiento, que a su vez por primera vez suspende en Euskadi unas fiestas patronales durante tres días. Por primera vez, alguien arrebata el micro al cura en la iglesia (servidor y a la fuerza) para dirigirse a la gente y hablarle de esperanza. Por primera vez, alguien advierte a través de la prensa a los cuatro grupúsculos de extrema derecha que ni se les pase por la cabeza rentabilizar el asesinato de Jesús María.
Esa noche, con dos compañeros visito el sitio oscuro del Arrano Beltza, la tasca de los caínes. Tan pronto como nos detectan, inician una maniobra de acorralamiento. Barrunto que no formamos parte del pueblo que hay que salvar. Decidimos marchar, no vamos a darles el gusto de bajar a su fangal.
Tercera muerte
Pasan unos cuantos días y enseguida lo descubrimos. Hay que huir. Ellos son expertos en rematar. Se entrenan específicamente para ello. Hay multitud de vídeos en los que se regodean en el arte de cómo hacerlo. Vídeos de puntilleros que practican con cabezas humanas. Sin ensañamiento, el odio sería una emoción incompleta, proclive a errores. Y eso sería una contradicción que lo desnaturalizaría por completo. El odio es preciso, calculador, medido, meditado. Lo contrario del amor.
Los caínes han soltado como siempre a la jauría. La especialidad de los nazis. La jauría no requiere de argumentos, sólo con el olfato reconoce su objetivo y lo va a perseguir sin descanso en todos los lugares en que pueda hacerlo y con todas las artimañas que sea preciso, “sólo el pueblo salva al pueblo”…
Consigo un piso en el mismo bloque en que yo vivo de la calle Entenza de Barcelona. Un alivio. La viuda de Jesús María, padres, hermanos, todos para Barcelona. ¿Cómo se empieza de cero una nueva vida con un grupo de gente con intereses absolutamente dispares? El dolor también es una argamasa de un poder enorme. Montamos un pequeño restaurante, que nadie queremos, pero que nos permitirá estar juntos y ocupados. A las 5 de la mañana salgo cada día con mi padre hacia Mercabarna, he aprendido a desmontar y convertir en bistecs, entrecots y guisotes, media ternera. De repente soy el chef y damos de comer a 100 o 140 camioneros principalmente. Una locura de trabajo que me suele dejar exhausto.
Algo no va bien. Mi cuñada Laly, la viuda, enferma de tuberculosis. El terrible estrés ha pasado factura. El resto nos hacemos pruebas y estamos bien. Pero, lo que de verdad no va bien es peor que la tuberculosis. Mi padre, Germán, un hombre bueno, limpio como su mirada, mira al suelo, mira hacia dentro. Y no habla. Cuando finalmente habla sabemos de qué ha enfermado. Y eso, a mí, me mata. Le han metido su virus. El más letal. Su virus del odio. Su gran triunfo.
Me mata cuando finalmente habla y dice sin ninguna entonación, sin ninguna emoción: “yo al que ha matado a Jesús María no le haría nada. Cogería a su hijo pequeño y lo mataría delante de él. Así sufriría como yo. Si lo mato a él no sufre nada. Yo prefiero morir mil veces a ver morir a mi hijo”.
Le replico que es mentira lo que dice, que no es él, que no es capaz de matar una cucaracha.
Que el dolor no le deja pensar bien, que no se puede cambiar así en unos meses. Él no contraargumenta, calla. Yo insisto, no quiero ni oírle, no eres tú, papá. Él calla, no contesta. Yo me enfado, le discuto, le lloro, nos disgustamos. “Pero no te das cuenta, papá, de que te conviertes en lo mismo que ellos, en algo horrible, espantoso, que es lo que ellos quieren”. Y pasan los días, las semanas, y hay que seguir dando comidas y llorando por dentro.
La tercera muerte, la muerte más cruel, la muerte de la derrota… Mientras, el mantra del Leviatán sigue sonando con sarcasmo a lo lejos “sólo el pueblo salva al pueblo”…
Finalmente, peleándolo día a día, le ganamos la partida al odio y Germán, mi padre, vuelve a sonreír. Primero, a sus nietos (qué suerte tenerlos) y luego, a sus hijos. Al final, caínes, os ganamos la partida.
Cuarta muerte
Los restos de Jesus María estaban en un nicho en Ordizia, que yo no visité nunca, porque me produce un profundo rechazo esta cultura de la muerte que nos venden tanto las funerarias como la Iglesia y me causa más zozobra que sosiego.
