Home Mientras tanto No está el aire propicio, de Gerardo Diego (1896-1987)

No está el aire propicio, de Gerardo Diego (1896-1987)

 

La poesía es siempre perpendicular al poema y tiene tu misma estatura para agarrarte por las solapas o abrazarte. 

 

Estoy recogiendo el atardecer desde las laderas de Buda. A mis pies el Danubio nada de espaldas hacia el Mar Negro. En la otra orilla se levanta la cúpula rojiza del parlamento húngaro, y más allá los tejados nevados de los palacios de Pest. Se están encendiendo los collares de luz eléctrica de los puentes perniabiertos sobre el río, las casas, las farolas. A esta hora, por toda Europa, las ciudades se alumbran como camerinos: apretamos el interruptor sin preguntarnos de dónde sale tanta luz, cuánta oscuridad cuesta. 

 

Arrebañadas nuestras despensas de petróleo, los europeos precisamos plantas de energía nuclear para contravenir a la noche, y uranio para sus reactores. África guarda una quinta parte de las reservas mundiales de uranio: está cerca y, como los albaricoques del frutero ciego, es sencillo llevárselo. Las centrales nucleares francesas generan la electricidad que ilumina buena parte de Europa Occidental, desde Inglaterra hasta Italia. El gobierno alemán, a través de Siemens, posee el 34% de Areva NP, una empresa subsidiaria de Areva, el gigante francés del uranio. Todos, de una manera u otra, sacamos tajada. 

 

El uranio no es abundante y los grandes caimanes pelean por él a dentelladas. En Darfur, Francia puja por obtener del régimen sudanés los depósitos que yacen en la frontera con la República Centroafricana, pero allí  entra en conflicto con los intereses mineros y petroleros chinos. En el año 2007 el gobierno del sur de Sudán otorgó a la compañía británica Brinkley Mining un contrato para la explotación de uranio. Tanto el Norte como el Sur de Sudán se afanan por comprar armas preparándose para la guerra que puede estallar el año próximo cuando, si se cumplen los últimos acuerdos de paz entre ambos bandos, el referéndum sobre la independencia del sur se celebre. Nuestra luz acaba matando.

 

Brinkley Mining también posee los derechos de extracción de la mayor concesión de uranio en Katanga, al sur de la República Democrática del Congo. Entre los yacimientos adquiridos se encuentra la mina de Shinkolobwe, de donde se extrajo el uranio con el que Estados Unidos fabricó la bomba atómica que arrojó sobre Hiroshima. Gran Bretaña, una isla con recursos energéticos limitados, necesita ampliar su capacidad para generar energía nuclear. La República Democrática del Congo, aún infectado de guerra y con instituciones bisoñas, es uno de los países más corruptos del mundo según el índice de Transparencia Internacional. 

 

Areva, propiedad del estado francés, tiene sus tentáculos extendidos por toda el África francófona. Desde mediados de 2007, tras comprar la compañía canadiense UraMin, posee las minas de uranio de Bakouma, al sudeste de la República Centroafricana, un estado nonato y violento, donde Francia, desde que le otorgó la independencia hace medio siglo, ha muñido políticas y depuesto presidentes. UraMin, ahora propiedad de Areva, hace prospecciones en áreas del sudoeste y del noroeste del Chad. Tanto en el Chad como en la República Centroafricana, Francia mantiene contingentes militares que sostienen a sus respectivos mandatarios. No hay, en ninguno de los dos países, siquiera esquejes de democracia.

 

Pero el mayor negocio de Areva se halla en Níger, el tercer exportador mundial de uranio, donde domina los dos principales yacimientos mineros. Desde antes de la independencia Francia se aseguró el control de los recursos mineros nigerinos. El año pasado el presidente de Níger, Mamadou Tandja, modificó la Constitución para perpetuarse en el poder: esta medida ilegal apenas despertó las críticas de la Unión Europea. Francia mantiene un grupo de asesores militares en Níger imbricados en su ejército. Cuando en 2005 Níger sufrió una de las peores hambrunas de su historia, Areva donó 250.000 euros como ayuda humanitaria: aproximadamente el 0,06% de sus beneficios anuales. El uranio nigerino es esencial para mantener la producción de electricidad en las 58 centrales nucleares francesas, sin embargo el 100% de la electricidad en la nación saheliana proviene de generadores que funcionan con petróleo y es mayoritariamente importado desde la vecina Nigeria. Níger, de acuerdo con el Índice de Desarrollo Humano del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, es todavía el país más pobre de la Tierra.

 

Hay versos que se te quedan en la boca y no hay forma de masticarlos o escupirlos. Gerardo Diego escribió hace muchas décadas este poema: 
 

 

    NO ESTÁ EL AIRE PROPICIO

  
No está el aire propicio para estampar mejillas. 
Se borraron las flechas que indicaban la ruta 
más copiosa de pájaros para los que agonizan. 
Se arrastran por los suelos nubes sin corazón 
y a la garganta trepa la impostura del mundo. 
 
No está el aire propicio para cantar tus labios, 
tu nuca en desacuerdo con las leyes de física 
ni tu pecho de interna geografía afectuosa. 
Las tijeras gorjean mejor que las calandrias 
y no vuelven ya nunca si remontan el vuelo 
y aquí en mi cercanía tres libros se aproximan, 
abiertos en la página donde muere una reina. 
 
Qué dulce despertar el del amor que existe 
y qué existencia clara la del ojo que duerme, 
velado por las alas remotas de los párpados. 
 
Pétalos de difuntas miradas, llueven, llueven 
y llueven, llueven, llueven. Me sepultan los pies, 
las rodillas, el vientre, la cintura, los hombros. 
Van a enterrarme vivo; van a enterrarme vivo… 
 
No está el aire propicio para soñar contigo.
 
 
 

Cruzando las lindes, me hierven en el paladar esos dos versos: ‘Se arrastran por los suelos nubes sin corazón,/ y a la garganta trepa la impostura del mundo’. Nuestro dinero sirve para mantener en el poder a dictadores modernos que han aprendido juegos de manos demócratas. La conciencia naufraga en las costas de un billete. No hay tarea más urgente y más difícil que la de hacer que nuestros bolsillos rindan vasallaje a nuestros ideales; aunque una noche debamos apagar la luz, para ver.

 

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