Daragane la escuchaba atentamente. Resultaba raro meterse tan de prisa en la vida de los demás… Pensaba que a su edad ya no volvería a ocurrirle, por cansancio suyo y por esa sensación de que los demás se van alejando poco a poco de uno.
Patrick Modiano, Para que no te pierdas en el barrio
Esa sensación bajo las ramas
cuando estábamos dispuestos
entre manchas de luz
a dejarnos mecer por la tormenta
a empaparnos hasta los tuétanos
en la playa desierta
porque en aquella edad dorada del deseo
siempre era invierno
y bajo el aguacero
lejos de aquí
a ser posible en ciudades inaccesibles
tan literarias como la imaginación
donde siempre llovía
no había que dar cuentas a nadie,
y menos que nadie
a nosotros mismos.
El deseo era un animal
que no nos iba a comer la estima
que podía devorarnos
sin hacernos más daño
que la sangre
de algunas uñas afiladas
en la espalda
y en las sienes.
Nada grave
teniendo en cuenta
que el verano era para lamerse
y el invierno para hacer arqueo
de lo que íbamos sabiendo
del tiempo
de lo que podíamos esperar
de la vida.
Nos alejamos.
Tantos errores de apreciación.
Pero era una forma de beber
(aunque apenas bebiera),
y era una forma de vivir
(aunque apenas viviera).
No es que ahora
y Modiano lo sabe
sepamos mejor a qué atenernos.
En nuestra mirada condescendiente
hacia lo que acaso fuimos
hay también una derrota.
¿Entonces era esto?
No me quejo.
Cuando bajo al mar
el rencor ha cedido.
También hacia mi padre
que no tenía la culpa
de mi candor
y del óxido que acaba adquiriendo
como una pátina de desdén
la inteligencia.
No hago acopio de nada
salvo de libros
que no van a poder acompañarme
ni en el próximo
ni en el último viaje.
Ahora soy yo el que habla
con un espejo en alguna habitación
de esta casa grande
tomada por los fantasmas.
Y que sin embargo
se ha vuelto habitable
a fuerza de reconocer
que nos vamos alejando:
de lo que esperábamos
y de lo que éramos,
de lo que nunca fuimos
y de lo que nunca seremos.
La tarde de agosto ha borrado el azul.
Este gris favorece la calma
no las claudicaciones.
Menos trágicos,
menos apasionados.
Pero no hemos abandonado
(no diré la esperanza)
de ser sombras felices.