Primero, los cachorros de caínes rompen las flores que mi hermana y mis cuñadas colocan siempre que pueden ir (siempre las benditas mujeres). Después, los adolescentes prefieren en sus iniciaciones performances más duraderas: hay que romper, pintar, destruir. No pueden soportar tan siquiera la mirada vacía de unos ojos secos que les inquieren tras la losa que los cubre. No pueden soportar que sus huesos ocupen la tierra del pueblo elegido. “Sólo el pueblo…”.
Unas semanas después, las mujeres de la casa deciden que no están dispuestas a soportar ni una vejación más de los bárbaros en la tumba de nuestro hermano. Hay que volver a huir, esta vez sólo con los huesos de Jesús María. En pocos días, sus restos salen de la Ordizia en la que los caínes asesinaron a Yoyes, para descansar en Larraga (Navarra) su pueblo natal, junto a mi madre.
Quinta muerte
La muerte de la memoria es la muerte de la verdad.
José Luis Rodríguez Zapatero consigue que ETA deje de matar y que ETA lo exprese así directamente, sin ambages. Con su coletilla de “unilateralmente”. Qué remedio. Y esto es un hecho y los hechos no se discuten. Evidentemente no ha sido él sólo. Pero ha visto con inteligencia que era el momento oportuno. Cuando en varias ciudades españolas se producen manifestaciones de más de un millón de ciudadanos libres acosando a los terroristas. Cuando en algunos lugares la Ertzaintza debe proteger a los bárbaros, ETA ha sido derrotada en todos los frentes, sin paliativos, y sin ninguna perspectiva de levantar cabeza asesinando. Ya es, desde hace tiempo, la última rémora del terrorismo europeo y el islamismo fanático le ha robado la cartera. Eso lo saben muy bien los Otegui, como ya lo sabían mucho antes los Patxis Zabaletas y otros. Saben que su estrategia política ha sido un absoluto fracaso y hay que darle la vuelta.
No reconocerán nunca, repito: nunca, ningún error en su estrategia de muerte, odio y enfrentamiento de la sociedad, no reconocerán el daño cometido, no reconocerán jamás haber sido los caínes.
No he conocido a una sola víctima del terrorismo que no haya dicho: “si la muerte de mi ser querido fuera al menos la última…”. La gente, las víctimas, entienden lo importante. Y lo importante, lo primero, lo único es la VIDA. Derrotando a ETA hemos conseguido que se salve la vida. Parece tan poco, pero es tanto… Algún día volveremos sobre ello, acaso cuando los caínes hagan cuentas sobre cuántas muertes han sido precisas para conseguir su distopía de patria de pueblo elegido.
Por casualidades de la vida, vuelve a hacer fortuna en medio de la actual campaña de las elecciones catalanas, tras más de sesenta años, un eslogan confuso y vacuo, que Oriol Junqueras se gusta de utilizar. “Sólo el pueblo salva al pueblo”. “Només el poble pot salvar el poble”. Algo absolutamente vacío de significantes.
Esta frase se atribuye, entre otros, a Lombardo Toleda, muerto en 1968 tras ser miembro del partido comunista mexicano y acabar sus días en el PRI. Pero, ya la habían usado tiranuelos panameños antes, así como muchos de los movimientos indigenistas de Latinoamérica, o incluso Chávez y Guaidó, simultáneamente.
Ahora se añade el valeroso Junqueras, lo que no deja de resultar como mínimo gracioso e ilustrativo de cómo se empobrecen y pierde su valor el significado de las palabras, cuando se emplean de forma demagógica y populista.
Se nutre probablemente de un concepto arcaico, pero con mucho más contenido específico, la Volksgemeinschft, una especie de alma racial vinculada a la tierra, que hermanaría a todos los alemanes y que se emplea en la Primera Guerra Mundial, pero que adquiriría su máxima plenitud con Hitler gobernando. Sin embargo, el eslogan que nos ocupa es la vacuidad y la indefinición por excelencia. ¿Por qué?
Es exactamente igual que el alfiletero de un sastre. Todo el mundo puede clavar allí su alfiler desde cualquier ángulo. El alfiletero los aguanta todos, ninguno se desprende y el alfiletero ni sufre ni padece. Metes y sacas sin dejar rastro. Por eso es perfecto. No explica absolutamente nada. Claro, que con voluntarismo lo puedes intentar adornar. Los objetivos comunes, los anhelos colectivos, en fin, hasta puedes hacer una cosa con cara de mona de pascua.
¿Por qué el pueblo debería salvarse de sí mismo? ¿Cuál ha sido el horrible pecado original cometido por el pueblo que requiera de su salvación? ¿Qué necesidad hay de este galimatías?
En comunidades netamente divididas, ¿hay un pueblo que debe ser salvado, y otro que debe ser masacrado, quizás? Experiencias tenemos. Muchas, demasiadas. El propio ex presidente supremacista de la Generalitat, Quim Torra, las recuerda con frecuencia. Explora como un entomólogo cada una de las últimas vías a la independencia en Europa y su carga de daños colaterales y las compara, mientras clama “Apreteu!” (¡Apretad!) a la muchachada desde su dorado y cómodo retiro.
Como otros líderes independentistas, Torra ha abrazado con fruición a ese “hombre de paz” en que han transformado a Otegui, (me ahorro comentar el servilismo enfermizo que le han prestado los medios públicos de comunicación en Cataluña, porque es vomitivo). Otegui ha sido lo suficientemente astuto como para haber entendido que si no optaba por aparecer como un abanderado irreductible por la paz sus días como político estaban acabados y enterrados. Le aceptaré incluso que haya quitado algunas piedras del camino, colegas cerriles que no percibían que estaban completamente derrotados. Pero le recordaré siempre que él las puso allí primero. Todas. Todas y cada una de ellas. No es necesario que Caín utilice la quijada de asno. Es más que suficiente con que invite a los más bárbaros y estúpidos a hacerlo. Y vaya que si lo hizo. Lo hizo miles de veces. Y cómo es lógico cuando quiere hacernos creer que no lo hizo, tuvo que pasar por los mismos sainetes de patriotas y traidores (botiflers) que vivimos como un espectáculo cotidiano en Cataluña.
Pobres, hasta fueron insultados por defender la paz, dicen los acólitos acomplejados. No, no defendieron nunca la paz. Sacaron un enorme rédito de la derrota. Y el procés catalán se convirtió en su gran blanqueador.
Carod Rovira hizo un intento, que felizmente fracasó, en el que intercedía ante la banda ETA para que no asesinara en Cataluña. Un concepto tan espantoso en el que ni ETA entró al trapo. Fue fulminantemente destituido por Pasqual Maragall. ¿Estaba Carod pidiendo salvar a un pueblo? ¿Favores entre pueblos elegidos?
Nietzsche había matado en 1883 a Dios Cristo y todas sus obras. Y se había quedado tan ancho. Pero, en 2009, llega un tipo genial como José Saramago y abunda en el tema con su obra Caín. Un libro lleno de ingenio y divertimentos. Saramago, como todo el mundo sabe, era un ateo obsesivo y retoma la figura de Caín culpando a un Dios vengativo y cruel de crear un trampantojo al que sacudir, que bautizamos Caín. Supongo que el cristiano Junqueras se quedará más bien con la imagen clásica, con la que nos ilustra la Biblia. Y evidentemente, resulta poco concebible ver al bien nutrido Junqueras blandiendo una quijada de burra. No me cuesta tanto comprender que bajo su tono melifluo y clerical se escondan los estímulos precisos para justificar los actos de los caínes. De momento han estado en el lado de quienes han puesto las alfombras rojas a los falsos hombres de paz. Y eso en este entorno en el que estamos… ¡va a misa!
Hermanos de causa es hermanos de muerte.
Lasa y Zabala, víctimas de un Gobierno que utilizó el terrorismo de estado para defenderse de otros terroristas, de manera absolutamente cruel, cubrió con cal a sus víctimas para tapar el olor a cadaverina, para tratar de ocultar su crimen. Hoy, otros muchos, desde sus despachos, desde sus alfombras, rojas ponen cal sobre miles de víctimas de ETA. Hay que ocultarlas. Al menos que no huelan. Ellos nunca fueron caínes, el Estado fue el culpable. Esa mano que esparce cal para que nada huela y la paz sea su triunfo es la misma que ayuda a subir a la tarima al asesino que a acaba de salir de la cárcel y va a ser jaleado una vez más por sus méritos. De qué paz pretenden que crea que ustedes fueron impulsores. La distancia entra la vida y la muerte es tan enorme como la que separa su distópico universo de la realidad. Sus intereses políticos me parecen irrelevantes. Es obvio que prefiero una sociedad diversa, mestiza, libre, plural, solidaria, internacionalista y lo más equitativa posible, en lugar de la identitaria, sectaria y cerrada que ustedes anhelan. Aunque eso ante lo esencial, ante la vida o la muerte, es irrelevante. Y yo estoy contento, la muerte ha perdido. Ahora toca pelear porque no pierda también la verdad. Y ellos pondrán el alma para intentar confundirnos. Los que puedan mirarse al espejo no deben disfrutar de lo que ven. Yo, que estoy a punto de dejar la vida, me miro al espejo y sonrío feliz.
Nos quieren volver a matar por quinta vez con la mentira y no lo vamos a permitir.
(*): ETA VI alude a la VI Asamblea de ETA, tras la que una corriente defensora de que la lucha obrera se supedite a la armada abandona el militarismo y acaba integrándose en organizaciones comunistas, como la LCR o la ORT.